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Raphaël Varane, de Francia, y Matías Vecino, de Uruguay, en el Mundial de Rusia.

Foto: Sandro Pereyra

Goles que desequilibran

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Jugadores que cabecean seguido pueden desarrollar problemas en el equilibrio.

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El mundial va llegando a su fin y a esta altura se pueden sacar varias conclusiones. Si bien muchos equipos llegaron lejos convirtiendo goles de cabeza –Uruguay no fue la excepción–, para algunos investigadores el asunto no debería celebrarse tanto. En un estudio preliminar, que se dará a conocer el 20 de julio en la Conferencia sobre traumatismos deportivos de la Academia Americana de Neurología (Estados Unidos), se afirma que los jugadores de fútbol que cabecean frecuentemente corren más riesgo de tener problemas de equilibrio que los jugadores que no lo hacen.

La proeza de José María Giménez de elevarse sobre los zagueros para convertir un gol tras la ejecución de un córner tiene su lado no tan luminoso: el autor del estudio, John Jeka, de la Universidad de Delaware, afirma que si bien se sabe que “los cabezazos son impactos craneanos subtraumáticos que pueden estar asociados con problemas de memoria y razonamiento y también con cambios en la materia blanca del cerebro”, hasta ahora no se había estudiado su efecto en el control del equilibrio.

Para estudiar el asunto, Jeka y su equipo reclutaron a 20 futbolistas de Newark que debieron caminar con sus ojos cerrados por un sendero mientras recibían estimulación vestibular galvánica o sin ella. A los participantes también se les requirió que llevaran la cuenta de cuántos cabezazos habían dado en la semana, ya fuera en prácticas o partidos, con lo que obtuvieron datos de futbolistas que habían dado 16 cabezazos en el año y otros que los habían dado 2.100 veces, con un promedio de 451. El resultado del estudio les llevó a afirmar que los que más habían cabeceado presentaban mayores respuestas a la estimulación tanto en la posición de los pies como en la aducción de la cadera, indicando que “tenían problemas en el procesamiento vestibular y en la recuperación del equilibrio”, y que por cada 500 cabezazos al año “la respuesta de posicionamiento del pie aumentaba 9 milímetros y la respuesta de aducción de la cadera lo hacía en 0,2 grados”. Los autores reconocen que este estudio preliminar debería ahora hacerse con una población mayor y que el conteo de los cabezazos no debería depender por completo de la memoria de cada uno de los participantes. Por lo pronto, hay que usar más la cabeza, aunque eso implique, paradójicamente, no cabecear tanto.

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