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Gastón Manta, Camila de Mello y Romina Trinchín, en la facultad de Ciencias.

Foto: Pablo Vignali

Amor profundo

11 minutos de lectura
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Investigadores se acercan al océano desde una perspectiva nueva para el país pero que ya lleva años de expansión en el resto del planeta.

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El enunciado “no hay mal que por bien no venga” está lejos de pretender gozar de validez científica. Sin embargo, en este caso un grupo de investigadores le puso literalmente buena cara al mal tiempo. El mal tiempo vino bajo forma de una tormenta intensa que a mediados de agosto desprendió un par de sensores que miden temperatura y salinidad del océano en la boya cercana a La Paloma. Las buenas caras son las de de Romina Trinchin, Camila de Mello y Gastón Manta, quienes, a pesar de que lamentan la pérdida de los cinco meses de datos que contenían los sensores, vieron en la destrucción de su material la oportunidad de contar qué, cómo y por qué investigan lo que investigan.

Todo comenzó con un anuncio bastante particular que circuló por las redes, en el que pedían que se comunicaran con ellos si se encontraban de casualidad en las playas de Rocha con una botella plástica atravesada por zunchos o por una vaina de silicona recubierta de algas y mejillones. Dentro de ellas estaban sus sensores, y explicaban que eran parte de una investigación que estaban llevando a cabo en la Facultad de Ciencias. Los primeros en cubrir periodísticamente el llamado a la solidaridad de los ocasionales visitantes a la costa rochense fueron los colegas de La Paloma Hoy, que publicaron una nota titulada “Buscan una botella de plástico, pero no cualquiera”. En ella Adriana Pugliese aprovechaba el asunto del sensor para hablar con los investigadores sobre la oceanografía física y los temas que investigan en el Departamento de Ciencias de la Atmósfera de la Facultad de Ciencias.

La nota rochense refrescó en mi memoria la conferencia dada en junio por Marcelo Barreiro en el teatro Solís en la que dijo que “no hay forma de estudiar el clima sin entender los océanos y su rol” y que “Uruguay es uno de los pocos países que tienen gran incidencia oceánica en su clima, por lo que hay un gran potencial de predictibilidad de la variabilidad interanual de las lluvias que no estamos usando”. En su charla, Barreiro fue incluso más allá y afirmó que en nuestro país “hay poca gente trabajando en cómo la variabilidad oceánica incide en la variabilidad de las lluvias”, y se mostró sorprendido de que nadie aquí se dedique a predecir el fenómeno de El Niño, que afecta tanto la producción en un país que depende tanto de lo agropecuario. Cuando Trinchin, De Mello y Manta me reciben en la Facultad de Ciencias y me cuentan que su área dentro del Departamento de Ciencias de la Atmósfera se formó a instancias de Barreiro, que se doctoró en el extranjero en la disciplina, recién caigo en la cuenta de que ya había estado expuesto a la oceanografía física.

El océano desde otra mirada

Romina, Camila y Gastón no sólo comparten área de trabajo y fascinación por la oceanografía física, sino que además tienen un origen común: los tres son biólogos con una profundización en Oceanografía que luego hicieron una maestría en Geociencias. “De alguna manera el Departamento de Ciencias de la Atmósfera nos apadrinó para darnos la base más física que nos estaba faltando en nuestra formación, ya que no hay un lugar formal en la Facultad de Ciencias para canalizar una formación específica en oceanografía física”, relata Trinchin. El estudio de la dinámica del océano a través de variables tales como la temperatura, la salinidad o las corrientes, surge para esta investigadora “por la necesidad de entender mejor los procesos oceanográficos que influyen en cuestiones tanto climáticas como biológicas”.

Cuando les confieso que la charla de Barreiro fue reveladora, en el sentido de que luego de su ponencia la relación entre océanos y clima era tan evidente que uno se sorprendía de no haberla notado antes y de que no fuera algo tenido muy en cuenta por las autoridades o los productores rurales, Gastón Manta sonríe, conciliador: “Yo entré a la facultad decidido a que quería hacer oceanografía. Lo más parecido que había era la profundización en Oceanografía en la Licenciatura de Ciencias Biológicas. Hasta no llegar a los últimos años y no tener los módulos de oceanografía física, yo no hacía esa asociación entre el océano y la atmósfera y todo el sistema climático en general”.

Camila de Mello y la retención de partículas

De Mello está haciendo un doctorado en Geociencias para el que está “ajustando un modelo numérico de circulación oceanográfica”. Su idea es evaluar cómo es la circulación oceánica en nuestras aguas. “Busco zonas de retención de partículas”, dice, y enseguida explica la importancia de ello: “En esas zonas se retiene también el fitoplancton, por lo que uno espera que sean también zonas de mayor productividad. Esas zonas varían tanto espacial como temporalmente, por lo que está bueno poder identificarlas y también predecir hacia dónde se van moviendo para saber, a partir de eso, dónde hay más producción primaria, lo que incide en dónde se acercan los peces a comer y entonces también ver dónde los pesqueros tendrían más posibilidades de pescar”.

Además del conocimiento obtenido y de su posible aplicación para la pesca, Camila explica que estos modelos “también sirven para, en caso de un derrame de petróleo, predecir para dónde va a ir la mancha y planificar mejor las medidas de limpieza”.

Trinchin va un poco más allá, y sugiere que el desconocimiento sobre la relación del clima y el océano puede que tenga una raíz histórica: “En otros países las dos disciplinas tienden a estar estrechamente relacionadas, tanto en los planes de estudio como en los institutos en los que se desarrollan. En Uruguay, en cambio, han tomado caminos independientes. Por un lado la formación sobre el océano se abordó con un enfoque biológico, principalmente en investigaciones sobre áreas costeras, no sólo debido a la gran extensión de la costa de nuestro país, sino también porque la investigación en océano abierto requiere contar con buques de investigación con tecnología e instrumental de muy alto costo. Por otro lado, la parte atmosférica era una carencia en el país hasta que en 2007 abrió la Licenciatura en Ciencias de la Atmósfera. La licenciatura se fortaleció en ciertas áreas, y al hacerlo abrieron camino a enfoques como el nuestro. Si bien es importante para las ciencias de la atmósfera el estudio del océano desde el enfoque atmosférico, los investigadores y estudiantes ya tienen sus variables interesantes que mirar con sus problemáticas particulares”. La llegada de Barreiro con su doctorado, las ganas de formar nuevos investigadores y la apertura del Departamento de Ciencias de la Atmósfera hacen que hoy la oceanografía física tenga su lugar en la Facultad de Ciencias. “En Argentina nuestro ‘igual’ se llama Departamento de Ciencias de la Atmósfera y los Océanos y en Estados Unidos, por ejemplo, existe la NOAA, la Administración Nacional de Océanos y Atmósfera, que es una agencia científica estatal”, agrega Manta, que señala que “el acoplamiento entre el océano y la atmósfera es lo más natural fuera del país pero, por una razón histórica, en Uruguay no lo tenemos asimilado”.

Para mirarte mejor

En ese acoplamiento entre océanos y atmósfera, pero también en el desarrollo de la oceanografía física, tiene gran incidencia el avance de la tecnología: hoy estudiar los océanos, con todos los satélites que orbitan el planeta y la disponibilidad de datos de libre acceso, es más accesible sencillo acceder a zonas remotas de todos los océanos al mismo tiempo. “Hoy tenemos más maneras de estudiar los océanos” confirma Camila de Mello, que agrega que el avance tecnológico “abre la cancha y permite hacer oceanografía en Uruguay desde otro punto de vista, sin depender de tener un barco. Si bien tener un barco para poder salir a medir es importante, hay otra parte de la oceanografía que se puede hacer con un montón de bases de datos globales que son de libre acceso y que tienen un potencial muy grande”. Pero como sucede a menudo, la tecnología también supone una trampa: sin herramientas computacionales y personas con el conocimiento necesario para exprimir la densa maraña de información de poco y nada sirven los satélites y las bases de datos de libre acceso. De allí la importancia de que la oceanografía física comience a tomar fuerza en nuestro país.

De Mello agrega que “en esas bases de datos hay de todo, desde datos satelitales hasta datos que son de modelos, pasando por programas internacionales que generan bases de datos observados de boyas que recorren todo el océano haciendo mediciones continuas”. Lejos de abrumarse ante tantos bits para procesar, sus ojos brillan de entusiasmo: “Todo eso te permite acceder a información que es muy útil a la hora de relacionar con cuestiones climáticas, por ejemplo para tratar de mejorar la predictibilidad en escalas mayores a una semana”.

Gastón Manta y la virazón

Manta utilizó la información de los sensores para estudiar la virazón, ese viento que sopla del mar hacia la tierra y que suele ser molesto para los veraneantes. “La virazón depende de la diferencia de temperatura entre el aire y el mar, y para estudiarla necesitaba mediciones de temperatura superficial bien costeras, para ver si había una relación entre esa temperatura, la del aire y la velocidad del viento”, recuerda sobre su tesis de maestría.

“Es clásico que la gente te diga que la costa de Rocha es más ventosa”, dice el científico, y admite que sus estudios avalan el sentir popular: “Vi que la orientación de la costa rochense hace que los vientos, que en el verano suelen venir del noreste, ya de por sí sean casi paralelos a la costa. Y la virazón, que siempre es perpendicular a la costa, hace que enseguida, a las 10.00 o las 11.00, ya sientas el viento en Rocha. En el estuario la virazón demora un poco más en arrancar, y el viento es un poco más cálido; en verano el viento que viene de océano está un poco más frío que el del estuario”. Ahora que le salió una beca de doctorado se irá a estudiar en Francia los “eddies”. “Son remolinos oceánicos de mesoescala que se están estudiando mucho, porque, por un lado, aumentó el poder observacional del océano, y por otro hay modelos fuertes que hoy en día resuelven estos remolinos y muestran que esos remolinos tienen una relevancia muy importante tanto en el clima como en otros fenómenos asociados con variables biológicas”.

En este contexto de información generada en otras partes, la variable local, lejos de perder peso, se torna más importante. Trinchin explica que si bien la información de sensores remotos resulta una herramienta de gran utilidad y potencial, “también es importante contar con mediciones directas, ya que estas permiten tanto validar los sensores remotos, así como obtener información básica en una escala espacio-temporal más pequeña, dado que los datos satelitales tienen una resolución espacial determinada que a veces abarca áreas mayores a la de los sitios de nuestro interés. Por otro lado, los sensores remotos nos dan información de las variables en superficie, y la toma de medidas in situ nos permite tener una noción no sólo de lo que sucede en superficie, sino también de lo que está pasando en el fondo, ya que el océano no siempre se comporta de igual manera en toda la columna de agua”. Y ahí es donde cobran protagonismo los sensores como los que la tormenta echó a perder: “Nosotros empezamos a trabajar para poder tener algo similar a una boya oceanográfica, porque las de verdad son muy costosas de adquirir y mantener”, explica Trinchin, sabiendo que tener resultados para mostrar es probablemente la mejor forma de obtener financiación en nuevas áreas de investigación.

Los sensores que consiguieron son relativamente económicos. Y con ingenio y colaboración de la prefectura de La Paloma y el cuerpo de buzos, lograron colocarlos, en diciembre de 2016, en boyas de balizamiento que alertan sobre zonas de bajas profundidades. Manta agrega que la colocación de los sensores “también surge de la necesidad de poder contar con series temporales largas de datos, que si bien existen fuera del agua, dentro del agua son muy difíciles de encontrar en Uruguay”. Desde 2016, entonces, vienen midiendo temperatura y salinidad del océano en La Paloma y José Ignacio. Y por eso lamentan tanto la pérdida del sensor: poco importa el costo del sensor en sí, sino los cinco meses de mediciones que se fueron con él.

Datos espinosos

La oceanografía física llegó a Uruguay para quedarse y cabe pensar que no hará sino crecer, tanto en investigadores como en conocimiento producido. Sin embargo, uno no puede dejar de pensar en el decreto que reglamenta la Ley de Pesca y que obliga a los investigadores a no publicar ningún estudio ni dato que comprometa los recursos pesqueros sin autorización previa de la Dirección Nacional de Recursos Acuáticos (Dinara).

“Entendemos que la ley no nos abarca a nosotros, porque no sacamos ni un fitoplancton del agua, sólo medimos la temperatura y la salinidad. Si alguien va con un termómetro a la playa no creo que tenga que pedirle permiso a la Dinara para hacerlo ni tampoco para publicarlo”, dice Manta. De Mello apoya lo que dice su colega, pero además demuestra la incomodidad de los investigadores con esta disposición legal: la investigadora ya ha tenido problemas con esta dirección para hacer su investigación. “Inicialmente iba a hacer mi doctorado con datos pesqueros para relacionarlos con las zonas de gran riqueza primaria. Pedí la información y no me la dieron. Hice una denuncia ante la Unidad de Acceso a la Información Pública, allí me dieron el visto bueno, la Dinara fue contra la unidad de acceso y aunque se reconoció que el recurso que interpusieron no tenía ningún sentido, nunca obtuve la información”, recuerda. Este caso no está relacionado directamente con la reglamentación de la ley, ya que sucedió antes del controvertido texto, pero habla de la descoordinación institucional a la hora de enfrentar el conocimiento sobre el mar y sobre la política de acceso a los datos.

“El mundo va en una dirección, hacia el data free, y la reglamentación de la ley de pesca va en otra”, afirma Manta, que cuenta que en este momento hay decenas de boyas Argos recabando información en las aguas de todo el planeta, generando datos libres y sin pedir permisos, incluso en nuestra zona económica exclusiva. Trinchin también lamenta la estrechez de miras, pero lo hace desde la interconexión compleja de todos los océanos: “Como dijo Marcelo en la charla en el Solís, hacer oceanografía pensando en el clima no es limitarse a nuestras 350 millas, sino también entender y monitorear lo que pasa en otros océanos. Lo que pasa en el Pacífico ecuatorial, donde se genera el fenómeno de El Niño, nos permite mejorar la predictibilidad de las lluvias en Uruguay. Pensar en oceanografía física no es sólo entender lo que tenemos nosotros o lo que nos pertenece por nuestra zona económica exclusiva, sino abrir la escala y trascender los límites políticos”. Uno no puede menos que compartir sus palabras y esperar que, por medio de una pequeña alteración, los políticos puedan trascender sus límites.

Romina Trinchin y la surgencia

Trinchin estudia la surgencia costera, fenómeno que implica el transporte de las aguas superficiales hacia mar adentro y el movimiento de agua de capas más profundas hacia la superficie producto de la acción del viento. “Esas aguas que afloran son frías y tienden a ser ricas en nutrientes y en general favorecen la producción primaria local, generando escenarios favorables para las pesquerías”, relata, al tiempo que explica que es importante considerar la existencia de este proceso en el contexto de emprendimientos proyectados en la zona costera, como por ejemplo fue el puerto de aguas profundas, que generan productos de desecho de dragado, o el caso del saneamiento en zonas que no lo tienen y que vuelcan sus residuos directamente hacia el mar. Para aclarar, agrega: “Todo eso que se vierte en el mar sedimenta en el fondo, y ante un evento de surgencia puede pasar que se resuspenda y vuelva a ser llevado a la costa. Al no conocer la surgencia y no saber que eso pasa, todo lo que no querías puede volver hacia la costa”.

Trinchin también refiere a la experiencia del veraneante: “La surgencia es vivenciada por muchas personas, pese a que no lo saben. En nuestra costa puede que te haya pasado de estar en Rocha en verano con condiciones de viento noreste cálido y hay buen tiempo, incluso está ideal para hacer playa, pero te encontrás con que el agua contra la costa está turbia y bien fría, mientras que el agua verde divina se ve mucho más mar adentro”.

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