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Pleurodema bibroni, rana de Uruguay en la que se encontró el hongo quitridio. Foto: Raúl Maneyro

Sana, sana, honguito de rana

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Trabajo publicado en la revista Science, de coautoría de un investigador de la Facultad de Ciencias, muestra que el hongo quitridio es responsable de la baja de las poblaciones del doble de especies de anfibios de lo que se pensaba.

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Es una sensación extraña. Por un lado, uno se alegra porque uno de nuestros biólogos publicó un artículo en una de las revistas científicas más prestigiosas del planeta. Por otro, lo que dicen él y sus colegas provoca tristeza: la quitridiomicosis, causada por los hongos quitridios Batrachochytrium dendrobatidis y Batrachochytrium salamandrivorans, es la responsable en los últimos 50 años del declive poblacional de 501 especies de anfibios del mundo, la mayoría de ellos anuros –es decir, sin cola–, como las ranas y sapos, 90 de las cuales se presumen extintas.

En el artículo, publicado el 28 de marzo, 41 investigadores de 16 países analizan el avance del hongo quitridio a lo largo y ancho del planeta. El estudio, el más completo hasta ahora sobre un tema que ya era preocupante, es contundente: el hongo afecta más a los anuros de climas húmedos de Australia, América Central y América del Sur, y “representa la mayor pérdida de biodiversidad registrada atribuible a una enfermedad”. El primer autor del trabajo, Ben Scheele, afirmó: “Junto con 40 expertos en anfibios de todo el mundo logramos reunir información del declinio temporal de las especies usando registros publicados, encuestas y colecciones de museos. Encontramos que las caídas en las poblaciones tuvieron su pico en la década de 1980, unos 15 años antes de que la enfermedad se hubiera siquiera descubierto”.

Para muchos, esta catástrofe podría parecer natural. Pero no: el hongo quitridio es originario de Asia y su propagación global fue, como sostiene el trabajo, “facilitada por los humanos”. Cuando una especie sale de su ambiente natural, superando artificialmente los límites de su distribución, se la cataloga como una “especie exótica”. Cuando, además, su presencia en el nuevo ambiente supone una amenaza para formas de vida autóctonas, para la salud del ser humano, o afecta a una actividad económica, la especie pasa a ser una “especie exótica invasora”. Dada la capacidad del hongo quitridio de poner en peligro a los anfibios, podría tratarse de la especie exótica invasora más devastadora del Antropoceno.

De hecho, en el trabajo se señala que, dado que es la principal causa del declive poblacional de 501 especies, el hongo invasor superó a los cuatro mamíferos exóticos invasores que hasta ahora han causado más estragos a la biodiversidad: las ratas, los gatos, los cerdos y los perros (ver el gráfico). “La letalidad sin precedentes de una única enfermedad que afecta a toda una clase de vertebrados remarca la amenaza que implica la propagación de patógenos en un mundo globalizado”, sostienen los autores en el paper. De hecho, la imparable proliferación de organismos exóticos invasores a lo largo y ancho del mundo por culpa del ser humano ha originado que hoy se hable de una “nueva Pangea”. Como es sabido, hace millones de años todos los continentes estaban unidos en uno solo, llamado Pangea; hoy, con el comercio global, el tráfico y el trasiego de especies, se han barrido los límites geográficos para los organismos y todo apunta a que ello tiende a una homogeneización de la biodiversidad. Tanto es así, que muchos expertos consideran que la principal especie exótica invasora es el egoísta Homo sapiens.

La pata local

Raúl Maneyro, del Laboratorio de Sistemática e Historia Natural de Vertebrados de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, está visiblemente contento: es la primera vez que publica en la revista Science. “Hace unos tres años me ofrecieron formar parte del equipo de investigadores que iba a juntar los datos de todo el mundo acerca del declinio de las poblaciones de anfibios y su potencial asociación con el hongo patógeno quitridio, que es un hongo de distribución global”, recuerda. “Fue un esfuerzo muy grande e implicó una serie de aprendizajes para poder trabajar juntos. El resultado fue un artículo, para mi gusto muy concreto y conciso, pero que aporta información contundente”, cuenta.

“Con los criterios de la Unión Internacional para la Conservación de la Naturaleza [UICN], en los últimos 20 años la cifra de anfibios amenazados más o menos se ha mantenido: una de cada tres especies. En 2004 se hizo una evaluación a nivel mundial que arrojó que en el entorno de 32% de las especies estudiadas tenía algún grado de amenaza y que un porcentaje importantísimo del resto de las especies, cercano a la cuarta parte, eran especies data deficient, es decir, especies sobre las que no se tienen datos suficientes para categorizarlas”, explica Maneyro. Si se pudiera tener más información, muchas de esas especies seguramente caerían en alguna de las categorías de especies amenazadas, por lo que, para el experto en anfibios, “el total de especies amenazadas de anfibios estaría por encima de 50%”.

Si bien la pérdida de biodiversidad de anfibios ya era conocida, el trabajo hace un aporte sustancial: “Lo que cambia el artículo es el poder explicativo que tiene el hongo frente a esos declinios que ya se conocían. De las más de 2.000 especies de anfibios amenazadas, de 200 sabíamos con certeza que el hongo tenía algo que ver. Con este artículo estamos explicando esa causa para más del doble de esas especies; 501, para ser más exactos”, afirma. Aunque es uno de los 41 expertos consultados, Maneyro no esconde su sorpresa: “El hongo es mucho más impactante de lo que pensábamos. Si bien siempre lo vimos como una pandemia, no pensábamos que podía tener una incidencia tan grande en el declinio de las poblaciones”.

Maneyro señala que con este trabajo vieron que “probablemente el pico de infección se haya dado en los años 80, por lo que ya habría pasado”. Sin embargo, advierte: “Eso no quiere decir que la infección esté retrocediendo”. De hecho, el estudio arroja que sólo 12% de las poblaciones de especies afectadas por el quitridio ha mostrado una recuperación, pero en ninguno de los casos ese repunte implica que se llegue a los niveles previos a la aparición del hongo. “La erosión que provoca este hongo para la biodiversidad implica que, además de declinios poblacionales, haya extinciones, tanto locales como globales. Y las especies extintas, obviamente, son irrecuperables”, refuerza el investigador.

Maneyro destaca que vuelven a ser importantes las especies catalogadas como data deficient, ya que un descenso poblacional de una especie que sea endémica de una microrregión puede implicar una extinción a nivel global. “Esas especies, por lo general, son poco conocidas, tienen distribuciones geográficas muy restringidas, con no más de tres o cuatro ejemplares en colecciones, por lo que si son afectadas por declinios poblacionales, probablemente terminen desapareciendo”.

Alerta herpetológica

Teniendo en cuenta que América del Sur es uno de los continentes más afectados por este hongo invasor, es necesario estar atentos al peligro que representa. “Las especies descritas de anfibios en el mundo son unas 8.000. Más de 7.000 son anuros, unos 750 son salamandras y unos 250 son cecilias. Los anuros son los anfibios típicos del hemisferio sur, por un tema de geografía histórica, dado su origen godwánico. Como son el grupo más diverso de anfibios, son también el grupo más afectado”, dispara Maneyro.

“Entre los anuros hay grupos que parecen más susceptibles al quitridio; por ejemplo, animales que viven en latitudes bajas, es decir, en los trópicos, en lugares altos, o aquellos que tienen hábitos muy acuáticos, ya que el hongo vive muy poco fuera del agua. Por otro lado, el hongo no es muy afecto a los lugares de alta temperatura, y en general le va muy bien en temperaturas que oscilan entre 18° y 20 °C”, explica. El investigador no tiene buenas noticias para nuestras ranas y sapos nativos: “En Uruguay, en la época reproductiva, cuando los charcos están llenos de anfibios, se presentan las condiciones ideales para que el hongo se disperse. Más allá de que no se trata de un ecosistema tropical, tiene características biofísicas de los ambientes que hacen que las ranas y los hongos se junten en el momento más apropiado para el hongo”.

Raúl Maneyro y su colega Santiago Carreira elaboraron en 2015 una lista roja de especies de anfibios y reptiles, es decir, un listado de aquellos animales que, según los criterios de la UICN, están amenazadas en Uruguay. Afirman que, de las 49 especies de anfibios evaluadas, “12 se encuentran en alguna categoría de amenaza”, tres de ellas en peligro crítico y ocho en peligro. A su vez, para cuatro especies no se pudieron recabar datos suficientes, por lo que quedaron en ese limbo de la categoría data deficient. ¿Alguna tiene el peso del quitridio literalmente sobre sus espaldas?

“En la lista roja está, por ejemplo, Pleurodema bibroni, la ranita de Bibron, categorizada como casi amenazada. Es una de las especies en las que se encontró el hongo en Uruguay. No es una presencia del quitridio inferida o sospechada, sino diagnosticada y publicada. Por lo tanto, desde el punto de vista de la conservación, es una especie a tener en cuenta”, dice el experto. Es que más allá de que en su categoría formal aún no está amenazada, su naturaleza y lo que los investigadores saben de ella les hacen pensar que si la evalúan en algunos años “probablemente caiga en alguna categoría de especie amenazada”. Justamente, para esto sirven estas publicaciones. Maneyro lo expresa así: “Si no lo analizáramos con esta óptica, no nos daríamos cuenta del peligro que corren: pasarían de ser especies sin problemas a especies extintas”.

“Eso se aplica también a algunas especies que figuran como ‘casi amenazada’, una categoría que implica que la especie fue evaluada pero no cumple con los criterios de amenaza, pero nosotros sospechamos que, por su naturaleza y por los ambientes que ocupa, va a cumplirlos a la brevedad; o las que figuran como data deficient, especies que no podemos categorizar pero que tienen todos los boletos para estar en una categoría de amenaza”, agrega. “De cierta manera, este tipo de trabajo nos prende las luces amarillas y resalta la importancia de tener planes de monitoreo para ver qué pasa en los sitios donde las especies aún están presentes y para ver qué tipo de actividad humana hay o cuáles son los factores que afectan su conservación”.

La culpa es nuestra

La presencia del hongo Batrachochytrium dendrobatidis en Uruguay se conoce desde hace años. “Rolando Mazzoni y sus colaboradores de la Facultad de Veterinaria fueron los primeros en documentar, en 2003, la presencia de este hongo, pero no en anfibios autóctonos sino en la rana toro [Lithobates catesbeianus]. O sea, la rana toro es un animal que viene asociado con el patógeno”, dice Maneyro.

La rana toro no sólo es una especie exótica altamente invasora en Uruguay, que desplaza e incluso depreda a anfibios autóctonos, sino que podría apuntarse hacia ella como la candidata más probable a haber introducido al quitridio. “No podemos asegurarlo con 100% de certeza, pero existen grandes chances de que sea así”, dice el biólogo, y especula: “Uruguay no es un país que importe mascotas de forma significativa, o al menos no tenemos cifras oficiales al respecto. Sin embargo, la rana toro la trajimos en la década del 80, y se sabe que es una especie complicada porque puede tener infecciones del hongo asintomáticas en los adultos. En aquella época no se hacían análisis de PCR [de proteínca C reactiva], así que, aunque hayan quedado en cuarentena, tampoco había garantía de que no infectaran”. Cabe recordar que la rana toro no llegó dando saltitos, sino que fue introducida para producir ancas de rana.

Pero más allá de esa sospecha razonable, Maneyro tiene razones para ser cauto: “Lo que me impide decir que la culpa del quitridio en Uruguay la tiene la rana toro al 100% es que en la década de 1970 hay en nuestro país unos declinios poblacionales bastante enigmáticos de especies que ahora sabemos que tienen el hongo, como por ejemplo la ranita de cuatro ojos”. Explica que era una rana muy común en los 70 y que a mediados de los 80 desapareció, al punto de que pensaron que estaba extinta “hasta que por 2006 la encontramos en Valizas”. “Hoy hay varias poblaciones conocidas, pero no con la frecuencia de ocurrencia que tenía hace unos años”, agrega. Por todo esto Maneyro reflexiona: “Capaz que en los 70 había un fenómeno de declive asociado a cuestiones más puntuales, pero seguro el hongo en Uruguay le dio el tiro de gracia a más de una especie”.

“En el 70 y pico dejamos de ver ejemplares de Physalaemus fernandezae, la ranita de Fernández, y de Pleurodema bibroni. A principios de los 80 dejamos de ver al escuerzo [Ceratophrys ornata]. Justo en los 80 entra la rana toro. El quitridio afecta a la rana toro y también a las especies que desaparecieron”, repasa Maneyro en voz alta. “Puedo mirar para otro lado y decir que no tengo evidencia suficiente, pero subjetivamente te queda la idea”, afirma, y cuenta que está desarrollando un proyecto de ciencia ciudadana para buscar al escuerzo –que no se avista en Uruguay desde entonces– y concluir lo que para él ya es casi evidente: que está extinto en nuestro territorio.

Uno puede sentarse, lleno de pena, a lamentar las especies que ya no están en el planeta. Pero la pérdida de biodiversidad no espera ni da tiempo para bajar los brazos. “Nuestra expectativa es seguir trabajando juntos. Tenemos una matriz enorme de datos para seguir indagando, y queremos seguir incorporando datos de lugares donde no hemos podido conseguir información”, dice Maneyro. “También es importante seguir divulgando estos resultados, porque sensibilizan y permiten bajar a tierra de qué hablamos al decir que existe una pérdida de biodiversidad”, subraya. “Estamos ante una crisis de la biodiversidad, esto es una emergencia”, sentencia, y uno no puede más que coincidir en que, ante una emergencia tal, no hay nada mejor para empezar a actuar que un buen diagnóstico como el que este científico acaba de publicar junto con sus colegas en Science.

Artículo: “Amphibian fungal panzootic causes catastrophic and ongoing loss of biodiversity”.

Publicación: Science (marzo, 2019).

Autores: Ben Scheele et al.

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