El informe Evaluación de la ingestión humana de plásticos presentes en la naturaleza, publicado en español la semana pasada por el Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF), comienza con un golpe en la mandíbula: “Un nuevo estudio de la Universidad de Newcastle, Australia, indica que en promedio una persona ingiere semanalmente unos cinco gramos de plástico presentes en el agua, en el aire y en los alimentos”. Como tal vez no todos nos hagamos una idea de qué implican esos cinco gramos que van a parar a nuestro estómago cada semana, los redactores del informe lo grafican para que no quepan dudas: “Esa cantidad equivale a los microplásticos que contiene una tarjeta de crédito”. El ejemplo, además de claro, apunta –uno calcula que intencionadamente– al mundo del consumista en el que vivimos: si no cambiamos nuestros hábitos de consumo y productivos pronto, no sólo viviremos rodeados de nuestros desperdicios, sino que, además, comenzarán a acumularse también, cada vez más, dentro de nosotros.
Plásticos por todas partes
La información aportada en el contexto del informe es tan alarmante como tristemente obvia: “Desde 2000, el mundo ha manufacturado tanto plástico como el que se produjo en la suma de todos los años anteriores” señala el trabajo, que advierte que de todo ese plástico generado “una tercera parte se vierte en la naturaleza”. El informe también pone una cifra a lo que cualquiera puede constatar al caminar cerca de un contenedor desbordado o al mirar la reseca en la playa: la mayoría de los plásticos se utilizan en materiales desechables, por lo que “más de 75% de todo ese material producido hoy se convierte en desechos”.
¿Qué hacemos ante esta realidad? Poco, y no de la mejor manera. En palabras del informe, “buena parte de estos residuos plásticos se maneja mal”, “resultado directo de una infraestructura subdesarrollada para el tratamiento de residuos” que tiene como consecuencia que haya plásticos “no recolectados, vertidos a cielo abierto, acumulados en basureros o en rellenos sanitarios no controlados”. De todos esos plásticos mal gestionados se informa que 87% se vierte en la naturaleza, y para dar una magnitud del problema sostienen que, de seguir como hasta ahora, para 2025 “los océanos tendrán una tonelada métrica de plástico por cada tres toneladas métricas de peces”.
Parte de ese plástico que va a parar a la naturaleza es visible; es el caso de las tapitas de los envases –a esta altura, residentes permanentes de gran parte de nuestras playas– o las bolsas, pero hay otros que pasan inadvertidos y que se conocen como “microplásticos”. Miden menos de cinco milímetros y son plásticos que se liberan tanto “directamente en el ambiente, como pequeñas partículas”, como por ejemplo microesferas en los geles de ducha, abrasión de las llantas o los que se desprenden de nuestra ropa cuando la lavamos, como por la “degradación de plásticos más grandes”, como sucede con las bolsas plásticas degradadas y otros materiales. El asunto, señala el informe, es que “los microplásticos están contaminando el aire que respiramos, los alimentos que ingerimos y el agua que tomamos”. No hace falta pensar en tortugas varadas con sus intestinos obstruidos por plásticos ni en animales que mueren atrapados en los desechos: también estamos complicando nuestra propia existencia (en caso de que amenazar a la de los otros seres vivos no se entendiera ya como una forma de complicarla).
Un problema bebible
Tras presentar todos estos datos de contexto sobre el plástico y el medioambiente, el informe da a conocer los detalles de la investigación realizada por Kala Senathirajah y Thava Palanisami, ambos de la Universidad de Newcastle, Australia, que estimaron “la cantidad promedio de plásticos que ingiere un ser humano a partir de una revisión comprehensiva de estudios existentes”. Para analizar y tratar de cuantificar la ingesta de plásticos, ya sea mediante la respiración o la alimentación, los investigadores basaron sus cálculos en “52 estudios, de los cuales 33 analizaban el consumo de plásticos a través de los alimentos y bebidas”. El propio informe aclara que “el estudio representa una síntesis de los mejores datos disponibles”, pero que tiene limitaciones porque “se apoya en una serie restringida de evidencia”, por lo que reconocen que “el nivel de incertidumbre aumenta con cada suposición y cada extrapolación, y que se requiere mayor investigación y colección de datos para comprobar estos resultados”.
Así y todo, queda claro en el trabajo que “la proporción de microplásticos inhalados que entra en el organismo humano es insignificante, pero puede variar bastante dependiendo del ambiente”. Para afirmar esto los autores se basaron en “16 artículos que enfocan el tema de la calidad del aire dentro y fuera de casa”, que permiten ver que en dentro de nuestros hogares tenemos más probabilidades de inhalar microplásticos, en parte por la “elevada presencia de textiles sintéticos y polvo doméstico”. También señalan que queda clara la ubicuidad de los microplásticos en el aire y remarcan que “un estudio reciente encontró microplásticos en la cima de los Pirineos debido a la facilidad con que se transportan en el aire”.
El mayor problema para los humanos es consecuencia de la ingesta de bebidas y alimentos. “La mayor fuente de ingestión de plásticos es el agua potable”, señalan, aclarando que por agua portable se entiende tanto a la que sale de grifo como a la embotellada, y comunican que “se ha encontrado plástico en el agua (subterránea, superficial, del grifo y embotellada) de todo el mundo”. Los autores recuerdan que en un trabajo reciente se encontraron microplásticos en el agua embotellada de distintas marcas y partes del planeta. ¿Qué pasará con el agua embotellada en nuestro país, donde, según datos de 2017, se consumieron unos 336,6 millones de litros de agua envasada, lo que nos ubica en el tercer puesto en consumo de agua en botella per cápita de América Latina? El agua de la canilla tomada en cuenta por los estudios mostró microplásticos que variaban de acuerdo con la zona (presencia en 94,4% de las muestras de agua de América del Norte contra 72,2% de la de Europa), pero no hubo países en los que no estuvieran presentes.
Basados en esto y en el consumo de algunos alimentos comunes, los autores llegaron a la cantidad de cinco gramos semanales de consumo plástico en alimentos como la sal, los moluscos –dado que, a diferencia de los peces, se comen enteros con sus aparatos digestivos– y el agua potable. “Los resultados confirman la preocupación sobre los volúmenes de ese material que entra a nuestro organismo diariamente sin que nos demos cuenta”, concluyen, en un llamado a la acción: “Se requieren soluciones sistémicas con intervenciones estratégicas y tácticas para frenar la contaminación por plásticos desde el origen, y acciones audaces por parte de un amplio rango de actores en toda la cadena de los plásticos para implementar estas intervenciones”. Crucemos los dedos.
Informe: Evaluación de la ingestión humana de plásticos presentes en la naturaleza.
Editor: WWF (Fondo Mundial para la Naturaleza).
Autores: Wijnand de Wit y Nathan Bigaud.