La paleoantropóloga surcoreana Sang-Hee Lee dijo una vez que el análisis de nuestros genes es una forma de viajar en el tiempo, un lente que permite ver el pasado. Para los que saben descifrar e interpretar ese código es también una forma de recorrer el paisaje. El estudio del genoma de las distintas poblaciones de una especie es un viaje por el territorio, que permite entender cómo las características del entorno influyen y afectan a quienes lo habitan.
El Departamento de Biodiversidad y Genética del Instituto de Investigaciones Biológicas Clemente Estable (IIBCE) tiene muy clara la importancia de estas aventuras espacio-temporales narradas en el libro del ADN. Liderado por la bióloga Susana González, pionera en el estudio de la genética de la conservación en el país mediante sus trabajos con el venado de campo, el IIBCE aplica esta herramienta para responder preguntas de ecología: cuál es la dinámica de las especies, su interacción, su dieta, cómo colaboran en mantener la salud de los ecosistemas y a su vez cómo la alteración de estos ecosistemas puede influir en la salud de sus poblaciones.
Descubrir la variabilidad genética de nuestra fauna no es algo menor. Las especies con menor riqueza genética tienen menos potencial adaptativo y quedan más expuestas a enfermedades y, por lo tanto, a extinciones locales. Tener esta información se vuelve esencial a la hora de pensar en medidas que las protejan y preserven su variabilidad.
Para entender y conservar nuestra biodiversidad, sin embargo, no sólo hay que centrarse en las especies en peligro, como el venado de campo (Ozotoceros bezoarticus). La buena salud de los ecosistemas depende de un entramado complejo de relaciones, en el que quienes están al tope juegan un rol fundamental. Por ejemplo, el protagonista de este artículo, a quien le tocó la inesperada tarea de ocupar esa vacante.
El cascabel al gato
En Uruguay, el gato montés (Leopardus geoffroyi) es como un empleado que se ve ascendido súbitamente a causa del despido de sus superiores. El puesto de depredador tope no es suyo, pero ante la desaparición o ausencia casi total de los felinos de mayor porte (sea el jaguar o el puma) se convirtió en el mamífero hipercarnívoro en lo más alto de la cadena alimenticia. Sus primos –el margay y el gato de pajonal– lo acompañan en esta tarea, pero el gato montés es el que tiene mayor distribución, abundancia y adaptabilidad de los tres en nuestras tierras.
Los hipercarnívoros basan su dieta mayormente en otros vertebrados y por tanto limitan la abundancia de estas especies, actuando como reguladores de toda la red trófica. Estos felinos son además especies paraguas en Uruguay, término con el que se denomina a aquellas que necesitan un área de distribución muy grande para poder subsistir y que, por tanto, si se les proporciona y protege el espacio que necesitan, se abarca a un montón de otras especies con menos requerimientos y que se ven beneficiadas por esta protección.
El grupo del Departamento de Biodiversidad y Genética del IIBCE estaba particularmente interesado en conocer más sobre las andanzas del gato montés en nuestras tierras, teniendo en cuenta que los félidos se ven especialmente amenazados por la fragmentación del hábitat ocasionada por los usos productivos de la tierra. Su trabajo Genética del paisaje: impacto de las características del ambiente en la estructura genética de tres especies de mamíferos autóctonos, que se desarrolló entre 2012 y 2014 bajo la responsabilidad de la bióloga Mariana Cosse y la financiación de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII), dio a luz otro proyecto: la maestría de la bióloga Nadia Bou en el marco del Programa de Desarrollo de las Ciencias Básicas (Pedeciba), que tuvo también apoyo de la ANII.
Bou y sus compañeros de departamento se propusieron estudiar la estructura poblacional y el flujo génico del gato montés en la ecorregión de la sabana uruguaya, lo que nos lleva nuevamente a las consideraciones iniciales: para saber cómo conservar es fundamental conocer la manera en que las especies se estructuran y conectan en el paisaje, en particular teniendo en cuenta la intensificación de los cambios en el uso del suelo que se está produciendo en Uruguay. O, en términos de genética de paisaje, descubrir si las barreras geográficas o antrópicas (provocadas por el ser humano) generan resistencia al movimiento de las poblaciones y las afectan. Ante la dificultad y escasez del trabajo de campo en Uruguay, la genética puede ser fundamental para revelar si una especie tiene una población muy fragmentada y, por lo tanto, si urge actuar para conservarla.
“Queríamos ver cómo incidían las modificaciones del paisaje en la distribución de este gato, porque uno asume que está en todo el país, ya que hay registros en todos los departamentos. Pero eso no quiere decir que esté conectado en todo el territorio”, aclara Bou a la diaria.
Para lograrlo se centraron en el uso de marcadores genéticos moleculares; es decir, segmentos de ADN cuya herencia genética se puede rastrear y que echan luz sobre detalles fascinantes del recorrido de las poblaciones analizadas. Como veremos, la presencia de estas “señales” genéticas permite inferir datos sobre el entorno y la historia de las especies.
Como es imposible contar con la colaboración de todos los gatos monteses de la región para que se hagan voluntariamente un test PCR, Bou y sus compañeros tuvieron que iniciar una tarea exhaustiva. Echaron mano a las muestras ya depositadas en el Departamento de Biodiversidad y Genética del IIBCE y en el Museo Nacional de Historia Natural (lo que demuestra la importancia de las colecciones biológicas) y lo complementaron con sus propias salidas de campo. También recolectaron muestras de ADN de gatos monteses atropellados por autos, de sangre de ejemplares en cautiverio con origen conocido, de materia fecal, de pelos, de pieles guardadas en museos. Además, para investigar la dinámica de la especie en la región no podían limitarse sólo a Uruguay. Era necesario conseguir también muestras de la pampa húmeda argentina y del sur de Brasil (lo que se logró con colaboraciones de investigadores de ambos países).
Una vez obtenidas y analizadas las muestras de toda la región, el panorama del gato montés se puso interesante. En base a estudios anteriores, con menos muestras en un rango geográfico mayor, se creía que había una sola población de la especie en la región, uniformemente conectada y sin diferencias. Los resultados de este nuevo trabajo fueron sorprendentes y demostraron que nuestro gato montés tiene su propia garra charrúa.
Gen de mi país
El trabajo concluye que hay dos núcleos distintivos de la especie en la región, uno en la sabana uruguaya (que abarca nuestro país y el sur de Brasil) y otro en la pampa húmeda argentina, una diferenciación que tiene su origen en barreras naturales (como el río Uruguay) y no en las modificaciones al ambiente realizadas por el ser humano.
“A nivel regional se ven ciertas diferencias, no tanto con Brasil sino con Argentina, lo que muestra que tenemos una unidad genética propia que es importante conservar, porque está asociada a la ecorregión de la sabana uruguaya, con ciertas particularidades. Es bueno saber que existen estas variantes a la hora del manejo de poblaciones”, explica Bou.
“Es elemental en políticas de conservación tener caracterizadas las variantes genéticas y promover que se mantenga la diversidad” agrega su compañera de trabajo, la bióloga Mariana Cosse. “Lo que vemos es que no es lo mismo el gato montés de la pampa argentina que el de la sabana uruguaya, y esa es información que debe ser usada por los tomadores de decisiones”, amplía.
Para expresarlo más gráficamente: ahora sabemos que no todos los gatos de la región son iguales, y por lo tanto estamos obligados a cuidar con más atención a los que tenemos en nuestro territorio. Son garantía de una mayor variabilidad genética que puede ser decisiva para determinar la suerte de la especie en el futuro. A menor riqueza genética, menor es la posibilidad de la especie a sobrevivir a enfermedades o problemas ambientales.
El trabajo también demostró que el gato montés se encuentra en buen estado en Uruguay y logró sortear por ahora la fragmentación de su hábitat producida por los humanos, aunque la noticia lleve a un optimismo que sólo puede ser moderado. “Está bastante conectado, las poblaciones son saludables y hay un buen nivel de variabilidad genética. Desde ese punto de vista no está amenazado”, dice Bou, para poner luego un gran pero. “Estos resultados muestran una foto de hace algunos años, porque los procesos de generación de barreras se ven luego de un tiempo a nivel genético. Estimamos que lo que vemos ahora corresponde a resultados anteriores al 2000, que justo coincide con el momento en que empieza con mayor intensidad la modificación del uso de la tierra, con la soja y la forestación”, indica.
Examinar los genes de nuestros gatos monteses es como ver la luz de una estrella a 20 años luz de distancia. Estamos mirando el pasado, y sólo haciendo un trabajo similar dentro de un par de décadas podremos saber cuánto los está afectando la actividad humana actual, que se intensificó particularmente a partir de 2002. “Sólo entonces veremos el efecto del cambio del uso del suelo, por ejemplo, que afecta la movilidad de las especies. Estas marcas demográficas que vemos en ciertos segmentos del genoma son una foto de lo que pasó, pero es bueno tenerla como línea de base”, explica Cosse.
Y, como dice Bou, “no es necesario llegar al punto de que el animal esté amenazado para preocuparnos por conservarlo”. Los investigadores recomiendan complementar este trabajo con estudios ecológicos a escala más fina que permitan detectar otros procesos o amenazas que podrían estar sufriendo. Que su situación puede cambiar rápidamente y volverlos vulnerables está comprobado en la propia historia reciente de la especie en el país.
Sobrevivientes de la Segunda Guerra Mundial
Si nos subimos a la máquina del tiempo de las señales genéticas, podemos descubrir algunos datos interesantes de nuestra propia historia, no sólo de la del Leopardus geoffroyi. Por ejemplo, conocer que nuestra población de gatos monteses sufrió un evento de “cuello de botella” severo en el pasado y que luego comenzó a recuperarse, algo de lo que somos probables causantes. Es decir, que la población se redujo drásticamente y luego mejoró su situación hasta llegar al momento de la “foto” de este estudio, en el año 2000.
Las marcas genéticas muestran que este suceso no fue reciente sino anterior a las 12 últimas generaciones de la especie. De acuerdo a la hipótesis del trabajo, esta reducción pudo deberse a dos sucesos de los que somos protagonistas: primero, a la pérdida del monte nativo en épocas de la Segunda Guerra Mundial, cuando la crisis de abastecimiento de combustible por el conflicto llevó a una tala masiva para satisfacer la demanda energética. Luego, a la presión de caza que sufrió el gato montés en años posteriores, codiciado por su piel hasta entrados los años 80. Todavía hoy puede verse de tanto en tanto en Montevideo a alguna señora coqueta luciendo un tapado de piel de gato montés, para el que se sacrificaban más de 20 ejemplares (como ilustra una foto en un artículo de la propia Bou de 2017, escrito junto con Enrique González, Ramiro Pereira y Alexandra Cravino).
“Esto demuestra que las poblaciones que tenemos son vulnerables, se ven afectadas por nuestras acciones. Se recuperó, sí, pero eso no quiere decir que se pueda hacer cualquier cosa con las poblaciones”, apunta Mariana Cosse.
Un argentino, un amigo
El panorama que nos pinta la genética, entonces, es el de una población de gatos que la pasó mal hace unas cuantas décadas y está recuperándose, que se diferencia de los del otro lado del charco y que ahora se enfrenta al desafío de un hábitat cada vez más fragmentado por el avance de la soja y la forestación. Eso no significa que los felinos estén aislados.
A Uruguay llegan migrantes del lado argentino, pero lo curioso es que este flujo parece darse mayoritariamente en una dirección. Últimamente vienen más gatos desde Argentina a Uruguay que los que marchan de Uruguay a Argentina, aunque a diferencia de sus coterráneos humanos no precisan incentivos fiscales para hacerlo. No es claro si esto tiene que ver con procesos demográficos históricos, con movimientos no comprendidos aún por los investigadores o por diferencias en el muestreo, pero los análisis revelan que hay mezcla genética de los vecinos en la sabana uruguaya e incluso migrantes de primera generación. O sea, gatos de la pampa húmeda argentina que superaron recientemente la barrera natural del río Uruguay y vinieron de visita.
Bou y Cosse creen que estos gatos aventureros deben ingresar probablemente por el norte, donde el río Uruguay es más angosto y tiene islas que facilitan el paso, especialmente en tiempos de sequía. Es posible que al existir un mayor número de ejemplares del lado argentino haya más cantidad de ellos en busca de territorios nuevos, pero como aclara Bou, son hipótesis aún sin testear.
Sea como sea, estos felinos vecinos aportan su flujo para nuestro núcleo de gatos monteses, que porta una identidad genética propia de este ecosistema que es necesario preservar.
Viva la diferencia
En la lista roja de mamíferos uruguayos, actualmente en desarrollo, el gato montés figurará probablemente como “no amenazado”. Es un animal bastante resiliente, que puede ajustar su comportamiento y alimentación a los cambios de ambiente, lo que lo hace adaptable y tolerante a las modificaciones humanas. El trabajo de los investigadores aporta evidencia en ese sentido pero no da una carta blanca. Recomienda, además de la realización de nuevos trabajos para evaluar la situación actual, que se preserven los lugares de conexión con Brasil, como la Cuchilla Grande y la Cuchilla de Haedo.
Estos son corredores biológicos reconocidos y áreas relevantes por ser buenos ambientes para los felinos. Son por lo tanto muy importantes para mantener la conectividad, no sólo la del L. geoffroyi sino la de la biodiversidad uruguaya. Por eso, insiste Bou, es importante no hacer grandes intervenciones antrópicas allí.
“Que el gato montés sea de los que tienen menos riesgo no quiere decir que no se vea afectado y que las presiones que sufre no puedan convertirse luego en un problema poblacional”, apuntan las biólogas. No hay que olvidar que, le guste o no, a este gato le tocó el rol de ser uno de los carnívoros más importantes del país, sobre el que recae el peso de controlar las poblaciones de otras especies menores. “Es importante mantenerlo para la diversidad de Uruguay”, recuerda Bou. Más cuando las áreas protegidas no son suficientes para garantizarle un futuro.
La tesis de grado de la propia Bou, publicada dos años atrás, reveló que ningún área del Sistema Nacional de Áreas Protegidas (SNAP) tiene hoy un tamaño adecuado como para sustentar poblaciones viables de nuestros felinos y que por lo tanto se necesita trabajar por fuera de ellas. “Hay que trabajar en predios privados, con sensibilización, ver cómo resolver los conflictos producidos por la aparición de estas especies. Las áreas son un aporte pero sólo con ellas no vamos a llegar nunca a cuidarlos”, dice Bou.
Y cuando se habla de sensibilizar a productores privados, es posible que la genética venga nuevamente en auxilio de nuestro gato montés. Según contó Mariana Cosse, uno de los próximos proyectos del grupo es usar estas estrategias de ecología molecular para determinar su dieta y afinar el rol que tienen en los ecosistemas. ¿Están haciendo un control efectivo de roedores? ¿O se alimentan de aves de corral, como su mala fama indica? Es posible que el estudio derribe o al menos relativice el mito del gato cazador de gallinas. Por lo pronto, el trabajo revela que el Leopardus geoffroyi resiste ahora, si no siempre, al invasor.
Artículo: “Population structure and gene flow of Geoffroy’s cat (Leopardus geoffroyi) in the Uruguayan Savanna ecoregion”
Publicación: Journal of Mammalogy (2021)
Autores: Nadia Bou, Álvaro Soutullo, Daniel Hernández, Natalia Mannise, Susana González, Lucía Bartesaghi, Javier Pereira, Mariano Merino, Caroline Espinosa, Tatiane Trigo, Mariana Cosse.