Esta historia, como tantas otras en América, empieza con los conquistadores. Cuando Cristóbal Colón llegó por error a nuestro continente en 1492, no existían animales domésticos como vacas, cerdos o gallinas. Estaba sí el infaltable perro, que había cruzado junto a los primeros humanos por lo menos quince mil años atrás, ya domesticado, y las llamas y alpacas en los Andes.
Pocas décadas después de la llegada de Colón comenzaron a introducirse los primeros bovinos a tierra firme en América del Sur, donde se expandieron con rapidez en un campo que les resultó propicio. No llegaron solos, sin embargo. Las vacas llevaban algunos pasajeros que al comienzo resultaron inadvertidos, pero que prosperaron a la par de sus huéspedes en ese nuevo y fértil terreno.
Abundan las historias de parásitos y virus traídos por los conquistadores a estas tierras. Algunos, de hecho, jugaron su parte en la conquista española, diezmando a las poblaciones indígenas. El protagonista de esta historia, sin embargo, no daña directamente al ser humano pero le sigue dando hoy muchos dolores de cabeza, aunque no literalmente. Es la garrapata Rhipicephalus microplus, un ectoparásito hematófago (comedor de sangre) que se ceba en las vacas y que es el agente principal de un mal muy temido por los productores: la tristeza parasitaria bovina.
Esa tristeza que tienes
Este mal, de nombre muy ajustado al melancólico mirar de los bovinos, define los signos generales de decaimiento de los animales que son afectados por tres microorganismos dañinos que transmite esta garrapata: Babesia bovis, Babesia bigemina y Anaplasma marginale. Los dos primeros son hematozoarios, parásitos de la sangre, y la última es una ricketssia, microorganismo que se comporta como un parásito.
El nombre “tristeza parasitaria” puede engañar un poco. No es una dolencia menor que se cure con un buen psicólogo de bovinos que levante el ánimo a las vacas; los animales sufren anemia, pierden peso, se enferman gravemente y muchos mueren. La tristeza, además, no es solo bovina: en Uruguay esta parasitosis ocasiona a los productores pérdidas superiores a los 40 millones de dólares anuales y genera indirectamente otros problemas que afectan a todos, como veremos más adelante.
En nuestro país, estos problemas no son nada nuevos. La ley 3.606 de 1910 incluía ya la tristeza parasitaria entre las enfermedades de animales que requerían de medidas sanitarias. En 1926 el asunto se puso más personal con este ácaro persistente: pasó a legislarse directamente la extirpación de la garrapata y desde entonces se han sumado nuevas reglamentaciones.
Hoy en día, tras la aprobación de la ley 12.268 en 2008, el país está dividido en dos zonas con respecto a este hospedero indeseable: una “zona libre” en el sur y suroeste, donde la garrapata no está presente debido a condiciones ambientales o la intervención sanitaria; y una “zona de control” en el resto del país, donde la garrapata sí está presente y solo se toman medidas para disminuir su acción según el riesgo epidemiológico. Dicho de otro modo: es imposible erradicar totalmente del país a esta garrapata, pero sí controlarla. Y para atacarla, entran en escena muchos productos usados en los últimos cien años que no solo terminan afectando a este ácaro insistente.
It’s evolution, baby
Eleonor Castro, de la Unidad de Enfermedades Parasitarias de la Facultad de Veterinaria de la Universidad de la República, investiga desde hace muchos años los efectos de esta garrapata en el ganado. Que haya dedicado tanto estudio a intentar controlarla no quita que hable con entusiasmo de ella y de una lucha que lleva más de un siglo.
“Ya a inicios del siglo pasado se obligaba a los establecimientos con más de 500 bovinos a tener un baño de inmersión”, comenta Castro. Los animales debían nadar en esos baños, en los que se aplicaban productos para eliminar a los parásitos, aunque la solución conllevaba también otro tipo de dificultades.
“Al comienzo se usaban plaguicidas arsenicales, seguidos por organoclorados como el dieldrin, que son contaminantes persistentes, pero que fueron usados por muy pocos años”, explica Castro. Luego fueron sustituidos por organofosforados, más tarde por piretroides sintéticos y así sucesivamente con otros productos (como se detalla en nota aparte) pero siempre con el mismo desafío ambiental.
“Uno de los mayores problemas de los baños es adónde va el producto aplicado. Este fue tema de mucha discusión”. A medida que aparecían productos menos dañinos con el medioambiente (inyectables y “pour-on”, que es como se denomina a la aplicación directa con dosificadores), a partir de fines de los 90, comenzó a cuestionarse si convenía o no el baño. “Esa discusión todavía no ha podido ser resuelta y gira en torno a cómo gestionar los excedentes contaminantes”, prosigue Castro.
Si bien muchos de los plaguicidas usados en el último siglo han sido prohibidos y el impacto ambiental de las inyecciones o el pour-on es menor, el problema no se desvanece. Los antiparasitarios siempre dejan residuos en el animal tratado, se apliquen externa o internamente. En el caso de las inyecciones, por ejemplo, vuelven a la tierra al ser eliminados mediante las heces.
El inconveniente del pour-on, mientras tanto, es el de los restos del antiparasitario que quedan en carnes, leche, lana o cueros. “Los residuos en el animal sí son un problema grave”, señala la veterinaria. No solo porque cierran mercados, sino porque representan también un riesgo para la salud del consumidor. Lamentablemente, la capacidad adaptativa de las garrapatas no ayuda en este propósito de usar la menor cantidad de productos posible.
Como veían que resistía...
En esta lucha humanos-garrapatas, los parásitos tienen a su favor su arsenal adaptativo. Ya en la década de los 50 se detectó en Uruguay que la Rhipicephalus microplus había desarrollado resistencia a los arsenicales usados en los primeros años. Con el tiempo, estos parásitos fueron reaccionando de igual modo a los demás principios activos, tras exponerse a ellos entre 15 y 20 años. Hecho el producto, hecha la trampa.
Esta resistencia puede ser metabólica (el parásito produce enzimas que destruyen la molécula química) o genética. En este último caso, la garrapata desarrolla una mutación en el sitio de acción del garrapaticida que la vuelve insensible al principio activo, una modificación exitosa que luego se transmite a la descendencia. Se trata de un hecho que demuestra en el campo el mecanismo de selección natural propuesto por Charles Darwin en su obra “El origen de las especies”. Dado que aquellas garrapatas que no tienen mutaciones que les permitan escapar a la acción del producto químico no dejan descendencia, las garrapatas con mutaciones que desarrollan resistencia terminan siendo las que se imponen a nivel poblacional.
Por eso, detectar a las garrapatas que están genéticamente equipadas para resistir a los nuevos productos y monitorear su control es especialmente importante tanto para evitar pérdidas millonarias como para impedir el abuso de antiparasitarios por fallas de eficacia.
Lamentablemente, detectarlas no es tan sencillo como si se tratara de un team de garrapatas mutantes salido de alguna historia fundacional de un cómic criollo. Para identificarlas se requiere usar técnicas moleculares, que es exactamente lo que Castro y sus colegas hicieron tras recolectar garrapatas en varias estancias del norte uruguayo.
Resistiré: historia de una garrapata obstinada
Usar menos productos químicos para combatir a las garrapatas no es solo una preocupación ambiental. El uso indiscriminado y reiterado de acaricidas suele acelerar el proceso de aparición de la resistencia.
Solo en uno de los seis grupos químicos usados en Uruguay para combatir a la garrapata no se ha confirmado en laboratorio la aparición de resistencia.
En 1978 se diagnosticó la resistencia a los organofosforados (ethion). En 1994 a los piretroides sintéticos (los ya mencionados cipermetrina, flumetrina y también la alfacipermetrina), así como a sus mezclas. En 2006 al fipronil, que pertenece a los fenilpirazoles. En 2009 al amitraz, del grupo de amidinas. En 2010 a las lactonas macrocíclicas (como ivermectina, doramectina y moxidectin). El fluazuron (del grupo de las benzoilureas, mencionado solo por el placer de continuar con el trabalenguas) es el único privilegiado que por ahora no tiene resistencia confirmada, aunque no han faltado sospechas.
En 2009, además, se comprobó por primera vez la existencia de una población de garrapatas multirresistentes en Uruguay, diagnosticada oficialmente. Esto, que suena a la aparición de un ejército de diminutos mutantes temibles, significa que se confirmó que las garrapatas resistentes al amitraz también lo eran para los piretroides y las mezclas, agregando una complejidad más a la lucha contra este parásito.
Cuando hay sospechas de resistencia a un nuevo producto, la encargada de confirmarlo es la División de Laboratorios Veterinarios (Dilave), que interviene y hace estudios a través de ensayos “in vivo” (pruebas de establo). El papel de la Facultad de Veterinaria, en estos casos, es el de monitoreo a través de ensayos fenotípicos (básicamente, aplicar los productos y determinar si los individuos sobreviven o no) y los genotípicos (estudios moleculares como los del artículo que nos ocupa).
Acción mutante
Mediante análisis genético ya se han encontrado varias mutaciones vinculadas a resistencia de las garrapatas a los antiparasitarios. En este caso, los investigadores centraron su trabajo en buscar las que están asociadas a algunos de los productos más usados en Uruguay: los piretroides sintéticos (como cipermetrina y flumetrina) y el fipronil.
Para realizar su análisis, obtuvieron garrapatas ingurgitadas (llenas de sangre) de 22 establecimientos con problemas de control en Artigas, Rivera, Salto, Paysandú y Tacuarembó. Las incubaron, recolectaron sus huevos y luego realizaron los análisis genéticos en las larvas.
Los resultados fueron muy significativos: detectaron por primera vez en nuestro país la mutación kdr (que viene de knockdown resistance y que está vinculada a la resistencia a los piretroides) y la mutación rdl (de resistance to dieldrin locus, vinculada a la resistencia al fipronil).
“El estudio demuestra que molecularmente hay un problema, especialmente en los piretroides sintéticos. Todas las poblaciones de garrapatas que nos enviaron tenían individuos con mutaciones resistentes a los piretroides”, apunta Castro.
Con respecto a la mutación asociada a la resistencia al fipronil, también se halló en varios de los establecimientos. Resumiendo, había garrapatas que genéticamente estaban preparadas para resistir a los dos tipos de antiparasitarios analizados.
Los investigadores sometieron además a las garrapatas a la acción de los productos mencionados en ensayos de laboratorio y encontraron una clara asociación entre las que sobrevivieron a la aplicación de los piretroides y la presencia de la mutación vinculada a su resistencia. En el caso del fipronil esta relación no fue clara probablemente debido al test utilizado (o porque podrían estar presentes otros mecanismos de resistencia), pero en tres de las poblaciones en que las garrapatas demostraron baja resistencia a la aplicación del antiparasitario tampoco se encontró la mutación asociada.
Hay otros motivos adicionales para preocuparse. 16 de los establecimientos analizados tenían individuos que poseían las dos mutaciones. Es decir, garrapatas que genéticamente tenían condiciones para resistir a los dos acaricidas. “No es que dentro de una población tenés un grupo de individuos con resistencia a un fármaco y otro con resistencia para la otra, de tal modo que podés controlarlos dependiendo qué fármaco usas o haciendo combinaciones. Si tenés individuos con las dos mutaciones, la cosa está más comprometida”, explica Castro.
La aparición de genes resistentes a los piretroides era esperable, ya que la resistencia de las garrapatas a estos productos se registró en Uruguay ya desde 1994 (ver recuadro). El desarrollo de la resistencia al fipronil, sin embargo, podría tener una historia distinta, según cree la investigadora.
Una garrapata, una salud
El uso del fipronil está prohibido en la agricultura en Uruguay desde 2009, debido a los efectos nocivos que provoca en las abejas. Actualmente se permite su aplicación como hormiguicida y para uso veterinario, aunque hay una presión creciente para que se prohíba completamente. En este contexto, la aparición de garrapatas genéticamente resistentes a su acción podría ayudar a darle al fipronil la estocada final.
El fipronil actúa con el mismo principio que el lindano, un organoclorado muy persistente que no se usa desde hace décadas (la Organización Mundial de la Salud lo clasificó como carcinógeno para humanos) y que el endosulfán. Tanto el endosulfán como el fipronil se aplicaron extensivamente como plaguicidas en los cultivos de soja hasta que su uso en los cultivos fue prohibido.
Si el fipronil actúa con el mismo mecanismo que el endosulfán y el lindano, y si las garrapatas estuvieron expuestas a él durante la parte de su ciclo en que permanecen en la tierra, ¿no es esperable que aparezcan individuos ya predispuestos a la resistencia? Con esa pregunta en mente, la veterinaria analizó establecimientos que nunca habían usado el fipronil para control de garrapatas, pero sí para el control de plagas y de hormigas, y encontró efectivamente residuos de metabolitos de fipronil en el suelo.
“El fipronil demora muchos meses en degradarse, está mucho tiempo en la tierra, por lo que pudo haber ocurrido una selección previa a nivel de suelo. Aunque no lo pudimos comprobar, sigo sospechando que nuestras garrapatas fueron expuestas de forma indirecta a estos productos cuando se aplicaban antes de su prohibición, porque la selección fue muy rápida, en pocos años”, dice Castro.
Y es que en materia de cultivos, lo que pasa en el suelo no queda en el suelo. “Uno debería controlar en forma más interrelacionada lo que ocurre en la agricultura. Esto ya pasó cuando en los países tropicales se usaron a mansalva clorados y otros productos. Cuando se trató de controlar a los mosquitos ya habían generado resistencia, porque indirectamente habían sido expuestos a los productos que se usaban primero para plagas agrícolas. Cuando hablamos de una sola salud que afecta a todos (humanos, animales, ecosistemas), vemos que eso está cada vez más vigente y se nota en los grandes problemas de salud pública derivados del control de plagas”, recuerda Castro.
Donde pone el ojo, pone el acaricida
Si las garrapatas están generando resistencia a varios de los antiparasitarios, cuyo abuso puede provocar consecuencias ambientales y residuos en el animal, es especialmente relevante ser lo más eficaz posible a la hora de administrar los productos. Los residuos en carne, leche, cuero y lana son graves, porque el alimento deja de ser inocuo; el uso de cueros o lanas con residuos de acaricidas es grave por posibles intoxicaciones y alergias. El trabajo de Castro y sus colegas apunta justamente a poder desarrollar un test de PCR que permita diagnosticar en forma temprana la aparición de estas mutaciones en los establecimientos.
“Con esta herramienta, uno puede ir monitoreando tempranamente y asesorar a los establecimientos qué productos se deben usar”, aclara la veterinaria. Esta estrategia molecular es más rápida que hacer pruebas aplicando directamente los antiparasitarios en las garrapatas y observando su resultado, algo que lleva varias semanas. El análisis genético permitiría saber de antemano qué aplicación es la más efectiva de los dos o tres productos que se usan más comúnmente.
“Es la primera vez que se encuentran mediante test molecular estas dos mutaciones en Uruguay. Es importante que se hayan diagnosticado porque son las más frecuentes, pero probablemente haya otras, y se produzca también resistencia metabólica, algo que aún no hemos estudiado” reflexiona Castro. Lo ya estudiado, en cambio, sí merece ser tenido en cuenta: “para los principios activos que se usan comúnmente estas dos mutaciones son relevantes”, apunta.
En este caso, claramente, menos es más. “A medida que uno aplica estos productos el residuo se va acumulando, así que mientras menos usemos mejor”, dice Castro. Si los casi dos años de pandemia no nos demostraron lo beneficioso que puede ser realizar a tiempo un test PCR, allí está la experiencia de las garrapatas para reforzar la idea.
Artículo: “Molecular survey of pyrethroid and fipronil resistance in isolates of
Rhipicephalus microplus in the north of Uruguay”
Publicación: Ticks and Tick-borne Diseases (2021)
Autores: Eleonor Castro, André Díaz, Florencia Fontes, Florencia Baráibar, Tatiana Saporiti, María Ernestina Olhagaray
Trabas al acceso al conocimiento
Castro y sus colegas publicaron el resultado de sus investigaciones en la revista Ticks and Tick-borne Diseases. Dado que por un lado el problema de la resistencia de patógenos a distintos compuestos es uno de los problemas más graves que se ciernen sobre la salud humana -gran parte de esa resistencia se origina en aplicaciones de productos en animales- y que por otro este es un tema que afecta a una de las principales actividades productivas del país -garrapatas en el ganado vacuno-, el trabajo mostraba ser de gran relevancia.
Sin embargo, al tratar de acceder a la publicación académica mediante el portal Timbó-Foco de la Agencia Nacional de Investigación e Innovación (ANII), sitio que permite el acceso a las publicaciones científicas a cualquier persona que esté en el país, volvió a saltar el letrero “la ANII no está suscripta a este contenido”. El letrero aparece con fastidiosa frecuencia -en más de la mitad de los artículos nuevos de nuestras investigadoras e investigadores que pretendí abrir ese día- desde que en 2020 la agencia decidió recortar en más de 51% su inversión en acceso a la literatura científica.
Dado que el tema era de interés, contactamos a la investigadora cuya casilla de correo figuraba en el trabajo. Pero Eleonor Castro no tenía acceso a su propio artículo. Para poder compartirlo con la diaria debió solicitarle el PDF a un colega parasitólogo brasileño. “Recortar el acceso a las revistas es algo dramático y peligroso. Perdemos autonomía” se lamentaba Castro.
No se trata solo de acceder a los trabajos de nuestras científicos y científicos, sino también de que nuestra ciencia acceda a la ciencia que se está haciendo en otras partes. En ese sentido, el inconsulto recorte de la ANII es tanto o más preocupante que la resistencia de las garrapatas a los parasiticidas.
Leo Lagos
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