Aramis Latchinian es licenciado en Oceanografía Biológica por la Universidad de la República y en México obtuvo su doctorado en Conservación de Recursos Naturales. Sin embargo, tras la publicación de sus libros Globotomía y El ambientalista crítico, se ha convertido en un autor que siempre vale la pena leer. Provocador e ingenioso, posee una mirada de los problemas ambientales que genera una deliciosa incomodidad al hacer trizas la idea de que debemos buscar causas globales como el cambio climático o el aumento del nivel del mar para entender los descalabros que generamos a nuestro alrededor. Al leerlo, una verdad más incómoda que la que planteaba Al Gore nos abofetea: los problemas ambientales más acuciantes tienen causas –y soluciones– locales.
En su tercer y reciente libro, La destrucción costera de América Latina y la coartada del cambio climático, Latchinian ha pulido su estrategia. Ya no es un revoltoso punk grafiteando las fachadas de Greenpeace, la ONU u otras organizaciones, sino que tomó el camino de mostrar con ejemplos concretos cómo atribuir razones como el cambio climático a problemas ambientales es más una forma de diluir las responsabilidades en la gestión local que un aporte para la solución de esos problemas. De allí lo de coartada: el autor no niega que no haya cambio climático ni un aumento del nivel del mar –“dos fenómenos ampliamente probados”, sostiene en el libro–, sino que propone que para los problemas costeros de varias partes de América Latina “los componentes locales son al menos tan importantes como la variabilidad climática”. Y entonces hace una gran salvedad: la diferencia es que “sobre los problemas locales podemos actuar con resultados significativos, mientras que el aumento del nivel del mar, que es algo que ocurre desde hace miles de años, no es algo que podamos revertir”.
Los capítulos del libro abordan problemas concretos de distintos países en los que Latchinian ha trabajado haciendo gestión o asesoría ambiental –ya sea con su empresa local GEA o en la internacional Incostas– como las arribazones de sargazos en el Caribe mexicano, la cría de camarón en la playa Tonsupa de Ecuador, la pequeña Isla del Maíz de Nicaragua sobre la que avanza el mar, el litoral de La Guaira en Venezuela afectado por deslaves ante lluvias extremas, el lago Maracaibo de Venezuela tapizado de algas y la erosión costera de las playas de Montevideo.
En cada uno de esos escenarios Latchinian encontró que problemas locales, entre ellos, “la falta de saneamiento de aguas cloacales, la apropiación indebida del espacio costero, la extracción de arena, la construcción sobre las dunas litorales, la tala del manglar y las malas prácticas agrícolas en las cuencas costeras”, fueron “muy importantes para la calidad de vida de las personas que viven en las costas de América y son cruciales para la conservación de los ecosistemas costeros”. El clima global está cambiando por nuestra culpa, claro que sí, pero los desastres costeros que estudió no tenían relación con ello, o mejor dicho sí la tenían: al igual que el cambio climático, la erosión costera y los problemas de floraciones, también son consecuencia de nuestra forma de habitar el planeta. Los problemas de las costas –un cuarto de las playas de todo el mundo están bajo seria amenaza– son otra de las características del Antropoceno, la época en la que vivimos. Ahora, lo que el libro de Latchinian deja claro es lo errado de pensar que un problema que ocasionamos nosotros –el cambio climático– es la causa de otros problemas que también nos tienen como creadores –el deterioro de playas, costas y fuentes de agua dulce–.
El peligro, sostiene, es pensar que si se soluciona o mitiga el problema del cambio climático, por ejemplo, con la reducción de las emisiones de gases de efecto invernadero, como por arte de magia desaparecerán los problemas en las costas. Más aún: dilatar la gestión local que se necesita hoy para revertir problemas ambientales con la excusa de que los problemas son globales y las naciones no se ponen de acuerdo, sólo hará que perdamos tiempo y esfuerzos para hacer lo que ya sabemos que es necesario hacer. El libro de Latchinian es como que dijera que cuando un dedo de la mano de un tomador de decisiones apunta al cambio climático, los otros cuatro lo apuntan a él y a la no gestión local que está haciendo de sus problemas ambientales.
Con el convencimiento de que su nuevo libro era de sumo interés para nuestras lectoras y lectores, agendamos una entrevista. Pero al llegar a las oficinas de GEA, nos topamos con una sorpresa. Pensando en que no había nada mejor para hablar del libro que expandirse sobre ejemplos concretos, Latchinian nos esperaba con un adelanto de las conclusiones de una consultoría encargada por la Intendencia de Montevideo al respecto de lo que está sucediendo en la playa Carrasco, donde el mar está socavando la rambla y la playa se ha estrechado alarmantemente. Así que sinecdoquearemos: hablaremos del todo (el libro) por una de sus partes (lo que pasa en una playa de Montevideo).
Una cuestión de modelos
“En este libro intento afinar las ideas que vengo trabajando hace tiempo. Una cosa es el planteo general en la órbita del discurso más conceptual, que abordé antes, y en este trato de ver cómo eso se aplica en un caso específico, en las costas. Lo que intento reafirmar a lo largo del libro es que los ejemplos de mi trabajo me indican que lo local es mucho más importante que lo global en lo que pasa en las costas”, dice Latchinian con su habitual sonrisa.
Pero antes de ir hacia lo que está sucediendo en las playas de Montevideo, hagamos una última parada en el libro que nos convocó. “Otra cuestión que abordo es que el principal elemento de vulnerabilidad ante el aumento del nivel del mar es la pobreza”, dispara Latchinian en su clásico rol de llevar lo ambiental más allá del conservacionismo naif. En el libro hace mucho énfasis en el caso de Holanda. En la década de 1950 padeció la última gran inundación en la que murieron miles de personas.
“Y en siglos anteriores morían muchos miles de personas en Holanda. Hoy hay reportes que dicen que van a morir millones de personas por el cambio climático y el aumento del nivel del mar, por ejemplo, en Madagascar. Pero no se van a morir por eso, se van a morir porque 90% de la población de Madagascar está por debajo de la línea de pobreza. Ese es el problema que tienen en Madagascar y no el nivel del mar. Si esa gente sale de la pobreza, no tiene el mismo riesgo ante el aumento del nivel del mar”, dice sinceramente consternado. “Entonces la otra idea que yo intento plantear es que a veces esa coartada de usar el cambio climático esconde un costado muy cruel”, manifiesta.
Es cierto, hay una gran crueldad irritante en muchos de los escenarios a futuro del cambio climático. Lo que están diciendo muchos es que, por un lado, se espera que aumente el nivel del mar en determinado número en cierta cantidad de décadas y, al mismo tiempo, que se espera que la población de esas zonas vulnerables sea tan pobre y vulnerable como hoy en día. Esperamos poder reducir la concentración de gases de efecto invernadero en la atmósfera en un plan a largo plazo, pero nadie está pensando en cambiar la distribución desigual de la riqueza en el planeta.
Estas proyecciones parten de la idea de que el mundo del futuro va a ser igual de desigual que el de ahora. Si sube el nivel del mar, peligrarán fuentes de agua potable en lugares donde su acceso aún es un debe, la falta de saneamiento podrá traer complicaciones a la salud, entre otras cosas. “También está el problema del destierro y la migración de las personas que viven en la costa y que dependen de ella para vivir. Yo tengo capacidad de desplazarme si se inunda esta zona de Montevideo. Pero el pescador artesanal, el que vive en la costa, el que vive en una condición de tal precariedad que es casi como otro elemento del ecosistema, cuando el ecosistema es afectado, él también se afecta de manera determinante. Quienes se van de la costa en contexto de pobreza, terminan en los cinturones de miseria de las ciudades, no terminan comprándose una casa en otro lado”, lanza.
“Se invierten millones de dólares para que Europa emita menos gases de efecto invernadero, pero alcanza con que los rusos les corten el gas y los europeos se ponen a quemar carbón a lo bestia, nunca tuvieron tantas emisiones como ahora. Los europeos lo que dicen es que se viene el frío, que no les rompan los huevos”, dice Latchinian sin pelos en la lengua. Acá tenemos un caso similar. Uruguay cambió toda su matriz energética y por ello nos gusta decir que somos un ejemplo en el mundo. Pero el año pasado hubo sequía y prendimos las centrales térmicas para exportar energía generada por combustibles fósiles a Brasil. ¿Y entonces? Si cuando precisamos hacer caja, quemamos combustible para generar electricidad, ¿cuál es la idea ambiental del país?
“Es un tema mucho más de fondo de un modelo dominante en todo el mundo, que es un modelo de consumo, en el que los números son mucho más importantes y el ambiente no está tan de verdad en la agenda”, contesta Latchinian. “Hay un enfoque frívolo del discurso ambiental, pero en el momento que los países tienen que tomar las decisiones, lo que manda es la plata. El discurso ambiental y la realidad de la gestión ambiental no tienen nada que ver, tanto en Europa, en Uruguay, como en todos estos lados”, apostilla.
“Me cuesta pensar que en Europa, después de lo que está pasando ahora, que están consumiendo carbón como nunca y que hay gente que está haciendo manifestaciones porque no quiere pasar frío, el año que viene vuelva al mismo discurso. Tiene que haber un cierto grado de sinceramiento, decir claramente que para ellos el problema climático no es la prioridad”, cavila Latchinian. Tal vez viendo que está pensando demasiado en los europeos debido a lo irritado que lo dejó la COP27, propone volver a lo local: “Igual en el libro lo que trato de plantear es que lo local es lo determinante para los problemas costeros. Así que a lo local vamos”.
Pinta la playa Carrasco y pintarás el mundo
“En 2016 hicimos una consultoría para la Intendencia de Montevideo para ver el tema de la pérdida de arena en las playas del departamento. Nosotros hicimos el diagnóstico, encontramos la causa, y luego la Facultad de Ciencias propuso algunas medidas que se implementaron, como la regeneración de dunas con vegetación”, cuenta Latchinian. En el libro se lo dice rápidamente, pero mientras tenemos playas con déficit de arena, por otro lado seguimos sacando deliberadamente grandes cantidades del sistema.
“En la desembocadura del Santa Lucía hay algunos bancos de arena sumergida de donde se sigue extrayendo permanentemente. La construcción depende de conseguir arena de buena calidad y parte de la arena que precisamos en las playas está en los edificios en forma de hormigón”, dice. Volvemos al tema del consumo: el índice de la construcción es usado para decir qué tan bien anda la economía. “Una vez más, hay una cierta frivolización del discurso ambiental, un divorcio entre lo que decimos y lo que hacemos”, apunta Latchinian. Pero luego de aquella consultoría de 2016, junto con la empresa Incostas, dirigida por el ingeniero Juan Font, volvió a trabajar para la comuna capitalina.
“El problema emergente ahora es que en la playa Carrasco se está rompiendo el muro de la rambla, que se está descalzando en esa zona, frente a donde está el hotel Carrasco, que es la parte más fina de playa. Ahora allí hay un vallado y están empezando a hacer una obra para recuperar la vereda”, enmarca Latchinian.
“Lo primero que nos pidió la intendencia para la consultoría fue diseñar una protección para el muro de la rambla, para que no se siga rompiendo, asumiendo que el nivel del mar aumentó y llegó hasta ahí. Lo segundo que nos pedía era ver cómo podría revertirse el problema”, explica. “El asunto es que si uno asume que lo que pasa en la rambla de Carrasco es causado por el aumento del nivel del mar, si uno hace una protección con rocas y el nivel del mar sigue subiendo, la playa Carrasco va a quedar como la rambla sur del otro lado de la escollera, vamos a tener el mar pegando contra el muro y se terminó la playa. Lo que nos plantearon entonces fue cómo resolvemos eso”, señala. Y así emana el leit motiv del libro: “Si es un problema global lo que está actuando allí, como el del aumento del nivel del mar, es muy poco lo que se puede hacer”, señala. Así que se pusieron a estudiar qué estaba pasando en la playa Carrasco sin desechar ninguna hipótesis –cambio climático y aumento de nivel del mar incluidos– pero con la sospecha de que alguna cosa local tendría mucho que ver.
“Lo primero que planteó Juan Font, que es el ingeniero que creó Incostas, es que no se puede estudiar sólo lo que sucede en la playa Carrasco, sino que se trata de una unidad fisiográfica que, por lo menos, va desde Punta Gorda hasta el arroyo Pando. Si se miran las fotos satelitales, se ve que es una playa rectilínea que llega hasta el arroyo Pando. Entonces en este proyecto nosotros trabajamos principalmente en ese gran tramo costero”, cuenta Latchinian. Y así comenzaron a abordar el tema de la pérdida de arena.
Recurrieron a lo que Latchinian llama la “técnica de foto de familia”, que es buscar imágenes antiguas de la zona para ver cómo era la playa antes. Luego siguieron con las fotos aéreas, que comenzaron a sacarse en la zona a partir de 1966. “Pudimos ver que desde la línea donde comenzaba la vegetación hasta el mar, desde 1966 hasta el presente, se han perdido cerca de 40 metros en la playa Carrasco”, comparte Latchinian.
“La primera hipótesis que tentaba a las autoridades, y es comprensible, es que lo que pasaba se debía al aumento del nivel del mar y a que el oleaje se estaba llevando la arena, todo consecuencia del cambio climático”, dice Latchinian como en esas películas de misterio que cerca de la mitad apuntan a señalar a un culpable que termina no siendo el asesino.
Sumaron estudios de batimetría y sedimentología de la zona costera. “La primera conclusión importante a la que llegamos es que desde 1966 hasta hoy en la playa Carrasco se perdieron 1.150.000 metros cúbicos de arena. Hasta este trabajo no se sabía cuánta se había perdido”, adelanta Latchinian.
“Luego vimos que las tres cuencas que inciden en lo que pasa en el arroyo Carrasco son la del propio arroyo, la cuenca del arroyo Pando y la del Solís Chico. Por un tema de costos, tiempos y otras cuestiones, nos concentramos en las dos primeras”, señala. Entonces resulta obvio: la gestión de las playas de Montevideo y Canelones deberían estar coordinadas. “Es la misma playa. Y parte de la arena que falta en Carrasco está en Ciudad de la Costa como exceso de arena”, adelanta Latchinian. Ya iremos a ello más adelante.
Buscando las causas de la arena que falta, Latchinian mira el mapa que proyecta en la sala, y muestra los lagos que hay hoy en la zona y que antes fueron canteras. De ellos, se fue sacando arena para la construcción. “Otro hito fue desecar los bañados de Carrasco en la década de 1970. Eran una zona plana inundable, que cuando había eventos extremos de mucha lluvia, generaba un gran caudal que rompía la barra del arroyo Carrasco y el agua salía por allí. Al desecar los bañados, queda un caudal bajo permanente que nunca rompe la barra y que comienza a migrar hacia el este”, explica.
Al ver las fotos antiguas, queda claro que, mientras antes el arroyo Carrasco desembocaba casi perpendicular al Río de la Plata, hoy pega una curva hacia el este y recorre unos 1.500 metros de forma paralela a la costa. A la vez, se observa que allí se acumula arena. “La playa fue aumentando y se fue consolidando. Hoy hay unos 700.000 metros cúbicos de arena. Antes, cuando la barra se rompía, esa arena se aportaba al sistema. Hoy, se queda allí, no llega al Río de la Plata, por lo que el arroyo ya no hace un aporte de arena”, reporta Latchinian.
“Por otro lado, gran parte de Ciudad de la Costa y de las construcciones de Carrasco están sobre lo que antes eran dunas. Se construyó arriba de todos esos médanos, por lo que ya no aportan arena. Pero además en la zona se establecieron areneras para sacar arena para la construcción. Así que acá hay un primer efecto local de importancia respecto de la pérdida de arena que se observa en la playa Carrasco y en otras de esa línea costera”, dice. Vamos anotando: extracción de arena y desecación de bañados.
“El problema de fondo entonces allí es que el arroyo y las dunas ya no hacen aportes de arena. Pero el problema sigue hacia el este, porque, como vimos, no se puede ver a la playa Carrasco como una unidad fisiográfica, sino que es parte de una unidad mayor”, lanza.
“Entre las intervenciones locales, en la zona de Solymar, en los años 2000, se construye un emisario subacuático del saneamiento de Ciudad de la Costa. Esa obra impide el tránsito de arena en sentido de este a oeste”, apunta Latchinian. Pero la arena que no va para Montevideo no desaparece.
“Yo vivo en El Pinar y allí la acumulación y crecimiento de las dunas es muy grande, está ocurriendo el fenómeno contrario. La arena que bajaba hacia el suroeste, al tener la barrera del emisario, hoy se acumula en El Pinar, al punto que la Intendencia de Canelones tiene un servicio de retroexcavadoras permanente sacando arena del frente de las casas”, señala Latchinian.
“Ese emisario había que hacerlo, está bien y es una obra de saneamiento. El asunto es que ahora tenés que ver cómo pasás la arena que queda retenida del lado de El Pinar y aguas arriba. Porque además el arroyo Pando sigue trayendo arena, ya que tiene arenales importantes que no fueron intervenidos”, suma. “Una de las cosas que decía Font es que esa arena que la Intendencia de Canelones está sacando en camiones permanentemente debería venir a Montevideo, deberíamos pasarla al otro lado del emisor”, dice con un gesto de derrota que luego hace explícita: “Difícilmente eso vaya a ocurrir”.
“Una vez más, lo que vemos en este caso es que el deterioro costero en la playa Carrasco está ocasionado por temas locales, como la construcción de un emisario subacuático, la impermeabilización del suelo, y la construcción sobre las dunas tanto en Carrasco como en la Ciudad de la Costa”, sintetiza.
¿Qué hacer entonces?
Vinimos a hablar del libro. Nos adentramos en los problemas de la playa Carrasco, su pérdida de arena y el socavamiento de la rambla. Pese a que aún no presentaron las conclusiones de su consultoría a la Intendencia de Montevideo, no podemos irnos sin saber qué soluciones proponen.
“Cuando calculamos que se perdieron poco más de un millón de metros cúbicos de arena entre 1966 y 2021, esa sería la arena que está faltando en el sistema y que, de alguna manera, habría que reponer si queremos evitar la pérdida de la playa”, dice Latchinian. El asunto es de dónde sacar esa arena que ya no está.
“Si se abriera artificialmente de forma periódica la barra del arroyo Carrasco, podría volver a hacer un aporte de arena. Por otro lado, si se lograra pasar el exceso de arena de las dunas que siguen creciendo en El Pinar y Solymar para el otro lado, el sistema mejoraría”, señala. Pero ambas medidas tienen debilidades. El trasiego de arena entre dos departamentos requeriría una coordinación entre distintos gobiernos. Si bien esa coordinación no es imposible de lograr, podría llevar más tiempo. Abrir la barra del arroyo también tiene lo suyo: “posiblemente no se haga por razones de imagen, porque es probable que gente se oponga cuando empiecen a ver que estás moviendo arena de la barra de Carrasco”, dice Latchinian. ¿Tonce?
“Lo que se hace en la mayoría de los países es buscar arena del lecho marino y verterla de nuevo. Entonces lo que planteamos fue dragar arena del lecho marino para rellenar las playas. La intendencia nos dijo que eso en el Río de la Plata no se puede hacer porque lo que hay en el fondo es fango”, señala Latchinian. Pero al estudiar el tema, vieron que debajo de capas de hasta cuatro metros de fango, hay arena que podría utilizarse. “La solución para las playas de Montevideo, ya que durante décadas se les ha sacado arena por diferentes motivos, es dragar la arena que está debajo del fango, que se hace con dragas que ya averiguamos que están disponibles en Argentina”, dice satisfecho con una solución local a un problema local.
“Con un vertimiento del orden de un millón de metros cúbicos, que es lo que se perdió durante todo este período, no sólo se estaría cubierto en la playa Carrasco por varias décadas, sino que como la tendencia es que esa arena va a ir migrando y distribuyéndose en el sistema, no se va a tener que rellenar la playa brava de Malvín y las siguientes, que también están muy erosionadas”, suma Latchinian.
Según dice, con eso se solucionaría el problema al menos por unos 50 años: “Además, esta solución tiene la ventaja de que no implica colocar geotubos, ni construir espigones, ni complicadas obras de ingeniería”.
“Si nos quedamos con el discurso de que el problema que tenemos es el aumento del nivel del mar, la rambla de ese lado se va a terminar pareciendo a la rambla sur del otro lado de la escollera, una rambla endurecida con rocas y sin arena. Pero los datos de campo nos llevan a detectar como causas del problema las intervenciones en la Ciudad de la Costa y en Montevideo que fueron reduciendo la cantidad de arena. El nivel del mar está aumentando, sí, pero eso en esto no nos mueve la aguja para nada. Las soluciones son locales”, resume Latchinian, y su resumen sirve tanto para el problema de las playas montevideanas como para dejar claro el eje principal de su libro.
Libro: La destrucción costera de América Latina y la coartada del cambio climático
Autores: Aramis Latchinian y Roberto Font
Editorial: Punto Cero
Ministerio de Ambiente y retrocesos
Aramis Latchinian fue director de la Dirección Nacional de Medio Ambiente (Dinama) durante la presidencia de Jorge Batlle. “Tenía la libertad de decir lo que pensaba porque tenía un cargo técnico, podía pararme firme. Pero aun así, durante el gobierno de Batlle, con lo de la primera planta de celulosa no pudimos meter una”, reconoce.
Me veo tentado entonces a preguntarle cómo ve la creación de un Ministerio de Ambiente mientras se construye la tercera planta de celulosa del país.
“En mi opinión, la autoridad ambiental siempre tiene un rol subversivo, siempre va en contra del discurso oficial del Ejecutivo, porque el discurso del gobierno promueve la inversión, no importa cuán contaminante sea, necesita una sociedad de consumo. Si vos querés que consuman más, tenés que producir más y tenés que traer más plata. El Ejecutivo quiere que se vendan más autos cero kilómetro, es un buen indicador de la economía, pero el Ministerio de Ambiente no debería querer que se vendan más autos. Entonces la autoridad ambiental tiene un rol subversivo respecto del Poder Ejecutivo”, dice.
“En la medida en que se crea una estructura totalmente cooptada y dependiente del Poder Ejecutivo, se elimina esa capacidad de control. ¿Qué capacidad de control real hay respecto de esta tercera planta de celulosa? ¿Alguien piensa que los profesionales del Ministerio de Ambiente no saben que no se cumplió con la legislación porque para esta planta no se hizo el correspondiente estudio de Viabilidad Ambiental de Localización? Si se hubiera hecho, ubicar una planta enorme vertiendo fósforo en un río lleno de embalses y que ya está eutrofizado no hubiera sido aprobado. La razón para instalarse ahí fue logística y obedece a los intereses de la empresa”, apunta.
“Entonces los ministerios de ambiente no tienen la independencia, por más que nos digan que sí. No estoy hablando para nada de los profesionales y técnicos que trabajan ahí, los admiro, son personas comprometidas y de primera, pero hacen lo que pueden. Ellos no toman las grandes decisiones, y entonces en Uruguay el Ministerio de Ambiente no puede poner arriba de la mesa los temas que quiere. En mi opinión, el Ministerio de Ambiente es un retroceso. No se jerarquizan los temas ambientales por crear un ministerio, al contrario, se los subordina mucho más al Poder Ejecutivo y se hace más dependiente la gestión ambiental”, sentencia.
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