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Alejo Acuña y Laura Uriarte.

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Depresión y ansiedad: jugando para demostrar que la evitación social no es un juego

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Un trabajo del Centro de Investigación Básica en Psicología muestra, mediante un juego especialmente diseñado y pionero, que personas con síntomas de depresión y ansiedad social se ven perjudicadas al evitar las interacciones con otros.

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Leído por Mathías Buela.
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“En la Facultad de Psicología estamos buscando voluntarios y voluntarias de 18 a 30 años para realizar un estudio sobre depresión e interacciones sociales. Para participar pueden anotarse a través del siguiente link”, decía el escueto mensaje que un grupo de investigadoras e investigadores del Centro de Investigación Básica en Psicología (Cibpsi) de Facultad de Psicología de la Universidad de la República hizo circular entre estudiantes universitarios de esa y otras facultades.

381 personas llegaron a la página y, tras completar un formulario, 103 fueron seleccionadas y se agendaron para un encuentro de dos horas en el que, para ayudar a aumentar el conocimiento sobre la depresión y la ansiedad social, se les pidió que participaran en equipo de un sencillo juego de computadora diseñado para la ocasión.

“Aprender jugando” podría haber sido otro título para esta nota, aunque habría que aclarar que quienes participaron del juego no aprendieron mientras jugaban, sino que ayudaron a que los investigadores lo hicieran. Los resultados llaman a prestarle atención a evitar situaciones de interacción social por parte de personas que presentan síntomas de depresión y ansiedad social, caracterizada esta última por un miedo irracional e intenso a la exposición social, a la vergüenza y a la culpa.

Eso es comunicado en el artículo “A quién quiero en mi equipo: evitación social de compañeros altamente calificados en la depresión y ansiedad social”, publicado en la revista Journal of Affective Disorders Reports por Laura Uriarte Gaspari, Alejo Acuña, Sebastián Morales, Gabriela Fernández, Valentina Paz, Alfonso Pérez, Álvaro Cabana y Victoria Gradin, todos del Cibpsi. Así que para conocer más al respecto, salimos no sin un poco de ansiedad hacia Facultad de Psicología para conversar con Laura Uriarte y Alejo Acuña, los dos primeros autores del trabajo.

¿Qué es la evitación social?

Nos atrae aquello que nos proporciona placer o nos hace sentir bien, así como procuramos evitar las situaciones en las que lo contrario puede suceder. En la psicología de la conducta se habla, en el primer caso, de estímulos que refuerzan positivamente nuestros comportamientos: hacemos cosas para obtenerlos. La comida y el sexo están entre los reforzadores más clásicos e importantes, pero no son los únicos. En el caso de las cosas que evitamos, se habla de un reforzamiento negativo: no ganamos algo en concreto, sino que nuestra conducta nos ahorra exponernos a algo que podría desagradarnos o dañarnos.

El asunto es que el mundo es un poco más complejo: para entender las conductas no sólo tenemos que tener en cuenta los estímulos que nos rodean, sino lo que pensamos sobre ellos. Es decir, puede que algo que pienso que será placentero oriente una conducta, pero luego la recompensa que esperaba termine no siendo tal. ¿Cuántas cosas perseguimos pensando que nos iban a hacer bien y al final no lo hicieron? A veces evitamos situaciones porque pensamos que serán dañinas, cuando tal vez no lo sean. Entre ambos casos hay una gran diferencia: mientras la decepción de perseguir algo que no termina dándonos lo que esperábamos abre la puerta para un aprendizaje -por ejemplo, después de determinada copa de vino la cosa ya deja de ser divertida-, el evitar algo que uno piensa que es desagradable, pero que no lo es, no nos permite aprender nada.

“La evitación social no sólo impide que la persona pueda tener vínculos saludables y desarrollar actividades que en cierta forma podrían ayudar a que los otros síntomas de la depresión se alivien o bajen, sino que además impide que aprendas de esa situación y de lo recompensante que podría ser”, dice Uriarte. Acuña la secunda: “Si evitás esa situación social por miedo a, por ejemplo, quedar pegado, y efectivamente nunca vas a esa situación social y ves que no quedás pegado o que no es tan grave quedar pegado, si nunca se da esa situación, nunca aprendés a lidiar con ella”.

Obviamente, hay situaciones que pensamos que serán desagradables y que no es necesario que atravesemos sólo para tratar de confirmar que estábamos en lo cierto. Nadie desea estar en la tribuna equivocada del Centenario durante un clásico. El asunto es que a veces nuestras expectativas de lo que sucederá pueden estar sesgadas. “Previo a la situación se da, en muchos casos, una sobredimensión de lo negativo. Eso tiene que ver con aspectos cognitivos de tanto la depresión como de la ansiedad social”, explica Uriarte. “Distorsiones cognitivas hacen que estas personas, durante el procesamiento de la información, sobredimensionen y les presten más atención a aquellas cosas que son amenazantes o negativas”, amplia. Pero la cosa no se queda allí.

“Por otro lado, se minimiza la posibilidad de tener éxito ante esa situación que genera tanto miedo”, sigue Uriarte. “En todas las ansiedades es particularmente importante eso, porque el evitar la situación que genera la amenaza o la ansiedad es un mecanismo que pareciera útil en su momento, ya que de cierta manera impide que la persona pase un mal rato, pero si eso se sostiene en el tiempo evita que la persona aprenda que esa situación no es tan amenazante como se lo imagina”.

Cuando ese mecanismo de evitación se dispara siempre y predomina, las cosas se complican. Cruzar la calle puede ser peligroso, pero sin dudas más peligroso es no salir de casa por miedo a cruzar la calle. “Esa evitación implica un montón de pérdidas para la persona, en lo social y en lo material”, dice Uriarte. Justamente eso era lo que querían evaluar con su experimento. Pero antes hablemos de un último asunto relevante para este trabajo.

Comparándonos

Como señalan en su artículo, “la comparación social es inherente y casi inevitable en las interacciones sociales”. Esto tiene sus altos y bajos. “Las comparaciones a la baja implican compararse con otros que vemos peor y muchas veces contribuyen a hacernos sentir mejor y a elevar la autoestima”, citan en su trabajo. Las ascendentes, en cambio, “implican compararse con personas que percibimos como mejores”, y si bien pueden ser “útiles en términos de aprendizaje y mejora de habilidades”, también “pueden ser intimidantes y representar una amenaza para la autoestima”.

Más allá de que estas comparaciones se dan todo el tiempo, son de especial interés a la hora de decidir con quiénes decidimos formar equipo para llevar a cabo algunas tareas (y de allí el título del trabajo). Citando literatura al respecto, el artículo dice que “los individuos suelen experimentar aversión a la inequidad y tienden a sentir angustia al percibir que no contribuyen tanto como los demás a las relaciones de interdependencia”. Dado que las personas con depresión y ansiedad social “tienden a pensar muy negativamente sobre sí mismas, son muy autocríticas y se desvalorizan”, cabría esperarse que al tirarse tan para atrás casi todas sus comparaciones sociales sean ascendentes. Y si eso genera ansiedad, culpa o vergüenza, la evitación de esas situaciones sociales estará rondando. Ahora sí, vayamos al juego.

Un juego pionero

En psicología experimental es sumamente importante buscar estrategias que permitan observar y medir determinado fenómeno en una situación que habilite que las conductas de interés se den. “Lo más sencillo y lo que más se ha usado en la literatura para estudiar estos comportamientos son cuestionarios de autorreporte. Por ejemplo, le preguntás a una persona qué hace en tal situación, si la evita, mucho, siempre, a veces, nunca. Pero lo que no hay son tareas en las que puedas ver efectivamente si en ese tipo de situación social que a vos te interesa la persona, por ejemplo, tiene una evitación social o reacciona con mucho nerviosismo”, cuenta Uriarte. Y si tal tarea -o juego, como uno prefiere llamarle- no existe, crearla sería un golazo. Afortunadamente, en el Cibpsi ya tenían a una jugadora que haría empalidecer al goleador de la liga de tareas para medir la evitación social.

En 2019 la investigadora Gabriela Fernández ya había creado una tarea a la que bautizó Team task (tarea de equipo). “Ella la diseñó para su proyecto de maestría como una herramienta que le permitiera evocar esa situación en la que se da una evitación social para aplicar a personas con depresión”, cuenta Uriarte. Acuña, Uriarte y Morales querían continuar con esa línea de investigación aprovechando que en su centro habían creado la primera, y hasta el momento única, tarea para medir evitación social. Para quienes se fascinan con la palabra “innovación”, he aquí una: en el Cibpsi se concibió y desarrolló una herramienta que ahora puede utilizarse en psicología en cualquier otra parte de globo.

“En la tarea de Gabriela había dos opciones, o jugar solo o con alguien. Lo que vio es que los participantes con depresión evitaban más jugar en equipo. En nuestra versión adaptada del Team task, en todas las rondas los participantes tienen que armar equipo con alguien”, explica Uriarte.

Acuña pone un ejemplo para dejar claro cuál era el tipo de situación que querían poner a prueba: “Imaginate que tenés que jugar un partido de dobles de tenis y te dan para elegir jugar con una persona que juega muy bien, que juega mejor que vos, o con una que no es tan buena, que juega igual o peor que vos. La mayoría de las personas eligen a la persona que juega muy bien porque eso hace que tengas más chances de ganar el partido. Pero a la vez, si elegís la persona que juega muy bien capaz que pasa que ves que el otro aporta mucho más que vos al equipo y eso te hace sentir un poco mal”.

“A las personas con depresión ese tipo de situaciones en las que se comparan con otros las hace sentir bastante mal, y entonces frente a esa situación en la que hay que elegir entre un compañero muy bueno y otro no tanto, la persona con depresión capaz que elige al que no es tan bueno, pese a que eso también implica que tienen menos chances de ganar el partido. Ese es el tipo de situación que nosotros quisimos recrear con esta tarea”, dice Acuña.

...y con trampa

El juego en el que participaron finalmente 79 voluntarios, 65 mujeres y 14 hombres, era bastante sencillo. En una pantalla de computadora aparecía un círculo que en un momento cambiaba de color. Los jugadores tenían que apretar la barra espaciadora cuando creyeran que había pasado un segundo desde el cambio. Al principio, tuvieron una ronda individual que les asignaría cuántas estrellas tendría cada uno: en teoría, quienes mejor midieran ese segundo tendrían tres estrellas y una los que peor lo hicieran.

Pero en el diseño experimental había una trampa: todas las personas que participaron, independientemente de lo bien que les hubiera ido, recibieron una estrella. De esta manera, en la etapa siguiente, en la que deberían jugar en equipo con alguien más que estaría en otra computadora en la misma sala o virtualmente, se los forzaba a elegir a un compañero o compañera de equipo igual (con una estrella) o mejor (con dos o tres estrellas). Pero esa no era la única “trampa”.

“Se les decía que iban a estar jugando en equipos, ya fuera entre ellos o con otras personas que supuestamente estaban conectadas en línea. Pero eso también es parte de la cover story, no había otras personas conectadas”, cuenta Uriarte. Luego se les decía que, si ambos jugadores acertaban en la tarea, recibirían 22 puntos, mientras que si sólo uno de los dos lo hacía, obtendrían 20; si ambos se equivocaban, cero punto. Y aquí estaba la última trampa: tampoco jugaban efectivamente en equipo.

Durante los 40 minutos de juego participaron en 60 rondas en las que eligieron a un compañero que, acorde a la categoría, tendría fijado de antemano su rendimiento: los de tres estrellas tenían 100% de respuestas correctas, los de dos, 60%, y los de una, 30%. Todo era una especie de simulacro en el que lo que importaba era a quiénes elegían como pareja para jugar en equipo, si evitaban o no jugar con personas mejor rankeadas. También les dijeron que iban a obtener un premio en función del puntaje que obtuvieran, para fomentar que se esforzaran por sacar el mejor puntaje posible.

¿Qué dice el tanteador?

El trabajo arrojó resultados interesantísimos. Entre ellos, vieron que cuanto mayores eran los síntomas de depresión y de ansiedad social de los participantes, más evitaron elegir compañeros de equipo de categorías más altas. “También vimos que cuanto más síntomas de depresión tenía la persona, menos puntos obtenía en el juego”, dice Acuña.

En el juego la evitación social implicó menos puntos. En la vida, sin puntajes, la evitación social, como dicen en el trabajo, implica pérdidas que pueden ser afectivas, económicas, etcétera, pero además alimenta una especie de círculo vicioso. “Una ansiedad social que no te permite sociabilizar saludablemente, ir a los eventos que te importan, o a los que tenés que ir, porque constantemente te estás monitoreando a vos mismo a ver si decís algo malo o si estás por pasar vergüenza o pensando negativamente en las cosas que podrían pasarte, es muy probable que termine alienándote y esa alienación, a su vez, te va a deprimir”, amplía.

Luego de haber efectuado la tarea, los participantes contestaron cuestionarios sobre cómo se habían sentido durante el juego. A modo de ejemplo, comunican que “hubo un efecto principal significativo de los síntomas depresivos para las emociones de culpa”. Por otro lado, “los participantes reportaron más nerviosismo cuanto más altos eran sus síntomas depresivos cuando eligieron jugar con un jugador de tres estrellas, pero no cuando eligieron jugar con uno de dos o una estrella”. Algo similar se vio con los síntomas de ansiedad social: cuanto más altos los síntomas más reportes de “emociones de culpa, ira, vergüenza y nerviosismo”.

Después de que hacían toda la tarea y los cuestionarios, les contaban cómo habían sido las cosas en realidad. En el trabajo dicen que nadie se sintió molesto por este “engaño” de la prueba. También les dieron la misma recompensa a todos, independientemente de los puntos que hubieran obtenido. “La gente no se ofende cuando les contamos, entre otras cosas porque por lo general quienes vienen a este tipo de estudios lo hacen con muy buena onda”, dice Acuña. “Vienen con una motivación de querer comprender un poco mejor esto que a ellos les molesta tanto”, complementa Uriarte.

Aportando

Tener una herramienta para poder medir la evitación social en contextos de comparación social ascendente y ver que efectivamente esa conducta genera pérdidas -aquí en puntos- para las personas sin dudas es importante. ¿Pero qué deja este trabajo a aquellas personas con estos síntomas que padecen la evitación social?

“La tarea es súper importante porque mide en tiempo real una conducta emulando una situación en la que la persona cree estar en una situación social y te permite ver que en algunos casos toman decisiones subóptimas. Nos permite ver cómo la persona está poniéndose en una situación desfavorable debido a las creencias que tiene sobre sí misma, sobre los demás o sobre esa situación social. Y entonces creo que es súper importante que se sepa que esas son creencias irracionales que la persona aprendió y que se pueden modificar trabajándolas en terapia”, reflexiona Uriarte.

“Muchas de esas creencias son aprendidas y tienen que ver con la historia de vida de las personas. Obviamente, estas creencias están afectadas por distintos factores, pero hay un patrón cognitivo que más o menos es general en personas con depresión y ansiedad social, que tiene que ver con creencias negativas sobre sí mismas, con la autoestima, la falta de asertividad, componentes que dificultan tener interacciones sociales funcionales, que la persona pueda acercarse a otras personas, a situaciones o a lugares donde le gustaría estar, pero que termina evitando debido a toda esa ansiedad que le provocan”, dice Uriarte. Y entonces, nos tira el salvavidas: “Como todas esas son creencias aprendidas por la persona, se pueden trabajar y se pueden modificar por otras más saludables, más adaptativas para ella”.

“Estos trabajos también permiten identificar situaciones que pueden desatar la evitación social. Si al consultorio viene una persona con ansiedad social, capaz que parte de su evitación puede venir por este lado”, explica Acuña. “Entonces este trabajo aporta evidencia a favor de que esto es algo realmente relevante para la evitación social de personas con depresión o ansiedad social, y a un psicólogo le puede servir para tener en la cabeza qué tipo de situaciones evaluar al momento de tratar a un paciente”, desliza.

Pero hay más. “Por otro lado, ayuda a hacer comprender a la persona que lo sufre que hay un costo material, social, laboral, etcétera, debido a esa evitación. Es importante que la persona pueda verlo para identificar que hay un patrón de conducta que no le está siendo favorable ya que la conducta de evitación quedará reforzada por un alivio transitorio”, dice Uriarte.

“Asimismo, el trabajo muestra la relevancia de los procesos de comparación social y de culpa en todo este tipo de situaciones de evitación. Eso también es un aporte valioso que le puede servir a los psicólogos para tener en cuenta que estas son cosas que pueden llevar a una persona a efectivamente evitar determinado tipo de situaciones”, señala a su vez Acuña.

“El tema de las comparaciones sociales es muy rico para trabajar a nivel terapéutico, sobre todo en esto de que el procesamiento de la información queda sesgado con la depresión o con la ansiedad social. Las personas con estos síntomas le prestan atención específicamente a alguna parte de la información que no es la mejor para ellos”, sigue Uriarte.

“Toda la tarea surge en realidad de cuando Victoria Gradin estaba en Reino Unido. Ella atendía a pacientes como parte de su doctorado y una vez apareció una persona que estudiaba en la universidad y le dijo que le costaba mucho formar equipo con otra gente porque veía que los demás andaban volando y ella no era tan buena. Compararse con otras personas hacía que terminara estudiando sola y no le iba tan bien como le podría haber ido si formaba equipo”, cuenta Acuña.

“Entonces, si por ejemplo a un psicólogo le llega un caso similar al que tuvo Victoria, puede utilizar está información para ver que lo que a esa persona le puede estar pasando es que se está comparando socialmente con otras personas y al respecto de eso puede actuar”, relata Acuña. “El estudio surgió un poco de un caso real, porque esas cosas pasan”, redondea.

Esas cosas pasan. Y gracias a este trabajo arañamos un poco más el porqué y estamos un poquito más cerca de que no pasen tanto. No es por andar comparando, pero por eso este artículo se lleva sus merecidas tres estrellas.

Artículo: “Who do I want in my team: social avoidance of high qualified partners in depression and social anxiety”
Publicación: Journal of Affective Disorders Reports (agosto de 2022)
Autores: Laura Uriarte Gaspari, Alejo Acuña, Sebastián Morales, Gabriela Fernández, Valentina Paz, Alfonso Pérez, Álvaro Cabana y Victoria Gradin.

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