Decir que el humano desciende del mono ya no espanta a nadie. Ni siquiera si uno se pone detallista e insiste en que, más que descender de ellos, el humano es un mono más. Aun así, esta continuidad de la vida en el planeta tierra que bien relaciona la teoría de la evolución postulada por Charles Darwin y David Wallace dos por tres se nos pierde de vista. Maravillados con el animal que somos, no siempre está claro que todo lo que hacemos es posible gracias a pequeñas modificaciones de cosas que ya estaban allí en las formas de vida que nos precedieron. Nuestro cerebro –por hablar de un órgano en el que se suele ubicar lo que nos hace “especiales”– es capaz de cosas increíbles, pero no hay nada en él que ya no estuviera en este planeta antes o que la diferencia con lo que tienen otros organismos no sea más que una cuestión de grado.
Así y todo, no hemos encontrado animales que manejen el lenguaje como nosotros. Por lo antes dicho, nuestra capacidad de pensar y comunicarnos mediante el lenguaje no surgió de la nada. Pero son pocos los animales que se prestan a hablar de ello, así que, ciencia mediante, vamos descubriendo cómo se comunican, qué capacidades cognitivas tienen, sus ideas de número y cantidades, entre tantas otras cosas. Justamente en estos temas bucea el reciente artículo de dos investigadores del laboratorio Wild Minds de la Escuela de Psicología y Neurociencia de la Universidad de Saint Andrews de Reino Unido, Kirsty Graham y Catherine Hobaiter. Y lo que lograron no sólo es fantástico, sino que abre puertas para investigar con más profundidad cómo la comunicación con gestos fue algo que los primates estuvieron desarrollando y de la que nos valimos para ser lo que hoy tanto nos gusta ser.
“El surgimiento de la comunicación intencional a través de un solo salto genético reciente en el linaje humano sigue siendo inverosímil”, dicen ambas autoras en su trabajo y, en cambio, proponen que “es probable que las habilidades precursoras estuvieran presentes en la comunicación de nuestros ancestros evolutivos y deberían compartirse entre las especies de primates modernos”. Y lo que se ha observado en estudios que llevan varias décadas es que muchos primates se comunican mediante ricos sistemas de gestos. “Se ha sugerido que los gestos de los primates son un andamio importante en la evolución del lenguaje humano” señalan. Y entonces se centran en ellos.
Los gestos de nuestros parientes cercanos
Partiendo de que los gestos de los simios se solapan entre varias especies, “incluyendo especies más distantemente emparentadas que bonobos, chimpancés y humanos”, sería de esperar que “los humanos retuvieran el uso de este sistema de comunicación gestual de los grandes primates”. Sin embargo, dicen, hasta la fecha “el uso de gestos naturales de los simios parecía estar ausente en la comunicación humana”.
Las autoras reconocen que los humanos somos animales altamente gestuales, pero que gran parte de nuestros gestos hoy acompañan expresiones verbales. “Los gestos compartidos con otros simios pueden estar enmascarados por la miríada de formas en que las personas señalan con las manos y el cuerpo”, dicen, y agregan que “desde señalar hasta hacer pantomima” los humanos regularmente “utilizan gestos que acompañan o incluso crean lenguaje”.
Sin embargo, pese a esta interferencia, citan trabajos que muestran que los niños, antes de comenzar a hablar, manifiestan “más de 50 gestos del repertorio de los simios”. Y entonces reconocen que en su trabajo reportan “la primera prueba de la hipótesis de que los adultos humanos competentes para el lenguaje todavía comparten el acceso a los gestos de los grandes simios”. ¿Cómo hicieron para probar esto? Dándole la vuelta a una prueba sencilla.
Reconociendo gestos
Las autoras recurrieron a un test que se emplea regularmente para estudiar la comunicación entre primates no humanos y que consiste en analizar qué pasa en el receptor tras la emisión de una señal o la presentación de un símbolo o gesto. “Aquí dimos vuelta el paradigma para probar a los humanos en una comunicación no humana”, señalan. “Si bien los humanos competentes en el lenguaje ya no parecen producir gestos típicos del repertorio de los grandes simios (o que estos gestos puedan estar enmascarados por otros gestos comunes típicos de los humanos), la presencia de una señal en el repertorio comunicativo de un individuo también se puede mostrar a través de su comprensión”, dicen con toda lógica. En otras palabras: puede que no hagamos sus gestos, pero si al verlos los entendemos, quiere decir que hay algo allí. Y eso fue lo que probaron.
Apelando a una prueba online, reclutaron a 17.751 participantes que vieron videos con diez gestos de bonobos y diez de chimpancés. Cada gesto era reproducido a velocidad normal y luego en cámara lenta, y los participantes debían escoger entre cuatro significados posibles, siendo sólo uno el correcto, por lo que si no se entendieran las personas, acertarían en 25% de sus respuestas. ¿Qué sucedió? En promedio los participantes interpretaron correctamente los gestos de chimpancés y bonobos en 57,3% de los casos. Salvo en un solo gesto, el de “agitar objeto”, que en bonobos puede tener hasta tres significados –quiero sexo, vení a acicalarme o andate–, en todos los otros los participantes respondieron acertadamente por encima de lo esperable por azar, lo que, según ellas, “sugiere que los humanos pueden haber conservado su comprensión de las características centrales de un sistema gestual presente en nuestro último ancestro común con el género Pan hace entre seis y siete millones de años”.
“El mecanismo subyacente que hace que la comunicación gestual sea comprensible entre las especies de grandes simios, incluidos ahora los humanos, sigue sin resolverse”, señalan en el trabajo las autoras. También dice que “sigue sin saberse si el repertorio de los grandes simios en sí es heredado biológicamente, o si los grandes simios (incluyendo ahora a los humanos) comparten una capacidad subyacente para producir e interpretar señales naturalmente significativas que son mutuamente comprensibles debido a la inteligencia general y los planes corporales compartidos, los objetivos sociales o la semejanza de los gestos con las acciones que pretenden provocar”. Tampoco descartan que los gestos “podrían ser heredados biológicamente en simios no humanos pero entendidos por humanos a través de otros mecanismos cognitivos”.
Finalmente, Graham y Hobaiter dicen que su trabajo “suma un nuevo hilo sustancial de evidencia a la continuidad de la comunicación a lo largo de nuestro linaje de homínidos”, apuntando que “este nuevo enfoque” de reproducir gestos en un marco de ciencia ciudadana puede convertirse “en una herramienta poderosa y fructífera para salvar las brechas en el estudio de la comunicación comparativa”.
Artículo: Towards a great ape dictionary: inexperienced humans understand common nonhuman ape gestures
Publicación: PLoS Biology (enero 2023)
Autoras: Kirsty Graham y Catherine Hobaiter.