El continente asiático tiene algo de experiencia en esto de dar a luz a grandes invasores, capaces de conquistar buena parte del mundo en períodos relativamente cortos. Atila y sus hunos, Genghis Khan y Tamerlán conquistaron más tierras que Alejandro Magno y crearon imperios más extensos que los de la antigua Roma. El emperador Yongle, máximo exponente de la dinastía Ming, extendió la influencia de China a otros continentes y patrocinó una serie de exploraciones marítimas al resto de Asia, África (y algunos creen que incluso América) mucho antes de la era de los descubrimientos europeos.
Las modernas invasiones asiáticas también se han servido de los barcos para lograr proezas tan o más espectaculares que estas, aunque su perfil haya sido más bajo. No las protagonizan hombres sedientos de poder, gloria y riquezas, sino pequeños moluscos inocentes pero no inofensivos, que simplemente aprovechan las oportunidades que les brinda un mundo globalizado para expandirse exitosamente.
Es probable que los primeros organismos invasores hayan llegado a estas latitudes justamente como polizontes en los barcos de los tempranos exploradores europeos, hace ya 500 años, pero fue el desarrollo del comercio marítimo internacional el que les brindó mejores vías de ingreso en el último siglo. Así ha ocurrido al menos con tres invasores emblemáticos que Uruguay y buena parte del mundo sufren desde hace algunas décadas: el caracol rapana (Rapana venosa), la almeja asiática (Corbicula fluminea) y el mejillón dorado (Limnoperma fortunei).
Los tres son originarios de Asia y se han extendido por el mundo gracias al agua de lastre que los buques transportan para mantener el equilibrio mientras no están cargados. Toman esa agua en el puerto de origen y muchas veces la arrojan en destino para cargar nuevamente el buque, liberando también con ella a visitantes indeseables de otras regiones (aunque hoy en día hay regulaciones específicas, no siempre bien controladas, para evitar que esto ocurra).
En su nuevo ambiente, varios de estos polizontes encuentran condiciones que les resultan muy ventajosas y que les permiten prosperar y expandirse, alterando así los ecosistemas, la cadena alimenticia y perjudicando a algunas especies nativas. A veces, igual que hacían los viejos conquistadores asiáticos, se comportan como auténticos vándalos. Especialmente el mejillón dorado, el Genghis Khan de los moluscos invasores.
Rompé, Limnoperma, rompé
En Uruguay nos dimos cuenta de que el mejillón dorado se había convertido en un problema porque tuvo la audacia de tocarnos el bolsillo. Si bien se reportó en el Río de la Plata a comienzos de la década de 1990 y se expandió con rapidez por los sistemas de agua dulce de la región, fue a comienzos del 2000 cuando empezó a generar problemas en la usina potabilizadora de OSE de Aguas Corrientes.
Las larvas de mejillón dorado se asientan sobre sustratos duros, por ejemplo las rejas o caños que se usan en plantas potabilizadoras, represas hidroeléctricas o sistemas de refrigeración de empresas. Al crecer, obstruyen estas vías y producen grandes daños económicos.
El mejillón dorado, sin embargo, venía actuando de formas más insidiosas y menos evidentes desde bastante antes de estos episodios. Como el foco de interés se centró en las pérdidas económicas y los posibles métodos para mitigarlas, el estudio de los potenciales impactos ecológicos que provoca –como ha ocurrido en otras regiones de Sudamérica– quedó un poco de lado.
Ese era justamente el interés del biólogo Iván González, del Departamento de Ciencias Biológicas del Centro Universitario Regional Litoral Norte en Paysandú (Cenur) de la Universidad de la República, que trabaja desde hace casi diez años en ecología de peces, redes alimenticias y especies invasoras. “Con la aparición del mejillón dorado nos surgían varias preguntas, porque hay una cantidad de peces que están utilizando este recurso, algo que nos llevó a pensar en el impacto que está teniendo eso en el ambiente”, cuenta.
“El mejillón dorado vino a cubrir un nicho ecológico que no tenía ninguna especie nativa, porque no contábamos con especies de mejillones de agua dulce. No tenía nadie contra quién competir. Se alimenta filtrando partículas y algas de la columna de agua, así que comida tenía de sobra, algo que también ayudó a que se expandiera rápidamente”, explica Iván.
Cuando crecen sobre las piedras de los fondos de los ríos, agrega Iván, los mejillones dorados ocasionan toda una serie de cambios en el entorno. Provocan que se acumule más materia orgánica, una situación que perjudica a algunos invertebrados nativos y favorece a otros, como anélidos (lombrices, sobre todo) y nemátodos (gusanos).
Como alimento, también benefician a algunos depredadores y perjudican indirectamente a otros. Por ejemplo, sabemos que al menos 50 especies de peces están consumiendo mejillón dorado en el Río de la Plata y que unas 28 hacen lo mismo en la sección baja y la sección media del río Uruguay, casi un tercio de los peces analizados allí en un trabajo de 2020 del propio González. Pese a ello, hay pocos estudios sobre los cambios que un recurso tan abundante provocó en estos peces y en la cadena alimenticia en general.
Para comenzar a subsanar estos baches, Iván comenzó a dar forma en 2015 a un trabajo recientemente publicado, que explora los impactos del mejillón dorado en algunas especies de peces que lo consumen. En él, junto con colegas del Laboratorio de Ecología Fluvial del Cenur, del Departamento de Ecología y Gestión Ambiental del Centro Universitario Regional Este (CURE), y del Departamento de Ecología y Evolución de Facultad de Ciencias, reveló que el mejillón dorado está provocando una transformación en nuestros peces.
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Para comprobar el efecto de los mejillones dorados en la cadena trófica y en los peces de nuestros ríos, Iván y sus colegas usaron dos métodos.
Por un lado, hicieron algo bien directo, que es analizar el contenido estomacal de peces colectados en el período posterior a la llegada del mejillón dorado (que dividieron a su vez en una etapa “temprana” y otra “consolidada” de la invasión) y en el período anterior (para lo que debieron usar especímenes de museo bien conservados).
Por el otro, aplicaron la técnica de isótopos estables de carbono y nitrógeno, presentes en los músculos de los animales. Al analizar la relación entre estos dos isótopos puede deducirse qué especies consumió el animal (o sea, la diversidad de su dieta) pero también qué lugar ocupa en la cadena alimenticia (por ejemplo, si se alimentó sólo de algas o de un animal que a su vez consumió las algas).
Pese a la gran cantidad de peces que se alimentan del mejillón dorado, Iván y sus colegas debieron centrarse en dos casos emblemáticos, que contaban con suficientes ejemplares bien preservados del período anterior a la invasión como para permitir el análisis: la boga (Megaleporinus obtusidens) y el bagre amarillo (Pimelodus maculatus), dos buenos modelos para estudiar estrategias de alimentación distintas, presentes en muchas otras especies.
Desde el arribo del mejillón dorado a nuestras aguas, la boga se dedicó a él con la misma tenacidad que el documentalista Morgan Spurlock demostró con las hamburguesas de McDonald’s: es prácticamente el elemento excluyente de su dieta, ya que posee dos dientes bien fuertes con los que puede arrancarlos del sustrato y romperlos.
El bagre amarillo, en cambio, es más omnívoro. Come también mejillones dorados, pero al carecer de las potentes herramientas dentales que tiene su compañero de río, su dieta es mucho más variada. Aprovecha todo lo que le pase por delante.
Vista así, la llegada del mejillón dorado parece una buena noticia para los depredadores nativos e incluso para los pescadores, que tienen abundancia de bogas y bagres amarillos bien alimentados, pero el desequilibrio en la trama trófica provocado por esta especie invasora puede tener consecuencias inesperadas. Una es que la boga, un animal que realiza migraciones de cientos de kilómetros en busca de alimento, podría cambiar sus costumbres al disponer de comida tan abundante y cercana, que vuelve innecesario tal gasto de energía invertido en la migración. La otra es que el éxito de unas pocas especies puede implicar el declive de otras, por ejemplo aquellas que se especializan en moluscos nativos, perjudicados por la presencia del mejillón dorado.
Que la boga se haya convertido en la principal especie en la pesquería artesanal en los últimos tiempos, desplazando de este lugar al sábalo en varios sitios del río Uruguay, quizá sea un indicio del cambio en las abundancias de nuestros peces, provocado por la llegada de este persistente invasor. “Puede haberse beneficiado con este nuevo recurso y que haya pasado a ser un poco más abundante de lo que era antes. Y cuando uno sube casi siempre hay algún otro que no la pasa muy bien”, aclara Iván.
El trabajo de Iván y sus colegas no estudió estas variables, que quedan abiertas a futuras investigaciones, pero sí corroboró que el mejillón dorado está cambiando la dieta de nuestros peces, el lugar que ocupan en la cadena alimenticia e incluso los está modificando físicamente.
Lo que pasa en las bogas...
Tanto el análisis del contenido estomacal de los peces como la técnica de los isótopos estables mostraron una serie de cambios que convierten al mejillón dorado en la pesadilla de un vegetariano: está logrando que algunos de nuestros peces se vuelvan esencialmente carnívoros, un cambio que afecta tanto a la boga como al bagre amarillo pero es mucho más notorio en el caso de la primera.
“Las dos metodologías, que hablan de cosas diferentes, revelan el mismo cambio. La relación isotópica de los músculos muestra que antes de la invasión del mejillón dorado los peces estaban comiendo cosas más diversas. Luego de la invasión, esa diversidad de recursos parece disminuir mucho y justamente los valores isotópicos son muy parecidos a los que tiene el mejillón dorado”, dice Iván.
El análisis estomacal mostró lo mismo. “Vimos que antes comían materia vegetal y después pasaron a consumir más de este mejillón y menos de lo otro; en el caso de la boga, sobre todo, subió su posición en la cadena trófica porque era principalmente herbívora y pasó a ser carnívora”, dice Iván.
La boga mostraba antes de la invasión un consumo de 63% de materia vegetal (como semillas, frutas y hojas), que descendió notablemente en los primeros diez años de la invasión y aún más en la etapa más consolidada, mientras el mejillón pasaba a ser cada vez más importante. En el análisis de ejemplares colectados entre 2010 y 2016, pasó a ocupar más del 60% de la dieta y los recursos vegetales se volvieron muy marginales. En el caso del bagre amarillo el porcentaje de mejillón dorado consumido superó también el de vegetación terrestre luego de la invasión.
Hubo otro dato revelador. Guiados por los conocimientos de fisiología ecológica del biólogo Daniel Naya, los investigadores midieron los estómagos y tractos digestivos de ejemplares antes y después de la invasión, y descubrieron que el mejillón dorado también provocó una disminución del tamaño de estos órganos en las bogas.
“El tracto digestivo es uno de los sistemas más reactivos porque tiene que adaptarse rápidamente a la cantidad de alimento que está entrando y a los nutrientes que logra sacarle, ya que es un tejido muy costoso de mantener. En ese sentido, es conocido que los animales herbívoros, por ejemplo, suelen tener tractos intestinales bien largos porque el material vegetal es de baja calidad nutricional y necesita mucho recorrido para obtener los nutrientes suficientes”, cuenta Iván.
Los animales carnívoros, por el contrario, tienen tractos intestinales bastante cortos porque “el alimento es casi todo proteína y la asimilan enseguida”. Aunque el número de bagres amarillos bien preservados de antes de la invasión no fue suficiente para sacar conclusiones a este respecto, en el caso de la boga sí se observó un cambio bien claro y extremo: los tractos intestinales se habían achicado.
“Al volverse más carnívoras, su estómago e intestino se modificaron acorde a ese cambio en la dieta. Eso abre un montón de nuevas preguntas, como saber qué pasa cuando habitan ambientes invadidos por el mejillón dorado y pasan a otros donde este alimento no se encuentra, qué hacen y cómo se adaptan sus intestinos”, agrega. Están trabajando justamente en eso ahora, usando como “laboratorio” el río Queguay, que tiene una sección baja invadida por el mejillón dorado y otra que está libre de él (la boga está presente en todo el río).
La acelerada invasión de los mejillones dorados está provocando cambios a gran escala que recién estamos empezando a desenredar y que no se limitan solamente a las bogas, por más que este trabajo se centre en ellas. Por decirlo de otro modo, lo que pasa con las bogas no se queda en las bogas. “Esto que observamos, sin dudas, se debe estar dando también en otros peces que hacen lo mismo que la boga y son muy especialistas. Desde lo particular de estas dos especies, intentamos generalizar lo más que podemos para deducir los cambios que pueden estar ocurriendo en el ensamble de peces”, cuenta Iván.
El mejillón por la boga muere
Las consecuencias de la invasión del mejillón dorado son variadas, complejas y van mucho más allá de los daños producidos a las infraestructuras humanas o la preocupante amenaza que suponen para nuestro suministro de agua potable, ya complicado por otros factores.
“El mejillón dorado es una especie exótica que provoca cambios e impacta directamente en los recursos pesqueros. La boga es un pez que obviamente ocupa un rol relevante en el ecosistema y va a generar relaciones de competencia con otros. Con la introducción del mejillón se modifica el entramado de recursos naturales y se produce un impacto bastante complejo de evaluar”, analiza Iván.
Una menor diversidad en la cadena trófica, a causa de la gran abundancia de un solo recurso, puede hacer que las redes alimenticias se vuelvan más vulnerables, o que se produzca un desequilibrio debido a una disminución en la depredación de otros invertebrados. La boga, un recurso pesquero importante, parece haberse visto beneficiada, “pero seguramente en detrimento de otras especies”, señala Iván. “Ni qué hablar de lo que puede ocurrir con los moluscos nativos, que es donde se supone que hay mayor impacto, y aquellos peces que se especializan o interactúan con moluscos nativos, que también se pueden ver perjudicados”, agrega.
“La información generada aquí representa un valioso ejemplo de cómo una especie invasora puede modificar las cadenas alimenticias y afectar las especies involucradas en servicios ecosistémicos importantes, como la preservación de la biodiversidad o el suministro de alimento por parte de las pesquerías. Aún más, la evidencia mostrada en nuestro estudio podría servir para predecir cambios en la cadena alimenticia producidos luego de la invasión del mejillón dorado”, concluye el trabajo.
Es que el mejillón dorado aún no finalizó su campaña triunfal por nuestro continente. Llegó al Gran Pantanal brasileño, está desde hace rato en el Paraná y es cuestión de tiempo para que conquiste el Amazonas. “Estos resultados te permiten saber un poco qué tipo de especies son las que se van a poder adaptar a esto, cuáles se van a ver beneficiadas y también cuáles se van a ver más perjudicadas. Es todo un desafío”, concluye. Quizá sea menos notorio y cruento que el de Genghis Khan, pero lamentablemente el reinado del mejillón dorado promete durar por mucho más tiempo.
Artículo: Historical analysis reveals ecological shifts in two omnivorous fish after the invasion of Limnoperna fortunei in the Uruguay river
Publicación: Biological invasions (febrero de 2023)
Autores: Iván González, Nicolás Vidal, Alejandro D’Anatro, Franco Teixeira de Mello, Ivana Silva y Daniel Naya.