Hoy es casi imposible ver un pecarí silvestre y nativo en el país. Salvo algunos pocos ejemplares de pecarí de collar (Dicotyles tajacu) que fueron reintroducidos en la naturaleza en un par de localidades a partir de animales criados en cautiverio en el Bioparque M'Bopicuá, estos animales podrían considerarse extintos a nivel local ya desde los primeros años del siglo XX. Sin embargo, las cosas no siempre fueron así.
Hace aproximadamente 3,5 millones de años algo pasó en el continente Americano que impactaría enormemente en la biodiversidad de América del Sur y en la del Norte. Mientras antes las américas estaban completamente separadas, en aquel entonces se formó el istmo de Panamá. Para muchos animales terrestres, ese puente de tierra fue una invitación a expandir sus horizontes. Para otros significó el desafío de resistir las invasiones de inmigrantes que competirían por los mismos recursos. El fenómeno, que llevó miles de años, se conoce como Gran Intercambio Biótico Americano.
Desde el norte llegaron al sur, por ejemplo, mamíferos del grupo carnívora, como los cánidos, félidos y úrsidos. Hasta entonces el continente sudamericano había funcionado casi como una isla, constituyendo una especie de laboratorio de la evolución que generó animales distintos a los de otras partes (Norteamérica tenía una historia de intercambios con Eurasia, por lo que la fauna de allí tenía parientes en otros continentes). Aquí en Sudamérica, por ejemplo, teníamos un tigre dientes de sable marsupial que vivía plácidamente sin la competencia de sus parientes mamíferos carnívoros placentados que los desplazarían. Los caballos, ciervos, gonfoterios, mastodontes y zorrillos fueron otros de los animales que conquistaron el sur viniendo del norte. A su vez, animales originados en el laboratorio sudamericano fueron exitosos también conquistando el norte: gliptodontes, mulitas, armadillos perezosos gigantes, toxodóntidos y aves del terror fueron parte de este intercambio de figuritas de animales entre el sur y el norte.
En ese marco, llegaron a Sudamérica los tayasuidos, familia de animales que popularmente por aquí denominamos pecaríes. Instalados en nuestro continente, aprovecharon las oportunidades que les dimos y los pecaríes originarios del norte dieron lugar a seis géneros y muchas más especies, de las cuales hoy sólo sobreviven tres: el ya mencionado pecarí de collar, que fue muy numeroso en nuestro país hasta hace poco más de 100 años, el pecarí barbiblanco (Tayassu pecari) y el pecarí del Chaco (Parachoerus wagneri). Los tres vivieron en otro tiempo en nuestro país (el último de ellos en extinguirse de nuestro territorio fue el de collar). Y la publicación de un reciente artículo nos hace ver que, hasta hace relativamente poco, estos animales estaban aún mucho más representados por estas latitudes.
Titulado “Brasiliochoerus stenocephalus, un gran pecarí extinto en lechos del Pleistoceno tardío de Uruguay: estudios comparativos, isotópicos y paleoecológicos”, el trabajo firmado por Martín Ubilla y Elizabeth Morosi, de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, Germán Gasparini, de la División Paleontología de Vertebrados de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la Universidad Nacional de La Plata, Argentina, y Andrés Rinderknecht, del Museo Nacional de Historia Natural, no sólo reporta detalladamente la presencia del pecarí nombrado en el título en sedimentos de la Formación Sopas, de unos 40.000 años de antigüedad, sino que nos pinta un panorama en el que varias especies se paseaban por la zona, mostrando una época pecarísticamente más diversa que la actual.
Uno más para atender
En el trabajo se reseña que el fósil más antiguo de pecarí encontrado en nuestro país data de entre fines del Plioceno y mediados del Pleistoceno, pongamos que hace entre tres y un millón y medio de años atrás, encontrado en sedimentos de la Formación Raigón de Canelones y fue asignado al género Platygonus sin poder determinar especie (en un paper firmado también por el paleontólogo Martín Ubilla que encabeza el presente artículo). No fue el único: los pecaríes extintos Catagonus bonaerensis y Tayassu giosciai y el actual pecarí del Chaco, entre otros en los que no se pudo determinar bien la especie, fueron reportados para distintas formaciones del país, casi todos ellos en el Pleistoceno, que comenzó hace unos 2,6 millones de años y terminó hace nada más que 11.000.
En el trabajo reportan con lujo de detalle la presencia del pecarí Brasiliochoerus stenocephalus –al que podemos llamar pecarí de rostro angosto– en sedimentos de la Formación Sopas de Salto a través de la descripción de un cráneo casi completo. Y lo interesante es que en sedimentos de esa misma formación, que tiene una antigüedad de entre unos 43.500 y 30.600 años, “hasta la fecha, dos pecaríes existentes se describen con confianza”, el de collar y el del Chacho. De esta forma, allí en Salto e inmediaciones, podemos colocar casi que conviviendo –el registro fósil es muy embustero y encontrar dos animales a escasos centímetros uno de otro en el sedimento no es prueba de que ambos cruzaron miradas estando en vida– a tres pecaríes. Y dado que “la presencia de un tercer y diferente pecarí en esta unidad fue mencionada en listas taxonómicas o comentarios, pero no fue debidamente estudiada ni ilustrada”, el presente trabajo se aboca a ello, más aún cuando contaban con un as bajo la manga: un cráneo casi completo que el equipo de paleontólogos de Facultad de Ciencias había desenterrado de los sedimentos de la formación que afloran en el arroyo Sopas.
Con un material tan espectacular, ingresado a la colección de fósiles de vertebrados con el código FCDPV-3034, no sólo hicieron un detallado análisis morfológico y multivariado de componentes empleando medidas de éste fósil y de otros pecaríes, para determinar que efectivamente se trataba de un pecarí de la especie Brasiliochoerus stenocephalus sino que además indagaron en las diferencias isotópicas de carbono y oxígeno para determinar su dieta.
Grande y no tan grande
En el trabajo midieron cuidadosamente no sólo el cráneo encontrado recientemente del pecarí de rosto angosto de unos 40.000 años de antigüedad de Salto, sino también otros cráneos de la especie –incluido el holotipo con el que se describió al Brasiliochoerus stenocephalus–, así como de otros pecaríes extintos y actuales. Tanto las características descritas del cráneo como los análisis de componentes principales y bivariados indican que efectivamente se trata de un cráneo de Brasiliochoerus stenocephalus.
En cuanto al tamaño, hay una particularidad. Si se observa sólo el largo y el ancho del cráneo, el pecarí de rosto angosto se destacaría por ser el pecarí con el cráneo más grande: “según el análisis cuantitativo, Brasiliochoerus stenocephalus tiene un cráneo similar o más grande que incluso los adultos de Parachoerus wagneri”. Si empleamos el tamaño del cráneo para saber el tamaño del pecarí, ¡entonces tenemos al más grande aquí! Pero no tan rápido: el trabajo también reporta que “considerando las medidas dentales, se observa que Brasiliochoerus stenocephalus tiene variables relativamente similares o menores que las de Tayassu pecari”. Es decir, el pecarí de barba blanca presenta dientes de mayor tamaño, así que si nos basáramos en ese dato, el tamaño no sería tan grande.
“Las especies existentes tienen una masa corporal que oscila entre 20 y 40 kg” sostiene el trabajo, agregando que “estudios preliminares han demostrado que en los últimos 4 a 3,7 millones de años, los Tayassuidae sudamericanos mantuvieron una masa corporal relativamente uniforme, oscilando entre 20 y 70 kg”. En este contexto, afirman que si bien esas estimaciones de tamaño “no incluyeron todas las especies sudamericanas de Tayassuidae, la masa corporal de Brasiliochoerus stenocephalus varía entre 37 y 60 kg, representando uno de los taxones más grandes de pecaríes en América del Sur, junto con las especies de Platygonus (30-70 kg) y Catagonus (79-97 kg)”. De todas formas, ser más grande o más pequeño poco importa. Si juzgamos a la biodiversidad sólo por los que son más en algo, estaríamos lejos de entender su verdadero valor.
Compartiendo un ambiente
Al analizar los isótopos de carbono 13 y oxígeno 18 en el cráneo aquí reportado y además comparándolo con información isotópica del pecarí de barba blanca, los investigadores obtuvieron valiosa información sobre cuál habría sido la dieta de ambos.
“Se podría inferir, a grandes rasgos, un mismo tipo de dieta para ambos especímenes, ya que están prácticamente en el mismo rango isotópico” reportan en el trabajo nuestros paleontólogos y su colega argentino. La dieta del pecarí de rostro angosto “incluía 75% de plantas del tipo C3”, sugiriendo una dieta mixta con un fuerte componente de “árboles, arbustos y pastos C3”, mientras que la del pecarí de barba blanca “incluía 81% de plantas C3”.
También sostienen que “aunque ambos ejemplares tenían un alto consumo de plantas C3, también podrían haberse alimentado de pastos C4 o incluir otras fuentes de carbono en su dieta, como hongos, semillas, raíces, barro por falta de minerales o pequeños animales para complementar la ingesta de proteínas, como ocurre en los pecaríes existentes”. También reportan que los datos sobre isótopos de carbono los llevan a pensar que ambas especies de pecaríes encontradas en Salto se habrían alimentado selectivamente “principalmente de plantas C3 en una sabana boscosa, que probablemente incluía un hábitat boscoso ribereño”. Y como esa dieta es similar a la del pecarí barbiblanco de nuestros días, agregan que eso sugiere que esos animales “no variaron significativamente su comportamiento alimentario al menos entre hace unos 40.000 años y nuestros días”.
Dado que en el artículo señalan que “debe destacarse que los taxones se recolectaron en los mismos estratos en un contexto tafonómico parcialmente articulado y que posiblemente coexistieron en el mismo tiempo y lugar”, apuntan que esto no sería extraño ya que la coocurrencia de distintas especies de pecaríes se da hoy con las tres especies actuales en la ecoregión del Gran Chaco.
De esta manera, tenemos al menos a dos pecaríes comiendo prácticamente lo mismo en un mismo tiempo y lugar. Lejos de competir, aquí el pecarí de rostro angosto y el barbiblanco de la Formación Sopas parecen decirnos que había recursos para compartir sin hacer mucho drama. Del tercero, el del Chaco, no hay estudios isotópicos en materiales de esa formación en este trabajo. Pero tal vez donde comen dos comieran tres sin demasiado problema. No podemos saberlo a ciencia cierta, y puede que unas especies alternaran con otras por ver cuál prevalecía en aquellos parajes hace miles de años. Pero la puerta está entornada para dejar pasar la idea más reconfortante de que en el mundo animal –y el vegetal, microbiano, etcétera– eso de que lo que impera es la competencia no es tan así. Los fósiles de Salto, interrogados por nuestros paleontólogos Martín Ubilla, Elizabeth Morosi y Andrés Rinderknecht, junto al vecino Germán Gasparini, están allí para recordárnoslo.
Artículo: Brasiliochoerus stenocephalus (Lund in Reinhardt, 1880), a large extinct peccary in late Pleistocene beds of Uruguay: Comparative, isotopic and paleoecological studies
Publicación: Journal of South American Earth Sciences (agosto de 2023)
Autores: Martín Ubilla, Elizabeth Morosi, Germán Gasparini y Andrés Rinderknecht.