Durante muchos años circuló a modo de leyenda urbana una historia con gran poder de parábola y espíritu de fábula, aunque se la repitiera como una curiosidad biológica verídica. El cuento de la rana hervida, como se le conoce comúnmente, asegura que si uno tira una rana en una olla de agua caliente el anfibio saltará desesperado, pero si lo hace con agua apenas tibia y va subiendo muy pero muy lentamente la temperatura, el animal no se dará cuenta y terminará cocinado dentro de la olla.
La historia fue tan popular que en el siglo XIX unas cuantas ranas infortunadas fueron víctimas de científicos curiosos pero algo sádicos, que probaron distintas formas de hervirlas lentamente para sacar conclusiones dudosas y contradictorias. Investigaciones modernas, que han medido el punto termal crítico para muchas especies de anfibios, han demostrado que la historia es simplemente eso: una ficción. La rana siempre intentará salir cuando la temperatura del agua le resulte incómoda, por más lento que se quiera “cocinarla”.
Lo más interesante del cuento no es, sin embargo, su costado experimental, sino su poder como metáfora. Eso es lo que lo hizo tan popular, a tal punto que hoy se habla del “síndrome de la rana hervida” en toda clase de áreas, desde la salud o la psicología a la competencia empresarial. Pero hay pocos ejemplos en el que la fábula sea tan representativa -y casi literal- como la actitud ante los efectos del calentamiento global y el cambio climático: las evidencias aportadas y los impactos serios anunciados para el planeta y el bienestar humano no han tenido una reacción proporcional.
Somos la rana del cuento, que patalea tibiamente en vez de saltar de la olla, justamente porque muchos de estos cambios son de largo aliento y se producen lentamente. La visión cortoplacista de muchos gobiernos y el abuso del término “calentamiento global”, usado a manera de comodín para justificar cualquier fenómeno y excusar de paso la inacción humana, tampoco han ayudado a percibir la gravedad de la situación y colaboraron en polarizar al público respecto al asunto.
La discusión en torno al nombre y naturaleza del fenómeno también desvirtúa la discusión y la saca de eje. Lo que es innegable es que hay evidencia de incrementos sistemáticos de la temperatura superficial del agua del mar y del nivel del mar registrados en una amplia serie temporal, por ejemplo.
“Llámenlo como quieran, pero nosotros hemos podido detectar y cuantificar esos cambios en la intensidad y frecuencia de vientos, en la temperatura, en el nivel del mar y su impacto. Todo eso está totalmente demostrado”, dice el ecólogo y biólogo marino Omar Defeo, del Laboratorio de Ciencias del Mar de la Facultad de Ciencias.
Defeo no es, ciertamente, la rana de esta historia. Le preocupa especialmente que el público general se involucre en los problemas que el cambio climático está trayendo y traerá a las sociedades humanas, la biodiversidad y el ambiente.
Es parte de un grupo internacional de científicos que desde hace un tiempo busca alternativas para comunicar esta realidad y trabajar con ella en el aspecto ecológico pero también en el social, económico e institucional, que están entrelazados.
Sabe que, sin importar los nombres que se usen para definir el fenómeno, se necesita una “respuesta inmediata y con estudios de adaptación inmediatos, en especial para comunidades vulnerables, que ayuden a planificar y no a reaccionar, a pensar y no a generar obituarios”.
En esta línea, Defeo acaba de publicar junto a 25 colegas de diversas partes del mundo un artículo que propone un cambio de paradigma en la forma de involucrar al público en el cambio climático. En lugar de anuncios catastrofistas que a veces parecen alejados de nuestra realidad, instan a mirar alrededor, percibir los cambios que están afectando a otras especies y actuar en consecuencia.
Se estima que en las últimas décadas el cambio climático provocó cambios en la distribución de al menos 12.000 especies en el planeta, fenómeno que a su vez impacta directa e indirectamente en el bienestar humano. Estas “especies en movimiento ofrecen vías emocionales para que la gente conecte de formas profundas en el complejo asunto del cambio climático, con el potencial de generar interés y acción”, aseguran.
Humanos en movimiento
La idea de conectar el cambio climático con los cambios que ya está provocando en las especies surgió por iniciativa de la primera autora, Gretta Pecl, ecóloga marina australiana que en 2016 comenzó con una serie de conferencias llamadas “Species on the move” (Especies en movimiento). En ellas incluyó la participación de miembros de comunidades indígenas, que compartieron su conocimiento de los cambios que generan los movimientos de las especies desencadenados por el calentamiento global.
En la costa de Tasmania, por ejemplo, la proliferación de erizos de mar, favorecidos por el calentamiento del agua en esa zona, está generando dolores de cabeza ecológicos y económicos al acabar con grandes extensiones de algas y plantas marinas. Como respuesta, integrantes de la comunidad local y científicos participan en un proyecto de recolección comercial de erizos de mar que crece año a año, y que ayuda a atenuar los efectos de esta invasión al mismo tiempo que ofrece alternativas económicas.
Los ejemplos abundan y muchos de ellos son repasados por el artículo. “En Etiopía y Colombia, el calentamiento está alterando la distribución de la malaria, porque está cambiando la presencia de los mosquitos que son vectores de la enfermedad”, explica Omar. De este modo, localidades que antes estaban libres de esta enfermedad ahora la sufren.
El cambio en el clima afecta incluso a las plantaciones de café en México, Guatemala, El Salvador, Nicaragua y Costa Rica, países en que las regiones bajas se están volviendo menos propicias para el cultivo y encareciendo la producción.
En Finlandia, el salmón atlántico está en declive y el lucio europeo en expansión, fenómeno causado por un mayor calentamiento del agua. En Italia, algunas especies de aves se están desplazando a regiones más elevadas, en áreas que se solapan con emprendimientos turísticos que ponen en jaque su conservación.
En Norteamérica y Europa, los abejorros están contrayendo su rango de distribución, amenazando así la salud de plantas, animales y personas de la región debido a los efectos en cascada que se generan cuando no cumplen con su función polinizadora.
En todas estas transformaciones hay también oportunidades para trabajar a nivel local y adaptarse. Estas “especies en movimiento” son un “ancla tangible para conectar a individuos y comunidades en el diálogo sobre el cambio climático, sin el sentimiento de impotencia que puede asociarse a eventos catastróficos como los extremos climáticos o la extinción de especies”, señalan los autores.
La dinámica, escala y complejidad de esta amenaza hacen que sea difícil de percibirla directamente. Por ejemplo “la distancia temporal, la distancia espacial, la distancia social (diferencias culturales) y la distancia hipotética (certeza o incertidumbre)” forman parte de un proceso psicológico que explica por qué “las consecuencias más visiblemente dramáticas del cambio climático (como el derretimiento de glaciares y el hielo del mar), que a menudo ocurren en las regiones menos pobladas del planeta, fallan en conectar con mucha gente”, agregan. Distinta es la situación de las especies en movimiento, cuando son presentadas en forma local y en un contexto relevante.
Eso es exactamente lo que propone este artículo, que ofrece un marco teórico para que estos cambios que el calentamiento global está produciendo en las especies a nivel local conecten con nuestros valores para incitarnos a entrar en acción. De esta manera, además, “puede evitarse el potencial miedo y la saturación emocional que típicamente acompaña a la comunicación del cambio climático que se enfoca casi exclusivamente en impactos de gran escala y eventos climáticos extremos”.
Conexiones
Lo que proponen Gretta Pecl, Omar Defeo y colegas es encuadrar las historias y experiencias de otras especies impactadas por el cambio climático no exclusivamente como un problema medioambiental, sino como parte de un entramado que tiene dimensiones humanas y que nos afecta directamente, que sacude incluso nuestra sensación de pertenencia a los lugares en que vivimos.
No hablamos solamente de especies desplazadas por el cambio climático, porque los efectos son múltiples. “Además de cambios en el rango de distribución, puede haber efectos en la abundancia de las especies o los tamaños de los organismos, entre muchas otras cosas. Nosotros relacionamos todos esos aspectos puntuales de esas poblaciones específicas con la estructura y función de los ecosistemas, con la seguridad alimentaria, con la salud humana, con los medios de subsistencia”, puntualiza Omar. De ese modo, quedan claros los efectos en la parte ecológica pero también en la social, económica e institucional.
En su artículo, hacen un recuento de varios de los cambios que provoca el cambio climático en las especies y explicitan la forma en que pueden afectar emocionalmente a las comunidades locales, las oportunidades de comunicación que brindan y los ejemplos en que podrían usarse para incitar a la acción.
En el caso de los abejorros que están cambiando su distribución en Europa y Norteamérica destacan el cambio que su ausencia provoca en el paisaje, la tristeza que puede generar la pérdida de las plantas que dependen de su polinización y los efectos negativos en las actividades de horticultura, pero a su vez la simpatía y necesidad de cuidado que despiertan para proteger a otras especies polinizadoras.
Hay allí oportunidades de comunicación. Destacar la potencial pérdida de flores y plantas puede lograr que las comunidades entren en acción, describir cómo el trabajo de protección de algunos individuos puede inspirar a otros a hacer lo mismo y resaltar el rol de las abejas en la conexión de la gente con la naturaleza puede afianzar su sentido de pertenencia al lugar.
En el caso ya mencionado del salmón en Finlandia, la pérdida de pesquerías artesanales con valor cultural y económico probablemente despertará preocupación por el futuro y hasta enojo, pero también empatía con las comunidades Sàmi que dependen de ellas y hasta orgullo por la forma en que intentan mantener el manejo de esta especie. Entre las oportunidades de comunicación, por ejemplo, puede promoverse una campaña de pesca del lucio europeo que brinde beneficios económicos y ayude además a las poblaciones de salmón, o hacer énfasis en los valores culturales de esta pesquería, que ayudan a conectar con la naturaleza, o en los aspectos positivos de tener dos especies objetivo.
Los investigadores también mencionan varias iniciativas que ya están en marcha en el planeta para despertar interés y acción por parte de las comunidades en temas vinculados al cambio climático. Por ejemplo, Redmap Australia, un proyecto de ciencia ciudadana donde pescadores, naturalistas o público en general pueden registrar especies por fuera de su distribución esperada. También mencionan OceanAdapt, de Norteamérica, que construye mapas de distribución de especies en base a sondeos realizados en las últimas décadas y permite a cualquier ciudadano comprobar cómo se han ido modificando. Se ha convertido en una herramienta útil incluso para conservación marina y manejo de pesquerías.
Otras iniciativas listadas incluyen What's that fish de Nueva Zelanda (se invita a la comunidad a subir fotos de especies en locaciones inusuales, ya que en inglés el proyecto se llama algo así como Qué es ese pez), Species on the Move UK (que funciona a través de Twitter y busca “primeros registros” de especies en nuevas localidades), FjordPhyto (proyecto de ciencia ciudadana que usa las excursiones turísticas para tomar muestras de fitoplancton en los fiordos antárticos y así analizar los cambios que se están produciendo en sus ensambles) y hasta un ejemplo uruguayo que Omar Defeo conoce muy bien: el monitoreo de la almeja amarilla.
Otro ladrillo en la pared
La recolección de almejas amarillas (Mesodesma mactroides), especie con afinidad por las aguas frías, descendió muchísimo en Uruguay a partir de la década de 1990 debido a las mortandades masivas provocadas por el incremento de la temperatura superficial del agua.
“Es un caso paradigmático por todas esas características, y como tenemos una base única de información directa de 40 o 50 años, podemos atribuir a los incrementos sistemáticos de temperatura ese efecto nocivo, tant0 a nivel experimental como de campo. La almeja nunca se ha recuperado, nunca ha tenido los niveles de abundancia anteriores a esa mortandad”, aclara Omar.
Este valioso monitoreo participativo se mantiene gracias a la acción conjunta de la Dinara, la Universidad de la República y los pescadores artesanales, aunque el propio Omar reconoce que “no es todo color de rosa”. Lo fundamental, tanto en este como en otros casos, “es el proceso de concienciación de las comunidades y su rol activo en esto”, opina Omar. “Que no lo vean de afuera, sino que a través de acciones participativas como estas puedan plantear problemas y soluciones ante los organismos de decisión”, prosigue. Y al llegar a ese punto, en Uruguay hay terreno para trabajar y también barreras.
Omar cree que a nivel comunitario se está produciendo un cambio en Uruguay, con iniciativas y personas cada vez más involucradas en los efectos que el cambio climático produce y producirá en sus vidas. A nivel institucional también hay algunas respuestas, como el Plan Nacional de Adaptación Costera o el trabajo de la Dirección Nacional de Cambio Climático del Ministerio de Ambiente.
“Lo que nos falta, creo yo, es un intento plausible de incluir a los actores, a la sociedad, en todo este proceso. Pero hay una incongruencia brutal, porque todo lo que se dice por un lado se borra con el codo. Hay incongruencia en la toma de decisiones, por ejemplo, entre algunas intendencias y el Ministerio de Ambiente, que a mi forma de ver va a contrapelo con lo que es realmente una conservación efectiva de nuestros ambientes naturales. Seguimos construyendo en las dunas, seguimos otorgando excepciones, seguimos haciendo políticas de este tipo que incluso son avaladas por el Ministerio de Ambiente”, critica Omar. Alude al deterioro costero en Maldonado a raíz de construcciones permitidas o impulsadas por la intendencia departamental, y también a lo ocurrido recientemente en Costa Azul (Rocha), donde se construyó una estructura con rocas en la playa para impedir el avance del mar.
“Así como las ‘especies en movimiento’ son un concepto paraguas, también lo es el de ‘soluciones basadas en la naturaleza’. No podemos llegar al extremo de tener que generar paredes de piedras o llenar la arena de rocas a manera de un muro de Berlín porque nunca va a ser igual a un sistema de playas”, apunta sobre este último caso.
¿Y por casa cómo andamos?
Ya contamos con la evidencia necesaria tanto para anticiparnos al deterioro costero como a los cambios que se producirán en especies relevantes para la industria pesquera. “Los datos de más de 40 años de pesca industrial en el país muestran que hay un efecto a largo plazo de calentamiento en las aguas. Tenemos que ser preventivos. Estamos detectando una disminución en la abundancia y en el tamaño de especies clave como la merluza, con predilección por aguas frías. La merluza es el recurso pesquero más importante de Uruguay. Entonces, hay que actuar con una mente dinámica, analizar qué es lo que pasa y qué es lo que puede pasar en 10, 15, 20 y 30 años” prosigue.
“O sea, ¿qué más necesita un político? Allí está la teoría del manejo al límite, la prescindencia del sistema político de conocimiento científico en la toma de decisiones. Mientras las respuestas científicas son muy marcadas y muy notorias, la de los esquemas institucionales y de los tomadores de decisiones es tibia. ¿Por qué? Porque muchas veces estas decisiones se dejan para la próxima administración, para no perder caudal político y electoral”, asegura Omar.
Por eso mismo, insiste, hay que unir el aspecto ecológico, el económico, el social y el institucional. “Yo puedo generar todo el conocimiento y publicar muchos papers, pero eso quizá no sirva para nada. Ese ha sido el gran sinsabor de la comunidad científica durante muchísimos años. No alcanza con quedarme encerrado en un cubículo escribiendo un artículo académico, sino que debemos utilizar ese conocimiento para llevarlo a la acción. Nosotros transmitimos esa información, pero no somos políticos. Entonces, si ellos siguen empecinados en seguir construyendo en las dunas, en seguir generando proyectos de desalinización carísimos para el país, inviables y con una cantidad de peros, ya no es decisión nuestra, es una decisión cortoplacista y mercantilista vaya a saber por qué intereses oscuros”, critica.
Parafraseando a George Orwell, si hay esperanza está en la gente, o más específicamente en una acción colectiva con sentido de pertenencia “que tienda a revertir el deterioro innegable de los recursos naturales y de los ecosistemas que los sustentan”, apunta.
A toda costa
Para Omar, un ejemplo “extraordinario de un movimiento social que trata de revertir políticas nefastas de muchas intendencias” es la Red de Unión de la Costa, una conjunción de comunidades, ciudadanía y academia que trabaja sobre la protección del ambiente, con énfasis especial en las costas del país.
“Es un marco participativo extraordinario como pocas veces vi en mi vida científica. El amor que tiene esa gente en su sentido de pertenencia es fundamental. Ha sido el alimento sustantivo por el cual yo me siento cada vez más identificado con el saber popular y su impacto en la toma de decisiones. Es un ejemplo excelente de lo que debería ser la participación popular en revertir el deterioro de la costa, muchas veces generado por políticas cortoplacistas”, concluye.
Una virtud del trabajo es que muestra claramente que el cambio climático no es una realidad lejana, que ocurre en las tierras de nadie ubicadas en el fin del mundo, sino un conjunto de historias muy cercanas que necesitan transmitirse con nuevas narrativas, que sean relevantes a nivel local y no paralicen a la población. De lo contrario, la comunidad científica corre hoy el riesgo de convertirse en un equivalente del coro de las tragedias griegas, que explica al público lo que pasa y lo que pasará frente a sus ojos sin posibilidad alguna de cambiar el resultado.
Artículo: Climate-driven ‘species-on-the-move’ provide tangible anchors to engage the public on climate change
Publicación: People and Nature (julio de 2023)
Autores: Gretta Pecl, Rachel Kelly, Chloe Lucas, Ingrid van Putten, Renuka Badhe, Curtis Champion, I-Ching Chen, Omar Defeo, Juan Gaitan, Birgitta Evengård, Damien Fordham, Fengyi Guo, Romina Henriques, Sabine Henry, Jonathan Lenoir, Henry McGhie, Tero Mustonen, Stephen Oliver, Nathalie Pettorelli, Malin Pinsky, Warren Potts, Julia Santana, Warwick Sauer, Anna-Sofie Stensgaard, Morgan Tingley y Adriana Verges.