“¿Cuántos años pueden pasar para que una montaña sea tragada por el mar? / ¿Cuántos años puede la gente existir antes de ser libre? / ¿Cuántas veces puede un hombre girar su cabeza y fingir que no ve?”, escribió Bob Dylan en 1963. Estas preguntas del artista pueden servir como disparador para tratar un conflicto socioambiental que está teniendo lugar en el balneario rochense Costa Azul.
El 30 de junio, la Intendencia de Rocha inauguró un muro construido sobre la faja de defensa de costas que tenía el objetivo de impedir que el avance del mar dañara las casas y un hotel ubicados en la primera línea cercana a la playa. La intervención, que abarca 1.000 metros -es decir, unas 10 cuadras-, fue definida por la comuna como “la primera obra contra el cambio climático” realizada en nuestro país. Sin embargo, parte de la comunidad del balneario denuncia que como consecuencia de esta obra no tienen acceso a la costa, que privados colocan cercos para generar “playas privadas” y que no se tuvo en cuenta su visión sobre la iniciativa, ni los impactos ambientales y socioeconómicos. Antes de profundizar, es necesario aclarar que un cuarto de las playas del mundo están bajo seria amenaza. Las causas están claras: la invasión del desarrollo recreativo, urbano e industrial desde la tierra y el aumento del nivel del mar desde el lado del océano.
El arraigo territorial
“Nuestra casa la hizo mi abuelo, comenzó cuando mi madre tenía un año. La casa tiene 63 años en este momento. Nuestra familia se reúne allí, siempre en las mesas largas porque somos 17 nietos. Es mi lugar en el mundo, no puedo decirlo de otra manera; todos lo vivimos así, hasta los más chiquitos. Siempre digo que no puedo ser objetiva cuando hablo de Costa Azul”, comienza contando Cecilia, una de las integrantes del grupo Vecinos en Defensa de Nuestra Playa, que nació a raíz de la obra. “Lo que sucedió fue que de repente estaban haciendo pozos con máquinas a una profundidad impresionante. No sabíamos qué iba a pasar. De repente nos veíamos con un muro de piedra, sin playa, y no sabíamos por qué. Después de que surge toda la movida de nuestro grupo, nos enteramos de que la intendencia resolvió hacer el muro como medida de contención del mar para que no se afecte a las casas que están en primera línea”. Es que uno de los puntos por los que se unieron más de 60 vecinos y vecinas radica precisamente en conseguir información sobre “por qué se había hecho esa obra”.
Uno de los aspectos negativos que dejó la obra fueron los conflictos entre quienes habitan el territorio. Cecilia comenta que un sector de los privados que están en primera línea ha conseguido “playas privadas” -colocando mallas y alambrados, impidiendo aún más el tránsito por la costa- y “cada vez van avanzando en espacio sus terrenos”. Actualmente, el colectivo se encuentra analizando qué medidas pueden tomar en el ámbito legal. En este sentido, Carolina Neme, abogada especialista en temáticas ambientales, los está asesorando y manifestó a la diaria que “es lamentable que se cree una rivalidad entre vecinos”. “La causa es un mal manejo de la política pública y, en este caso, ha sido la falta de información y participación de todos. Si se realiza de una forma transparente y participativa, todos los vecinos se van a enterar, opinar, más allá de la decisión que tomen después. En los procesos ambientales se podría optar por audiencias públicas, talleres informativos, muchas cosas que se pueden hacer desde el gobierno departamental para buscar el consenso social y evitar la conflictividad”.
Diego, también vecino de Costa Azul, relata que su familia fue “de los primeros pobladores del balneario” y que muchos integrantes del grupo tienen una “trayectoria similar”. Es decir, existe un gran arraigo al territorio. “Nos encontramos con un enrocado que genera un muro de contención gigantesco, de aproximadamente tres metros de alto. Nos quedamos completamente sin playa, es como un barranco”, dice. Enseguida, Margarita, otra vecina, complementa: “Esta obra nos impactó en la vida de una forma muy fuerte. No podés transitar; si esto permanece hasta el verano, no vamos a poder ir a la playa. Es peligroso usarla como lugar de baño, para la práctica del deporte, para la vida en familia”. Diego suma que la obra no solamente impactó en la vida de los locatarios y quienes disfrutan de la costa, sino también “económicamente a todos los comerciantes de Costa Azul”, ya que muchos turistas se van a ver “sorprendidos”.
“A veces se nos dice que los vecinos hablamos desde el corazón. ¡Claro que hablamos desde el corazón! Pero lo que decimos está documentado, porque están las filmaciones, las fotos de las retroexcavadoras dentro del océano sacando arena. No necesito ser bióloga para saber qué sacaban junto con la arena. Yo veo los berberechos, las almejas, los caracoles, los cangrejos. Puedo no saber efectivamente qué impacto va a tener la obra, pero algunas cosas sí sé”, agrega Margarita. Las vecinas y vecinos lo que quieren es encontrar “una solución” y se han presentado incluso a la Comisión de Ambiente de la Cámara de Senadores para que los legisladores estén al tanto de la situación. “Tenemos claro que no puede permanecer esta muralla de rocas ahí. Cada día que permanece perjudica la dinámica de la costa. La decisión se debe tomar en conjunto con los vecinos y con una audiencia pública, como se debió haber hecho desde un principio”, enfatiza.
La vieja táctica de matar al mensajero
Rodrigo García, director de Ambiente y Cambio Climático de la Intendencia de Rocha, planteó a la diaria que existe “desinformación” y que la obra se realizó a partir de un diseño elaborado por el Instituto de Mecánica de los Fluidos e Ingeniería Ambiental (Imfia) de la Facultad de Ingeniería. “Es entendible [la “desinformación”] porque no estuvo disponible el informe del Imfia públicamente, pero no quiere decir que no esté disponible, sino que es un informe que tal vez no se ofreció para que la gente lo pudiera ver. Entonces, con razón, todos opinaron cualquier cosa. El Imfia participó en el diseño del proyecto, que incluyó casi cinco meses de trabajo, en los que hicieron una investigación histórica de toda la dinámica costera, del oleaje, de la proyección de tormentas de acá a 70 años. La obra tiene una esperanza de vida de, por lo menos, 15 años. Después el estudio lo ejecutó a rajatabla, sin excepciones de ningún tipo, una empresa”, señaló.
El jerarca declaró que el Ministerio de Ambiente (MA) participó en “todo el seguimiento de la obra con los expertos que ellos tienen en la parte costera”. Al consultarle sobre si se presentó a la cartera un estudio de impacto ambiental, respondió: “No, porque el informe y el estudio del Imfia ya era una especie de estudio de impacto ambiental. El informe es tan completo que muestra todo un modelo de proyección de cómo se va a comportar la estructura. Entonces, tenés más que un informe de impacto ambiental”. Hasta el momento de cierre de esta nota, la diaria no pudo acceder al informe realizado por el Imfia. De todas maneras, el Imfia no realiza informes de impacto ambiental.
En nuestro país, “toda construcción u obra que se proyecte en la faja de defensa de costas” debe solicitar autorizaciones ambientales, según estipula el Reglamento de Evaluación de Impacto Ambiental. Los proyectos pueden ser clasificados bajo tres categorías: A -se otorga la autorización por resolución ministerial, sin más trámite-, y B o C -el interesado debe presentar un estudio de impacto ambiental-. En los últimos dos casos se debe realizar una audiencia pública para poner en conocimiento a la población sobre la iniciativa. Al preguntarle a García sobre cómo fue catalogado el proyecto y por qué no se tomó la decisión de que la población participara, manifestó: “Lo que pasa es que hay diferentes tipos de vecinos acá. Ese es el problema. Tenés vecinos que están en contra de todo lo que hacemos, es una cuestión hasta ideológica partidaria. No hemos hecho nada que les haya gustado. Nunca escuchás que digan ‘que bueno eso que hicieron’. Y después están los vecinos que van a la playa, pero que tampoco vivieron el problema en carne propia. En los últimos 15 años nunca fueron ayudados los vecinos que viven en primera línea y de los cuales varios de ellos perdieron su casa. Hoy esos vecinos están más que agradecidos por la obra”, describió.
García opinó que “la playa sigue siendo la misma” y que la afirmación emitida por parte de los vecinos sobre que no tienen acceso “es una deformación con mala intención”. Sin embargo, admitió que la obra no es una solución “definitiva” porque “el problema costero, como todo problema ambiental, no es por un solo factor”. Por otra parte, el costo del muro es de “aproximadamente 800.000 dólares” y “lo van a pagar los vecinos de primera y algunos de segunda línea a 30 años con la contribución inmobiliaria”. “El monitoreo, seguimiento de la obra y corrección van a ser permanentes. Si falta arena, se va a colocar arena, porque en algunas partes se derrumbó un poco, como estaba previsto. Esto no es una obra que quedó terminada y nos vamos. De hecho, ahora viene una etapa de cercas captoras en la parte de los taludes con la colocación de plantas psamófilas para embellecer y hacer como un jardín y tratar de recrear lo mejor posible lo que hubo ahí hace 80, 100 años”, finalizó.
La respuesta del Imfia
A partir de un pedido de acceso a la información pública, el Imfia respondió en julio de este año algunas dudas que tenían los vecinos. En el documento se menciona que el 21 de mayo de 2021 la Intendencia de Rocha contrató su asesoramiento. “El objetivo específico de este trabajo es definir a nivel de prediseño una alternativa de protección de las casas e infraestructura de Costa Azul que se encuentran actualmente amenazadas por la acción del mar, de forma tal de alcanzar un nivel de fiabilidad acorde a estándares internacionales, estableciendo a su vez recomendaciones generales en cuanto a cómo realizar dicha protección para minimizar efectos adversos y no limitar futuras intervenciones de mayor escala”, se describe. Asimismo, se expresa que el trabajo “no realiza un diagnóstico de las causas que dan lugar a la erosión de la playa en la zona ni propone soluciones que aborden dichas causas en ninguna escala temporal”.
Indican que después de entregar el informe, en julio de 2021, “la participación del Imfia se limitó a responder dudas respecto al contenido del informe” y destaca que no tuvieron “participación alguna en el diseño ejecutivo de la obra, en el llamado a licitación para su construcción, en la ejecución de la obra o en el control de esta”. “Tampoco participó en ninguna actividad de seguimiento de la obra, ya sea durante su construcción o una vez finalizada la misma”, añaden.
Basta de obituarios
“Las playas valen oro para nuestro país. Las subestimamos durante mucho tiempo y hemos permitido una intervención no planificada basada en intereses mercantilistas y cortoplacistas que han deteriorado el sistema costero. Tenemos elementos fundamentados desde el punto de vista científico para demostrar el deterioro de muchas playas de nuestra zona costera. No podemos atribuir a una causa externa, llámese cambio climático, todos los sinsabores, frustraciones y desastres que hemos ocasionado en nuestra costa. Por lo tanto, hago un llamado a que podamos sentarnos todos en una mesa para discutir de aquí en más un plan a largo plazo, efectivo y participativo. Y no estoy hablando de democracia representativa, estoy hablando de democracia participativa, donde nuestra sociedad tenga voz y voto a la hora de tomar decisiones”, dice a la diaria Omar Defeo, experto en playas y dinámicas costeras e integrante del Laboratorio de Ciencias del Mar de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República. El científico afirma que en lugar de generar “obituarios de la desgracia de una zona, lo que tenemos que hacer de aquí en más es prevenir para no lamentarnos en el futuro”. “Como científicos, estamos cansados de escribir obituarios”, cuenta.
Defeo es partidario de las soluciones basadas en la naturaleza. Ejemplos de este tipo de medidas son la colocación de cercas captoras y de plantas psamófilas para la revertir el deterioro de las playas. Recuerda que obras como el muro que producen “endurecimiento” no suelen ser muy duraderas porque “el mar tarde o temprano pasa factura”. “No es una cuestión de endurecer y llamarles ‘obras de ingeniería’. Es todo lo contrario a lo que en el mundo de hoy se utiliza para prevenir el deterioro de las playas”, explica. Y suma: “Si ya se hizo daño, lo que hay que hacer también es modificar el marco legal para tratar de evitar a toda costa emprendimientos inmobiliarios que incluyen las dunas en la construcción. Desgraciadamente, no lo estoy viendo en este momento. Hay una contradicción entre lo que dice la Ley de Ordenamiento Territorial y las acciones de algunas intendencias”. Asimismo, le preocupa que con la obra “se genere una pseudo-privatización” y se utilice para “colocar alambrados, crear jardines relacionados con las rocas que generan por lo menos una dificultad de entrar en la playa, o el acaparamiento de terrenos que van más allá de las propiedades”.
Para el científico, el análisis de este tipo de obras debe ser multidisciplinario, incorporando las ciencias ambientales y los saberes locales -que históricamente han sido relegados-. “Elinor Ostrom, una mujer extraordinaria que fue premio Nobel, decía que muchas políticas gubernamentales han causado el deterioro súbito de nuestros recursos naturales. Por lo tanto, es más necesario que nunca, decía, integrar a la acción colectiva el conocimiento tradicional y a los usuarios no sólo en los planes de manejo, sino en la toma de decisiones. Acá hay un divorcio efectivo. ¿Por qué divorcio? Porque a las comunidades locales se las consulta cuando quieren. La toma de decisiones prescinde del conocimiento local y del sentido de pertenencia de las comunidades. Esto no debe pasar más en este país, porque lo que estamos viendo con datos científicos es un deterioro de nuestra costa. Más que nunca, la aproximación multidisciplinaria es fundamental”, asegura.
“No se puede ir contra la naturaleza”
Daniel Panario, docente del Instituto de Ecología y Ciencias Ambientales de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, plantea que la obra realizada por la Intendencia de Rocha “va contra todo lo que actualmente se sabe que se debe hacer en el mundo, que es no endurecer la costa, porque es irreversible”. “Una vez que el mar pega contra una obra dura, se lleva la playa. Es por un proceso muy sencillo: la disipación de energía que se da cuando el mar entra y pega con una duna, en el caso de un enrocado, se refleja hacia atrás. Por lo tanto, la energía que se refleja se lleva la arena de la playa. Por esto, cualquier vientito te deja sin playa, que es lo que está ocurriendo en Costa Azul. Ayer no había por dónde caminar, el agua estaba tocando el enrocado”, relata.
Durante el fin de semana, el científico participó en un conversatorio en el balneario donde estuvieron presentes más de 100 personas. Sin embargo, notó la ausencia de representantes de la intendencia. En su estadía, pudo ver cómo las piedras colocadas en el muro se desprendieron después de la tormenta y quedaron esparcidas en la arena; también cómo muchos de los propietarios de primera línea colocaron carteles de “se vende” en sus casas. “Recuperaron su capital”, dice Panario. “No se puede ir contra la naturaleza. Al mar hay que amansarlo, no hay que ponerle una barrera porque va a ganar. Por otra parte, hay cierto déficit de sedimentos por cómo se construyó La Paloma. Se construyó arriba de dunas y esas dunas volaban y caían en Costa Azul. Entonces, tenemos problemas que vienen muy de atrás, de cuando no sabíamos cómo funcionaba el sistema. El tema es que ahora sabemos cómo funciona, pero lo seguimos haciendo mal”, lamenta. En este contexto, la pregunta de Bob Dylan sigue sin respuesta: “¿Cuántas veces puede un hombre girar su cabeza y fingir que no ve?”.