Comenzó el año. Comenzaron las licencias. Pareciera que en estos primeros días del año la playa ejerce a máxima potencia su influencia en nosotros. O algo así podríamos pensar si nos guiamos por las cifras de ocupación hotelera, de campings y de alquileres en nuestros principales balnearios que escupen los medios en estas semanas en las que algunas actividades decaen en su intensidad debido, justamente, a esas licencias que permiten el acercamiento a las costas. Sin embargo, la cosa no es tan así: que nos acerquemos a las playas cuando podemos no implica que cuando nuestras vidas ajetreadas nos lo impiden no queramos hacerlo.
Como el cielo nocturno estrellado, las playas tienen algo que nos atrae y nos da placer, algo que nos hace filosofar sobre nuestro lugar en el universo, que nos trae calma y nos refresca. Como una fogata encendida, hay en la fascinación por la playa algo que nos conecta con nuestros antepasados, una conexión de cientos de miles de años con lo que somos, con lo que hemos sido y con lo que podemos llegar a ser.
Así que si la gente se va a la playa, la diaria Ciencia también. En estos días estivales en los que la temporada estalla, les proponemos sumergirnos en un delicioso artículo publicado cuando culminaba 2022 en la revista Estuarine, Coastal and Shelf Science (algo así como Ciencia estuarina, costera y de la plataforma continental) por nuestro experto en playas y dinámicas costeras Omar Defeo, del Laboratorio de Ciencias del Mar de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República, y su colega y compinche sudafricano Anton McLachlan, del Instituto de Investigación Marina y Costera de la Universidad Nelson Mandela. Titulado algo así como “¿En dónde jugarán los niños? Una mirada personal sobre las playas arenosas”, en el vibrante texto conviven poesía y ciencia en un abordaje socioecológico que conecta con nuestro pasado, observa con preocupación el presente y mira con esperanza el futuro.
Un artículo particular
Ya desde su nombre, con la pregunta abierta sobre el futuro que les espera a los niños como con la apelación a una “mirada personal”, el trabajo de estos dos colegas que vienen haciendo ciencia sobre las playas arenosas desde hace décadas llama la atención. De hecho, el artículo comienza citando unos versos de una canción de 1970 de Cat Stevens: “Bien, has atravesado el cielo, los rascacielos llenan el aire, / pero ¿vas a seguir construyendo cada vez más alto / hasta que no haya más espacio allá arriba? / Sé que hemos recorrido un largo camino / que estamos cambiando día a día, / pero decime, ¿dónde juegan los niños?”.
Como pueden observar, la inclusión de esos versos no es caprichosa: hace tiempo que sabemos que no podemos decir que todo lo que hacemos es parte del progreso. Las cosas son complejas y, muchas veces, la macaneamos. El asunto es que una cosa es pifiarla cuando se desconoce lo que va a suceder y otra muy distinta es errar el bizcochazo cuando todo el amplio conocimiento del que disponemos nos dice que deberíamos haber obrado de otra forma. En muchas disciplinas, y como muestra este artículo en concreto, sobre las dinámicas costeras que afectan a las playas arenosas, no podemos ya apelar a la ingenuidad o la ignorancia.
“Las playas que bordean gran parte de los océanos del mundo son el lugar de recreación más buscado en nuestro planeta: a todos nos encantan las playas, especialmente a los niños, son su lugar favorito para jugar”, siguen luego de la cita Omar y Anton. El asunto es que ese lugar que disfrutamos y en el que a los niños les gusta jugar está en peligro. Según sabemos, un cuarto de las playas de todo el mundo están bajo seria amenaza. Y si bien el cambio climático agrega una presión extra, las causas de ese deterioro son mucho más concretas, locales y todas tienen que ver con lo que los humanos hacemos en esos sistemas socioecológicos delicados y complejos que son las playas.
La destrucción y degradación de las playas es una verdadera tragedia. Como dicen Omar y Anton, “el valor de las playas arenosas va mucho más allá de la simple recreación y la simple diversión y disfrute. Los ambientes naturales tienen diversos valores intrínsecos, no sólo por sus servicios ecosistémicos y como repositorios de biodiversidad, o incluso como sistemas socioecológicos, sino como parte de nuestro mundo espiritual”. Es justamente para dejar en evidencia cómo las playas contribuyen a nuestro espíritu y nuestra cultura que en el artículo aparecerán citas de otros poetas y músicos, como Walt Whitman, Robert Graves, William Blake o Bob Dylan.
Las citas no quitan brillo a apreciaciones personales de ambos autores que las van urdiendo. “Qué mágica combinación brindan las playas a través de la simple interacción entre dos elementos primarios, el agua y la arena. Esta arena al borde del mar está en constante movimiento inquieto”, dicen Anton y Omar. “Las olas, las mareas y el viento tienen el control total y cualquier organismo presente debe moverse y hacer frente al constante movimiento de la arena, ya que no pueden ni cambiarlo ni modificarlo”, afirman después. “Contemplar las olas rompiendo en una playa despierta en nosotros emociones de respeto y admiración ante el esplendor y el poder de la naturaleza” prosiguen. “Aquí nada es permanente, excepto el cambio”.
Numerosos poetas han posado sus versos en las playas. “En la mayoría de los casos los autores elogian los placeres, la paz, las sensaciones sublimes y las alegrías de una visita a la playa; indudablemente, más allá de la recreación estimulante, muchas personas experimentan una visita a la playa como un descanso y un alivio para el alma, incluso como una curación psicológica”, señalan los autores intentando poner en blanco sobre negro cosas que muchos sentimos al caminar entre la arena con el murmullo de las olas arrullando nuestros pensamientos.
En el trabajo, los dos autores son enfáticos: “Reconocemos aquí que las playas arenosas son más que ecosistemas costeros pintorescos y agradables e intentamos vislumbrar sus valores espirituales y culturales, ¡valores que son eternos y trascienden culturas y épocas!”. Reconociendo que la naturaleza “tiene una dimensión cultural y espiritual”, señalan que “el significado trascendente de las características de la naturaleza puede poner a las personas en contacto con una realidad más profunda, algo más grande que ellas mismas”, así como que “esa conexión espiritual que las personas pueden experimentar en la naturaleza puede dar sentido y vitalidad a sus vidas y motivarlas a venerar y cuidar el medioambiente”.
En particular, dicen que “hay una sensación de paz y serenidad que confieren las playas, a la que se hace referencia ampliamente en los medios”, añadiendo que “también se reconoce el sentimiento meditativo invocado por la cadencia rítmica de las olas en la orilla, que se remonta al latido del corazón de la madre experimentado en el útero, junto con el calor reconfortante de la arena, que representa a la madre tierra”.
Por todo esto, destacan que las playas arenosas “son excepcionales” al brindarnos todos los servicios culturales listados por la Clasificación Internacional Común de Servicios Ecosistémicos, por ejemplo, “promoción de la salud, disfrute, así como interacciones intelectuales, espirituales, simbólicas y de otro tipo a través de actividades tanto activas como pasivas”. “Sin duda, las playas de arena nos brindan un inmenso valor como individuos y comunidades en formas espirituales y culturales, formas que no son fáciles de definir e imposibles de cuantificar, pero que son de vital importancia para nuestro bienestar psicológico”. Pero claro, no todo es espiritual. Y también en ese otro aspecto, las playas son pródigas.
“El valor económico de las playas arenosas es inmenso”, señalan. “Son el mayor impulsor del turismo en todo el mundo y son un factor determinante clave del valor de las propiedades costeras. Muchas economías costeras no existirían si se eliminaran sus playas”, reportan, señalando además que “son una parte integral de la cultura y el estilo de vida global moderno, buscadas ansiosamente como lugares de relajación, serenidad, recreación y diversión”.
Como si todo eso fuera poco, las playas prestan otros servicios ecosistémicos además de los ya mencionados. Proveen alimentos diversos, desde almejas a peces, proporcionan materiales para la construcción -estamos enfrentando una crisis global de arena necesaria para la construcción si seguimos al ritmo que traemos-, además de contribuir “al ciclo de los nutrientes, la calidad del aire y el tratamiento de desechos”. Pero hay más: las playas también nos protegen: “Las playas disipan las olas de las tormentas, cediendo su arena para ampliar la zona de oleaje; y las dunas también entran en juego durante las tormentas extremas, cediendo su depósito de arena para ensanchar aún más el oleaje y, por lo tanto, extender la zona de disipación”.
Bien, las playas dan mucho. Alimentan nuestros espíritus y los bolsillos de algunos. Velan por nuestras costas y se ofrecen generosamente a albergar múltiples formas de vida. Pero las playas, como dijimos, no están pasando su mejor momento.
Un presente desafiado
Para que las playas cumplan con sus funciones, en especial con la protección costera, los tres elementos que la constituyen deben estar “intactos e interactuando”: las dunas, la arena donde nos sentamos cuando vamos a la playa, y la “zona de surf”, que es donde las olas rompen y se dan contra la arena de la costa.
“La función de servicio ecosistémico de las playas, incluso su mera presencia, se ve desafiada por muchos factores de estrés inducidos por el hombre, por lo que las playas de arena están bajo presión en todo el mundo”, señalan Anton y Omar en el trabajo. ¿Es el cambio climático? Bueno, no es ese el principal problema.
“Los factores antropogénicos, desde el pisoteo y la recreación hasta los diferentes grados de desarrollo urbano e infraestructura de apoyo, socavan simultáneamente el estado socioecológico de las playas, afectando su capacidad para brindar servicios ecosistémicos”, dicen. Al respecto, explican una vez más lo que han definido como el estrechamiento costero, una disminución del tamaño de la zona litoral activa que está conformada por los tres elementos que ya mencionamos: la duna, la zona de arena de la playa y la zona del surf. Este se da por “dos fuerzas opuestas” que constriñen las playas “y pueden conducir a su desaparición: la invasión del desarrollo recreativo, urbano e industrial desde la tierra y el aumento del nivel del mar desde el lado del océano”.
Las playas arenosas no están entre la espada y la pared, sino ante el avance humano, que invade las dunas, endureciéndolas y quitándoles movilidad, y un aumento del nivel del mar que en nuestro país además se agrava por el aumento de la frecuencia de vientos fuertes del sureste debido a la Oscilación de El Niño, que empuja el avance del agua sobre las playas. Cuando queremos acordar, tras décadas de alterar el equilibrio y la movilidad necesaria de los tres componentes de una playa, enfrentamos la compresión costera, que implica playas sin arena, mares que rompen directamente contra una línea dura y que cuando hay tormentas, arrasa con casas, ramblas, rutas y lo que se ponga a su paso. Si queremos ver el descalabro que ocasiona la alteración humana al ambiente costero, no precisamos ir a Aguas Dulces o La Coronilla, en Rocha, podemos pasear por la playa Carrasco frente al hotel.
Como resultado del estrechamiento costero, “la integridad del litoral arenoso se degrada, con pérdidas sustanciales a largo plazo de los servicios ecosistémicos, lo que conduce a colapsos socioecológicos a medida que las comunidades costeras se ven afectadas”. Y entonces hay que hacer algo.
Gobernanza con participación ciudadana
“Dado que las playas deben estar disponibles y accesibles para las personas, existe la necesidad de una gestión informada de las zonas costeras para el uso sostenible de las playas en todas partes, empleando principios y herramientas bien establecidos”, sostienen en el trabajo Anton y Omar. Señalan que esas herramientas deben abarcar, entre otras cosas, evaluaciones de impacto ambiental, zonificaciones y restauración. “Especialmente crítico es revertir el desarrollo sobre las dunas para dar espacio para el retiro hacia la tierra” ante ese estrechamiento costero, sostienen, ya que es ilógico pensar que, apretada por ambos lados, la playa pueda crecer hacia el lado del mar.
Es un desafío difícil. ¿Qué autoridad se deshace de ganas de anunciar que todas las construcciones sobre dunas y arenas deben ser retiradas, incluso cuando estén fuera de límite legal de los 250 metros? ¿Se debería proceder con expropiaciones para proteger el futuro de las playas? No son sólo esos los dilemas.
“Quizás aún más importante es el tema vital de la gobernanza y la jurisdicción dividida”, aventuran Anton y Omar. “Situadas en la interfaz tierra-mar, las playas son propensas a complejos desafíos de gobernanza”, dicen, y afirman que “la falta de políticas a largo plazo y de planificación estratégica y las fuertes fuerzas de mercado imponen barreras para una gobernanza eficaz”. Recordemos: no estamos hablando de algo que sucede sólo en Uruguay. Anton estudia las playas de Sudáfrica desde hace décadas, así como Omar hace lo propio con las nuestras. Nuestras mezquindades y miradas cortoplacistas son compartidas, ni siquiera somos originales en eso. Para colmo, perder las playas no es sólo un desastre socioecológico, cultural y espiritual. Es también un fenómeno de inequidad intergeneracional: los que vienen no van a tener “las mismas oportunidades que tenemos hoy de usar y disfrutar los servicios y beneficios de las playas arenosas”.
Para los autores, las iniciativas de gobernanza y gestión deben abarcar temas de escala grande, como aquella parte referida al cambio climático, pero también de escala pequeña y local, como la urbanización “para producir decisiones oportunas a escalas adecuadas en relación con las amenazas emergentes, como el estrechamiento costero”. Al respecto, señalan que hay “una solución que parece sencilla: prohibir la construcción de infraestructura en dunas sensibles y críticas”, y comentan que los beneficios de una medida de este tipo “son claros”.
“Sin embargo, el valor lucrativo de las playas lleva a los tomadores de decisiones a pasar por alto o ignorar los riesgos de la disminución inesperada de los servicios ecosistémicos que brindan”, denuncian en el trabajo. “Las políticas de gestión de las playas de arena favorecen la inversión pública y privada continua y la construcción de infraestructura en las dunas, particularmente en los países en desarrollo donde se incentivan los créditos blandos para promover la inversión”, agregan. Pero ir por ese camino es condenarse a la ruina: “Las playas se vuelven entonces ineficientes para brindar sus beneficios, lo que lleva a un estado indeseable que puede ser difícil o imposible de revertir. Como resultado, el colapso del sistema socioecológico de las playas de arena ocurre en todo el mundo, lo que implica una pérdida rápida, irreversible y sustancial de identidad y capital”, advierten.
Los académicos entonces no se contentan con describir y entender los fenómenos que afectan a las playas. “Las fallas en la gobernanza pasadas exigen la necesidad de cambiar la estructura de las autoridades que gestionan la costa y la implementación de enfoques participativos con un papel activo de la sociedad civil”, dicen entonces. En ese cambio las comunidades locales “pueden jugar un papel fundamental, dado su sentido de pertenencia e identidad cultural con la costa”, afirman, y señalan que “las iniciativas internacionales ahora estén comenzando a ir en esa dirección”. Ponen como ejemplo el Acuerdo de Escazú, del que Uruguay es signatario, remarcando que es el “primer tratado internacional en el mundo que incluye disposiciones sobre los derechos de las personas defensoras del medioambiente, brindando pleno acceso público a la información ambiental, la toma de decisiones ambientales y la protección legal y los recursos en materia ambiental”.
Para cerrar magistralmente su artículo afirman que “claramente hay más de un grano de sabiduría en este visionario acuerdo”, ya que “las playas son simplemente demasiado valiosas para dejarlas en manos de la supervisión de las autoridades locales convencionales”.
“Necesitamos expandir esta metodología de gobernanza adaptativa, precautoria y participativa para adoptar una visión holística y un enfoque cultural y espiritualmente sensible para apreciar, valorar y administrar las hermosas y duraderas playas de arena que bordean las costas del mundo. Y esto debe basarse en una comprensión científica de la estructura y la dinámica del litoral arenoso, ciencia que a su vez debe ampliarse mediante investigaciones en curso centradas en la sostenibilidad, la conservación y la planificación espacial”, rematan. De lo contrario, dicen, si proseguimos afectando las playas, rompiendo equilibrios, endureciendo las dunas, quitando arena del sistema, en breve vamos a tener que preguntarnos dónde jugarán los niños.
No se trata sólo de un discurso académico. El año pasado, Omar Defeo brindó su mirada científica sobre un conflicto ambiental que enfrentaba a los vecinos del balneario Punta Colorada con la Intendencia de Maldonado. Insólitamente, la Intendencia de Maldonado radicó una denuncia por falso testimonio contra Defeo y Daniel Panario, otro investigador de la Facultad de Ciencias con amplia experiencia en manejo costero que brindó su parecer profesional. La denuncia, por suerte, no prosperó. En aquel entonces Omar declaró a la diaria: “Así como he estado con los pescadores trabajando durante 40 años, y en tiempos recientes junto a estos grupos de la costa, que nuclean a más de 70 colectivos, ahora me siento más identificado que nunca, más comprometido que nunca y con mayor convicción aún de que incluir a la sociedad en este tipo de trabajos es fundamental para el desarrollo de nuestro país”. Este trabajo que acaba de publicar con su colega Anton McLachlan es un nuevo aporte para que, granito tras granito, abramos los ojos antes de que sea demasiado tarde.
Artículo: Where will the children play? A personal perspective on sandy beaches.
Publicación: Estuarine, Coastal and Shelf Science (diciembre de 2022)
Autores: Anton McLachlan y Omar Defeo.
Un trabajo inspirado por música
“Siempre que voy a Sudáfrica a trabajar con mi colega, profesor y amigo Anton McLachlan escuchamos mucha música. Los dos somos veteranos y a los dos nos gustan mucho Cat Stevens y Bob Dylan”, explica Omar Defeo sobre este trabajo tan particular. “Siempre tratamos de asociar de alguna manera esa calidad y amplitud que tiene la literatura y su relación con la ciencia, porque son dos manifestaciones complementarias para resaltar, conocer y explorar la realidad”, agrega. A Anton se le ocurrió escribir un artículo sobre las playas arenosas incorporando todo eso. El resultado es el que acabamos de ver. “Buscamos generar un nexo entre poesía, literatura y ciencia, pero sin dejar de aterrizar nuestro mensaje”, comenta Omar.
“Lo que quisimos dejar en claro es que las playas son expresiones culturales, místicas, de recreación, de observación, de experiencias estéticas que proveen mucho a nuestra espiritualidad”, dice Omar, y acota que cualquiera de nosotros seguramente alguna vez disfrutó un atardecer o un amanecer en la playa. “Pero más allá de eso, estamos resaltando el peligro que puede existir si no las protegemos”. Y cuando Omar habla de protección no se refriere sólo a la conservación de un ecosistema sino de todo el sistema, que incluye obviamente a la gente que vive en él, como los pescadores artesanales o las familias que encuentran en la almeja amarilla una forma de ganarse la vida. “Es posible lograr el desarrollo sostenible priorizando aspectos de conservación claves”, resume.
“Estamos tratando de llamar la atención de la necesidad de conservar este ecosistema que no sólo en nuestra costa, sino que a nivel mundial está viéndose amenazado por un afán mercantilista, cortoplacista y emprendedurista que no toma en cuenta el verdadero calibre que tienen las playas para la protección costera, para la generación de bienes y servicios, etcétera”, afirma Omar.
El artículo abarca décadas de investigación, literatura y poesía, recupera una dimensión espiritual que no abunda en la literatura científica, pero a su vez termina en algo muy concreto, que es la gobernanza. “La gobernanza participativa es hoy mucho más urgente que nunca en la historia porque estamos asistiendo a una destrucción sistemática de este ecosistema en aras de un capitalismo nocivo que no toma en cuenta aspectos de conservación”, retoma Omar. Dado que la playa provee servicios culturales -“por eso su importancia, ya sea mística, religiosa, por recreación, etcétera”-, Omar sostiene que “es importante que la sociedad civil se vea genuinamente representada y participe en la toma de decisiones. De lo contrario, la democracia stricto sensu participativa queda dejada de lado”.
“Por último, no podemos achacar al cambio climático aspectos que son errores humanos. Es muy fácil cobijarse en la globalidad del cambio climático, que no le dice mucho a la gente, y usarlo de paraguas para esconder errores y horrores que hemos realizado en el pasado y que seguimos realizando a través de la urbanización y el endurecimiento de zonas claves para la conservación de la playa, como son las dunas costeras”, alerta.
“No es un paper común, y por eso pretendemos que le llegue a más gente. Como dijo Anton, este es un paper que él les va a leer a sus nietos, algunos sudafricanos y otros australianos, que tienen la playa metida en su corazón, en su forma de vida. Eso podemos compartirlo muchos uruguayos, y por eso me gusta que quede ese mensaje de espiritualidad amalgamando ciencia y literatura”, remata.