Cuando el ejército estadounidense comenzó a usar el sonar en sus buques, ya en plena Segunda Guerra Mundial, se topó con un curioso fenómeno en aguas del océano Pacífico. Su flamante tecnología detectaba el fondo marino entre 300 y 500 metros debajo de la superficie, algo imposible en una zona en la que estaba reportado a mucha mayor profundidad.
Según cuenta la bióloga marina Rachel Carlson en su libro El mar que nos rodea, esta capa submarina misteriosa era tan extensa que podía llegar a ocupar un área de más de 450 kilómetros de ancho. El asunto se volvió aún más intrigante cuando se constató que este “fondo fantasma” era estable durante el día pero desaparecía o se movía en la noche.
El episodio, reportado por primera vez en 1942 pero dado a conocer recién cuando finalizó la Segunda Guerra Mundial, se repitió en otras partes del mundo y se volvió un fenómeno ubicuo de origen misterioso, al que se le adjudicaron varias causas equivocadas. Al principio algunos lo atribuyeron a desperfectos en el sonar y otros a islas hundidas o formaciones submarinas, hipótesis desafiadas por la capacidad móvil de ese fondo fantasma.
Al ejército de Estados Unidos, naturalmente, no le hacía ninguna gracia que la tecnología de la que dependía para detectar posibles enemigos estuviera fallando o experimentando fenómenos misteriosos en plena guerra mundial, por lo que consideró el asunto un tema de seguridad nacional.
Gracias al trabajo de biólogos marinos que fueron aportando pistas a bordo de los barcos militares, se supo finalmente que el origen del fenómeno no era ningún arma enemiga de avanzada y mucho menos un episodio sobrenatural. La culpa era mayoritariamente de los peces linterna –los mictófidos, por nombrarlos con más precisión–, una familia de peces bioluminiscentes extraordinariamente abundantes, al punto de que se estima que junto a sus parientes las linternillas (neoescopélidos) componen cerca del 65% de la biomasa de peces pelágicos de aguas profundas.
Lo que el sonar detectaba y los navegantes confundían con el fondo del mar era en realidad una especie de supercontinente vivo que las grandes agregaciones de peces linterna conformaban junto a otros organismos.
Un efecto colateral de la supuesta “falla” de los sonares, la preocupación del ejército y la investigación posterior fue ayudar a mejorar el conocimiento de la ecología marina en zonas poco exploradas hasta entonces y a entender mejor la abundancia de vida que vibraba en regiones a las que no llegaba nada o casi nada de luz.
El enigmático movimiento del “fondo fantasma” tiene su explicación en la ecología de estos peces. Durante el día buena parte de las especies de mictófidos permanece en la zona mesopelágica, la región entre 200 y 1.000 metros de profundidad a la que llegan los últimos restos de luz, pero de noche realizan una migración vertical hacia la superficie para alimentarse de zooplancton y, probablemente, para escapar de sus depredadores. Al culminar la noche, vuelven a descender en masa a las profundidades.
Los peces linterna han conquistado todos los océanos, por lo que no es sorpresa alguna que habiten también aguas uruguayas. Lo curioso es que mucho de lo que sabemos sobre estas especies –y de lo que no sabemos aún– hay que ir a buscarlo a Alemania, como muestra un trabajo reciente del investigador alemán con el acento más rioplatense del mundo.
Hay una luz que nunca se apaga
Stefan Koerber viajó desde Alemania a Argentina a finales de los 80 y se quedó a vivir allí algunos años, los suficientes como para casarse con una argentina y adquirir un impecable español rioplatense. Aficionado a los peces desde muy chico, trasladó su pasión inmediatamente a Argentina, a tal punto que solía ir a pescar a los bosques de Palermo. Con la curiosidad picada por conocer todo sobre las especies que capturaba, se contactó con el Museo de La Plata e inició así una red de contactos que lo ayudó a especializarse en peces de Argentina, Paraguay y Uruguay.
Los mictófidos le gustan especialmente. “En aguas profundas hay muchísimos casos de bioluminiscencia, pero el caso típico en casi todas las especies es la clásica lucecita que atrae a la presa”, cuenta Stefan.
Este ejemplo es el más presente para el público en general y el más explotado por la cultura popular. El caso más emblemático es el del pez diablo negro o rape abisal, que fue portada de la revista Time y aparece también en Buscando a Nemo. En la película, los pececitos Dory y Nemo se ven irresistiblemente atraídos por una luz en las profundidades y están a punto de sucumbir a ella hipnotizados, para descubrir justo a tiempo la verdad: resulta ser el “cebo” lumínico de uno de estos peces de aspecto temible, que aprovecha el encantamiento producido por la lucecita que emana de un largo apéndice para intentar zampárselos.
La bioluminiscencia de los mictófidos es muy distinta a esta y también muy peculiar, pese a que no poseen un aspecto tan llamativo ni tanta prensa. Para empezar, no es producida por una bacteria simbionte, como ocurre en este otro caso.
“Con su bioluminiscencia, los mictófidos cumplen tres requisitos con un solo carácter morfológico: no ser comido, comer y reproducirse. Es perfecto para la meta evolutiva máxima de cada organismo, que es vivir suficiente tiempo para dejar un legado genético en las poblaciones de la especie. Esto me parece algo notable”, cuenta Stefan desde Alemania.
El pez linterna lo logra con sus fotóforos, órganos pequeños y redondos que emiten luz y que están distribuidos en su cuerpo y cabeza, con patrones específicos para cada especie.
Con estas luces, los peces linterna han evolucionado un sistema eficiente para minimizar la depredación. Tal cual explica Stefan, en la zona crepuscular del océano en la que estos animales se mueven, a la que llega aún algo de luz, se corre el riesgo de que depredadores reconozcan las siluetas de presas potenciales desde abajo. Los peces linterna corrigen esta situación emitiendo una contrailuminación ventro-lateral que resulta muy efectiva a modo de estrategia de camuflaje.
Las prestaciones de este sistema de iluminación no acaban ahí, tal cual adelantó Stefan: los fotóforos ubicados cerca de los ojos también funcionan como una suerte de “linterna” para buscar presas, como ocurre en algunos géneros (por ejemplo, Diaphus).
Pero hay más, diría un vendedor hábil si quisiera promocionar a estos peces. Por último, que cada especie tenga un patrón de fotóforos particular, en los que se ha registrado incluso dimorfismo sexual (diferencias físicas entre machos y hembras), ayuda a que los individuos identifiquen posibles parejas de su propia especie. En resumen, el sistema de fotóforos es una oferta evolutiva 3x1 inigualable.
Con una abundancia tan notable, es fácil inferir que los peces linterna son muy importantes para la cadena trófica de los océanos, al proporcionar un alimento estable para organismos como lobos marinos, ballenas, calamares y peces más grandes (los mictófidos no superan generalmente los 15 centímetros de longitud y muchos son bastante más chicos). Para nuestra región también son muy importantes: constituyen uno de los ítems alimentarios fundamentales de la merluza, el principal recurso pesquero de Uruguay y Argentina.
Por eso su estudio tiene otras implicancias que van más allá de la fascinación que despiertan las características de su biología. Es su rol en el ecosistema marino lo que los convirtió, junto a otros organismos, en objeto de interés para una serie de expediciones alemanas que comenzaron a visitar aguas sudamericanas a partir de los años 60. Esas incursiones, como muestra un trabajo recientemente publicado por Stefan Koerber, permitieron ampliar el conocimiento de los mictófidos en el Atlántico suroccidental y explican también por qué muchos ejemplares de especies encontradas en aguas uruguayas están hoy en la colección ictiológica de Hamburgo, una de las más grandes de Alemania.
Uruguayos triunfando en el exterior
A partir de los años 60, los países europeos comenzaron a mostrar un mayor interés en la exploración e investigación del Atlántico suroccidental. Según cuenta Stefan, parte de ese interés se originaba en la preocupación por el incremento de la población en el planeta y el desafío que podía representar a futuro en materia de alimentación.
En ese contexto, el Instituto de Pesquerías del Mar de Hamburgo hizo convenios con países de América del Sur para iniciar una serie de exploraciones pesqueras e ictiológicas a bordo de los buques Walther Herwig I y II, que contaban con tecnología no disponible en América del Sur para pescar a gran profundidad.
“Lo que buscaron fue averiguar científicamente desde cero cómo funcionaban los ecosistemas y las cadenas tróficas de zonas marinas que todavía no habían sido extensamente pescadas, como el Atlántico suroccidental. Tras hacer convenios con el Estado uruguayo y el Estado argentino, llevaron también especialistas locales a bordo”, agrega Stefan.
Estos buques hicieron cinco expediciones grandes a aguas sudamericanas entre 1966 y 1981. En ese lapso muestrearon docenas de lugares dentro de las zonas económicas exclusivas de Argentina y Uruguay y recolectaron una enorme cantidad de organismos. Entre ellos, miles de especímenes de peces linterna. La expedición de 1971, por ejemplo, llegó a sacar 15 toneladas de la especie Diaphus dumerilii en una sola carga en aguas patagónicas.
Gran parte de todos esos especímenes, entre los que se encuentran especies no registradas para Uruguay e incluso ejemplares tipo (aquellos en los cuales se basa la descripción de una especie), están depositados en el Museo de Zoología de Hamburgo. Aunque esta situación puede abrir algunas interrogantes respecto de la soberanía científica de nuestro país, como ha ocurrido con los resultados de otras expediciones extranjeras que se llevan muestras, Stefan asegura que se trata de un caso diferente.
En primer lugar, aclara, muchas de las colectas se hicieron en zonas que en ese momento no pertenecían a Uruguay y Argentina, sino a aguas internacionales, antes de que se ampliaran las zonas económicas exclusivas. Además, señala que le consta que los investigadores a bordo ofrecieron muestras para las colecciones argentinas y que no hubo interés por parte de quienes participaban en las colectas, por tratarse mayoritariamente de personal interesado en el aspecto comercial de la pesca.
El zoólogo Fabrizio Scarabino, docente del Centro Universitario Regional del Este (CURE) e investigador honorario del Museo Nacional de Historia Natural, agrega que el único dato que se tiene de la participación de uruguayos en al menos una campaña involucra a Mario Siri, del entonces Servicio de Oceanografía y Pesca (SOYP), pero que si llegó a traer algún ejemplar ya no existe en colecciones nacionales.
El resultado de toda esta labor de minería de datos de Stefan es una reciente publicación en la que recopila los peces linterna encontrados en Argentina y Uruguay por las expediciones del buque Walther Herwig, respaldados por evidencia material (ejemplares debidamente etiquetados y guardados) e identificados por uno de los máximos especialistas del mundo en mictófidos, Alexander Hulley.
La base está
Basándose en la existencia de especímenes guardados en la colección, el trabajo de Stefan confirmó la presencia de 41 especies de peces linterna para Uruguay, 19 de los cuales representan primeros registros. Casi dos tercios de estos nuevos registros (12) pertenecen a especies de los géneros Diaphus y Lampanyctus.
Como bien aclara, esto es sólo el comienzo de varios trabajos potenciales que pueden servir para afinar las listas de peces marinos de Uruguay, confirmando algunos reportes y descartando otros hasta que exista evidencia bien documentada.
“La idea del trabajo es justamente aportar una base y que, con ayuda de esta lista, ahora sí ictiólogos locales puedan empezar a trabajar y sacar nuevos registros”, dice Stefan, que en los últimos años viene publicando trabajos similares con otros grupos de peces reportados para Argentina y Uruguay.
Su intención, aclara, es que siempre los primeros registros de especies para Uruguay y Argentina sean hechos por autores locales o con su colaboración, como ya ha ocurrido. “A Hamburgo va un ictiólogo marino uruguayo a trabajar un mes y tiene material para publicar el resto de su carrera”, señala.
Esto, por supuesto, depende más de los fondos disponibles para investigaciones y organización de patrimonio científico que del interés y la dedicación de los investigadores locales. En Uruguay también hay muchísimos tesoros para visibilizar en las colecciones nacionales, esperando ser identificados y clasificados unos, o analizados con detalles y publicados otros, pero ni todo el entusiasmo del mundo puede compensar la falta de inversión y personal que sufren la mayoría de las colecciones del país dedicadas a la biodiversidad.
El caso de la colección de peces del Museo Nacional de Historia Natural es emblemático. Tanto Scarabino como el ictiólogo Wilson Serra, que trabajan conjuntamente allí, saben que guarda muchas novedades para la ciencia y para Uruguay. Ambos se dedican activamente a organizar, documentar y analizar las muestras, pero hay décadas de atraso por falta de infraestructura.
Buceando en museos
Aun así, hay investigadores locales que han logrado visitar el Museo de Zoología de Hamburgo para revisar los hallazgos del buque Walther Herwig, aunque no específicamente de peces. El biólogo Álvar Carranza buceó en la colección de invertebrados para un trabajo que publicó en 2022 junto a su colega Pablo Limongi y el alemán Andreas Schmidt-Rhaesa.
En su artículo, Álvar y Pablo apuntaban que muchas veces ni siquiera las colecciones científicas más importantes de los países desarrollados se encuentran completamente inventariadas o son accesibles digitalmente. Les pasó en Hamburgo, donde 72% de los registros de la colección de invertebrados que revisó Alvar estaba aún sin identificar a nivel de especie, por lo que es fácil inferir qué ocurre en países con menos inversión en ciencia y biodiversidad.
“El apoyo a la capacitación de un ejército de taxónomos será de suma importancia para superar la abrumadora tarea de analizar la enorme cantidad de muestras almacenadas en las colecciones de los museos. Se necesita con urgencia un esfuerzo de toda la comunidad para abordar este problema, y la cooperación internacional debe desempeñar un papel clave en esta empresa”, escribían en su artículo.
Mientras tanto, agregaban, es posible que regiones enteras del planeta estén aún sin inventariar, “forzando a que las decisiones de conservación se basen en datos incompletos”. Entre los desafíos a nivel global para mejorar esto se encuentran “los problemas crónicos de la taxonomía: financiación inadecuada y falta de reclutamiento y entrenamiento de taxónomos”.
Stefan Koerber expresa de forma más directa (y rioplatense) este divorcio entre lo que los gobiernos dicen y hacen en esta materia. “El problema es que todos hablan de biodiversidad y nadie está dispuesto a poner un mango. Quieren proteger sin saber qué están protegiendo”, asegura.
“Los gobiernos hablan de la protección de la biodiversidad, o peor, de patrimonio nacional natural, como si las especies fueran su propiedad, pero no es así. Cuando un país firma el Convenio de Diversidad Biológica, les promete a 7.000 millones de personas en el planeta cuidar esas especies. No es un derecho la biodiversidad, es una obligación cuidarla frente al resto de la humanidad”, dice.
“El problema es que todos hablan de biodiversidad y nadie está dispuesto a poner un mango. Quieren proteger sin saber qué están protegiendo”
El conocimiento básico de la biodiversidad es esencial para tomar decisiones informadas en muchos ámbitos, no sólo en la conservación. Los peces linterna son un buen ejemplo. Sin el estudio de sus características ecológicas, como sus masivas migraciones verticales, quizá el ejército estadounidense hubiera seguido buscando misteriosas formaciones submarinas en tiempos sensibles. Lo deseable, por supuesto, es no tener que esperar a la paranoia de otra guerra mundial para financiar investigaciones, sino hacer de cuenta que lo que dice el Convenio de Diversidad Biológica es vinculante para los países firmantes.
Artículo: Lanternfishes (Myctophidae) collected by the German research vessel Walther Herwig in the Exclusive Economic Zones of Argentina and Uruguay
Publicación: Ichthyological Contributions of Peces Criollos (junio de 2024).
Autor: Stefan Koerber.