Un relato del humorista estadounidense James Thurber, escrito hace más de 80 años, cuenta la historia de un jilguero que una mañana hace su recorrido habitual por el campo y se da de frente contra el vidrio de una ventana recientemente construida. Maltrecho, sin entender qué le ha pasado, se reúne con otras aves y les cuenta que acaba de ocurrirle algo increíble. “El aire se cristalizó alrededor de mí”, les dice.
Las demás aves, que han recorrido esa zona durante años, consideran que la historia es demasiado absurda como para ser verdad y se burlan de él. Molesto, el jilguero les apuesta una comida a que no son capaces de pasar por el mismo sitio sin que “el aire se cristalice” alrededor de ellas. Una golondrina tiene el buen tino de dudar y se queda en el molde, pero tres de las aves aceptan confiadas el reto, atraviesan el campo y se revientan al mismo tiempo contra el vidrio.
Aunque el objetivo del relato de Thurber no era alertar sobre la amenaza que los vidrios suponen para la conservación de las aves, resulta muy efectivo a la hora de mostrar cuán desafiante puede ser para estos animales encontrarse con obstáculos que les resultan invisibles e incomprensibles. Ni siquiera nosotros, que conocemos qué es el vidrio y para qué se usa, escapamos enteramente de la trampa, como han demostrado los miles de casos de personas que se lastiman al llevarse por delante ventanales demasiado limpios.
Que las aves tengan este problema es mucho más lógico, porque no están preparadas para lidiar con una invención relativamente reciente como el vidrio. Si es transparente, no perciben nada que les impida seguir camino. Si es reflectante, interpretan que las imágenes espejadas, como árboles o cielo, son una prolongación del paisaje.
Los humanos llevamos por lo menos 2.000 años fabricando ventanas de vidrio, pero su existencia se ha convertido en un peligro importante para las aves en los últimos siglos debido al crecimiento de los centros urbanos y el uso masivo de vidrios o plásticos transparentes a alturas cada vez mayores. Para un grupo de animales que lidia ya en entornos urbanos con el peligro serio que suponen los gatos domésticos, este es un problema significativo que trepa posiciones en una larga lista de amenazas.
Un problema impactante
Pese a su aparente modernidad, este peligro es más antiguo que lo que muchos podrían suponer. Hay registros de colisiones de aves contra vidrios al menos desde finales del siglo XVIII, aunque es probable que esto ocurra desde que usamos vidrios en construcciones. Tal cual ha dicho el ornitólogo Daniel Klem, uno de los pioneros en el estudio en este campo, “las aves se golpean contra los vidrios donde sea que convivan con ventanas”.
En Estados Unidos, país en el que este problema se estudia en detalle al menos desde la década de 1970, los cálculos de muertes causadas por choques contra ventanas son escalofriantes. Un trabajo publicado en 2024 en la revista Plos One estima que sólo en ese país las colisiones causan cerca de 1.000 millones de muertes de aves por año.
¿Qué ocurre en Sudamérica? Prácticamente no lo sabemos, pero un trabajo reciente abre una ventana –sin vidrios, por favor– para empezar a descubrirlo. Más de un centenar de investigadores elaboraron una primera recopilación de datos sobre colisiones de aves en la región neotropical (que abarca Centroamérica y casi toda Sudamérica), muy útil para sacar algunas conclusiones interesantes y sentar una base para futuras investigaciones sobre este problema crítico para las aves.
Entre los coautores de este nuevo trabajo, liderado por Augusto Piratelli, de la Universidad Federal de São Carlos (San Pablo, Brasil), se encuentra la uruguaya Matilde Alfaro, del Departamento de Ecología y Gestión Ambiental del Centro Universitario Regional del Este (CURE) de Maldonado, que nos guía en el mundo desafiante de los obstáculos invisibles para las aves.
Nido de hornero sobre ventana.
Foto: Lucía Rodríguez-Tricot (NaturalistaUY)
Campos de fuerza
Cuando a la amenaza de los vidrios se suma la influencia de las luces artificiales, que muchas veces desorientan a las aves migrantes en sus rutas nocturnas, el combo puede ser devastador.
Manhattan, por ejemplo, ubicada en medio de una ruta migratoria de varias especies, provoca la muerte de cientos de miles de aves todos los años, como muestran estimaciones realizadas con base en varios esfuerzos de monitoreo. Que en el camino que vienen siguiendo desde hace miles de años se haya erigido gradualmente una enorme ciudad, llena de luces y obstáculos transparentes o reflectantes, no hará que modifiquen su ruta.
Por eso es importante tomar medidas para mitigar este problema, algo que en Estados Unidos se empezó a hacer décadas atrás gracias a los datos recopilados de impactos de aves en los edificios. En Sudamérica y Centroamérica, sin embargo, venimos con mucho atraso. Es necesario empezar prácticamente de cero.
Eso es justamente lo que comienza a hacer este trabajo. Sus autores invitaron a cientos de científicos de la región a aportar todos los datos que tuvieran sobre colisiones de aves con vidrios. “La propuesta llegó también a varios investigadores de Uruguay, y como yo tenía algunos datos por observaciones que había realizado, terminé participando”, cuenta Matilde.
El aporte uruguayo se redujo a una pequeña parte de los registros con los que contaba Matilde, porque para validar los datos hay un montón de restricciones y exigencias que funcionan a modo de filtro para garantizar su precisión. Los registros tienen que estar muy bien detallados y documentados para ser incluidos en recopilaciones de este tipo.
“Si bien no es mi foco de estudio, es un tema que me interesa. Ya me había llamado la atención ver los choques de aves contra ventanas, incluso en los patios internos acá en el CURE. Es un fenómeno que ocurre en todos lados y se acentúa a medida que se construye más, pero en nuestra región todavía no hay suficiente información para decir algo concreto”, agrega Matilde. Está segura, sin embargo, de que este problema tiene un impacto importante en la conservación de las aves en la región, “algo que se vio también en los resultados del trabajo”.
El conjunto de datos obtenido “representa el primer esfuerzo integral en la región neotropical centrado en datos de colisiones de aves con ventanas, proporcionando información valiosa para futuros avances científicos y políticas de conservación”.
Golpe a golpe
Cumplido el proceso de validación, los autores recopilaron un total de 4.103 registros de colisiones de aves con ventanas, que proceden de 11 países neotropicales y abarcan datos desde 1946 hasta 2020. Obviamente, estos reportes constituyen sólo una parte infinitesimal de los choques de aves ocurridos en la región durante ese tiempo. Su utilidad radica en los patrones que revelan y el uso que se les puede dar para extrapolar conclusiones.
Por ejemplo, los cinco órdenes de aves más frecuentes en las colisiones fueron los passeriformes (2.451), columbiformes (520), apodiformes (377), psittaciformes (202) y piciformes (186). Es muy notoria la diferencia que sacan sobre el resto los passeriformes, a los que solemos llamar simplemente pájaros y entre los que tenemos especies muy comunes como el hornero, benteveo, gorrión, zorzal o calandria.
“Es lógico que sean los más impactados por dos motivos. Por un lado, son el grupo más grande de aves, ya que más de la mitad de las especies registradas son passeriformes, y, por otra parte, suelen estar más vinculados a los ambientes urbanos y tienen comportamientos de vuelo que pueden generar más riesgos con estructuras urbanas. Por ejemplo, hay rapaces presentes en las ciudades, pero sus vuelos por lo general son más altos”, explica Matilde.
“El segundo orden más afectado, las palomas, también está muy asociado a los ambientes urbanos, así que es lógico que estén también entre los principales afectados”, agrega.
Otro dato interesante que se desprende del trabajo es que parecen existir patrones temporales en la cantidad de colisiones. Hay dos picos: el primero en marzo-abril y el segundo en octubre-noviembre, que coinciden con las principales temporadas de migración y reproducción para muchas especies.
“Eso también es lógico, porque tanto en épocas de reproducción como de migración hay mucho más movimiento de las especies, y eso es particularmente desafiante en entornos urbanizados o con muchas estructuras humanas”, afirma Matilde.
Dentro de las aves impactadas también se dan patrones interesantes que muestran la vulnerabilidad de algunas especies a esta amenaza.
Viejos conocidos en peligro
Tenemos escasos datos de Uruguay como para sacar alguna conclusión. Los registros que aportó Matilde son sólo de Maldonado y fueron protagonizados por el tiquitiqui común (Serpophaga subcristata), el chingolo (Zonotrichia capensis) y la gallineta overa (Pardirallus maculatus). Sin embargo, algunas de las especies más afectadas en toda la región, de acuerdo con esta recopilación, son habitantes comunes de nuestros entornos urbanos.
Entre todos los datos recopilados, hay cuatro especies con más de 100 registros. El más afectado, el zorzal chico o zorzalito boreal (Catharus ustulatus), no habita nuestro país, como tampoco el chiví de ojos rojos (Vireo olivaceus), pero sí los otros dos: la torcacita colorada (Columbina talpacoti), aunque su distribución en nuestro territorio no coincide con grandes centros urbanos, y el archiconocido zorzal (Turdus rufiventris).
Zorzal, una de las aves con más colisiones en ventanas en Sudamérica.
Foto: Alexa Brito (NaturalistaUY)
“Muy probablemente esas especies también se vean afectadas aquí por este problema. Y sobre todo en ciudades como Montevideo, que tiene parques grandes donde habitan muchos zorzales y torcazas”, apunta Matilde.
El trabajo también reporta que la mayoría de las colisiones ocurrieron en edificios de poca altura (de menos de dos pisos) y que las aves suelen estrellarse más o menos por igual en superficies transparentes y reflectantes. Es decir, ninguno de estos dos tipos de vidrio es percibido como una amenaza o un obstáculo por las aves.
En resumen, este conjunto de datos muestra que en Latinoamérica algunas especies de pájaros muy comunes en entornos urbanos, como zorzales y palomas, suelen estrellarse mayoritariamente contra vidrios de edificaciones bajas, ya sean reflectantes o transparentes. Además, la gran mayoría de las colisiones se da contra vidrios que no cuentan con medidas preventivas, lo que nos lleva a un punto interesante: lo que se está haciendo y lo que se puede hacer para mitigar esta importante amenaza para los animales que alegran y mejoran nuestra vida en las ciudades.
No pasarás
Es claro que la humanidad no va a prescindir de las estructuras con vidrios por que provoquen millones de muertes de aves por año. Tal cual dice el trabajo, “dado que es casi imposible erradicar el cristal como material predominante en el paisaje urbano, es necesario probar e implementar medidas disuasorias para promover ciudades amigables con las aves”, ya que “mejores estrategias para abordar las colisiones de aves con ventanas podrían ser un factor clave para mantener la avifauna urbana, sus funciones ecológicas y el bienestar humano”.
La lucha por construir ciudades más amigables con las aves es también más antigua que lo que muchos supondrían. Los observadores de aves son un grupo tenaz y muy enamorado de sus sujetos de estudio, que forman una fuerza temible de presión cuando quieren. En Nueva York, campañas de concientización llevadas a cabo hace más de 100 años lograron que se modificara la iluminación de algunos edificios emblemáticos, como la Estatua de la Libertad, y otro tanto está ocurriendo con las ventanas desde hace al menos 60 años.
“Hay países que están tomando estas medidas hace tiempo. Lo más práctico en cuanto a costos es hacer una suerte de intervención en los vidrios, para que las aves puedan prever que hay algo ahí y no chocar. A veces son patrones de puntos o de líneas que tienen este efecto disuasorio y que además quedan lindos, no son un problema estético para las construcciones. No todo funciona y se están probando distintas cosas, como por ejemplo adhesivos con patrones de dibujos que tienen muchos puntitos”, dice Matilde.
Algunos diseños de este tipo han sido muy exitosos, como muestra lo ocurrido en el Centro McCormick de Chicago, una gran estructura de vidrio que provocó una masacre de aves en sólo 24 horas el 5 de octubre de 2023. Cerca de 1.000 ejemplares murieron al chocar contra los vidrios ese día debido, en buena parte, al mal tiempo y la baja visibilidad. Como resultado de ese hecho, se hizo una intervención con adhesivos con el diseño de puntos mencionado por Matilde, que redujo drásticamente la mortalidad de aves.
Aunque Latinoamérica no tiene los mismos recursos ni las mismas preocupaciones que el primer mundo, al menos está empezando a recolectar información para tomar medidas prácticas. El equipo que realizó esta recopilación de datos ya está hilando más fino para entender los lugares, estructuras y tipos de vidrios que generan más problemas en nuestra región.
Para Uruguay, el estudio de este problema creciente de conservación es un terreno completamente nuevo y, como tal, es también una gran oportunidad para estudiantes e investigadores. Según Matilde, es viable crear un equipo de trabajo y empezar a recopilar datos que nos ayuden a entender qué impacto están teniendo las colisiones en nuestra avifauna y cuál es la mejor forma de mitigarlo. Lo bueno es que los beneficiados de un proyecto así también seremos nosotros. La abundancia de aves, como dijo una vez el autor Timothy Bealey, es la receta secreta para tener ciudades que alimenten el espíritu.
Artículo: Bird-window collisions: A comprehensive dataset for the Neotropical region
Publicación: Ecology (julio de 2025)
Autores: Augusto Piratell, Blanca Ribeiro, Wesley Dáttilo, Luis Vázquez, Anelisa, Daniel Klem, Matilde Alfaro, Ian MacGregor y otros.