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Cochinillas de la especie Neotachardiella charruarum.

Foto: Vitor Pacheco

Conozcan a la cochinilla charrúa, nueva especie descubierta en Uruguay que es fanática de algunas plantas nativas

12 minutos de lectura
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Una cochinilla recién descrita para la ciencia, con capacidad para reproducirse sin necesidad de machos, se halla presente en varias plantas nativas muy comunes en nuestro país y deja planteado más de un misterio por resolver.

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Quizá han estado en tus labios. O te las has comido sin saberlo, como parte de alimentos de aspecto apetitoso. O tuviste sus secreciones en el pelo y las uñas. O son parte de tu guitarra o de algunas maderas de tu casa.

Sin embargo, si ya las conocés, probablemente no sea por todo eso sino por el efecto que causan en las plantas de tu jardín o tu balcón. Cuando las infestan, provocan que las hojas queden recubiertas por una sustancia blancuzca o negra, se marchiten, se deterioren o se llenen de hongos. Si te ha tocado experimentarlo, sabrás además que son muy difíciles de combatir.

Las responsables de todas estas proezas son unos diminutos insectos llamados generalmente cochinillas, con miles de especies distribuidas en casi todas partes del mundo. También se les dice insectos de escama y, en Uruguay, a algunas especies se las conoce como chanchitos blancos.

¿Cómo es posible que estas primas lejanas de las chinches estén presentes en tantos lugares del mundo y hayan llegado a nuestra comida, medicamentos y productos cosméticos? La explicación hay que buscarla en sus mecanismos de defensa.

Goma, goma, buen amigo

Las cochinillas son insectos que evolucionaron para vivir prendidos a las plantas, succionando su savia todo el tiempo. La herramienta sofisticada de que disponen para hacerlo es una larga pieza bucal, similar a un estilete, que introducen dentro de la planta para buscar los vasos por donde corre la savia.

Este estilo de vida sedentario tiene algunas desventajas. Cuando se acerca un depredador, es difícil guardar todo ese equipamiento rápidamente y tomarse los vientos para ponerse a salvo. Tan es así, que algunas cochinillas han prescindido directamente de las patas o las tienen muy atrofiadas. Por eso, han desarrollado distintos mecanismos de defensa que les evitan la molestia de desplazarse cuando hay peligro.

Algunas segregan una resina, la laca, que sirve para proteger sus cuerpos y les ha valido el mote de “insectos de laca”. Los seres humanos hemos industrializado esta sustancia y la aplicamos para muchos usos. Uno de ellos es proteger la madera de las guitarras a modo de barniz (cualquier buen luthier podrá atestiguar que es un componente fundamental), pero también para recubrir cápsulas de medicamento, chocolates y golosinas como las populares M&M (al menos hasta hace un tiempo) o como aditivo para champú, entre muchísimas otras cosas. La principal especie para esta producción es Kerria laca, originaria de Asia. En Uruguay, como veremos, también tenemos cochinillas que segregan laca.

Otras cochinillas tienen una estrategia distinta. Para defenderse de enemigos naturales producen ácido carmínico, una sustancia que se libera en su sangre y resulta desagradable para los depredadores. No ha sido disuasorio para los humanos, que desde hace miles de años lo usamos como colorante. Los restos triturados de cochinillas producen el carmín para los labios, pero también dan color a yogures, helados, donuts y muchos otros productos de aspecto atrayente.

Los pueblos mesoamericanos ya obtenían colorantes de estas cochinillas cuando llegaron los conquistadores europeos y fueron pioneros de una industria que sigue siendo mayoritariamente americana hoy en día (Perú es el principal exportador mundial).

Las especies más comúnmente usadas para fabricar colorante no son nativas de Uruguay, aunque hay algunas reportadas en nuestro país debido a que se las llegó a cultivar en algún momento con fines productivos. Esta práctica, justamente, ha contribuido a que las cochinillas sean también un problema a nivel mundial.

Aprovechando el traslado con fines productivos, así como su capacidad para viajar como polizontes hábiles en el comercio internacional de plantas, muchas especies han invadido regiones en las que no cuentan con enemigos naturales. Con terreno libre, prosperaron y se convirtieron en un problema para las plantas y sus frutos (y en un dolor de cabeza para las personas que las cultivan).

Cerca de la mitad de las 80 especies de cochinillas reportadas para Uruguay son introducidas, aunque sabemos bastante poco de la diversidad de estos animales en el país. Recién estamos empezando a descorrer el velo que cubre a estos insectos diminutos y fascinantes, que pueden ser muy útiles o muy engorrosos desde la perspectiva humana, pero que, al igual que cualquier organismo, sólo buscan perpetuarse de la manera más eficiente posible.

Prueba de lo poco que conocemos aún de las cochinillas en Uruguay y de las sorpresas que nos pueden dar es la reciente publicación de un artículo firmado por Takumasa Kondo, de la Corporación Colombiana de Investigación Agropecuaria; Vitor Pacheco, de la Sección Entomología de la Facultad de Ciencias de la Universidad de la República y la Unidad de Entomología de la Facultad de Agronomía de Uruguay; Alberto Marsaro, del Instituto Embrapa Trigo de Brasil, y Satomi Moriyama y Ana Peronti, de la Universidad Estadual Paulista.

Allí redescriben una cochinilla descubierta hace 100 años y registran el hallazgo de dos especies nuevas para la ciencia. Una de ellas, endémica de Uruguay, está más cerca de lo que imaginamos y guarda más de un misterio.

Vitor Pacheco.

Foto: Mara Quintero

Un huésped discreto

Cuando el entomólogo brasileño Vitor Pacheco se radicó en Uruguay, hace ya ocho años, trabajaba con las cochinillas llamadas “chanchitos blancos”. Los amantes de las plantas las conocen también como cochinillas algodonosas y están familiarizados con la melaza que excretan, parecida al algodón, que cubre las hojas de sus anfitriones, las afea y les causa problemas.

Sin embargo, Vitor se interesó pronto por otras cochinillas generadoras de laca que notó en algunas plantas nativas muy presentes en zonas urbanas del país. “Las veía sobre la pitanga, el guaviyú, el palo de fierro y otras mirtáceas. Empecé a colectarlas y me dio curiosidad saber qué eran, pero como no trabajaba con esa familia todavía, no sabía cómo identificarlas”, cuenta Vitor.

Pronto descubrió que para colectar esas cochinillas no era necesario irse demasiado lejos. Las halló también en plantas de los predios de la Facultad de Ciencias y de la Facultad de Agronomía, los dos sitios en los que trabaja. Para demostrarlo, luego de la entrevista se meterá entre las plantas de la Facultad de Ciencias cual guía expedicionario y las identificará sobre un ejemplar de palo de fierro (Myrrhinium atropurpureum). Una vez señaladas, es imposible no verlas. Se trata de pequeñas pelotitas de color negro o rojo muy oscuro, de forma ovoide pero poco definida debido a la laca que las cubre y las va deformando. Se las puede ver prendidas en fila a las ramas, a tal punto que, para un observador no especializado, parecen sólo parte del árbol.

Pero hay algo más en la planta que llama la atención y que delata la presencia de las cochinillas que las habitan, tal cual pudimos comprobar en la expedición por el predio de la Facultad de Ciencias. Las hojas están ennegrecidas y opacas, como si alguien las hubiera pintado de uno de los dos lados.

“Fue lo primero que me llamó la atención. Las plantas quedaban todas negras. Eso ocurre porque la cochinilla produce una suerte de pichí que es dulce y va cubriendo las hojas, ramas y frutos. Y eso se tiñe de color negro porque se desarrolla por encima un hongo de ese color. Cubre toda la planta e impide que haga fotosíntesis normalmente, lo que a la larga puede traerle problemas”, explica Vitor. Ya volveremos con más detalle al apetitoso orín de estas cochinillas.

Con la curiosidad picada por este fenómeno que observaba sobre tantas plantas nativas, se comunicó con su colega colombiano Takumasa Kondo, especialista en los géneros de cochinillas que producen laca en América Latina, y le mostró los ejemplares. Tras examinar las imágenes, Kondo sospechó inmediatamente que Vitor tenía entre manos algo nuevo para la ciencia. Y no era el único de sus colegas con novedades.

Los tres investigadores y la cochinilla desubicada

Otra colega de Vitor, la brasileña Ana Peronti, también había dado con una especie aparentemente nueva en Brasil. Cuando Kondo examinó tanto el material de Ana como el de Vitor, se dio cuenta de que eran ejemplares muy similares y sospechó que ambos podrían ser parte de un género nuevo de cochinillas. Para comprobarlo, había que realizar un examen minucioso de los especímenes y un poco de trabajo detectivesco en colecciones.

Vitor, Ana y Takumasa se reunieron en San Pablo con las muestras de cochinillas recolectadas en Uruguay y Brasil para compararlas. Su primera conclusión fue que las dos especies encontradas en Brasil y Uruguay eran distintas pero tenían muchas similitudes. Además, no parecían encajar en ninguno de los géneros conocidos de estos insectos, tal cual comprobaron al investigar en la colección entomológica del Instituto Biológico de Sao Paulo.

Hallaron sin embargo algo curioso, siguiendo una sospecha del propio Takumasa. Encontraron una especie descrita hace cerca de 100 años, bajo el nombre Tachardiella ourinhensis, que era similar a las descubiertas por Vitor y Ana. Pronto se dieron cuenta de que se trataba de una cochinilla desubicada, literalmente. “En América del Sur tenemos tres géneros que producen laca. Tachardiella es uno de ellos, pero esta especie era muy diferente de las otras Tachardiella y sin embargo parecida a las nuevas que encontramos”, explica Vitor. La persona que la describió hace 100 años, quizá por no disponer de todo el conocimiento como para hacer una buena descripción, la había colocado en ese género incorrectamente.

En resumen, tenían entre manos dos especies nuevas para la ciencia y una previamente mal asignada a otro género. Las tres poseían características comunes, como la forma en que se organizan las glándulas que producen la laca (uno de los rasgos distintivos para reconocer especies de cochinillas). Los tres investigadores tuvieron que crear para ellas un nuevo género, al que denominaron Neotachardiella, que vendría a ser algo así como “nuevo Tachardiella”.

A la nueva especie encontrada sobre tantas plantas nativas de Uruguay, de color rojo oscuro, la llamaron Neotachardiella charruarum, que viene a significar “Neotachardiella de los charrúas”. El nombre común propuesto fue “insecto laca de los charrúas”.

La que fue hallada en Brasil fue bautizada como Neotachardiella nangapire, que es la palabra guaraní para la pitanga. Si uno la mira con atención, no necesita explicación para el nombre. Tiene la forma y el color de una pitanga. “No sabemos bien por qué aún, ya que no parecería ser muy ventajoso para la cochinilla parecerse a una pitanga, ya que las aves que se alimentan de la pitanga podrían predarla, pero por alguna razón evolucionó así y allí está”, comenta Vitor.

La cochinilla charrúa también guarda más de una característica intrigante y unos cuantos datos sorprendentes que ameritan nuevas investigaciones.

Qué tendrá el guayabo cuando lo provocan

La cochinilla charrúa, o insecto laca de los charrúas, como le llaman los investigadores, fue encontrada en las ramas de arrayanes, pitangas, murtas, guaviyús, palos de fierro, arazás y guayabas en diferentes áreas naturales, cultivadas y sobre todo urbanas de Montevideo, Canelones y Maldonado. “Aparentemente está en muchas plantas nativas mirtáceas del país, con excepción del guayabo del país (Acca sellowiana). Allí no la encontramos, no sabemos todavía por qué”, explica Vitor, intrigado.

Las primeras ninfas aparecen al comienzo del verano y se dispersan en busca de los tallos más nuevos, evitando las ramas en las que permanecen los cuerpos muertos de los adultos de la anterior generación. Una segunda camada, menos numerosa, aparece a fines de marzo.

Ninfas de la especie.

Foto: Vitor Pacheco

En las cochinillas, por lo general, las ninfas buscan una planta que las hospede ni bien nacen, que puede ser la misma en la que estuvo la generación anterior o una nueva, ya que muchas veces se dispersan con el viento o debido a otros factores.

Una vez instaladas en la planta que será su hogar, comienzan a succionar la savia y van pasando por varias mudas hasta transformarse en macho o hembra. Si es hembra seguirá con su aspecto de cochinilla, pero si es macho se transformará en una prepupa, luego una pupa y finalmente en un insecto muy parecido a una mosca diminuta. Su vida será breve; tanto, que ni siquiera desarrollará un aparato bucal para alimentarse. Su único objetivo será volar para encontrar una hembra con la que reproducirse antes de morir.

En el caso de la nueva cochinilla charrúa, sin embargo, esto no pasa. La suya es aparentemente una sociedad integrada exclusivamente por hembras, que no necesita de machos. Según se deduce de las observaciones de Vitor y sus colegas, se reproducen mediante partenogénesis, que consiste en el desarrollo de células sexuales femeninas no fecundadas. Este fenómeno ocurre en un grupo amplio de animales, incluyendo otras cochinillas y también otros insectos que viven en Uruguay.

Este método de reproducción ofrece grandes ventajas a las cochinillas, porque no necesitan invertir energía en la búsqueda del macho y en la cópula, dedicándola en cambio a la puesta de huevos para multiplicarse más eficientemente. La contrapartida es que las crías son clones de sus madres y por lo tanto carecen de diversidad genética, pero por ahora eso no les ha resultado un problema a juzgar por su abundante presencia en las mirtáceas uruguayas.

Los de atrás vienen conmigo

Vitor notó otras cosas interesantes en sus investigaciones sobre las cochinillas charrúas. Al igual que otras especies, tienen aliadas que las protegen por conveniencia, en este caso hormigas (por ejemplo, Camponotus mus, según se vio en otras especies del género). “Las hormigas se alimentan de ese pichí dulce que producen las cochinillas y que termina ennegreciendo a las plantas”, cuenta Vitor.

Hacen mucho más que eso, en realidad, según se ha visto en otras cochinillas que tienen esta misma asociación. “Las hormigas hacen con las cochinillas lo mismo que nosotros hacemos con las vacas. Las crían, las protegen, se alimentan de su producción y en algunos momentos, cuando necesitan proteína extra, como en invierno, por ejemplo, pueden alimentarse también de ellas. Además las protegen de otros depredadores”, explica Vitor.

Esta asociación es tan fuerte en algunas especies que hay hormigas que llevan las cochinillas en la boca al momento de hacer su vuelo nupcial, como quien carga con sus animales domésticos al momento de irse a vivir a una granja con la idea de formar una familia.

Desde la perspectiva humana esa alianza puede ser un problema, porque las hormigas defienden a las cochinillas de depredadores naturales que podrían ayudar a controlarlas, ya se trate de los insectos conocidos como san antonios o de las pequeñas avispas llamadas microhimenópteros. En el caso de la cochinilla charrúa, el enemigo natural conocido hasta ahora es una avispa probablemente nativa del género Marietta (la especie aún no ha sido identificada) que la parasita.

Eso nos lleva a otro asunto intrigante sobre esta nueva especie descubierta en Uruguay. Como aclara Vitor, las cochinillas que suelen generar complicaciones son las introducidas, no las nativas, porque no han coevolucionado con las plantas en las que se instalan como para permitir una coexistencia equilibrada, y carecen generalmente de enemigos naturales que ayuden a controlarlas. Pero en este caso podría estar ocurriendo otra cosa. Para Vitor, pese a que reconoce que no tiene datos objetivos sobre los posibles daños, las cochinillas charrúas que observó en predios urbanos –y no en entornos no antropizados– parecerían estar atacando a las mirtáceas nativas “fuertemente”.

Esta melaza que producen, que se llena de hongos y se ennegrece, no parece estar atacando por ahora los tejidos de las plantas, por lo que el daño sería principalmente cosmético. Sin embargo, Vitor cree que de todos modos podría llegar a perjudicarlas. “El nivel de infestación es alto, y las plantas quedan tan negras por el hongo, que es posible que la fotosíntesis se vea perjudicada”, señala.

Sin embargo, esto no significa que esta cochinilla sea una plaga y deba ser eliminada. Lo mismo pasa con otras especies. “Muchas cochinillas son importantes en los ecosistemas que habitan por toda la asociación que tienen con hormigas, o con otros insectos que se alimentan de ellas. O incluso aves, porque hay algunas que se alimentan de cochinillas grandes, entonces son importantes en la cadena alimenticia”, dice.

Por eso, añade el trabajo, “es fundamental obtener un conocimiento más detallado de sus ciclos de vida y comportamiento dentro del ecosistema”. Esta información puede ser esencial para el manejo de estas plantas, tan prometedoras para propósitos alimenticios y ornamentales, pero también para entender la interacción de esta nueva especie con ella. Quien sólo tenga interés en erradicar a las cochinillas de sus jardines o balcones, sin embargo, no lo tiene fácil.

Porque el mundo me hizo así

Como cualquier amante de la jardinería habrá comprobado, las cochinillas son por lo general difíciles de controlar.

Las que producen laca tienen la protección de esa resina, que es hidrofóbica y las vuelve inmunes a los insecticidas que se echan por encima de la planta. Además, apunta Vitor, son capaces de meterse en lugares de la planta donde el insecticida normalmente no alcanza. Echar el insecticida en el suelo para que sea incorporado por la planta e intoxique luego a las cochinillas es efectivo pero también una muy mala idea, ya no sólo para las cochinillas sino para nosotros y el ambiente en general, por los daños que provoca.

“Las dificultades de control son más notorias en predios que sufren un desequilibrio ecológico, por ejemplo cuando los enemigos naturales que tienen no están presentes debido al uso de insecticidas, o cuando directamente no tienen estos enemigos porque se trata de especies invasoras. En esos casos tienen mucho más éxito para desarrollarse e infestar las plantas”, cuenta Vitor.

Para las plantas que se encuentran en la ciudad se agrega un problema. “Esas plantas sufren estrés por la polución y quedan más vulnerables a los insectos succionadores, como se ha comprobado ya”, explica Vitor.

Erradicarlas con eficiencia de las plantas tampoco garantiza que no vuelvan. A veces entran a las casas gracias al viento que las traslada desde otros sitios o nos usan a nosotros mismos como medio de transporte. “Suben en nuestra ropa, en aves y en insectos grandes, como libélulas, por ejemplo”, advierte Vitor.

En resumen, las cochinillas cuentan con las armas que les dio la evolución y las ventajas que les conferimos inadvertidamente los humanos para seguir aprovechándose de las plantas de las que buscamos tan ansiosamente sacarlas en nuestra obsesión de dividir a los organismos vivos entre los que nos gustan y los que nos molestan.

En el caso de esta nueva cochinilla charrúa, no sabemos si representa un problema para algunas especies nativas de plantas, pero al menos tenemos algo claro: en caso de que eso alguna vez suceda, es clave investigar qué puede hacer la avispa que la parasita, dice Vitor, como si fuera el entomólogo Hank Pym en la película de Marvel Ant-man y la avispa.

Tiene todo el sentido. En nuestras calles y nuestras casas prospera una especie desconocida hasta ahora para la ciencia, que se reproduce sin machos, contribuye al ennegrecimiento de las hojas de plantas nativas muy valoradas y cuenta por el momento con un solo enemigo natural del que no sabemos mucho. Si hubiera un universo cinemático de las cochinillas, esta entrega pediría a gritos una continuación.

Artículo: Redescription of Tachardiella ourinhensis Hempel, 1937 (Hemiptera: Kerriidae) and its transfer to Neotachardiella gen. nov., with descriptions of two new species of Neotachardiella on Myrtaceae from Brazil and Uruguay
Publicación: Zootaxa (febrero de 2025)
Autores: Takumasa Kondo, Vitor Pacheco da Silva, Alberto Marsaro, Satomi Moriyama y Ana Lúcia Peronti.

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