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Mauricio Lima.

Foto: Ernesto Ryan

Mauricio Lima: “Con las energías renovables no hay ninguna posibilidad de vivir como vivimos. Lo que viene hay que inventarlo”

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Con el autor de Austeridad o barbarie

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Editar

Si bien los textos de este libro están basados en trabajos de investigadores, en ciencia y en tus observaciones personales como académico, parecen dirigidos a provocar un cambio en quien lee no sólo por la información expuesta, sino por el tono. ¿Me equivoco si digo que este libro es un complemento del anterior y que aborda la temática allí planteada desde un lado un poco más emocional, que lleve a conectar cosas que percibimos separadas como parte de un todo?

No te equivocás. El libro tiene vertientes diferentes. Una se engancha con la parte final del libro anterior, De expansiones y retiradas, donde se plantea la necesidad de una retirada. Y, sin lugar a dudas, Austeridad o barbarie tiene un componente narrativo emocional y personal mucho más fuerte que el otro. Se centra ahí para conectar con la problemática de los ensayos.

Hay un engrudo ahí que tiene mucho que ver con los cambios personales que uno tiene. Sobre el final de mi carrera como investigador me he dado cuenta de lo importante que es el conectar con el lugar en que vivimos. Me refiero a conectar no sólo con las personas en general, de una sociedad, de un grupo social, de una comunidad, sino con las otras vidas no humanas, con las cuales es muy necesario conectar si queremos tener una vida digna en el futuro. Esa conexión es vital para la necesidad que tenemos de encontrar otras formas de habitar el territorio. Hay que inventar una forma de habitar el mundo que nos rodea, y eso es algo nuevo que traté de reflejar en el libro. Eso tiene que ver con la necesidad de pararse en otro lugar, y como académico, está la necesidad de compartir lo que uno ha hecho, no desde un lugar de técnico especializado o de experto, sino desde el lugar del que cohabita con otro y está tratando de charlar y generar un espacio de conocimiento público sobre un tema. Me interesa cómo se puede generar esa capacidad de compartir ese conocimiento, entendiendo que compartir significa también traer desde los otros lo que tienen que decir.

Hay un énfasis en todo eso en este libro. Para algunos puede resultar menos técnico quizá, es algo que he recibido en algunos comentarios de mi entorno académico, pero a mí me gusta más así. Para mí la ciencia es mucho menos necesaria para el bienestar y el desarrollo de lo que la gente o los científicos creemos. Creo que el 90% de lo que hacemos los científicos es realmente intrascendente, las cosas pasan por otro lado. No quiero decir que la ciencia no sea importante, es importante como otras tantas cosas, pero deja de ser importante si no es capaz de generar un conocimiento público, que no es la divulgación y la transferencia. Pienso que lo más interesante de la ciencia es su práctica, no son los resultados exitosos, ni la cantidad de artículos publicados o el número de citas bibliográficas. Es la práctica de someter tus trabajos e ideas al escrutinio de tus colegas, es desde allí que pueden surgir cosas interesantes para la población general. Ese conocimiento público pasa por lo que dice Isabelle Stengers en su libro Otra ciencia es posible, de que en la sociedad haya personas que sean capaces de catar la ciencia, como estos críticos de cocina que hacen la reseña de los restaurantes. No son capaces de manejar una cocina ni son chefs, pero sí son capaces de probar el plato y encontrar si hay algo relevante o no, si fue hecho con amor, si hubo elementos innovadores, interesantes. Son personas que saben de lo que hablan sin ser chefs. Creo que lo que se necesita en la sociedad es tener más catadores de la realidad, personas capaces de darse cuenta de lo que está ocurriendo.

En este libro hablás de que estamos interconectados con otros organismos, e incluso con entidades de la naturaleza, como ríos, bosques, etcétera. Casi que pulverizás, desde una perspectiva ecológica, la noción de individuo, y hacés énfasis en conocer de quiénes y de qué dependemos realmente para vivir. Y socavás también la idea de libertad, ya que si formamos parte de una red de interdependencia, la libertad absoluta queda en entredicho. Te metés con el individuo y la libertad, ¡es un libro subversivo!

Soy un convencido de que la libertad está tremendamente sobreestimada, sobre todo con estos discursos libertarios de La Libertad Avanza y todo eso. Nunca fuimos libres. Desde que como linaje de primates homínidos nos pusimos esta máscara de cazadores-recolectores o de carroñeros, nuestra forma de vida fue cooperativa, nunca fuimos capaces de hacer nada solos. Un chimpancé o un gorila, nuestros parientes más cercanos, si bien cuidan el territorio y a las crías en grupo, tienen la capacidad de forrajear solos, no necesitan cooperar para comer. Nosotros, desde que nos separamos de ese linaje, necesariamente tuvimos que funcionar en grupo para poder extraer energía y materiales de nuestro entorno, y eso se fue profundizando. La forma de pisar estos territorios, como linaje, es la vida cooperativa de extracción de energía. Extraemos y compartimos de forma cooperativa nuestra subsistencia, por lo tanto, nunca fuimos individuos. Y eso simplemente se amplificó con la agricultura, y luego a una escala como nunca antes con los combustibles fósiles. Lo que hoy nos permite pensar que somos libres es el acceso a energía barata que tuvimos en los últimos 100 o 200 años. Hay que recordar que en las sociedades agrarias el costo de la literatura, del arte o de las grandes obras arquitectónicas o de infraestructura era a costa del lomo del 90% de la población que trabajaba la tierra o de los esclavos. Newton, Descartes, Kant y todos los grandes pensadores, o todos los grandes artistas, están parados sobre el lomo del 90% de la población trabajando en la tierra.

Hay una plusvalía energética, una apropiación de la energía que generaron otros...

Y ahora lo que nos da esa ilusión de ser libres y de que todo es barato, y que podemos dedicarnos a cualquier cosa, que podemos emprender, poner un negocio, es el petróleo, son las vidas pasadas de organismos fotosintéticos y heterótrofos que quedaron atrapados en la tierra, que se acumularon durante millones de años y cuya energía fue liberada ahora en menos de 100 años. Pero no somos libres, el día que se acabe el petróleo se acabó la libertad, vamos a tener que trabajar de vuelta. La vida es trabajo, es energía dividido tiempo. Para que se muevan las cosas se necesita energía y tiempo, trabajo, energía útil, y hasta ahora la droga que tenemos son esas vidas acumuladas en la corteza terrestre que es el petróleo. Los cuatro pilares de nuestro mundo –los plásticos, el acero, el concreto y los fertilizantes– son petróleo quemado.

En 2023 hablamos a propósito del libro anterior. El tiempo pasó y hoy hay un mayor entusiasmo aún por las energías renovables. Por ejemplo, se sumó la promesa del hidrógeno. ¿Algo de esto te ha llevado a rever el asunto?

Pienso lo mismo. Las energías renovables son el futuro, sin lugar a dudas, pero con las energías renovables no hay ninguna posibilidad de vivir como vivimos. Para empezar, hay una cosa conceptual, que tiene un componente termodinámico. Pasamos de unas condiciones de borde de stock, de un entorno externo de alta energía para poder generar trabajo. Trabajo significa más personas, más bienes, más producción, más vacas, más cerdos, más autos, más autopistas, más aviones, más consumo. En nuestra sociedad industrial todo eso está basado en un stock acumulado de energía, que se acumuló durante millones de años y que estamos gastando diez millones de veces más rápido de lo que se generó. Al ser un stock, uno puede regular el flujo, que es lo que ha pasado. Hemos estado abriendo las llaves y sacando más petróleo, más carbón y más gas natural de esas reservas que son finitas y que se están acabando. Ahora cada vez nos cuesta más sacarlas. Cuando pasemos a energías renovables, vamos a volver a depender de un flujo de energía y no de un stock. Dejamos de tener una cuenta corriente acumulada, que eso era el petróleo, y pasamos a vivir de un sueldo, del flujo anual de energía solar y del trabajo que genera la energía solar en la tierra, trabajo de movimiento de masas de aire para tener energía eólica, o del ciclo hidrológico para obtener energía hidráulica, y energía fotovoltaica, que tiene un ciclo diario y anual. Con las energías renovables pasamos a vivir de un flujo, pasamos a vivir del día a día, y eso implica volver a vivir como hace 200 años, cuando vivíamos de los cultivos. Los cultivos son una forma de transformar el flujo de energía solar a través de la fotosíntesis, y pueden aportar excedentes. Pero tienen un ciclo anual, y si un año el cultivo andaba mal, tenías menos excedentes y había que ajustarse el cinturón. Eso no ha cambiado, sigue así.

En el libro anterior hablabas de que tenemos una adicción energética. El consumo de energía por habitante aumentó notoriamente en las últimas décadas. Y si bien Uruguay cambió gran parte de su matriz energética, con energías más baratas de producir, el consumo de energía aumentó. Al abaratarse algunas cosas, se impulsa el consumo, lo que genera un efecto contrapuesto. Está el ejemplo de las lámparas led: consumen menos pero se usa más cantidad.

Esa es la paradoja de Jevons. Stanley Jevons, economista, tiene un libro de 1865 que se llama La cuestión del carbón. Allí habla de la eficiencia de los motores de combustión de vapor para bombear agua de las minas y poder extraer más carbón. A medida que se fueron haciendo más eficientes esos motores, se fue sacando más carbón, y ese abaratamiento implicó un mayor consumo de carbón. Pasó lo mismo con los automóviles: a medida que se han vuelto más eficientes en el consumo de combustibles, se usan más y durante más kilómetros, por lo tanto, el consumo energético total por uso de automóviles se ha incrementado. Los automóviles individualmente se han vuelto más eficientes, pero como la gente los usa más porque es más económico usarlos, se gasta más energía que cuando eran menos eficientes.

Por otro lado, en Uruguay el tema del cambio de matriz energética es un poco engañoso, porque es un cambio de matriz sólo para el consumo eléctrico. La electricidad, en promedio, es un 20% o 25% del presupuesto energético de una sociedad, el resto lo representan los combustibles fósiles, y Uruguay no es la excepción. Es cierto, la electricidad la hemos hecho renovable, pero después hay que fertilizar los campos, hay que mover a las personas, y la materialidad de todas las cosas que compramos, la ropa, los zapatos, los muebles, la infraestructura de concreto de las calles, las nuevas autopistas, los nuevos edificios, las exportaciones de soja, trigo y carne. Todo eso es petróleo y representa cerca del 80%. Cambiamos a renovable apenas un pedacito del presupuesto energético del país.

Te metiste con la libertad, te metiste con la idea del individuo, pero creo que lo que más hará molestar de tu libro, a gente de izquierda y de derecha por igual, es tu furibundo argumento contra el imperativo de que las economías deben crecer.

Cuando uno mira los datos globales de la relación entre energía, población y crecimiento económico, de producto interno bruto, las tres cosas están agarradas de la mano. Eso quiere decir que la mayoría de los gobiernos, sobre todo en los países periféricos de América Latina, tienen muy pocas herramientas para modular o cambiar esa ecuación, y eso es lo que ha venido ocurriendo. Si me apuran, diría que los ciclos de expansión económica en América Latina han sido siempre súper cortos y siempre asociados a variables externas de esta red termodinámica general de flujo de energía que es la sociedad industrial global alimentada por petróleo, que hace que lo que ocurre en los grandes centros de consumo de energía sea lo que determine lo que sucede en la periferia.

Al gobierno de Chile le fue súper bien en los primeros 15 años del siglo XXI, con Ricardo Lagos y después con Michelle Bachelet, hasta más o menos el primer gobierno de Sebastián Piñera, daba lo mismo lo que los economistas dijeran. En el fondo, la caída del precio del petróleo debido al fracking y la expansión de China permitió ese pequeño oasis que hubo. En Chile se dio mediante la exportación de cobre, en Uruguay con soja y carne. Esa expansión de China, que coincidió con esta ventana de petróleo barato y de incremento en el retorno de energía por energía invertida en la extracción de petróleo, le dio una inyección de 10 o 15 años a la economía mundial, sobre todo a la China, y permitió que los países proveedores de materia prima para esa economía tuvieran una especie de ventanita expansiva bastante mísera. En Uruguay generó 10 o 12 años de crecimiento por arriba del 7% u 8% durante el primer y segundo gobierno del Frente Amplio, pero ya en el tercero la cosa se empezó a estancar y hoy sigue estancada. En Chile pasó exactamente lo mismo, con otro tipo de organización política, con una economía de mercado ya más abierta, pero no hubo gran diferencia.

Hay que tener claro que los rendimientos energéticos vienen declinando y, por tanto, el crecimiento económico global viene declinando desde 1970. Eso es termodinámica pura, no hay forma de cambiarlo porque tiene que ver con el tamaño de nuestra civilización y con las reservas y el flujo de energía que viene de los combustibles fósiles. Estamos en un período de estancamiento, camino a la declinación. Lo que pasó en Chile pasó acá en Uruguay con la ganadería y la soja en los primeros dos gobiernos del Frente Amplio. La variable que modula eso es básicamente el flujo de energía, no las políticas nacionales y locales. Apostar al crecimiento es simplemente apelar a la única herramienta que conocemos, como el borracho que pierde la llave y la busca donde hay luz porque allí es donde puede ver bien. Estamos enganchados en herramientas que fueron capaces de explicar un ciclo expansivo que duró unos 100 años, y seguimos insistiendo en esas herramientas conceptuales y esos dispositivos institucionales, que son el crecimiento y la expansión, cuando ya no hay capacidad de generar crecimiento ni expansión. Es como guasquear a un caballo muerto. No es con el crecimiento que se van a resolver los problemas que tenemos, que son ahora múltiples. Estamos agarrados por abajo y por arriba. Tenemos un ambiente reactivo, cambio climático, pero también montones de entidades naturales que están de alguna forma reaccionando al tamaño de nuestra civilización y están desafiando la posibilidad de seguir usando ese gradiente de energía. Estamos disolviendo gradientes a fuerza de deteriorar el ambiente y hacer cada vez más grande y más compleja nuestra civilización. Y en el momento en que eso se equipare, el flujo se estanca. En eso estamos, vamos en ese camino.

Eso que decís, de entender que tenemos que convivir con otras entidades, puede sonar medio New Age, pero en el libro lo bajás muy a tierra. Ponés el ejemplo de lo que está pasando en la región central de Chile, donde el desierto avanza por el uso abusivo de los acuíferos para la agricultura, o ponés el caso de Uruguay y la sequía, que no se debe sólo al cambio climático, sino a que estas otras entidades, como los acuíferos y los regímenes hídricos, están empezando a pasarnos factura por los usos y abusos que hacemos de ellos, están allí y tienen algo para decir en estas situaciones.

Sí, tienen agencia. Para mí el problema más determinante para ver qué futuro queremos tener y cómo queremos habitar los territorios es reconocer que vivimos en territorios fluctuantes, móviles, mutantes, y que esos territorios tienen agencia, tienen actores muy diversos, llámense acuíferos, clima, bosques nativos, bosques cultivados, cultivos, vacas, guazubirás o ñandúes. Todo me empezó a cerrar a raíz de la discusión del año pasado de la ley de protección del pastizal. Uruguay era y sigue siendo un pastizal, aún hoy la mayor parte de la superficie del país no son los bosques riparianos, los bañados, la costa oceánica ni las dunas del Cabo Polonio, estamos parados sobre una pradera. Incluso uno puede ir más atrás y conectar esto con Artigas o con Dámaso Antonio Larrañaga y la idea de la patria gaucha, porque hay un modo de convivencia, de uso y de producción, que en esa época era básicamente la ganadería nómade asociada a un pastizal que se extiende desde Río Grande del Sur hasta el norte de la provincia de Buenos Aires, y Uruguay es el corazón de ese ecosistema. Si me apuran, uno debería imaginarse un futuro en el cual el soberano no son las personas, sino el pastizal. Puede ser disruptivo pensarlo, pero el dueño de este país es el pastizal, y nosotros, todos, los habitantes humanos y no humanos, la producción agrícola, el uso del agua, somos arrendatarios que hacemos usufructo de esta propiedad común universal que pertenece a un ecosistema. Y esa entidad va a estar mutando y se va a estar transformando por nuestras acciones. Esa es una concepción de cómo debería ser la política, entendida como negociación, para tener una posibilidad de habitar este territorio llamado Pradera Rioplatense de forma digna, en la que necesitamos el acuífero, necesitamos el matorral, las pasturas silvestres, necesitamos a los herbívoros silvestres y necesitamos, obviamente, tener también comida, cultivos, ganado. Es una constante negociación entre actores, y alguien tiene que tomar en cuenta esas voces de estas entidades. Ese es un cambio que va a ocurrir por las buenas o por las malas, pero es un cambio gigante de la forma de habitar el territorio.

Bruno Latour hace mucho énfasis en eso, en la política gaiana, en hacer política con otros actores, ya no sólo con humanos, porque es la única forma de encontrar socios para poder resistir lo que viene. Y lo que viene puede ser muy jodido si seguimos apretando el acelerador y con la idea de que hay que seguir creciendo. El crecimiento, el aumento de la producción y el consumo, en el caso de la izquierda para sacar a la gente de la pobreza y universalizar el bienestar material, y en el de la derecha para tener más innovación, más libertad, más emprendedurismo, implica en ambos casos apretar el acelerador. No hay mundos alternativos en los dos discursos.

Decís es que la expresión “hacer crecer la economía” es como un concepto vacío, que se suponía que la economía era una disciplina que estudiaba algunos fenómenos, y que hoy pasó a ser una entidad en sí misma. Decir que hay que hacer crecer la economía sería como decir que hay que hacer crecer la biología. ¿Has tenido charlas con economistas? ¿Qué te dicen sobre que un ecólogo les diga que la frase “hacer crecer la economía” es un sinsentido?

No he tenido mayores charlas con economistas. Espero tenerlas, me gusta escuchar otras posiciones, pero mi visión es que la economía conceptualmente es un dispositivo cerrado que no conversa con los flujos de energía y materiales. Es súper raro, ya que si bien se necesita esos flujos de energía para generar la producción, el capital y el trabajo, la economía se niega a tomarlos como variables claves e integrarlas en el dispositivo conceptual. El dispositivo conceptual es un elemento cerrado, aislado, autorreferencial, que tiene mucho que ver en la forma en que funcionan las sociedades agrícolas, ya sea de humanos, de hormigas o termitas, que son los tres linajes que hemos innovado con la agricultura, con la producción propia de alimento a través del cultivo y la generación de excedentes como objetivo social. Y los tres tenemos esa característica autorreferencial. La relación con el entorno se cierra, ya sea con los hongos que cultivan las hormigas o con los granos y los animales domésticos que cultivamos nosotros, y dejamos de conectarnos con el resto de las entidades, que pasan a ser simplemente recursos. La ciencia económica moderna capta esa autorreferencialidad.

Otra de las trampas o riesgos de esta promesa del crecimiento es que si toda la población que hoy está viviendo mal en nuestro planeta comenzara a consumir como la población de los países desarrollados, aceleraríamos aún más la debacle. Y eso genera un montón de dilemas éticos. Los países donde vive mucha gente que pasa hambre obviamente tienen derecho a irse a dormir todas las noches con la panza llena, pero los que ya van a dormir con la panza llena no deben estar muy dispuestos a pasar hambre para que haya un reparto más equitativo.

Ese es el gran problema: alguien va a tener que dejar de crecer o dejar de vivir como vive para tener un mundo más habitable. No se trata sólo de gente que tiene hoy la panza llena, sino de que un tercio de la población del mundo consume dos tercios de la energía. Y dos tercios de la población mundial se tienen que conformar con el tercio de energía restante. Eso es lo que está ocurriendo ahora. Un físico ruso, Víctor Yakovenko, tiene varios artículos sobre termodinámica y desigualdad. Él, usando principios de termodinámica, de producción y de entropía, analiza cómo debería distribuirse el consumo de energía en un sistema complejo como es la sociedad de hoy, con 200 países con diferentes tamaños y diferentes economías. Y lo que ve es que el consumo de energía se distribuye con esta proporción de un tercio y dos tercios. Por lo tanto, la esperanza de que se genere, haciendo las cosas como las venimos haciendo, un mundo más equitativo, creo que no va a pasar.

Seguimos pensando que la innovación, la tecnología o la inversión en educación nos van a sacar, pero tengo mis serias dudas sobre el discurso de la innovación tecnológica y el desarrollo, porque entre el 60% y el 70% de todo el crecimiento económico se explica por el flujo de energía. Cuando uno mete la energía de forma conceptualmente correcta, los flujos de energía están por detrás de todo, del trabajo, del capital, de la innovación tecnológica, todo. Sin energía, no hay nada de eso. Y es claro que si uno no controla las fuentes de energía, si uno no tiene producción de petróleo y no tiene control sobre los flujos de petróleo, es muy difícil que tenga desarrollo y crecimiento económico.

¿Hay alguna relación entre reducir la jornada laboral y las cuestiones de flujo de energía?

Totalmente. Estaba leyendo hace poco a un físico alemán, Reiner Kümmel, que tiene varios artículos sobre entropía, energía, economía y sociedad. Él es muy crítico sobre cómo se organiza el sistema económico en términos de los impuestos. Se grava el trabajo, que es básicamente un impuesto al sueldo y a los ingresos, y se grava el capital. Kümmel dice que lo ideal sería poner un impuesto al consumo de energía, ya sea de los hogares, las personas o las empresas. Tantos kilojoules al año consumís, tanto pagás, propone.

Lo que es probable que suceda es que no va a haber más crecimiento y la producción no va a crecer tampoco. Si no necesitamos más personas, vas a tener más personas desocupadas. Todos vamos a ganar menos, pero vamos a tener más gente ocupada y teniendo la posibilidad, espero, de una vida más digna. Más pobre en términos materiales, pero más digna. Eso implica un cambio a matrices de producción de subsistencia, lo cual suena ridículo ahora, pero habrá que pensar en ropa para varios años, electrodomésticos o herramientas para toda la vida. Creo que probablemente sea necesario volver a tener esa producción de subsistencia y de reemplazo, volver a esos zapatos que duraban toda la vida, pasaba de los hermanos mayores a los menores, que iban a los zapateros que les hacían media suela y taco y volvían a usarse. Creo que eso es muy probable que en algún momento sea necesario. Suena muy disruptivo, pero pienso que es una posibilidad que tenemos que incorporar como alternativa, si nos permite vivir dignamente.

Tu libro, a pesar de hablar de temas preocupantes, por esa apelación a la emoción, no deja un sabor amargo. Lo que se viene es complicado, pero estamos a tiempo de hacer algunas cosas, o por lo menos empezar a ser conscientes de las cosas que nos están limitando.

Es súper difícil romper el bucle, es una espiral energía, población, economía, ambiente, que se va acelerando. Nosotros nos estamos dando cuenta ahora, después de que ya tenemos arriba al monstruo. Muchos piensan que el monstruo no existe, o que puede venir por nosotros en el futuro, pero el monstruo está atrás nuestro, ya lo creamos. Lo que vamos a enfrentar no es algo que va a venir, es algo que ya está y nos viene corriendo atrás desde hace 30 o 40 años. Y ese monstruo es la consecuencia de la gran aceleración, que es algo que ya ocurrió. El cambio climático no es algo que va a venir o que está ocurriendo, ya ocurrió y ya no se puede cambiar. La mutación climática vino para quedarse, sólo se va a ampliar hasta quién sabe cuándo, pero por lo menos unos 70 o 100 años más. La temperatura seguirá alterada aun si hoy dejáramos de crecer.

Yo no estoy en el negocio de dar esperanza, no me interesa y no soy la persona adecuada para eso. Pero sí me gustaría estar en el negocio de generar conocimiento público o, más que conocimiento, esa sensación de alerta, de darse cuenta, de mirar para el costado y empezar a reaccionar, y no vivir dentro de esta cajita del sueño de la libertad, del consumo y del crecimiento continuo, de que todo va a ir mejorando y de que todo es progreso. Si logro que los electores sean capaces de saltar de ese carril y empezar a pensar desde otro lugar lo que están viviendo, si son conscientes de la degradación ambiental, del cambio climático, de la desintegración de las democracias liberales, de la incapacidad de la política que tenemos de generar soluciones a los problemas que nos están acosando, y de que hay que inventar otros caminos, otras formas de habitar, me doy por satisfecho. Si el libro aporta un grano de arena en romper con esto del crecimiento o desarrollo sostenible y vamos hacia un concepto de habitabilidad digna, de cómo logramos vivir y morir de forma digna en un territorio, con otros, humanos y no humanos, sería fantástico.

Creo que lo que se necesita es eso, es empezar de a poco, sin grandes utopías, sino más bien con un sentido de transformación, de ver cómo logramos ir metamorfoseando el humor de las personas que están en nuestras sociedades, para ver que otros mundos y otras alternativas son posibles. No es algo para hoy ni para el próximo gobierno, pero sí hay que generar una manera diferente de mirar el futuro. Lo que viene hay que inventarlo, entonces más vale estar alerta. Esa fue la intención de este libro.

¿Tenemos algún lugar a donde mirar? ¿Hay algún país que esté intentando desacelerar y que pueda servirnos de inspiración?

No, estamos todos metidos en esta espiral termodinámica de aceleración y quedándonos sin combustible. Eso es lo que estamos presenciando ahora, básicamente la incapacidad del sistema global de mantenerse y seguir expandiéndose. Vemos guerras, vemos cómo nuestras sociedades se van degradando, vemos los jubilados en Argentina, las cantidades de personas en condición de calle, las jubilaciones, la salud. Estamos en presencia de esta primera etapa de degradación.

No veo y no creo que sean los países los que hagan cosas. Me parece que, como viene la mano, y como los flujos de energía van a verse restringidos fuertemente, lo local, lo comunitario, lo regional va a empezar a ser relevante. Por eso tengo mucho interés en ver al pastizal como un soberano, como una forma de vida, aunque parezca casi artiguista, pero desde el siglo XXI. ¿Cómo generamos formas de convivencia, de habitabilidad, de producción, de generación de bienestar material? Cuando digo material, hablo de ser materialista en serio, siguiendo la raíz del marxismo materialista, pero de verdad. Tenemos que hacer una lista de las cosas de las que dependemos. ¿De qué depende que yo tenga unas zapatillas Under Armour? Si uno hace la lista, se empezaría a asustar de qué cosas son las que hacen posible esto. Lo mismo al ir al supermercado y comprar un pollo, o cambiarme la ropa, o comprar un auto nuevo, o cargar el tanque del auto. Para mí eso tiene que ver con el conectarse con los territorios.

Es empezar a entender de qué depende mi forma de vida. ¿A quiénes me estoy comiendo? ¿Qué otras vidas estoy sepultando para tener la vida que tengo? Porque es inevitable: no somos plantas, todos somos heterótrofos, por lo tanto, para vivir tenemos que comernos a alguien, tanto en forma literal como metafórica. Alguien está dejando de consumir, o algo está dejando de vivir, o de existir, o de tener territorio, para que nosotros tengamos lechugas, lentejas, zapatillas, celulares, autos. Y eso está totalmente oscurecido hoy, oculto, porque el petróleo nos hace ciegos a eso. El petróleo nos hace ver que todo es fácil, que todo es gratis. Pero no, hay otras vidas que están pagando las nuestras.

Ser materialistas en serio significa hacer democracia de verdad. Y hacer democracia de verdad significa hacer colectiva la vida material, hacer colectivos los flujos de energía. Y eso significa que vas a tener que, como población, saber de dónde viene la energía, quién la produce, quién la genera y qué decisiones o qué capacidad tenés para modificar esa forma de flujo de energía como colectivo.

El petróleo cambió las reglas del juego. Pero seguimos pensando que esas reglas del juego funcionan. Y ya no funcionan, nos están pasando la pata por arriba.

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