Nos invaden y nuestro país se dispone a enfrentar al invasor. ¿Es posible erradicar al picudo rojo? ¿Se lo puede controlar? ¿Es conveniente intentarlo? ¿Cuántos años y dinero va a haber que invertir en la lucha? ¿El tema debe ser prioritario en la agenda política relacionada con la conservación de la biodiversidad o hay algún otro asunto relacionado con las especies invasoras que merezca ser jerarquizado? ¿Qué tal si el torrente desatado de la naturaleza resulta imparable, aunque se destinen ingentes recursos? ¿Nos conviene nadar contra la corriente o será preferible dejarnos llevar, tratar de aprender de la experiencia y salir lo mejor parados posible? Las respuestas, por ser un problema complejo, no son sencillas y, lamentablemente, como en el dicho popular, lo más seguro es que no se sabe. Aun así, urge tomar decisiones.
En estos tiempos se escuchan diversas opiniones técnicas sobre el combate del picudo rojo y, al parecer, las autoridades estarían dispuestas a encarar la lucha, pero es posible disentir respecto de la hoja de ruta. ¿Qué tal si se trata de una guerra ya perdida? ¿Debemos poner en movimiento engranajes estratégicos, tácticos y logísticos que tienen altos costos asociados? Tal vez sería conveniente caracterizar el avance de la especie para aprender, prevenir y eventualmente enfrentar futuras invasiones biológicas en las que, quizás, alertas tempranas permitan actuar con eficacia.
Este planteo, mientras el gobierno y la academia discuten cómo encarar la lucha, recuerda al cuento de Hans Christian Andersen El traje nuevo del emperador, en el que un niño le dice al mandatario que está desnudo. Hay, al parecer, algo evidente que los adultos prefieren no mencionar. El momento de la prevención y la respuesta temprana ya pasó. Hoy prácticamente no hay una solución disponible, y eso, como es lógico, no gusta a la opinión pública, además de tener un costo político.
Una verdad incómoda
Es virtualmente imposible mantener a un insecto volador como este a raya, y si quisiéramos proteger algunas palmeras fénix (Phoenix canariensis) de especial valor simbólico (más allá de que ya están cayendo las de Bulevar Artigas y algunas de las 33 de la plaza Independencia), habría que invertir dinero de por vida.
A nivel mundial sólo se pudo erradicar al picudo en las islas Canarias, debido a dos factores. El primero es que, justamente por su condición insular, están aisladas, lo que facilita la tarea tanto en este caso como en otros de erradicación de invasiones biológicas. Por otro lado, en Canarias estuvieron dispuestos a poner el dinero necesario, porque una importante especie de palmera fénix es originaria de allí. Vaya a saber uno cuál fue el costo para la fauna de insectos locales de las islas, porque los insecticidas que se echan en la copa de las palmeras no son especie-específicos.
Por otro lado, aunque no existan límites duros para frenar la invasión en Uruguay, los blandos, claramente, obstaculizan el éxito. Recientemente, en ámbitos asesores del Ministerio de Ambiente se planteó la necesidad de asignarle presupuesto a la lucha contra esta plaga. El límite duro sería lo humanamente posible. En este caso podríamos conseguir millones de toneladas de insecticida para rociar e inyectar por décadas cada palmera del territorio uruguayo en terrenos públicos y privados, pero el límite blando (político + socioeconómico) difícilmente lo haga posible. Superar ese umbral implicaría que el gobierno destinara el presupuesto millonario que sería necesario para enfrentar semejante guerra. Tal vez sea bueno asumir cuanto antes la imposibilidad de este camino.
Como consuelo podemos abordar el concepto de “soluciones basadas en la naturaleza” (NBS por su sigla en inglés), que encierra la idea de que no es conveniente nadar contra la corriente de los procesos y fenómenos naturales, sino que es preferible fluir con ellos, adaptarse a las consecuencias y minimizar los daños. Vale decir, por ejemplo, que si sabemos que está subiendo el nivel del mar no pongamos rocas o bolsas de arena delante del rancho, porque a la corta o a la larga la construcción se nos va a caer igual. Si sabemos que el picudo nos va a avasallar, no le hagamos la guerra porque puede salir caro y, a largo plazo, es imposible ganarle.
Larva de picudo rojo, Montevideo, 2025. Foto: Enrique González.
¿Y qué pasa con los palmares nativos?
Hay otros dos temas trascendentes: por un lado, está la cuestión de qué podría pasar con las palmeras autóctonas y, por otro, cómo evolucionarían las poblaciones del insecto.
Respecto de la posible afectación de distintas especies, no es posible opinar sin tomar datos y analizarlos.
No podemos saber cómo va a interactuar el insecto con la biota local porque, aunque haya invadido otras partes del mundo, ninguna es igual: no tienen el clima, la geografía ni la biodiversidad de Uruguay, entre ella nuestras seis especies de palmeras autóctonas: butiá (Butia odorata), yatay (Butia yatay), pindó (Syagrus romanzoffiana), caranday (Trithrinax campestris), yatay rastrera (Butia lallemantii) y yatay poñi (Butia paraguayensis).
Hay animales con dietas muy específicas (estenófagos) y otros que presentan mayor amplitud trófica (eurífagos). Aunque podamos relevar información de otros países, no sabemos estadísticamente hasta dónde el picudo rojo es capaz de alimentarse y reproducirse en nuestras palmeras. Su éxito en estas tierras se debe a que encontró en abundancia la planta con la cual ha coevolucionado a lo largo de cientos de miles de años. No sería esperable que una especie estenófaga como el picudo diversifique su dieta al punto de poner en peligro nuestras especies, aunque se debe monitorear cuidadosamente la situación y aplicar el principio de precaución.
Para obtener información al respecto se podría contar varios miles de palmeras de todas las especies en, por ejemplo, Montevideo, Canelones y San José, y reportar cuántas de cada una han resultado afectadas, así como la cercanía a ejemplares de palmeras fénix atacadas y su número. Esa información de terreno ayudaría a calibrar los daños para orientar decisiones. Cabe la posibilidad de que la afectación a las especies autóctonas sea marginal y tenga que ver con la explosión poblacional del insecto.
El picudo se ha extendido por una amplia región del país con una virulencia inusitada debido a la abundancia de alimento, la ausencia de depredadores específicos y la escasez de competidores (como podría serlo el autóctono picudo negro). Los ejemplares de un insecto volador nocturno de buen tamaño, como el que nos ocupa, pueden viajar con vientos fuertes decenas de kilómetros, y los que encabezan la dispersión llegan mucho antes de que sea posible constatar sus efectos. Es probable entonces que la especie ya esté en lugares donde aún no se observan palmeras afectadas. Una vez que llegan los primeros dispersantes, tiene lugar un proceso similar al de la incubación de una enfermedad, durante el cual la población crece lentamente, y eso nos lleva al siguiente punto, que es cómo será la evolución de las poblaciones del insecto versus las de las palmeras.
Picudo rojo colectado en Montevideo, 2025. Foto: Enrique González.
El futuro del picudo rojo en Uruguay
Cuando disminuye el alimento, las especies estenófagas normalmente no cambian su dieta sino que reducen su población. Las poblaciones de las especies son dinámicas y están sometidas a fluctuaciones numéricas que dependen de las tasas de natalidad, mortalidad, inmigración y emigración. Las dos primeras, aunadas en el concepto de “sobrevida”, están relacionadas con la disponibilidad de alimento, entre otros factores.
Desde el conocimiento que tenemos de ecología de poblaciones es esperable que, después de una curva de crecimiento inicial exponencial debida a una abundancia de recursos excepcional, la población de picudo comience a bajar y que la de palmeras fénix haya disminuido drásticamente. Para entonces la cantidad de ejemplares de picudo se habrá reducido hasta tal punto que los coquitos que quedaron en el suelo darán nuevas palmeras, que enfrentarán a un número de picudos “tolerable” debido a que se habrá establecido un equilibrio dinámico. Algunos procesos ecológicos son tan extensos temporalmente que difícilmente el ser humano pueda concebirlos e integrarlos en su lógica de planificación.
Las fénix que se planten dentro de unas décadas podrán ser controladas razonablemente aplicándoles insecticida en forma permanente y preventiva, ya que sabemos que una vez declarados los síntomas es casi imposible salvarlas. El tema es que en ese futuro posible, si se hacen bien las cosas, ya todos nos habremos acostumbrado a ver las pindó y las butiá plantadas a lo largo de Bulevar y una plaza Independencia poblada por palmas indígenas. Los jóvenes de entonces habrán crecido viendo eso y les parecerá irrelevante si antes, en esos lugares, había ejemplares de otra especie.
Claro que nos duele
Las palmeras, al igual que otras plantas y animales, tienen valor simbólico. Los símbolos, según Michel Foucault, no son entidades universales, sino que están relacionados con las culturas y el poder a lo largo de las épocas. Los grupos humanos necesitamos reforzar nuestra identidad, y las gallardas palmeras fénix, ornato de ciudades, rutas, parques, plazas y jardines, cuentan con nuestro aprecio cultural/colectivo y emocional/individual (sin ir más lejos, si tiene un billete de 1.000 pesos encima notará que la palmera que hay allí es una fénix).
¿Quién no recuerda con cariño alguna de estas palmeras en el patio de la escuela, en el jardín de los abuelos o en la plaza del pueblo o del barrio? Desde que integramos a estos vegetales en los escenarios de nuestras vidas es comprensible que manifestemos un rechazo visceral ante su matanza, tan imprevista como a la vista de todos, en espacios urbanos, suburbanos y rurales. Da pena ver las palmeras muertas. Parecen restos de una contienda bélica o un escenario posapocalíptico en zonas como la de paso Pache (río Santa Lucía y ruta 5), donde largas hileras de troncos descabezados emulan un camposanto. Tiene que dolernos que este lindo escarabajo que entró de colado hace nada nos esté ganando la partida. El picudo parece faltarnos el respeto y burlarse de nosotros al destruir el patrimonio nacional. ¿Cómo no nos va a doler en el alma? ¡Claro que nos duele!
Palmera del billete de mil. Foto: Enrique González.
Cuando el insecto no deja ver al carnívoro
Por último, resulta interesante ver cómo un tema que se encuentra en el tapete, porque sus efectos están ante los ojos de todos, permite echar humo sobre otro asunto urgente. El picudo rojo, un extranjero, está afectando una especie exótica ornamental. Es como si marcianos y venusinos vinieran a pelearse en la Tierra y los terrícolas apoyáramos a un bando.
Mientras tanto, un ejército de habitantes de Júpiter se prepara para invadir nuestro planeta, y nos avisan, pero no hacemos nada por estar enfrascados en la otra guerra.
Un carnívoro capaz de afectar negativamente a la fauna autóctona y las granjas de aves de corral y piscícolas se cierne silencioso sobre nuestros ecosistemas y zonas productivas. Desde hace aproximadamente 15 años hay un criadero de visones con fines peleteros en el límite del área protegida Humedales de Santa Lucía (departamento de Montevideo). Este carnívoro se ha escapado de criaderos en más de 30 países, fundando poblaciones silvestres que en muchos casos se han convertido en graves problemas ecológicos y económicos.
Se ha demostrado que hay ejemplares que vienen escapando del criadero de Melilla a lo largo de más de una década, como ha sido publicado en 2022, y eso representa un severo riesgo de que se asilvestren. Se le avisó al gobierno, se ingresaron expedientes con datos científicos y propuestas técnicas al Ministerio de Ganadería, Agricultura y Pesca, al Ministerio de Ambiente y a la Intendencia de Montevideo, se enviaron cartas al entonces presidente Luis Lacalle Pou y al ministro de Ambiente Robert Bouvier, se planteó la problemática ante el Comité de Especies Exóticas Invasoras, se divulgó en varios medios de comunicación... y, a pesar de todo eso, no se ha hecho prácticamente nada al respecto.
“En Uruguay no va a pasar”, podrá seguir creyendo algún despistado, confiando en los tejidos de contención que han demostrado su ineficacia en todo el mundo para detener los escapes de visones. Y mientras las autoridades se preocupan por el picudo rojo, tal vez el visón ya se esté reproduciendo en estado silvestre en nuestros ecosistemas. Si eso ya ha pasado, habremos perdido un tiempo valiosísimo, el mismo que perdimos al inicio de la invasión del picudo rojo.