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Enrique González mostrando un ejemplar de la renombrada Didelphis poecilotis, con las orejas claras, y uno de Didelphis aurita, con orejas oscuras.

Foto: Gianni Schiaffarino

Una vieja y nueva conocida: la comadreja de Uruguay, cada vez más avistada en Montevideo, pasa a ser una nueva especie

9 minutos de lectura
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Trabajo de investigadores argentinos concluye que la especie de comadreja mora que habita en parte del Cono Sur, incluyendo nuestro país, no es la que creíamos hasta ahora y la reconoce, por lo tanto, como una especie nueva para la ciencia.

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Estamos en uno de los barrios más poblados y edificados de Montevideo, en una zona llena de comercios y a sólo 50 metros de distancia de un enorme shopping center. Donde se mire hay cemento, exceptuando los árboles del ornato público. En esta zona del barrio predominan las casas de hasta dos o tres pisos de altura, intercaladas a veces por algún edificio.

En la mayoría de estas casas, sin embargo, hay jardines y fondos. Y en ellos, encaramadas a algún muro o trepadas a un árbol, aparecen con frecuencia las comadrejas moras, también llamadas comadrejas overas.

¿Cómo es posible que hayan llegado hasta allí? ¿Descienden de un grupo de comadrejas que se ha ingeniado para sobrevivir en ese sitio desde hace mucho tiempo, cuando la zona estaba mucho menos urbanizada o tal vez usando el extenso Club de Golf como refugio, o ha logrado hacerse camino a través de cuadras de cemento y asfalto, de parque en parque, para aprovechar justamente las ventajas que les da la compañía humana?

Esta escena puntual, vivida por un periodista cultural de la diaria, del que preservaremos celosamente su anonimato diciendo que sus iniciales son “IA”, se desarrolla en Punta Carretas, pero se ha repetido en otros barrios de Montevideo como Malvín, Punta Gorda, Carrasco, el Prado y Parque Rodó. Lo mismo pasa en toda la Costa de Oro en Canelones.

“Yo viví muy cerca del Prado durante ocho años y jamás vi una. Pero hoy, cuando vuelvo a la casa donde residía, me resulta habitual verlas. Hasta entonces, pensaba que las comadrejas de la zona estaban restringidas al Jardín Botánico, lugar que tiene un cerco perimetral y donde no hay perros. Pensaba que eran justamente los perros los que las mantenían a raya”, cuenta Enrique González, responsable de la sección Mamíferos del Museo Nacional de Historia Natural.

Ahora es común que le lleguen reportes de comadrejas de varios lados del Prado, lo que muestra que están bien extendidas en ese barrio. Tal cual él mismo aclara, no se ha hecho ningún trabajo científico para constatar que están ampliando su presencia en Montevideo, pero al menos allí parecen haberse dispersado. Tiene la misma percepción sobre otros barrios.

La sensación de Enrique es compartida por Jorge Cravino, exdirector de Fauna que supo dedicar un capítulo a la comadreja en su libro Prosas y poemas del Uruguay silvestre. Recuerda que en uno de los últimos años de su gestión hubo un aumento de “denuncias” de presencia de comadrejas, especialmente en Carrasco.

“Lo de las comadrejas es una rareza. Hoy es difícil ir al monte y encontrarse una, pero es fácil ir al Prado, Carrasco o la Costa de Oro y verlas. Quizá se asentaron en la ciudad, pero creo que han persistido en las zonas urbanas a medida que se expandió la ciudad, con ayuda de los grandes parques públicos. Hoy es difícil concebirlas lejos del ser humano”, agrega Jorge.

No hay investigaciones concretas para explicar con datos el porqué de esta estrecha asociación con los humanos o si se ha acentuado en los últimos tiempos. Pese a que muchas personas persiguen a las comadrejas, debido a una mala reputación inmerecida, ellas permanecen y prosperan cerca de nosotros porque obtienen probablemente algún beneficio, como por ejemplo refugio o alimentación abundante.

Es un hecho que la comadreja mora que –spoiler alert– conocíamos hasta ahora con el nombre científico Didelphis albiventris está muy cerca de nosotros, pero 185 años después de haber sido descrita para la ciencia aún esconde secretos. De eso trata justamente un artículo reciente de los investigadores argentinos Amelia Chemisquy, Raúl González y Gabriel Martín, del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas, el Museo de Ciencias Antropológicas y Naturales de la Universidad Nacional de La Rioja, la Universidad Nacional de Córdoba y la Universidad Nacional de la Patagonia San Juan Bosco. En él, revelan que la comadreja que vive en nuestro país necesita actualizar su cédula de identidad.

Soy la comadreja

Tener cerca en plena ciudad a un animal tan fascinante como una comadreja es una verdadera suerte, pese al rechazo que algunas personas sienten por ella. Así que, antes de hablar de su cambio de identidad, es hora de oficiar de abogados para ayudar a absolverla de una vez por todas.

“En la ciudad, lo único que podrían estar haciendo las comadrejas es asustando gente y comiéndose las uvas de alguna parra, como mucho”, asegura Enrique. Pueden convertirse en un problema para quienes tienen gallineros, ya que son depredadores hábiles y con preferencia por huevos y polluelos, pero la solución más práctica para evitar eso, apunta Enrique, en lugar de matarlas, es diseñar gallineros que les impidan el ingreso.

Tampoco son agresivas, a diferencia de lo que mucha gente cree. Rodolfo Tálice aseguraba que, si bien muestran los dientes a modo de advertencia, “se puede introducirles una mano sin que junte sus mandíbulas”. Parafraseando el viejo dicho, ni tan calvo ni con dos comadrejas. “Yo no probaría hacer eso, pero nunca nos van a atacar”, aclara Enrique. De hecho, siendo tan abundantes, tanto aquí como en buena parte de Sudamérica, la ausencia de reportes de personas mordidas por ellas es bastante indicativa.

Según él, el motivo por el que alguna gente persigue a las comadrejas es porque “ignora que son animales autóctonos, marsupiales, nada peligrosos para el ser humano ni para las mascotas, y muy interesantes”. En el hipotético juicio en defensa de las comadrejas, entonces, llega la hora de explicar qué las hace tan interesantes. En ese rubro se puede elegir, porque los motivos sobran.

No son tan famosas como los canguros o los koalas, pero al igual que ellos son marsupiales, lo que significa que carecen de placenta y que la gestación de las crías se completa fuera del cuerpo de la madre. De hecho, cuando recién nacen sólo tienen bien desarrolladas las manos delanteras, atributo esencial que les permite arrastrarse hasta las mamas de su madre, donde quedan prendidas para ser alimentadas en las primeras fases del desarrollo.

Su biología tiene otras peculiaridades que comparte con otros marsupiales. “Los machos tienen pene bífido y las hembras un doble canal vaginal (Didelphis significa doble útero), pero en el momento de la parición se abre un tercer canal, que es el canal de parto”, cuenta Enrique.

También cuentan con recursos defensivos notables. Son capaces de entrar en estado catatónico en momentos de shock, aunque no lo hacen voluntariamente. Quedan rígidas, como si estuvieran muertas, lo que a veces las ayuda a engañar a depredadores (incluyendo humanos). Más de un vecino creyó haber dado muerte a una comadreja que encontró en su galpón o su jardín, sólo para descubrir, cuando volvió más tarde con una bolsa para recoger el cuerpo, que la comadreja había “revivido” y desaparecido.

Decir que nuestras comadrejas deben cambiar de cédula es una expresión figurada, naturalmente, pero sin embargo podrían tener una. Al igual que nosotros, poseen dermatoglifos, los patrones de surcos y crestas en las yemas de los dedos que dejan huellas digitales. “Como no tienen cédula, han de estudiarlas los taxónomos”, bromea Enrique.

Eso fue justamente lo que hicieron los tres investigadores argentinos en este caso en particular, para descubrir algo que estuvo escondido “a simple vista” durante casi dos siglos.

Detalle de las orejas manchadas de la comadreja mora, ahora Didelphis poecilotis.

Foto: Enríque González

I’m sexy and I know it

Hay seis especies de comadrejas del género Didelphis que habitan el continente americano, pero Didelphis albiventris, la que vive en Uruguay, tiene una distribución amplia que abarca también Argentina, Paraguay, Bolivia y el sur, centro y parte del norte de Brasil. O eso, al menos, es lo que creíamos.

En 2012, un trabajo hecho por biólogos brasileños dio las primeras pistas de que algo interesante se escondía detrás de esta especie. Encontraron importantes diferencias genéticas entre los ejemplares del sur de Brasil y los del centro y norte de ese país, probablemente provocadas por las barreras geográficas. Es aquí donde entra en escena la especialista argentina Amelia Chemisquy.

Amelia, interesada en esta especie de distribución amplia y tan asociada a los humanos, analizó primero la genética de ejemplares de comadreja en toda su distribución en Argentina y no encontró grandes variaciones, pero luego amplió el panorama. En un trabajo de 2023 incluyó muestras de otros países y unió fuerzas con sus colegas Raúl González y Gabriel Martín para estudiar también las diferencias físicas y de preferencias ambientales de las comadrejas en su distribución en Sudamérica. Las cosas, entonces, comenzaron a aclararse.

Se dieron cuenta de que esa comadreja que parecía ocupar una gran porción de Sudamérica estaba dividida en realidad en dos especies distintas, algo que había pasado inadvertido hasta entonces: una correspondía al grupo del sur, distribuido en Argentina, Bolivia, Paraguay, Uruguay y el sur de Brasil, y la otra al grupo del norte, distribuido en el centro y norte de Brasil.

Por ejemplo, encontraron diferencias físicas en varias características dentales y craneales, diferencias genéticas que permiten inferir que las dos especies comenzaron a separarse hace cerca de tres millones de años, y diferencias ambientales claras (el grupo del sur habita zonas con climas más extremos en lluvias y temperaturas).

En resumen, tenían claro que se trataba de dos especies, pero para formalizar la separación en dos nombres distintos necesitaban realizar algunos trabajos adicionales y dar una descripción detallada de las características de cada una. Eso es lo que hicieron justamente en su artículo más reciente, con consecuencias importantes para Uruguay, pero no se quedaron solamente allí.

“Muchas veces pasa que especies tan comunes y ampliamente distribuidas pasan medio desapercibidas para la comunidad. Claramente una comadreja es mucho menos ‘sexi’ que un yaguareté, pero esta es una especie muy interesante, tanto desde lo molecular como en lo morfológico”, cuenta Amelia desde Argentina.

¿Cuál de las dos especies de comadrejas mantiene el nombre científico Didelphis albiventris? ¿Qué nombre debería corresponder a la otra? Para dar respuesta a esas preguntas hicieron un trabajo detectivesco que los llevó a buscar comadrejas, pero no en el campo ni en sus jardines, sino en los museos y en la bibliografía.

El tesoro de las poecilotis

Los investigadores debieron localizar primero el ejemplar tipo de la especie; es decir, el ejemplar de comadreja con el que el zoólogo danés Peter Lund describió en 1840 al taxón Didelphis albiventris. Hoy en día el espécimen está depositado en el Museo Nacional de Historia Natural de Dinamarca (consecuencia de este colonialismo taxonómico es que para conocer nuestra fauna los sudamericanos debemos consultar colecciones de otros continentes).

Tras examinar las características de ese ejemplar en fotografías detalladas y corroborar dónde fue recolectado (en Lagoa Santa, Minas Gerais, Brasil), concluyeron que el nombre Didelphis albiventris corresponde a la especie que habita el centro y norte de Brasil.

Para designar el nombre correspondiente a la especie distribuida en el sur, la que se encuentra en Uruguay, buscaron la denominación más antigua dada a un ejemplar con las características de ese grupo y dentro de su rango de distribución, porque así lo marca el principio de prioridad del Código Internacional de Nomenclatura Zoológica.

“Cuando uno va a separar una especie en dos siempre tiene que ver los nombres que están disponibles de la lista sinonímica (un registro de todos los nombres científicos que han sido utilizados históricamente para referirse a una misma especie) y elegir el más antiguo”, explica Amelia.

Concluyeron que el nombre más antiguo es Didelphis poecilotis, usado por el zoólogo alemán Andreas Wagner en 1842 al describir a esta comadreja creyendo que se trataba de una especie nueva para la ciencia.

Ese nombre no se usó más porque posteriormente se consideró que se trataba de la misma especie ya descrita dos años antes por Peter Lund, Didelphis albiventris (los zoólogos de esa época no contaban con las ventajas de internet o ni siquiera las del telégrafo para hacerse consultas). Más de 180 años después, el trabajo de los investigadores argentinos le devuelve a Wagner el privilegio al revalidar su nombre.

El nuevo pasaporte uruguayo

Aquella comadreja que Wagner examinó, ahora convertida en el ejemplar tipo para la especie Didelphis poecilotis que habita en nuestro país, fue colectada en Mato Grosso (Brasil), cerca de la frontera con Bolivia, y está depositada en el Museo de Historia Natural de Viena (nuevamente, lejos del alcance de quienes quieren profundizar en el conocimiento de la fauna sudamericana).

El ejemplar que está en el museo de Viena tiene algunas diferencias físicas curiosas con las comadrejas que vemos hoy en Uruguay. Las orejas son negras, no claras, lo que puede llevar a confusión (en Sudamérica hay otras especies de comadrejas del género Didelphis con las orejas negras).

Comadreja mora, ahora Didelphis poecilotis, en Salto.

Foto: Enríque González

Amelia y sus colegas, sin embargo, estiman que se oscurecieron con el tiempo, ya que la descripción original de Wagner alude a orejas claras con manchas negras (de hecho, poecilotis viene del griego y significa “orejas manchadas”).

“Lo ideal sería que el ejemplar tipo muestre las características más típicas del animal que se describe, pero eso no quita valor al trabajo, que reconoce dos especies distintas. El epíteto albiventris corresponde a la del norte, y por lo tanto la especie que vive en Uruguay debe cambiar de nombre; hay que aceptar de aquí en más que sea Didelphis poecilotis”, comenta Enrique González. Él mismo sabe todo el trabajo que conlleva un cambio así, porque hizo una investigación similar con la especie de gato de pajonal que vive en Uruguay, con el objetivo de revalidar el nombre usado por primera vez por Dámaso Antonio Larrañaga.

El cambio de nombre no es sólo una mera formalidad. “Que en este trabajo terminen de corroborar que se trata de dos especies distintas tiene importancia para la conservación, porque no es lo mismo que una especie habite en medio continente que en una décima parte de esa superficie. Su riesgo naturalmente es mayor”, aclara Enrique.

En el caso de Didelphis poecilotis, sin embargo, no es esperable que cambie su estatus de conservación “porque la distribución sigue siendo bastante amplia y es una especie extremadamente común y adaptable”. Eso, más allá de percepciones, queda en evidencia en los conteos de animales muertos en carreteras, en los que la comadreja figura casi al tope .

Sea cual sea el nombre designado por la ciencia, la comadreja mora seguirá apareciendo en los jardines y patios de la ciudad, rascando restos en los parrilleros y dándose panzadas de uvas. Continuará enemistándose con los vecinos que no conocen su “vida valiente, azarosa, andariega”, como dice el poema de Jorge Cravino, y alegrando a aquellos que disfrutan de los momentos de conexión con el mundo natural en medio del cemento de la capital.

Artículo: Taxonomic novelties in Didelphis albiventris LUND, 1840 and revalidation of Didelphis poecilotis A. WAGNER, 1842 (Didelphimorphia, Didelphidae)
Publicación: Mastozoología Neotropical (julio de 2025)
Autores: Amelia Chemisquy, Raúl González y Gabriel Martín.

Artículo: Hidden in plain sight: Didelphis albiventris (Didelphimorphia: Didelphidae) might not be a single species
Publicación: Journal of Mammalian Evolution (setiembre de 2023)
Autores: Amelia Chemisquy, Raúl González y Gabriel Martín.

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