No tengo tantos caracteres como para explicar en tal o cual caso cómo sería la manera ideal de acoplar un bebé a una familia con perro, ya que desconozco la composición del núcleo de cada lector. Me voy a dirigir a los primerizos, que suelen ser los que tienen más problemas.
Antes del nacimiento, en general las parejas destinan algo de tiempo a su perro, pero sin importar cuánto sea este tiempo, no existe otro competidor más que alguna serie, mimos o salidas. Cuando nace un bebé es obvio que nuestra rutina, el paisaje del hogar y la atención a la mascota cambian. El perro debe sí o sí adaptarse a ello, o de lo contrario su mudanza será inminente. No da que le gruña a tu hijo, y menos que lo muerda.
Es que todo lo que el animal había logrado desaparece: juegos, paseos, cariño, lugares protagónicos frente a la televisión. Para el amigo canino es claro a qué se debe. De la nada apareció una cosa de tres kilos y, sin una mínima antigüedad en la casa, lo dejó en segundo o tercer plano.
A eso hay que sumarles las variantes en el tono y hasta en nuestra postura cuando la mascota intenta al menos oler y descifrar de qué se trata la novedad. Si, por el contrario, mientras el bebé no está dentro de su entorno lo tratamos como siempre, la ecuación es perfecta: bebé igual a enemigo; para los perros no hay grises.
De hecho, existen estudios bastante reveladores realizados en el hospital Pereira Rossell, como el que en 2004 constató que el rango de edad de los niños mordidos era de tres meses a 15 años. El responsable en 39% de los casos había sido el perro de la familia, en tanto en el 86% de las veces se trató de un animal conocido. Esto indica que en general los perros no atacan a los niños o bebés porque los consideren una presa; el motivo tiene más que ver con él o con los pocos beneficios que un bebé o niño le puede dar al animal per se.
¿Cómo hacer, entonces? El nacimiento trae aparejado un montón de alteraciones, entre ellas nuevos ruidos, olores, juguetes, cunas, que para el animal pueden llegar a ser objetos propios de otro planeta. Por eso se intenta lograr que el perro reconozca todo tipo de cambios antes de la llegada del nuevo integrante, con el fin de que al menos en parte, más o menos saque lo que sucede. Lo ideal es trabajar antes, durante y luego del nacimiento de la siguiente forma; el fin es que el perro entienda que lo que está por pasar, para él es mucho mejor.
Antes del nacimiento
Acostumbrar al perro a los accesorios que ya están en el hogar. Dejar que los vea, huela, escuche y, en ese momento, premiarlo con un alimento diferente a su comida habitual. Hasta se puede mover el cochecito emulando lo que haremos en el futuro próximo.
Si es costumbre llamar al perro con un tono de voz diferente –más agudo, como cuando le hablamos a un bebé–, hay que dejar de hacerlo, ya que esa forma de comunicarnos (medio rara, hay que decirlo) será utilizada únicamente para celebrar algo o hasta que sea momento de conversar con el bebé. Es muy probable que el perro asuma entonces que él es el destinatario.
Conviene buscar en internet grabaciones de llantos que serán útiles para que el perro conozca de antemano ese sonido. El ejercicio es simple: se sube el volumen, y si el perro no reacciona de manera agresiva, se lo premia con comida, juegos y mimos. Buscamos que el animal asocie ese sonido con un beneficio y además, que se torne familiar.
Unos días antes del nacimiento se debería reducir bastante la atención hacia él, de forma tal que cuando llegue el niño, el cambio no sea tan brusco. No estaría del todo bien que hasta la víspera del parto juguemos dos horas y que luego de la llegada del bebé al hogar no juguemos nada. Ahí sí notará el cambio.
Durante la internación
Suponiendo que el animal quede en casa y que en esos días alguien le vaya a dar de comer, sacarlo y hacerse cargo de lo que implica, será una buena práctica llevar a casa ropa que el bebé ya haya usado (mantita, medias) y dejar que sea olfateada. Si no manifiesta ningún signo de agresividad, se lo recompensará con comida. Ahora el tipo ya no sólo se ve beneficiado con los ruidos y objetos, también con la presencia de su olor. Por ende, interpretará que está bueno lo que está pasando.
La llegada a casa
Primero debe entrar la madre, ya que no la ve desde hace días, y, si es posible, sacarlo a pasear mientras armamos el campamento. A continuación, luego de la excitación inicial por el arribo y el paseo, alguien debe sostener al perro con una correa y acercarlo a donde se encuentra el nuevo integrante. Es normal que lo huela hasta un poco intensamente, pero es la manera que tiene de conocerlo. Si la actitud es la correcta, se lo vuelve a premiar con alimento rico.
Si no se interesa o se va no hay que obligarlo; ya vendrá a ver qué sucede. Los contactos deben ser cortos aunque efectivos. Cuando no esté más interesado, que vuelva a hacer su vida de perro tranquilamente.
Una vez en casa, cuando el bebé esté dentro de su campo visual, cualquier miembro de la familia lo mimará y premiará. Cuando no lo esté, el perro debe ser rotundamente ignorado, como si no existiese. Así, el animal rápidamente entiende que cuando está el niño hay beneficios y cuando no está no hay nada; en consecuencia, que venga el bebé.
Siempre hay que consultar con el veterinario sobre qué hacer y qué no en esta etapa. Este artículo sólo describe a grandes rasgos algo que debería ser contemplado al detalle.