Uno tiende a suponer que el gasto económico para mantener a un gato debe ser sustancialmente menor al necesario para sustentar a un perro. Sin embargo, cuando se está eligiendo sillón, alfombra o silla por tercera vez quizás la hipótesis inicial no se esté cumpliendo. A su vez, deberíamos sumarle el gasto de los “rascadores 2.0” que compramos por ahí y que están inmaculados dentro de casa, sin lograr el objetivo buscado.
Primero entendamos los dos motivos principales que los impulsan a rascar y luego busquemos una solución.
Los gatos –a diferencia de los perros– tienen como prioridad el territorio y los recursos relacionados a este, y luego la vida en sociedad.
Para lograr el objetivo territorial dividen el ambiente en áreas funcionales (actividad, aislamiento y agresividad), con conductas específicas conectadas a través de senderos o pasajes.
En el área de actividad juegan y se alimentan. Los límites de este espacio serán delimitados por marcas faciales: roce de mejilla en muebles, objetos nuevos del hogar e incluso nuestras piernas cuando llegamos a casa.
El área de aislamiento es el lugar destinado a dormir, esconderse y realizar sus necesidades fisiológicas, entre otras. Cuando hablamos de aislamiento nos referimos a áreas en general elevadas (les gusta mirar el mundo desde arriba), donde puedan transitar estados de siesta y observación. La manera con la que se delimita dicho territorio es a través del rascado con uñas.
Y en la zona de agresividad se encuentra su espacio personal, al cual no permiten el ingreso de otros gatos ni de personas. Por eso establecen un límite dejando su marca a través de la orina (en términos normales, de pequeño volumen y fuerte olor).
A los gatos las uñas no les crecen como a nosotros o como al perro. Al igual que la piel en las serpientes, la futura uña se desarrolla debajo de la preexistente, y cuando ya está plenamente funcional, desplaza a la uña que la recubre y esta última deja de ser parte del gato definitivamente.
El rascado en superficies adecuadas facilita y acelera el recambio de uñas óptimas para la caza, la defensa, los juegos o los escapes. Por lo tanto, los gatos jamás dejarán de rascar, ya sea para delimitar un área específica o para hacerse la manicura.
La mayoría de las veces utilizan superficies verticales, fáciles de penetrar y que dejen una evidencia clara de su cometido. Sin embargo, si el ambiente no contribuye con tales requisitos o existen episodios estresantes, que pueden ir, por ejemplo, desde una mudanza hasta muebles de estreno, un integrante nuevo en la familia o ruidos molestos, rascar puede convertirse en un comportamiento ya no tan selectivo, y veremos sus consecuencias en varios lugares de la casa.
Estrategia humana
Hasta acá, divino cómo se comunica el gato, ¿pero cómo se soluciona el tema? El éxito no está en prohibirle el rascado sino en brindarle alternativas realmente útiles para que su comportamiento cambie. Así sean rascadores que se venden en el mercado, un tronco o un cartón cubierto con materiales similares al que reviste el sillón, debemos posicionarlos exactamente al lado del lugar donde suele rascar habitualmente. Recordemos que si el lugar de interés es el sillón y nosotros colocamos el rascador a diez metros, estamos destinados al fracaso.
Para asegurarnos de que opte por nuestra opción y no por la que viene usando, debemos hacer de esta última una textura poco atractiva. Ellos son bastante exquisitos con las superficies donde pisan, así que eso será la clave del éxito. Se puede utilizar cinta adhesiva formando un círculo, de modo que una cara quedará adherida al sillón y la otra, al lado opuesto. De esta manera, cuando intente rascar y vea que sus manos se pegan a esa cosa desconocida, utilizará nuestra alternativa, porque necesariamente deben marcar allí mismo, lugar elegido para el aislamiento.
Pasados dos o tres días se puede comenzar a mover el rascador hacia otra zona, siempre y cuando encima de este el gato tenga una opción para acostarse.
Si el comportamiento es generalizado debemos consultar con el veterinario, ya que es probable que los niveles de estrés o ansiedad sean la madre del problema y que el rascador sustituto no sea la solución.