En general uno supone que un perro de caza tiene que ser, al menos, grande. Sin embargo, cazar no se limita a correr, morder y matar bichos de gran porte. Por eso entran en la bolsa aquellos que, gracias a determinadas características, son capaces de rastrear, encontrar y matar especies que viven o se esconden bajo tierra –como topos, ratas, ratones– o en cuevas –como zorros, lagartos, etcétera–.
La raza que califica para esos laburos terrestres son los terrier, nombre que significa “tierra” en latín. El origen de estos animales es británico, y existen los de pelo duro y patas cortas, con cédula escocesa, y los de pelo más suave y largo, con documento inglés.
Hasta finales del siglo XVIII la raza no tenía un patrón fenotípico claro, sino que más bien se la bautizó así a partir de sus tareas: todo cuzco que se criara para meterse bajo tierra y encarar al primer bicho que se le cruzara era un terrier. De hecho, en The Sportsman’s Dictionary, de 1735, se lo describe como un tipo de perro usado para la caza del zorro o tejón que se arrastra, se mete bajo tierra y atrapa y muerde al zorro en cuestión. Las opciones válidas eran que literalmente lo destrozara con sus dientes o que se apiadara del pobre bicho por unos minutos y, amablemente, lo invitara a salir de su madriguera.
Pero para llegar a la raza Jack Russell hay que conocer a John (Jack) Russell, el padre de la criatura. Este caballero, que luego se transformó en sacerdote, era bastante perrero y mientras estudiaba en Oxford se compró una perra blanca cuyo nombre, lamentablemente, era Trump.
Amante de la caza de zorros, el párroco comenzó a delinear la futura raza a partir de su perra, la original. Así comenzó a cruzar perros terrier, no en busca de un estándar que identificara a la raza del resto, sino tomando de varias distintas las mejores aptitudes de caza. Se cree que todos los prototipos de Jack Russell nacidos en los siguientes 50 años tienen cierto origen en aquella perra.
El color blanco no era casual. Jack Russell tenía un argumento bastante coherente: como cazador, era necesario diferenciar al perro de la presa que perseguía. Blanco es el perro, y todas las otras tonalidades eran de las presas. Problema solucionado.
Tampoco buscaba un perro asesino, que identificara a su víctima y la matara, sino más bien uno que prefiriera perseguir y acosar al zorro hasta que llegaran los cazadores. Tal es así que se decía que Russell se sentía honrado de que sus terrier nunca hubieran probado la sangre, ya que su función era otra. Esta cualidad fue muy admirada por los cazadores de la zona, y de esa manera la raza comenzó a ganar terreno sobre otras.
Recién en la década de 1850 este tipo de perros fue reconocido como una raza distinta dentro del mundo terrier. La gran carta de presentación era su agresividad mesurada para perseguir y atrapar al objetivo sin causarle daño físico, detalle no menor ya que, dentro de este peculiar pasatiempo, dañar a la presa se consideraba antideportivo.
Pero, siendo estrictamente académicos, era tal el quilombo de terrier en Gran Bretaña que el querido Jack no lograba ser reconocido como raza por sí misma. Para eso tuvo que viajar a una de las colonias británicas más grandes: Australia.
No se sabe con certeza el momento justo en el que estos pequeños caninos llegaron a la isla, pero sí se tienen registros de algunos ejemplares arribados a modo de regalo en 1964. El duque de Beaufort fue el benefactor en tal sentido, ya que, luego de que el australiano Bill Roycroft ganara el oro olímpico en la disciplina ecuestre, le envió un ejemplar. Con el tiempo el pequeño cazador mudó su sede de cría; allí se desarrolló, estandarizó y logró el reconocimiento internacional de la raza a partir de 1972.
Recién en 2000 la Federación Cinológica Internacional –división Europa– admitió oficial y definitivamente a la raza Jack Russell terrier utilizando el estándar procedente de Australia.
Jack Russell | Esta raza es popularmente conocida tras su aparición en La máscara (Chuck Russell, 1994), la película protagonizada por Jim Carrey. Mide entre 27 y 35 centímetros, pesa de cinco a siete kilos y tiene, en promedio, una esperanza de vida de unos 13 años de edad. Si bien la raza suele ser bastante sana, puede padecer algunas enfermedades, como luxación de rótula, síndrome de Legg-Calvé-Perthes, ataxia, enfermedad de Von Willebrand y problemas visuales, como desplazamiento del cristalino.