Cuando se declaró la pandemia de covid-19, Florencia Servente llevaba un año y medio cuidando a su hija y no veía el día de retomar su vida laboral en los huecos que le dejara el jardín de infantes de la niña. Ni una ni otro, no hubo chance y el tiempo extra que tuvo que quedarse en casa, sin alternativas, se ocupó de alimentar la cuenta @mamaarquitectauy: “Pero de repente no podía salir y ‘mi futuro cliente’ terminé siendo yo”, admite en Manos a la obra, un manual editado por Grijalbo en el que propone dejar de soñar con vivir en una casa más grande, más luminosa y más moderna, evitar penalizarse por las malas decisiones que se aplicaron en el entorno y tomar cartas en el asunto, con el presupuesto que haya. Nada de congelarse, recalca, por no poder concretar todas las reformas. “Pero no seas mala, y colgá las cortinas que compraste hace seis meses”, escribe, con aires motivadores; cree que ver los cambios concretos empuja a hacer más.
Cuenta que se crió en una cooperativa de viviendas de ayuda mutua y que mucho antes de recibirse vio a sus padres hacer de todo: poner pisos y placares, lijar, pintar. Dice que desde las redes sociales se transformó en interlocutor de muchos, que empezaron a llamarla para que interviniera en casas reales, no de revista ni de programa de diseño, con juguetes tirados, alfombras manchadas y muebles que no combinan. Del asesoramiento arquitectónico pasa a esta guía práctica, donde sugiere armar tablas con objetivos y gustos personales, definir una paleta y una distribución en el ambiente que muevan fibras personales, que hagan del lugar que habitamos parte de nosotros.
Servente aconseja atacar por partes el asunto: ir por la casa con cinta métrica, papel y lápiz, cámara, para trazar un plan de los cambios urgentes. Anotar, de paso, las repeticiones de formas y colores, porque en parte ahí reside el estilo; buscar inspiración en películas y elementos que hagan sentido. No es partidaria de improvisar, pero sí de que su libro sea usado, igual que los recetarios de cocina, sin temor a las manchas. “La que tiene que quedar linda es tu casa, no el libro en la mesa ratona”, destaca con un cuerpo de letra acorde. Si el lector puede encarar el arreglo, mejor; si tiene que recurrir a alguien, que pida tres presupuestos. Si no hay nada averiado en esa habitación, prestar atención a aquello que crea disconformidad, que nadie sabe cómo terminó allí. En cualquier caso, ponerse plazos. La billetera puede indicar que no es momento de meterse en obras; entonces, por qué no aplicar uno mismo pintura para revestimientos cerámicos y cambiarle la cara al baño o a la cocina. “Nada más triste que un zócalo suelto, y vas a ver qué sencillo es arreglarlo”, anima.
Conviene ver dónde está el punto focal de un cuarto, esto es, a dónde se dirige la mirada, e intentar distribuir el resto sin restarle protagonismo. Dice que hay que pensar cada ambiente como una escena donde queremos que suceda algo. Aunque generalmente no se pueda empezar de cero, lo que esta arquitecta busca es una sensación de mudanza, aun si nadie se desplazó. Para eso insiste en aprender de estilos en diseño de interior, no para copiarlos, porque sería como vestirse con todo lo que lleva un maniquí, sino para integrar un par y moldearlos a las propias necesidades. Lo mismo con los colores: propone limitar la elección a tres (uno dominante, que va a ocupar 60% del espacio, uno secundario, en 30%, y 10% para el acento) y completar la paleta con neutros (negro, café, gris, beige, blanco), sin olvidar que muchos tonos vienen dados por los materiales de la casa. Para matizar están los complementos, como alfombras, láminas y almohadones, y las bondades de las plantas de interior, que sugiere no limitar al piso.
“Despejá, ordená, limpiá” está al tope de la lista de tareas, porque sea propio o de alquiler, nadie sabe cuánto tiempo va estar en un lugar y además, “las casas ‘terminadas’ no existen, las fotos son instantes”.