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Foto: Ignacio Dotti

De Tik Tok a la góndola de cremas: el impacto de la cosmeticorexia en menores

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Especialistas alertan sobre los riesgos emocionales y dermatológicos de este fenómeno creciente que afecta principalmente a niñas y adolescentes.

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Exfoliantes, mascarillas, maquillaje y vinchas para todas. Así imaginó Sofía, de 10 años, su cumpleaños ideal: una spa party inspirada en videos de Tik Tok. Así lo cuenta su madre, Mariana, quien prefirió sugerirle a su hija optar por otra opción. “Es de lo que hablan con sus amigas. Son los videos que ven todo el tiempo. Vamos al súper y ella va directo a la góndola de cremas para ver qué le podemos comprar”, detalla esta madre. Y Josefina, de 15 años, lo confirma: “En Tik Tok me aparecen casi todo el tiempo videos de maquillaje y skincare [anglicismo referido al cuidado de la piel]”.

En los últimos años, el cuidado personal y las rutinas de belleza vienen ganando un protagonismo inédito, en gran parte impulsado por las redes sociales. Pero el lado B de esta tendencia es la creciente incidencia de la cosmeticorexia, un fenómeno reciente que afecta particularmente a niñas y adolescentes. Aunque no reconocido oficialmente como trastorno clínico, se refiere a la obsesión por el cuidado de la piel y el exceso de uso de cosméticos, caracterizada por una insatisfacción constante con la apariencia propia y una dedicación desmedida –en tiempo y recursos– para mejorarla.

Redes sociales bajo la lupa

En este escenario, las redes sociales cumplen un rol clave. Así lo explicó la licenciada en psicología Sofía Morassi Benia: “Los chicos no están preparados para procesar la información que reciben de forma constante. Desde edades tempranas se ven bombardeados por imágenes y mensajes que fomentan una autoexigencia y un sentido de perfección inalcanzable”, dijo la profesional. Y este entramado produce una confusión peligrosa entre lo que puede ser un juego inocente, como imitar rutinas de cuidado facial, y una obsesión que comienza a impactar en sus vidas.

Roberto Balaguer, licenciado en Psicología y magíster en Educación, agregó que las redes sociales potencian estas tendencias al promover un “parámetro único de belleza”, disociado de las realidades locales, económicas y culturales. “Cuando hablamos de chicos y chicas en etapa de desarrollo, estas comparaciones desleales con influencers o figuras aspiracionales pueden mermar su autoestima y desencadenar una insatisfacción constante con su imagen corporal”, explica.

¿Dónde está el límite entre juego y obsesión? Para Morassi, esto es lo más complejo de detectar. “Conviene preguntarse: ¿cuánto ocupa en su vida esta actividad? ¿Cuánto tiempo, dinero, conversaciones invierten en el tema? En estos casos, ya no es producto de la creatividad y la fantasía; aparecen la rigidez, la obsesión e incluso la renuncia a otras actividades que solían realizar. Se convierte en una compulsión que puede derivar en una disconformidad constante con la imagen de sí mismos”, detalló la especialista.

Para Balaguer, en este contexto, las redes más peligrosas son las vinculadas a la imagen y lo aspiracional, como Instagram y Tik Tok. Es ahí donde se ven “vidas que parecen maravillosas” y donde “sólo se muestra un recorte de la realidad”.

La nutricionista Martina Schramm observó que la cosmeticorexia comparte raíces comunes con los trastornos de la conducta alimentaria: “Ambos parten de una insatisfacción con la imagen corporal, reforzada por redes sociales que perpetúan ideales imposibles”. En este contexto, los niños y los adolescentes –principalmente mujeres– se convierten en consumidores vulnerables de tratamientos estéticos y productos que prometen “soluciones mágicas”, muchas veces a costa de su bienestar.

Para la profesional, que además está a cargo de un centro de estética, “es clave desmitificar estas ideas de perfección que promueven los tratamientos como una supuesta solución a inseguridades”. Por eso los centros de estética no deberían alimentar estas obsesiones. “No se trata sólo de ofrecer tratamientos, sino de promover un mensaje responsable que desmitifique la perfección y enfoque el cuidado personal desde una perspectiva integral, priorizando la salud física y emocional”, destacó.

Con la piel no se juega

El uso de productos de belleza en niños y adolescentes no es inocente. Además de provocar ansiedad y exacerbar trastornos vinculados a la imagen, puede llegar a causar daños en su piel. “El riesgo comienza cuando los niños empiezan a usar activos en la piel que no están indicados. Pueden ser activos que generen una exfoliación muy intensa o un efecto indeseado. Por eso, es súper importante el asesoramiento con profesionales sobre qué pueden usar y qué no”, advirtió la dermatóloga Lucía Ferraz.

Para la doctora, hay mucha desinformación en redes. “En Tik Tok, por ejemplo, vemos rutinas de skincare para niños que no tienen sentido ni indicación médica. Esto puede provocar alergias, irritaciones o incluso daños cutáneos”, explicó. Los niños no necesitan rutinas complejas para el cuidado de la piel. En efecto, la dermatóloga consultada por la diaria dijo que “lo esencial es el uso de protector solar, que debería ser parte de una rutina diaria para prevenir daños a largo plazo”.

Como indica en The New York Times la escritora Alexandra D'Amour, a los millenials se les enseñó a temerle a la grasa, mientras que “para la generación Z (y sus hermanas menores) las arrugas son el nuevo enemigo”.

¿En qué casos sí se les puede indicar a menores el uso de productos para la piel? Ferraz explicó que puede suceder cuando padecen patologías, como la dermatitis atópica. En el caso de los adolescentes que comienzan a tener brotes de acné, oleosidad o poros dilatados, la dermatóloga dijo que se pueden llegar a recomendar jabones Syndet (elaborados con detergentes sintéticos tensoactivos), que tienen un pH parecido al de la piel, y también productos de hidratación, por ejemplo.

Generar más diálogo y reflexión

Los expertos consultados coinciden en que, más allá de la incidencia de las redes, los adultos tienen un rol fundamental en la prevención de la cosmeticorexia. Morassi sugiere que los padres reflexionen sobre los mensajes que transmiten en casa: “¿Qué comentarios hacemos sobre nuestra propia imagen frente a los chicos? ¿Cómo ayudamos a procesar la información que consumen?”.

Para Morassi y Balaguer, es clave hablar del uso responsable de las redes y establecer reglas, además de invitar a sus hijos a cuestionar lo que ven allí –cuerpos, filtros, rutinas–. Balaguer propone incentivar un uso más consciente, promoviendo contenidos educativos y positivos, y estableciendo límites claros. Además, sugiere hacer un “detox digital” para diferenciar entre lo que aporta valor y lo que produce ansiedad e insatisfacción.

Ferraz, Morassi y Schramm coinciden en la importancia de fomentar la autoestima de los más chicos a través de actividades que promuevan la confianza y el bienestar integral, como el deporte y las actividades al aire libre. También recalcan la necesidad de acudir a profesionales cuando se detecten signos de alarma, como obsesiones desmedidas con la imagen corporal o el uso de productos no indicados.

Envejecimiento, el nuevo cuco

¿En qué momento el cuidado de la piel pasó a ser una prioridad para las personas jóvenes? ¿En qué momento el miedo a envejecer se convirtió en tema de conversación entre las mujeres más chicas? Como indica en The New York Times la escritora especializada en maternidad Alexandra D’Amour, a los millennials se les enseñó a temerle a la grasa, mientras que “para la generación Z (y sus hermanas menores) las arrugas son el nuevo enemigo”.

“Cuando nosotras éramos chicas, los tips vinculados a la belleza se veían quizás en revistas. Pero ni sabíamos lo que era el skincare”, destacó Agustina Noya, educadora que hace casi una década trabaja con adolescentes, e indicó que en los últimos años nota un creciente interés por todo lo vinculado al cuidado de la piel, el maquillaje y los peinados.

Noya contó que ahora es moneda corriente ver a las adolescentes asistir al liceo con neceseres con cremas y maquillaje, que van desde rímel y el glitter hasta arqueadores de pestañas. También nota que utilizan peinados más elaborados (muchas llevan gel y peine fino para arreglarse el pelo en los recreos) y uñas hechas con distintos diseños. La educadora indicó que también nota una mayor concientización por el uso de protector solar en la cara, en el caso de las chicas.

“El acceso a esos productos no lo tienen por sus propios medios porque no trabajan. Hay una persona adulta que habilita eso de cierto modo”, señala. De allí que para Noya es clave que haya un canal de comunicación entre las instituciones educativas y las familias para evitar exaltar inseguridades y acompañar a las adolescencias de la forma más saludable.

La cosmeticorexia no parece ser únicamente una moda pasajera, sino un reflejo de los estándares sociales y culturales que atraviesan esta época. Abordarla requiere un enfoque integral que incluya educación, comunicación y un compromiso activo de todas las partes involucradas, desde los padres hasta las instituciones educativas y los profesionales de la salud.

En palabras de Morassi: “La clave está en recordar que los niños siguen siendo niños. Merecen crecer en un entorno que valore su singularidad y fortalezca su autoestima, más allá de los estándares superficiales que intentan imponerles”.

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