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Florencia Sichel.

Foto: Federico Fazzari, difusión

Florencia Sichel: “El verdadero descanso tiene que ver con poder frenar”

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Con la autora de un ensayo sobre la adultez en el siglo XXI desde un punto de vista filosófico.

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Terminar encima de un escenario haciendo stand up varias noches al mes no parecería el destino más típico para una profesora de Filosofía. Sin embargo, nada del recorrido de Florencia Sichel sigue un patrón común. Nacida en Buenos Aires y formada en la Universidad de Buenos Aires (UBA), es autora de Viaje filosófico por las ideas y El filo del amor (publicados por Planeta en 2022 y 2024, respectivamente), divulgadora y docente. La pandemia llegó para cambiarle la vida –como a tantos otros– y, sumada a la maternidad, contribuyó a darle un giro inédito a su carrera: comenzó a escribir y a reflexionar sobre lo que estaba atravesando en su newsletter Harta(s) y luego a través de su cuenta de Instagram, que hoy tiene más de 150.000 lectores. “Yo intentaba conciliar dar clases y seguir siendo madre y pareja, y por supuesto eso sólo me traía más presión, soledad y mucha frustración por no poder cumplir con esos estándares, que de alguna manera son imposibles”, explica.

Finalmente, en 2025 publica su último libro, Todas las exigencias del mundo. Un ensayo sobre la adultez en el siglo XXI, y convencida de que había dado con una fibra sensible, lo transforma en un unipersonal. El libro desarrolla cuatro aristas universales que atraviesan, de una u otra manera, la experiencia de ser adulto hoy en el contexto de Argentina, pero que se pueden extrapolar perfectamente a otros países de Latinoamérica: felicidad, trabajo, cuidados y amor.

Una de las cuestiones fundamentales del libro es el tortuoso vínculo que tenemos con nuestros trabajos y, en particular, con este mandato tan de época de estar contando, mostrando y “vendiéndote” todo el tiempo.

Creo lo que hay dando vueltas en el aire es una idea casi de obligatoriedad. Es un imperativo ser feliz, pasarla bien, porque la felicidad está asociada a una idea optimista de estar siempre para arriba, de dar lo mejor, de ponerle buena onda, que a priori estaríamos de acuerdo, pero que sin embargo no es posible sostener todo el tiempo, porque nadie puede estar todo el tiempo con una actitud positiva y eso a veces lo que nos termina generando, paradójicamente, es mayor malestar.

Y también hay una obligatoriedad de ser exitosos. Ya no alcanza con tener un trabajo y llegar a fin de mes, que por otro lado en esta economía actual latinoamericana es muy complejo y ya te vuelve una situación de privilegio tener un empleo, pero que además hoy hay una cosa de ser emprendedor, de “trabaja de lo que amas y no trabajarás ningún día de la vida”, de que tenemos que tener marca personal y entonces tenemos que tener presencia en redes sociales, y entonces todos tenemos que ser influencers. Y ves a todo el mundo persiguiendo vaya a saber qué rueda.

Vinculado a eso, esta cultura es demasiado trabajocéntrica, como que hay algo que se está jugando constantemente ahí, de nuestra identidad, de nuestro valor o del sentido de nuestras vidas. O al menos es así para la generación +40.

Uno diría ¿por qué todo el tiempo estamos romantizando esta idea de trabajar para vivir y no trabajarás ningún día de la vida? En definitiva, porque también estamos trabajando más de lo que nos gustaría. Estamos trabajando cada vez más. Ha cambiado nuestra relación con el trabajo. Hoy la mayoría tenemos lo que se conoce como pluriempleo, tenemos más de un trabajo, y ese corte que quizás tenían nuestros abuelos o nuestros padres de poder tener un tiempo de ocio y un tiempo de trabajo más marcado hoy no lo tenemos.

Me puedo ir de vacaciones cuando quiero, pero después estoy teniendo una call o un meet desde la playa y lo que termina pasando es esa pregunta: finalmente, ¿cuándo vivimos o cuándo dejamos de trabajar? Y eso abre un problema que tiene que ver también con nuestro vínculo con el tiempo libre, que es cada vez más escaso, y pensar que el tiempo libre es únicamente mirar la última serie de moda en Netflix nos está alejando un poco de lo que en realidad es el verdadero descanso, que tiene que ver con poder frenar.

¿Cómo pensás que podemos empezar a desarmar esto o reconectar?

Es difícil porque, por un lado, no depende sólo de nosotros y de nuestra buena voluntad. Muchas veces uno quisiera parar el celular, pero te entra un mensaje de tu jefe a las ocho de la noche; lo que sí depende de nosotros es detenerse, entender que no se puede estar en 500 lugares a la vez, poder decir que no, habilitarnos cosas que parecen obvias pero que especialmente a los de nuestra generación nos cuesta, que tienen que ver con poner límites.

Una pregunta que hacés en el apartado sobre maternidad es “¿y dónde están los bebés mientras el mundo sigue funcionando?”. Pareciera que las mamás y los bebés desaparecen luego del nacimiento y se espera que todo vuelva a la normalidad sin pesar o culpa.

A mí me pasó, cuando me convertí en madre por primera vez, que cuando estaba embarazada, de golpe pasé a ser la persona más valorada por la sociedad, porque estás cargando con el futuro de la humanidad en tu vientre, entonces todo el mundo te pregunta cómo estás, qué necesitás, cómo te sentís, sos recontra mirada. El día en que ese bebé nace automáticamente pasás a no importarle a nadie y eso, que parece un chiste, es un poco el lugar que ocupan los cuidados en esta sociedad; importa mucho la caída de la tasa de la natalidad, pero no tanto cómo conciliamos quienes traemos hijos al mundo, y los bebés no encajan bien con esta sociedad que nos quiere produciendo 24/7. Lo que te agarra es una culpa infernal por no poder volver a esa normalidad, porque es imposible volver cuando estás criando por primera vez, y aunque fuera la segunda o la tercera.

¿Cómo lo encaraste con tu segundo hijo? ¿Qué aprendiste?

Cambió un montón porque cambié yo; no en vano está la experiencia. Lo que me pasó con la segunda maternidad fue que me pude entregar mucho más al tiempo propio del puerperio, de la crianza, y pude frenar. Por supuesto, esto es un privilegio en este mundo, pero esos tres meses dije “sólo me importan mis dos hijas, esta bebé que acabo de tener”. Eso me trajo mucho más disfrute, y hasta pude conectar después más rápido con lo laboral porque me permití ese tiempo.

“Las tareas reproductivas siguen teniendo poco valor respecto a las tareas productivas”.

¿Por qué pensás que las tareas reproductivas no son tenidas en cuenta cuando se habla del futuro del trabajo?

Los principales congresos sobre inteligencia artificial hablan del futuro del trabajo en términos de altas tecnologías y las próximas innovaciones, y poco se está hablando del contacto y de los cuidados. Eso tiene que ver con que las tareas reproductivas siguen teniendo poco valor respecto a las tareas productivas. Y me parece que, de nuevo, en un mundo en que se está hablando cada vez más de la preocupación de la caída de la tasa de natalidad, es fundamental entender que las tareas reproductivas y los cuidados tienen que estar en la agenda de las políticas públicas, porque no hay posibilidad de pensar ningún trabajo si no se piensan primero los cuidados. Y no estoy hablando sólo de los niños menores; estamos pensando los cuidados de todos los seres humanos, de las personas más grandes, porque cada vez vamos a vivir más.

Corridos por el trabajo, exigidas (sobre todo las mujeres) y bastante solas con el tema de maternar y las crecientes demandas culturales en torno a la crianza, en una lucha constante por el tiempo propio, la adultez vista con esta luz no parece muy seductora. ¿Cómo podríamos empezar a pensar en adulteces más disfrutables? ¿Es una cuestión solamente de relato?

Al final del libro digo algunas cosas con relación a qué es la adultez, que tiene que ver con aprender a saber perder. Porque en esta sociedad que nos quiere exitosas y exitosos todo el tiempo parecería que nos va bien sólo si ganamos y acumulamos. Creo que es al revés, que cuando uno elige algo, pierde un montón de otras opciones, y que de eso se trata la adultez, de saber perder, pero no desde la resignación, sino todo lo contrario: desde la elección y desde conectar con ese disfrute.

Foto: Federico Fazzari, difusión

La contracara de toda esta moralización que nos quiere exitosas, felices, arriba todo el tiempo es la ética del deseo. Para poder disfrutar tenemos que conectar con nuestro deseo, y para poder conectar, con hacernos preguntas y angustiarnos, a veces, también. Y entender que la vida es mucho más larga que lo que pensamos y que tenemos la posibilidad de desaprender, de equivocarnos y de probar cosas nuevas las veces que queramos. En definitiva, eso es jugar y es lo divertido, o lo que a mí me interesa para una vida adulta placentera.

Hablando de las historias que nos contamos para, entre otras cosas, hacer la vida más tolerable o ponerle humor, no sólo elegiste una forma poco ortodoxa de hacer filosofía, sino que ahora además te subís al escenario con un “stand up filosófico”. ¿Cuánto sentís que aportó a tu práctica?

Lo que me gusta siempre tiene que ver con la divulgación de la filosofía y la enseñanza. Yo estudié la carrera de filosofía en la UBA y hasta hace algunos años las dos salidas laborales tradicionales eran la docencia universitaria y la investigación. A mí nunca me interesó ninguna de esas dos. Me especialicé en algo que se llama “filosofía con niños y niñas”. Entonces empecé a hacer filosofía en jardines, en nivel primario. Trabajé durante más de 15 años en el nivel medio también. Entonces siempre hice filosofía para gente que no era de filosofía y que quizás no sabía ni quiénes eran Kant, Sócrates o Aristóteles. En ese sentido, siento que el teatro, por supuesto, es un lenguaje nuevo, pero que a su vez tiene que ver con hacer lo que más me gusta, que es enseñar.

La filosofía es una forma de compartir y de habilitar preguntas en la que van cambiando los escenarios, porque no es lo mismo un aula, una sala con chicos de cinco años, que un colegio, que una universidad o un taller. En definitiva, lo que hago es un poco lo mismo, que es compartir preguntas, ideas y charlar con los otros. Y cuando me llamaron de Orsai en febrero de este año para ver si me animaba a hacer algo, por supuesto que mi respuesta fue “no, yo no me voy a animar a la noche a hacer nada”. Pero después lo pensé, acababa de terminar de escribir este libro, y dije “¿por qué no?”. ¡Aparte todo esto de la adultez lo tenía que poner en práctica! Y se armó algo espectacular porque es un unipersonal que tiene mucho de stand up, tiene humor, porque para mí la filosofía no tiene que ser algo solemne ni aburrido, sino que puede ser algo completamente divertido, pero también te llevás ideas y conceptos.

“Lo más interesante es dejar de pensar a los otros sólo por lo que nos dan y empezar a valorar a las personas por su compañía”.

Otra cosa que me hizo reír mucho fue la frase de Diana Maffía que compara el matrimonio con la reforma agraria –“es de quien lo trabaja”–, un concepto que puede extrapolarse a todas las relaciones. Hay algo esperanzador ahí, en persistir y en normalizar el “sin nada para contar hoy”.

A mí me gusta mucho traer a este filósofo, Alain Badiou, que en su libro Elogio al amor habla del amor como una construcción, que por supuesto no tiene que ver con quedarse en relaciones en las que uno ya no quiere estar, ni que hablar en relaciones en las que hay violencia, sino que estamos hablando de vínculos cotidianos y elegidos en los que hay momentos hermosos, momentos oscuros y después están los momentos en los que no pasa absolutamente nada, que muchas veces son los más difíciles de transitar.

Y uno dice, “al final estoy comiendo tostadas con este mismo tipo, que lo veo todos los días hace mil años, ¿dónde está la magia?”. Bueno, ahí hay un desafío y no tiene que ver sólo con los vínculos amorosos. La relación con los otros, ni que hablar con los hijos, pero con una pareja o con las amistades, muchas veces lleva tiempo, muchas veces es aburrida, también, pero no como algo a evitar, sino porque la vida es un poco eso también: no todo el tiempo nos están pasando cosas espectaculares, y por suerte no todo el tiempo nos están pasando cosas trágicas. Lo más interesante tiene que ver con dejar de pensar a los otros sólo por lo que nos dan y empezar a valorar a las personas por su compañía.

Al comienzo del libro describís la subvención cultural que ciertos modelos, como la familia, reciben. ¿Por qué creés que a una parte de las mujeres de esta generación les costó tanto entender el valor de las amistades y se dieron cuenta cuando se encontraron solas en la adultez o separadas, o lo que sea?

Crecimos con esta idea del amor Disney, del amor idealizado, en el que, si tuviéramos que poner en una pirámide la escala de valores, tenemos primero el amor de los hijos, después está el amor de la pareja, después está el amor de la familia y, último, el amor de los amigos. Eso es algo que ha calado muy hondo, esta idea de que tiene que haber un amor de pareja para no sentirte sola. Todavía, al día de hoy, le preguntan a la persona que no tiene pareja cuándo va a tener una o por qué está sola, como si la soledad fuera exclusiva de tener o no tener pareja, y como si, incluso, alguien que tiene pareja no pudiera experimentar la soledad.

Por suerte en estos últimos años la amistad ha cobrado otra relevancia. Puede ser por los vericuetos de la vida, porque las parejas ya no son tan duraderas, y porque nos dimos cuenta de que, incluso teniendo pareja, lo que trae la amistad como vínculo es recontra interesante y que no tiene sentido ponerlo a competir; todo lo contrario. Me parece que por fin la amistad está cobrando un lugar mucho más protagónico y que son las amigas, en el caso de las mujeres, las que muchas veces te salvan, las que te dan una mano, te tienden una soga cuando una siente que no puede, y eso es hermoso. Todavía nos queda mucho por pensar en torno a la familia y en torno a los cuidados y a esta idea de que, si no tenés hijos, no vas a tener alguien que te cuide en un futuro, porque me parece que esto también está cambiando y que las amigas, por ejemplo, son personas que te pueden cuidar y a quien vos podés cuidar toda la vida.

A lo largo del ensayo sos muy sincera con tus contradicciones, con el tema de la maternidad, con la pareja, y esto de poder darle lugar a la angustia que podamos sentir e incluso aceptar las contradicciones, que es un camino.

Intento correrme de este lugar de la filósofa que analiza el mundo como si el mundo fuera por un carril y la vida de quien lo analiza por otro. Si escribo todo lo que escribo es porque lo padezco también. La filosofía me dio ciertas herramientas o cierto marco teórico para entenderlo de otra manera. Y eso es lo que busco compartir. Me interesa mucho más marcar las contradicciones, las grietas, habilitar las preguntas. Y todo eso es con angustia, pero la angustia en filosofía no es la depresión, o no quiere decir únicamente estar triste. Tiene que ver con habilitar la posibilidad existencial de estar abiertos a la vida, de estar conectados, de estar abiertos al movimiento. Y eso tiene que ver con esto que decía antes, con detectar lo que necesitamos. A veces no lo sabemos, es confuso, cambia. Lejos de atemorizarnos, me parece que es parte del alimento, es una fuerza vital muy grande.

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