Hoski (La Nelson Olveira)
Hablar de discos y de libros siempre es hablar de uno mismo. Contrariamente al prejuicio neoclasicista extendido entre borgeanos y metaleros, la erudición y el mero consumo de una obra no nos mejora el gusto. El arte prende en la tierra de los propios viajes. ¿Con qué estoy viajando ahora?
» Reflektor (2013), de Arcade Fire. La banda musicalmente viene del pop y el indie rock, pero las influencias de este álbum son bastante particulares: ritmos jamaiquinos y haitianos (“Here Comes the Night Time”, “Flashbulb Eyes”), synth pop y disco (“Weexist”, “Oh Orpheus”), todo combinado en canciones que van mutando, con un sonido ochentoso que por momentos recuerda a New Order y por otros al Sandinista de The Clash. Reflektor es es un disco doble y conceptual, que –vine a enterarme luego– fue precedido por una campaña de expectativa que involucraba arte callejero con alusiones vudú y la edición limitada de un EP bajo un nombre ficticio. Pero antes de meterme en Wikipedia, lo que me impactó particularmente del disco fueron las referencias al mito órfico (“Oh Orpheus”, “Oh Eurydice”, “Afterlife”; la alusión en la propia tapa del disco) a las que llegué por uno de los videos de la banda, en el que la canción “Afterlife” es acompañada por imágenes de la película Orfeu negro (Marcel Camus, 1959). Lo que en el mito griego es bajada a los infiernos para el rescate amoroso, y en la película de Camus es una vertiginosa sesión umbandista en la que Orfeo puede comunicarse con su amada pero no puede tocarla, se actualiza en Reflektor como la rapsodia del amor en el mundo de la imagen, como ausencia, intermitencia y extrañamiento del objeto de deseo por su propia naturaleza refractaria. Que el sonido sea un raro sincretismo entre música de sintetizadores y ritmos tropicales no sólo aporta una cuota de exotismo interesante, sino que refuerza una concepción mucho más material de la ausencia y la invocación, menos judeocristiana y metafórica. Reflektor, el cuarto disco de la banda canadiense de melodías pegajosas y letras de estética adolescente, logra hacer bailables la ansiedad y la percepción fantasmagórica de los otros. Probablemente no esté en los cánones de nadie, pero es un encuentro que vale la pena.
Tabaré Rivero (La Tabaré)
» Opus Alfa: fue la primera banda de blues uruguaya. Tuve la suerte de verla en vivo durante mi preadolescencia y para mí ahí comenzó todo: el blues y rock potentes (y a veces hasta baladas barrocas) con letras muy comprometidas con la realidad que se vivía en aquel entonces.
» Gong: es una banda anglofrancesa que si bien comenzó en 1967, tuve el placer de descubrir a comienzos de los 70, y me hipnotizó con sus sonidos progresivos experimentales. Incluso creo que siguieron tocando hasta bien entrado el siglo XXI.
» Riki Musso: por su constante creatividad no sólo en lo musical (pero también escucho una buena cantidad de músicos uruguayos, ya sean bandas de rock, blues, metal o canto popular).
Frank Lampariello (solista, ex Hereford)
» Razorblade Suitcase (1996), de Bush. Antes que nada aclaro un par de puntos: últimamente escucho música directamente en [modo] random, y no soy mucho de escuchar música nueva, por un tema de tiempo y quizás por vago. Sí soy de reenamorarme de discos que hacía tiempo no escuchaba, y me pasó con este disco de Bush que hacía más de 15 años que no escuchaba. Es un disco muy visceral, el más visceral de Bush se podría decir, con arreglos muy buenos y excelentísimas canciones.
» Rumours (1977), de Fleetwood Mac. Otro disco que había abandonado y me hizo acordar hace como dos meses de la promo de Halven que venía en los VHS, allá por los 80: la canción de cortina era justamente la parte en que se pica “The Chain” y bueno, lo empecé a curtir de nuevo. Es un disco que a mi gusto tiene a la mejor versión de Stevie Nicks (junto a la canción “Rhiannon”, que no está en este disco sino en el anterior). Es un disco perfecto de principio a fin, de esos que no podés escuchar un solo tema y cortarlo. Álbum de cabecera.
» Mellon Collie and the Infinite Sadness (1995), de Smashing Pumpkins. Para mí es el último gran disco doble de la historia del rock. Para hacer un disco doble no hay que escupir temas, sino hacer que todo fluya de una manera armoniosa y que te lleve a un gran viaje, que tenga un sentido y un propósito. Este disco tiene todo eso y a Billy Corgan en su mejor momento.