Que aparezca como algo comprensible, pero aún no comprendido. Eso quería Bertolt Brecht para el teatro. Un espectador, viejo, que se niega a callarse impide que comience una obra. La pieza se llama El tipo que vino a la función. Así que aunque no se conozca de antemano el argumento, aunque las acomodadoras todavía aparenten estar haciendo su trabajo, se intuye que es parte de la historia. La disposición de la sala Atahualpa de El Galpón ayuda. Para ir a las butacas hay que pasar por el escenario, que está en el centro. En un teatro convencional sería más difícil sembrar la duda.
Lo que está ocurriendo en escena no es evidente. Puede ser demencia senil. O puede ser un provocador. Tampoco es incomprensible. Poco a poco, el tipo, que dice que en un tiempo se llamó La Momia, se quita las vendas. Sugiere. Amenaza. ¿Qué se hace con él? ¿Se lo calla? El tipo es lo no laudado. Lo pendiente. Lo quizá ya dicho muchas veces, pero aun así, entumecido en zonas de silencio.
Aunque no se da su nombre, sino su apodo, es un personaje histórico. Fue un funcionario de Inteligencia que estaba a cargo de la censura de los espectáculos. ¿Qué se hace cuando no quiere dejar el escenario y ocupar su butaca? No se lo baja a la fuerza ni se le permite salirse con la suya, parece decir Raquel Diana (nacida en 1960). Se lo mete en la escena. Se lo vuelve un personaje. Se lo saca del confortable anonimato.
Los esbirros están ahí para evitar eso que puede colarse por las costuras de lo sellado. Los artistas, para intentarlo igual. Los espectadores, para tomar oxígeno. Comprensible, pero aún no comprendido. Tiene razón Gustavo Remedi cuando escribe que esta obra desmonta la teoría de los dos demonios y la del apagón cultural. Muestra en acción una pulseada. No había dos demonios, sino terrorismo de Estado. Eso debería repetirse cien veces en un pizarrón al entrar a cualquier escuela de militantes (¿existen todavía?). Y el apagón cultural no fue oscuridad completa. La obra representa a quienes se quedaron resistiendo, aunque no los nombra. Remedi los referencia: Gloria Demasi cuando hizo Mariana Pineda en 1980, Walter Reyno cuando protagonizó El herrero y la muerte en 1982. También Fernando Cabrera, Rumbo, Eduardo Darnauchans, Canciones para no dormir la siesta. Un desafío en el que se arriesgaba el pellejo.
A fin de cuentas, el personaje histórico que está detrás de La Momia participó en el asesinato de Álvaro Balbi, comunista y músico. “Hundimiento de tórax, órganos genitales calcinados, rotura de hígado, fractura de pierna izquierda y fractura de cráneo”, constata la autopsia alternativa encargada por la familia. No, no fue “insuficiencia cardiopulmonar aguda”, como encubre la oficial. También la medicina forense resultaba una pulseada.