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Murga La Gran Muñeca baja del tablado del Velódromo.

Foto: Santiago Mazzarovich

Se va la murga: último repaso de las que clasificaron a la Liguilla

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Para alivio de algunos y tristeza de otros tantos, llegan, aquí están, cantan los últimos días del Carnaval. En esta recta final, la fiesta de Momo se reduce a los conjuntos que clasificaron a la Liguilla, que está en marcha esta semana, mientras que los que no lo lograron son forzados a comenzar el duro invierno de los carnavaleros y preparar la prueba de admisión del Carnaval 2020. Esta hibernación prematura de cientos de carnavaleros no obedece exclusivamente a que no volverán a pisar el Teatro de Verano, sino también a que los tablados se ponen un tanto crueles y dejan de programar a quienes no pasaron a la tercera ronda.

En murgas, esta lógica limita el Carnaval de marzo a diez conjuntos. Este año son Agarrate Catalina, Araca la Cana, Cayó la cabra, Curtidores de Hongos, La Clave, La Consecuente, La Gran Muñeca, La Mojigata, La Venganza de los Utileros y La Trasnochada, que forman parte del selecto grupo de murgas que usted querrá repasar si quiere opinar algo más que “está todo arreglado, esto de los puntajes es una cagada, el Carnaval ya no es lo que era, Espert está ligeramente gordo” en los asados que le queden a este verano. Ya que son pocas, repasemos algunos de los ejes de sus actuaciones, que en algún caso han quedado en segundo plano tras la discusión sobre los puntos de sanción a Doña Bastarda o los audios de José Morgade. Aunque sean murgas que ya vimos varias veces, admiten una mirada más. Momo está en los detalles.

El sabor del inmigrante

Entre 1991 y 1995 se emitió en Argentina La familia Benvenuto, una telecomedia protagonizada por Guillermo Francella en la que sonaba una canción de Ignacio Copani. Recientemente, una marca de alimentos reutilizó la canción como jingle, y este año varias murgas aprovecharon lo pegadizo de la melodía y la facilidad de sustituir “emigrante” por “inmigrante” para hablar sobre la llegada de extranjeros a Uruguay. Una de las recicladoras es La Clave, que recae en el “no entiendo por qué alguien querría vivir en este país de mierda” de varios conjuntos y de millones de espectadores: seguro los inmigrantes iban para otro lado y se confundieron, hasta los sirios se van a la guerra con tal de no quedarse, y así. Los murguistas de San Carlos aparecen disfrazados de venezuguayos, con maracas y sombreros, en un ida y vuelta que combina el prejuicio que tenemos sobre la alegría y el sabor caribeños con el que tenemos sobre la desidia y amargura locales. Al final, luego de un personaje de facho que, como casi todos, jura que no lo es, la murga recuerda que nuestros abuelos fueron inmigrantes y que hay que eliminar las fronteras y todas esas cosas aplaudibles.

La Venganza de los Utileros hace algo muy parecido pero distinto. Luego de mostrar inmigrantes que se sorprenden con los precios y con haber cambiado playas de aguas cristalinas por nadar en el Buceo (como si hubiesen venido acá por turismo), acometen un cuplé que resume las contradicciones del uruguayo promedio sobre esta ola migratoria, y en cada frase putean y halagan, culpan y se disculpan, se sienten inferiores y superiores, y llegan a la misma conclusión que los carolinos: no nos hagamos los capos, que hace poco estuvimos del otro lado del mostrador. Es probablemente el mejor año de la joven murga, que combina aciertos con momentos fallidos, pero que sigue construyendo su propia forma de hacer un espectáculo, que es casi todo lo que importa.

A propósito, entre los aciertos de los Utileros figura no disfrazarse de venezolanos, tentación en la que caen los Curtidores de Hongos, quienes usan unas camisas con volados en las mangas que recuerdan más a Jim Carrey en La máscara que a un caribeño real, para pasearnos por los lugares comunes que el imaginario popular empieza a crear sobre los venezolanos: arepas, béisbol, salsa. También utilizan la melodía de Copani y para rematar aparece un imitador de Ricardo Montaner que parodia una situación ocurrida en el programa de talentos La voz argentina, cuya función no se entiende demasiado, quizá porque no todos vimos ese programa, aunque siempre en el tablado alguien le dice al de al lado: “Ah, porque Montaner es venezolano, claro, claro”. Por suerte, la actuación de los Hongos tiene otros momentos, y usted puede apreciar cómo se reivindican en vestuario al hacer de bebés, además de disfrutar de Diego Bello, si es de los que disfrutan con sus parlamentos, y de Rafa Bruzzone y Julio Pérez soplando en el coro, si es de los que tienen oídos en funcionamiento.

Los venezolanos de La Gran Muñeca, de camperita deportiva, dicen: “Es difícil encontrar algún gobierno de izquierda, por eso estamos en Uruguay”, como si la inmigración sucediera sólo acá. Pero la murga logra romper el trillo más habitual de los chistes de venezolanos (¿estamos ante un nuevo género?) para reírse de otras cosas, como los tiempos de espera del bondi en Montevideo, en uno de los silencios más graciosos y festejados del Carnaval. La Muñeca se destaca por su coro y su puesta en escena, pero sabe elegir con precisión e inteligencia cuándo es el momento de callar y permanecer inmóviles en un mar de carcajadas. Los venezolanos consiguen un laburito como repartidores de comida con esas aplicaciones infames que les hacen pagar la mochila y los controlan con un GPS, y la murga opina que, en lugar de no dejar entrar inmigrantes, deberíamos prohibir el ingreso de este tipo de empresas digitales, lo que conecta con parte del repertorio de otras murgas liguilleras y viene bien para seguir buceando en esos temas.

Explotación 2.0

Considerando que las empresas unipersonales, el consumo a lo bobo y el trabajo en la nueva economía han sido temas ya abordados por La Mojigata, no es sorprendente que un asunto como el de los préstamos en efectivo, provistos por esas empresas que te dan 1.000 pesos en el acto a cambio de tu alma, haya aparecido en 2019. Si uno ve el concurso por la televisión, puede jugar a que el momento de “Y pensar que por décadas pasadas / ser usurero era medio clandestino” coincida con el sobreimpreso de la financiera que auspicia el Carnaval por VTV. Pequeñas diversiones liguilleras.

Del mismo modo, entre las apps y el espíritu de la época, según el cual uno debe convertirse en un empresario de sí mismo y perseguir sus sueños y esos versos ya conocidos, tiene filo el cuplé de La Trasnochada, que trae al tablado al Motivador, un personaje en plan chanta que llama a la gente a emprender proyectos que, de todas maneras, quedarán lejos de la realidad. La murga hace reír con ese y otros temas, metabolizando de forma murguera su histórico corazón parodista. Ahora bien, todo lo anterior funciona, deja al espectador pistoneando y puede servir para hacer murga con los libros de Byung-Chul Han, pero no hay nada más efectivo para generar un pequeño festejo en el tablado que una murga que putea a un personaje popular. En este caso, La Trasnochada recuerda a Diego Lugano y su candidez para con Jair Bolsonaro, para dedicarle al ex capitán de la selección un hermoso “con todo respeto / andate a cagar”.

A la cuenta de las sorpresas de este Carnaval hay que apuntar el buen año de Araca la Cana, que ha logrado cambiar de estilo y ser una mejor murga. Su sólido espectáculo se centra en la marginalidad y los partidos políticos de cara a las próximas elecciones. Luego de un largo descanse a los colorados, la murga de José María Catusa Silva se las agarra con las nuevas formas de la publicidad y la propaganda, a partir de los videos de Juan Sartori y Edgardo Novick que aparecen en medio de videos de Youtube y redes sociales (ayuda a la comunidad: pueden bloquearlos usando la maravillosa opción “No quiero ver más esto” o descargando Adblock). En la misma línea de criticar el consumo, un poco como siempre y otro poco ante la nueva economía, la renovada Araca ataca a los productos de moda que tienen un aspecto pero sabor a otra cosa y olor a otra, y las promociones que diseñan los maléficos publicistas.

Las tres edades del murguista

Si es cierto que Cayó la Cabra es la murga que más atrae a adolescentes y jóvenes (por su estilo, su estética visual y por tratar temas como el sexo y la convivencia con amigos), La Consecuente, que no es más que los Diablos Verdes renombrados y con Charly Álvarez, puede ser la murga para los abuelos de los hinchas de las Cabras. Dueños de un coro que explota los vidrios, Los Diab, perdón, La Consecuente, cumple 80 años, y para eso incluye en su espectáculo a un señor de 80 años. Claro, el señor tira ideas propias de alguien que quedó anclado en un pasado en el que todo era mejor, con niños a los que se les pegaba en lugar de mandarlos a una psicopedagoga (no como ahora), ancianos que morían rodeados de sus seres queridos (no como ahora) y gente que se hacía famosa por hacer algo más que mostrar el culo (ya se entendió). Además, tienen un cuplé sobre lenguaje inclusivo que desemboca en una emotiva canción a la que se le agregó lengua de señas, siguiendo el “argumento” de “ah, si querés hablar en forma inclusiva, ¿por qué no aprendés a comunicarte con los sordos o a escribir en Braille?”, que, de tan absurdo y mezclaperasconmanzanas, resulta tan irrefutable como una publicación de Facebook.

Siguiendo con el juego, en un lugar intermedio del árbol genealógico de la familia que pudo conseguir entradas para la Liguilla, podrían ubicarse los hinchas de Agarrate Catalina, una murga de pasado dicharachero y juvenil que envejeció a gran ritmo. Ya es muy cansador seguir discutiendo acerca del discurso de la murga, pero la Catalina siempre consigue que hablemos de sus asuntos: esta semana, estaremos atentos a si Rafa Cotelo podrá cambiar el pasaje que lo lleva a Europa para poder subirse al Teatro de Verano. Nada que importe mucho artísticamente, pero, ahora que no sabemos si podrá, da cierta curiosidad. O quizá tampoco.

En pocos días se sabrá cuál de estas murgas será la ganadora, señal definitiva de que empieza a hacer frío y de que todo lo que queda del año es para peor. Pero si algo hace la murga es volver, así como en 2020 volverá Álex Platillo a las páginas de este diario, como un barco de papel, en la sonrisa de un niño, en el perfume de una flor en las noches de febrero, por no amenazar con cosas peores.

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