Seis veces Medea, 2.000 noches Yerma, una de las pocas mujeres en encarnar Hamlet y Lear. Nuria Espert (Barcelona, 1935), que hoy a las 20.00 entregará en el teatro Solís una nueva versión de Romancero gitano, lleva con justicia el rótulo de leyenda. Espert, que hasta ahora nunca había estado en Montevideo, estuvo, sin embargo, más de una vez en el teatro Solís. Todas esas veces ocurrieron en Madrid encima de un escenario. Era 2012 y Espert interpretaba el rol de Margarita Xirgu en la flamante ópera Ainadamar. La escena del comienzo estaba situada en el escenario del Solís, donde la republicana exiliada dirigía la Comedia Nacional. Más adecuado, imposible. Espert, hoy con 83 años, es la heredera de Xirgu. Por trayectoria, por consenso de público y pares, y por el estrecho vínculo con la obra de Federico García Lorca.
A veces los poetas dicen que los actores arruinan la poesía.
Yo creo que la voy a arruinar del todo [se ríe], porque en cada uno de los poemas del Romancero gitano yo veo una obra de teatro. Siempre he lamentado que Federico no convirtiera cada uno de esos poemas en una obra completa. Yo no salgo a recitar como Berta Singerman, que era una gran recitadora, sino que soy una actriz que sale a hacer todos los personajes. Así que al poeta que haya dicho eso se le van a poner los pelos de punta.
Usted ha sido muy precoz en el teatro. ¿Cuál fue el primer papel en el que se sintió realmente una actriz hecha y derecha? ¿Medea?
En la primera Medea, sí. Ahí supe quién era yo, que no lo sabía. Ni lo sabía nadie. Estaba sustituyendo a una gran actriz que se había enfermado y abandonó la compañía 15 días antes del estreno de tres títulos diferentes: Medea, Fuenteovejuna y Las mocedades del Cid. Cuando tomé esos tres papeles tenía 17 años, casi 18. Me recuerdo día y noche estudiando, pero sin que me diera un ataque de pánico. Me recuerdo con muchísima memoria. Muchísima memoria.
Algo clave para un actor, una actriz.
Es algo que te regalan. Todo el mundo quiere tener una gran memoria, pero vienes de fábrica. Con ella o sin ella. Tantos grandes actores llegan a un momento en que, por su memoria, se sienten en peligro en el escenario. Y ese es el final.
¿Cómo se asume ese momento?
No se puede eludir. Si llega, tengas la edad que tengas y estés en el sitio del escalafón en que estés, es el final.
¿Ese es el miedo principal de una actriz?
Es un trabajo lleno de miedos. Al menos en mi caso es un miedo que se reproduce en cada representación. Puedes estar haciendo la función 197 de Doña Rosita la soltera y salir temerosísima al escenario e insegura sobre si vas a ser capaz de dar todo lo que están pidiendo y lo que están exigiendo. Porque me he colocado en una situación en que la gente me exige, espera eso que prometo.
Un miedo que, quizás, ayuda a poder hacer 2.000 funciones de Yerma, como fue su caso.
Creo que sin ese miedo sería un aburrimiento, ¿no? Vendría el amaneramiento. Vendría la frialdad. A ese fuego interior hay que echarle pequeñas maderitas para que esté siempre vivo. Una cosa muy curiosa es que, además del miedo, también ayuda el cansancio. Te avisa que estás en peligro y hace que te subas a lo alto de tus capacidades.
Las arcillas de Shakespeare
Harold Bloom decía, con ese entusiasmo que lo caracteriza tanto para ensalzar como para denostar, que William Shakespeare contribuyó a crear nuestra sensibilidad. ¿Usted piensa que García Lorca hizo algo parecido?
Creo que sí. Cambian las sociedades y lo que esos autores hacen; incluso para los que no les han conocido, es como rellenar los vacíos que tienen las sociedades. Lorca, Shakespeare, los clásicos grecorromanos realmente nos han construido. Son total y absolutamente actuales. Tanto como el joven autor que escribe ahora y consigue subir su obra a un escenario. Creo que Bloom tiene razón, y para Federico es un sí también.
Walter Rey, un gran actor uruguayo, dijo que todos quieren ser Hamlet de jóvenes y Lear de viejos. Usted los hizo a ambos.
Sí. Y los hice a tiempo. Tenía 24 años cuando hice Hamlet, aunque quizás es muy pronto para hacerlo; y tenía 79 cuando hice Lear. He cumplido con mis obligaciones.
¿Qué cambia en una actriz tras atravesar esos dos grandes personajes?
Lear es un papel terrorífico. Detrás de sí y de su actuación tiene una leyenda. Los más grandes actores del mundo han temblado ante la posibilidad de hacer la noche de la tormenta de Rey Lear. Porque en cada país hay un gran actor que al final de su carrera hace Lear, como Alfredo Alcón, por ejemplo. Alfredo hizo dos Lear: uno en España, y otro diferente –porque era el mismo texto pero diferente director, y, por lo tanto, una interpretación distinta– en Buenos Aires.
Claro, porque se dice que Espert hizo Medea, pero en realidad hizo seis Medeas.
Ella me ha acompañado toda la vida... [hace una pausa] y espera que no os dé algún susto todavía [se ríe]. La he hecho en producciones diferentes, con directores diferentes, y la he dirigido yo misma, con Irene Papas en el papel protagonista. La última de las seis veces que la actué fue con el gran director griego Michael Cacoyanis. Medea ha ido envejeciendo conmigo. Pero también han ido cambiando las causas y las razones de su venganza. Ya deben de estar preparándose actrices maravillosas de 35 o 40 años para hacer sus Medeas. Deben de estar poniéndose a punto.
Incendios y cenizas
Otro papel que ha de haber sido un gran desafío es el protagónico de la obra Incendios, de Wajdi Mouawad. Usted la hizo en versión de Mario Gas, uruguayo por azar, ya que nació acá cuando sus padres estaban de gira.
La dirigió maravillosamente y es uno de los grandes éxitos del teatro en España de los últimos años. Una obra mágica y muy difícil para los actores. Todos hacemos varios papeles. Yo hice toda la saga: la madre de Nawal, Nawal joven y Nawal vieja. Es una maravilla de espectáculo.
Cuando el personaje de Nawal dice “hay verdades que sólo pueden ser reveladas con la condición de ser descubiertas”, no habla sólo de Líbano. Nuestros países, y España en particular, parecen no haber resuelto bien el tema de la memoria histórica.
No. España lo ha hecho fatal. Había tanto temor en 1975 sobre qué iba a pasar con ese país que salía de una dictadura de 40 años, con tanta sangre, que se hizo todo con una buena fe enorme y mucha prudencia. Mucho temor. Y después no se encontró el momento. Se había logrado el milagro de una Constitución magnífica, bellísima y modernísima que tenemos, muy progresista, y había temor de estropear algo. Pero han pasado 40 años y la herida sigue sin cerrarse. Aún hay fuerzas, sobre todo en este momento, que suspiran por momias que deberían estar ya convertidas en polvo. Que suspiran por un pasado horrendo que ya terminó. Que terminó. Espero que haya terminado. Así, con grandes signos de acentuación: que terminó.
Viene de estar en Córdoba durante el Congreso Internacional de la Lengua Española. ¿Qué se trae de esa instancia en la que estuvieron hablando sobre la que, en definitiva, es su herramienta principal de trabajo?
Algunos de los mensajes que he escuchado son muy interesantes. Por ejemplo, sobre el viaje del español a lo largo de la historia. Cómo, con aciertos y errores, esa lengua se nutrió de otras. Cómo en América fue tomada por gente que la aprendió para defender su vida y cómo todo eso se expandió como una explosión de belleza. Y no estoy esquivando ni una sola de las cosas que se hicieron y no debieron hacerse. Estoy hablando de la lengua, nada más.
No está esquivando, por ejemplo, la reciente carta del presidente de México al rey de España, en la que le pide que se disculpe por lo ocurrido durante la conquista.
No. Sinceramente, no. México es un país al que debemos tantísimo. Después de que perdimos la guerra civil española, México nos acogió. Le debemos tanto. Le amamos tanto por eso. Hablamos tanto de México cuando hablamos de las desventuras que pasaron en España. Tanto, tanto. Que, de pronto, volver al rencor de hace 500 años y olvidar que esa herida se había cerrado, que ellos habían accedido a cerrar esa herida recibiendo ahí a lo más doloroso del exilio español. No, me parece que se ha equivocado. Al presidente que nos acogió en aquel momento le hemos hecho tantos homenajes, a los que hemos acudido con todas las fuerzas progresistas para recordar que el mal puede olvidarse y convertirse en piedad, en hermandad, en comprensión. Debo de haber estado en 12 o 14 homenajes a esa memoria histórica. Lo que no hemos sabido es cerrar la nuestra en casa. Pero a México le hemos dicho todo lo que le debemos y cuánto le amamos.