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Bakunin sauna, una obra anarquista.

Foto: Alejandro Persichetti, difusión

Se estrena “Bakunin sauna, una obra anarquista”, de Santiago Sanguinetti

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Anarquismo, sudor e inteligencia artificial. O Bakunin, Mujica y Manson. Estos son algunos de los cruces de Bakunin sauna, una obra anarquista, con la que Santiago Sanguinetti llega a El Galpón.

Margarita es una vieja anarquista que se especializó en computación cognitiva y que, en el sauna de un hotel de Las Vegas, decide secuestrar a Ema, la nueva gerente general de IBM para Latinoamérica. Para la apuesta recibe la ayuda de Rosa y Bernardo, dos ex funcionarios de la misma empresa, y de un robot informático con la apariencia del filósofo ruso Mijaíl Bakunin, al que se programó exclusivamente para la ocasión.

El problema está en que la inteligencia artificial se sustenta en el aprendizaje automático, y, –como Sanguinetti adelantó a Socio espectacular– al haber conexión permanente en el hotel, “la máquina empieza a derivar su pensamiento y empieza siendo Bakunin pero luego pasa a un discurso de Mujica, y después termina convertido en Charles Manson y los quiere matar a todos”.

Bakunin sauna fue un texto que surgió en el marco del proyecto del Residenztheater de Múnich: este teatro organiza un festival dedicado a las nuevas dramaturgias, para el que en 2018 decidieron convocar a un dramaturgo por continente. Luego de esta residencia, un elenco alemán estrenó la obra, y hoy será la primera vez que la dirija el autor.

En Confesiones, Bakunin plantea que “nuestra misión es destruir y no construir”, ya que otros hombres, mejores que nosotros, serán los que construyan. ¿Esto dialoga con Bakunin sauna?

Sí y no. Lo que más me interesaba reflejar del mundo contemporáneo era la noción de absurdo y de cierta estupidez. Y, básicamente, lo que está en el fondo de cada una de las obras que he escrito últimamente es la distancia que existe entre la teoría, que es más o menos lógica, y su aplicación práctica, lo que termina denunciando una estupidez de base. En este caso no vendrán hombres mejores: más que ser una obra sobre Bakunin, es una puesta sobre los límites de los avances en computación cognitiva, o en inteligencia artificial [IA]. En el grupo discutimos mucho si se trataba de una obra que debate en términos políticos –que por supuesto que lo hace– o si más que nada ponía el énfasis en los avances de la IA y los límites de esos avances. En cómo una teoría perfecta se nos puede ir de las manos y terminar generando el caos más absoluto. Tanto es así, que los personajes terminan desactivando esta máquina de Bakunin porque se les va de las manos, pero el robot se convierte en Charles Manson, ya que el sistema de computación cognitiva se sustenta en el concepto del aprendizaje automático, y eso también se ve reflejado en la obra.

Bakunin se vincula con la subversión y el caos, algo que ha signado tus trabajos. ¿Hay una continuidad en ese sentido?

Sí, definitivamente. En términos específicamente de contenido aparece un vínculo muy estrecho con El gato de Schrödinger [que estrenó la Comedia Nacional en 2016], ya que ahí lo que generaba el caos cuántico era el atentado de un grupo anarquista que tomaba libros de Bakunin y [Piotr] Kropotkin para tapar los ductos de aire del Colisionador de Hadrones [acelerador y colisionador de partículas ubicado en la Organización Europea para la Investigación Nuclear, cerca de Ginebra] para que volara por los aires. En este caso, los personajes también vuelven a ser anarquistas, pero a diferencia de El gato..., la teoría anarquista está mucho más explícita, ya que está en boca de Bakunin. De modo que hay cierta continuidad en esto, y en la idea del caos como generador de teatralidad.

Y también se intuye el vértigo que posiblemente imponga la proximidad de la muerte.

Exacto. La inminencia de la muerte y el proceso fue muy cercano, si bien cada uno es distinto: en este caso, es una obra más corta que El gato..., y trabajamos utilizando el profundo histrionismo que tienen todos los actores, tratando de ajustar la actuación a la escena en términos de ideas. Y digo esto porque lo que se produjo al comienzo de los ensayos fue una conversación vinculada a las ideas, aprovechando que estamos trabajando con un elenco fuerte en términos ideológicos: hablando sobre las ideas que se exponían y sobre una idea filosófica y teatral de fondo, nos preguntamos si debemos generar claridad acerca de los problemas del mundo y proponer soluciones, o si alcanza con plantear una pregunta y exponer un problema. Evidentemente, nos paramos en esta segunda línea, y, siendo conscientes de esto, sabemos que no es una obra realista, sino una farsa política de ciencia ficción, y no es claramente una comedia, sino algo más extremo. De modo que, cuando arrancamos a trabajar en la escena, prácticamente fue darle el espacio a los actores para que se lucieran con ese texto, que, justamente, estaba pensado para que los actores tuvieran posibilidades de juegos teatrales. Y después aprovechamos la historia de cada uno de los actores que son un momento, como es el caso de Nelly Antúnez, Myriam Gleijer y Héctor Guido (ya que Pierino [Zorzini] y Claudia [Trecu] son un poco más jóvenes). También implicaba un “los escucho y aprendo”. Y después ajustar ritmos y aclarar las situaciones.

A nivel personal, ¿cómo te interpela esa historia?

Curiosamente, no fue un proceso en el que se generaron discusiones problemáticas, que en el teatro siempre están presentes –al menos en el buen sentido–. Una vez que debatimos acerca de las ideas del texto, todo fluyó de una manera muy armónica y todos quedaron rápidamente ubicados detrás de las ideas del texto. Y me siguieron hasta el final en términos de ritmo, que no es nada fácil, también porque es la primera vez que trabajo con actores que pretenden tener 80 años.

Y también es una puesta que se puede vincular con la historia de El Galpón.

Eso sin duda, y creo que dialoga bien con esa historia. Quizás, de la trilogía anterior y El gato..., esta es la obra más claramente dialéctica, la que pone a debatir en escena: ni bien se presentan los dos personajes principales, una le dice a otra: “Hola, soy Ema, gerenta general de IBM para América Latina”, y el otro dice: “Hola, soy Mijaíl Bakunin, fundador de la Alianza Internacional de la Democracia Socialista”. Y esa es la obra, que se cierra con la reflexión de uno de los personajes: cuando los dos ya están desactivados, y uno encima del otro, casi muertos, alguien dice: “Miralos ahí, qué dialéctica absurda, qué enchastre ideológico. Pasame la navaja que esto recién empieza”. La idea del enchastre ideológico y la dialéctica absurda está muy presente, al igual que en la trilogía, pero siempre con el objetivo de generar preguntas más que de orientar las respuestas o hacer una crítica explícita. Es generar preguntas a través de un juego puramente teatral, aunque por supuesto que tomando la materia política como esencia para generar ese debate. Y estas son preguntas de fondo que El Galpón se ha hecho permanentemente a lo largo de su historia, de cómo se distribuye el poder en una sociedad, cuáles son las características de la opresión o cuál es el concepto de alienación.

Bakunin sauna, una obra anarquista. Texto y dirección de Santiago Sanguinetti. Con Myriam Gleijer, Nelly Antúnez, Héctor Guido, Pierino Zorzini y Claudia Trecu. Sábados a las 21.00 y domingos a las 19.30. Teatro El Galpón.

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