Las 400.000 personas que hace medio siglo colmaron 600 acres de pasto en Bethel, un pueblito rural al sur del estado de Nueva York, en aquel festival llamado Woodstock, tuvieron la chance de ver a 34 artistas de toda índole durante tres días –y noches–. El evento, todo el mundo lo sabe, fue la quintaesencia del festival de rock, tantas veces imitado pero nunca igualado, y adquirió estatus de leyenda –incluso más allá de la música–, gracias a la película homónima de 1970 y a los infinitos discos editados en cada aniversario redondo del evento.
No hace falta contratar a una encuestadora para saber que, de esa treintena de shows, el que más hondo caló a nivel masivo fue el de Jimi Hendrix –que no en vano cerró el festival–, con su interpretación de “Voodoo Child”, pero sobre todo por “The Star-Spangled Banner”, el himno de Estados Unidos, en una versión descarnada pero al mismo tiempo muy sentida, que haría incomodar a Rodolfo Nin Novoa. El podio legendario lo completaron Santana con “Soul Sacrifice” y Joe Cocker con su versión desgarradora de “With a Little Help from My Friends”.
Pero en el film original no apareció ni una toma de un grupo que salió al escenario de Woodstock el domingo 17 de agosto de 1969 pasada la medianoche, antes de Janis Joplin –otra recordada del festival–, y que fue presentado así: “Ladies and gentlemen, to continue, please warmly welcome with us Creedence Clearwater Revival”.
Medio siglo después, los 55 minutos del show de CCR –Creedence para los amigos– fueron editados completamente, de manera oficial, en CD, doble vinilo y Spotify. Al escucharlos, cabe preguntarse por qué diablos este material no vio la luz antes. La historia oficial cuenta que a la banda no le cuadró que en la película quisieran incluir sólo “Bad Moon Rising”, porque pensaban que no era lo mejor del repertorio que desparramaron aquella legendaria madrugada.
En lo alto
Los Creedence se formaron en El Cerrito, no en el de la Victoria sino en el de California, que da a la bahía de San Francisco. En 1968 lanzaron su homónimo disco debut y en 1969 estaban a punto caramelo, con su estilo directo a la mandíbula, sin pretensiones ni florituras espasmódicas, que distaba bastante del de los artistas que más sobresalieron en aquel festival (si bien es famosa por ser una banda de hits radiables de tres minutos y medio, CCR también tiene canciones largueras y voladas, como “Keep On Chooglin’”, “Graveyard Train”, “Effigy” y “Ramble Tamble”).
El cóctel de la banda tenía grandes cantidades de raíces de rock & roll, blues y country, con vientos pantanosos y sureños –aunque habían visto el sur de Estados Unidos sólo en foto–. Todo esto, comandado como nadie por John Fogerty, con su inconfundible voz de barítono agudón, áspera y gutural –es el yanqui blanco que canta más parecido a un negro–; su guitarra Gibson Les Paul, de la que se desprendían riffs y punteos filosos, melodiosos y certeros –con muchas notas dobles, que dan más fuerza y llenan–, y su pluma, con la que escribió historias sin vueltas.
A los bifes
En 1969 Creedence editó tres álbumes. El primero fue Bayou Country, que incluía uno de sus himnos, “Proud Mary”, y dos semanas antes de la presentación en Woodstock sacaron Green River. Como si todo esto fuera poco, meses después, en noviembre, lanzaron Willy and the Poor Boys, su mejor álbum, con gemas como “Down on the Corner”, la versión de “Cotton Fields” (original de Lead Belly) y la inoxidable “Fortunate Son”, que se convirtió en un himno anti guerra de Vietnam.
La discografía oficial de la banda contaba, hasta ahora, con dos álbumes en vivo, pero ninguno le hacía justicia a su calidad en el escenario. Para empezar, Live in Europe (1973) fue grabado en 1971, cuando Tom Fogerty, el guitarrista rítmico –hermano de John–, ya se había ido del grupo. Y el segundo y último, The Concert (1980), grabado en 1970 en un toque en Oakland, California, suena un poco débil y la performance no es la más aplanadora del grupo.
Así las cosas, Live at Woodstock es el registro en vivo definitivo de CCR. La calidad de sonido es formidable –parece grabado anteayer– y la mezcla es un elixir de rock & roll. Al escuchar con auriculares se nota muy bien cada instrumento: la guitarra de John a la derecha, la de Tom a la izquierda, el bajo –más juguetón que de costumbre– de Stu Cook al medio, y la batería de Doug Clifford también en el centro del espectro estéreo, como corresponde. Para rematarla, la voz de Fogerty, también central, suena bien cercana, como si estuviera cantando a un metro de nosotros. Casi que se puede sentir su aliento.
El disco se abre con la sureña, pantanosa y misteriosa “Born on the Bayou”, y la guitarra más áspera y brillosa que nunca, con el clásico efecto serpenteante marca de la casa. Enseguida, la interpretación nos marca lo que será a lo largo de todo el disco, crudo, visceral y contundente, como terminan de demostrarlo “Green River” y “Bad Moon Rising”.
Pero lo que se destacaba de manera pornográfica aparece en la segunda mitad del disco, empezando por la hechicera “I Put A Spell On You”, que abría el álbum debut de Creedence. La original era un rhythm and blues danzarín del inefable Screamin’ Jay Hawkins, pero Fogerty y compañía la hicieron más densa, blusera y amenazante, y le agregaron un interludio de siete acordes que suena como si la magia negra se te acercara sin remedio. “Te metí un hechizo / porque sos mía. / Será mejor que pares / las cosas que estás haciendo. / ¡Cuidado!, / no estoy mintiendo”, dice la primera estrofa.
La demoledora versión de “Night Time Is the Right Time” suena más negra que la de Ray Charles y es una de las tantas del disco donde las guitarras se aúnan para formar una base rítmica sólida que podría sostener al Empire State con King Kong borracho abrazado a la antena.
En esta escalada de interpretaciones que se van superando, la frutilla del postre la pone el tema final, “Suzie Q”. La original, de Dale Hawkins, es un rockabilly de dos minutos que no tiene nada de otro mundo, y que CCR hizo suya –otra vez– al tocarla más lenta, bluseada, con solos por aquí y por allá y una coda psicodélica, dando como resultado ocho minutos y medio a los que no le sobran ni un segundo. La versión que tocaron en Woodstock dura más de diez y, por como suena, es poco.