Dejando de lado los vaticinios sobre su muerte que se repiten desde hace 60 años, es innegable que en esta última década el rock no ha tenido un rol central en la música popular global; tanto lo más transgresor como lo más comercial han pasado por otro lado. Sin embargo, hay figuras que en forma individual han seguido marcando tendencias dentro de un género que aparenta no tener más nada para decir. Una de esas figuras es Jack White, uno de los últimos artistas que renovó el rock de comienzos del siglo XXI, y que se presenta el 18 de octubre en el Teatro de Verano.
A inicios del siglo XXI hubo varias movidas simultáneas que buscaron rescatar movimientos o tendencias del siglo anterior para darles una nueva lectura. El llamado rock de garaje de la década de 1960 y el punk de los 70 tuvieron su revival a inicios de los 2000. Fue uno de los tantos retornos a las raíces que el rock practicó desde su inicio, buscando mantener su frescura. Aunque esta vuelta pareció más nostálgica y menos transformadora que las anteriores, dejó sin embargo muy buena música y grandes discos. 2001 fue un año crucial para esa movida, marcado por los debuts discográficos de grupos como The Strokes, The Vines o Black Rebel Motorcycle Club.
Hubo otro grupo que comenzó a sonar fuerte ese año: el dúo estadounidense The White Stripes. Provenientes de Detroit, tenían dos discos en su haber cuando la fiebre por el rock retro hizo que su tercer trabajo tuviera una difusión muchísimo mayor que su obra anterior.
The White Stripes tenía todos los elementos adecuados para llamar la atención en un momento tan receptivo a propuestas que revalorizaban el rock de raíz con la mirada del naciente siglo XXI. Provenían de una ciudad con una enorme tradición musical y una de las cunas del rock de garaje y el punk, de la mano de pioneros como The Stooges y MC5. Llevaban la simplicidad al extremo con sólo dos instrumentos –guitarra y batería–, y su opción radical por la tecnología analógica y la grabación casi en vivo le daba a su música un aire de anacronismo pero a la vez de autenticidad que la hacía aún más atractiva. La propuesta del dúo era una particular mezcla de blues, hard rock, pospunk, folk y country, con cuidadas melodías y letras con un costado refinado e intelectual que permitían una lectura diferente de las canciones, alejándolas de los clichés del rock. Mantenían el primitivismo y la energía de la tradición garajera de Detroit, pero con un guitarrista virtuoso, que tomaba elementos del blues y el rock más elaborado. Su puesta en escena también era muy atractiva, lo que se unía al misterio que cultivaban sus integrantes, una pareja que compartía apellido, pero nunca quedaba del todo claro cuál era su relación.
Jack Gillis, el fundador del dúo, había estado asociado a la escena del rock más alternativo de su ciudad desde la adolescencia, formando parte de distintos grupos como baterista y guitarrista. En 1996 conocería a Megan White, con quien se casaría ese mismo año, tomando legalmente su apellido e invirtiendo la tradición anglosajona, en la que la mujer adopta el apellido de su esposo.
Cuenta la leyenda que Meg agarró un día los palillos de la batería de Jack y, sin nunca antes haber tocado en su vida, se puso a acompañar a su esposo que tocaba la guitarra. Este quedó fascinado con el groove de su pareja, y así nacieron los White Stripes.
Sea cierto o no, la realidad es que el estilo tan particular de Meg White como baterista –primitivo, minimalista, con un tempo bastante irregular, pero a la vez lleno de garra e inusual swing– es una parte fundamental del sonido “White Stripes” por más que el frontman, compositor, cantante, guitarrista y hasta productor de la banda sea Jack White.
Había, como se dijo, algo más que energía rockera y primal en su propuesta. No es casualidad que el segundo disco del grupo, editado en 2000, se titulara De Stijl, en honor al movimiento artístico holandés de principios del siglo XX. Jack White, tapicero y diseñador de muebles además de artista plástico, era un gran admirador de dos de sus fundadores, el pintor Piet Mondrian y el arquitecto Gerrit Rietveld (a quien el disco está dedicado). La abstracción geométrica que postulaba el movimiento, el uso de los colores primarios y el minimalismo militante pueden encontrarse en la música de The White Stripes y en sus opciones estéticas, que incluían el uso exclusivo de los colores blanco, rojo y negro en su vestimenta, en la tapa de sus álbumes y hasta en sus instrumentos y equipos.
Si White Blood Cells (2001) fue el disco que comenzó a hacerlos conocidos internacionalmente (y el álbum a partir del cual White dejaría su oficio de tapicero), su cuarto álbum, Elephant, lanzado en 2003, fue el que convirtió al grupo en un inesperado fenómeno masivo.
“Seven Nation Army”, la canción que abre el disco, fue desde su salida un clásico instantáneo y se convirtió en una de las canciones de rock más famosas del siglo XXI. Dentro de una lista muy selecta entre los que podemos incluir “(I Can’t Get No) Satisfaction” de los Rolling Stones o “Smoke on the Water” de Deep Purple, es de esos temas que todo el mundo reconoce no tanto por su melodía sino por el riff de guitarra (que en este caso simula el sonido de un bajo). Y es un hecho muy curioso que la canción –o más bien su riff– se haya convertido en uno de los más distintivos cantos de hinchada deportiva (no sólo futbolera) del mundo entero.
Jack y Meg White siguieron refinando su propuesta, sin salir nunca de los límites estéticos que ellos mismos se habían impuesto, en dos discos más: Get Behind Me Satan (2005) e Icky Thump (2007), manteniendo un altísimo nivel de popularidad. En 2011 anunciaron el fin del proyecto. Meg dejaría de hacer música, al menos públicamente. Jack, en cambio, continuó una actividad que ya en tiempos del dúo comenzaba a abrazar varios intereses simultáneos.
Mismas influencias, distintos caminos
Parte de la carrera de Jack White podría compararse a la de un director cinematográfico de género que, sin nunca apartarse de ciertas reglas, tiene una mirada personal que lo distingue del resto. Podría decirse que es uno de los pocos (si no el único) que logró volver a hacer sonar fresca la música directamente derivada del blues, algo que no pasaba desde fines de la década de 1960. Y lo hizo de varias maneras y desde ángulos distintos, no sólo con los White Stripes.
En 2005 formó la banda The Raconteurs, junto a Brendan Benson, Jack Lawrence y Patrick Keeler. Con ellos amplió la paleta sonora manteniendo gran parte de las influencias que tenían los White Stripes. La canción más conocida del grupo, “Steady, As She Goes”, es una excelente muestra del extraño talento de White como compositor y productor. La canción suena extremadamente familiar, como si uno la hubiera escuchado muchas veces y viniera del pasado, pero a la vez tiene algo personal y nuevo que es difícil desentrañar, pero está sin duda ahí. Con esa banda editó, hasta ahora, tres discos: Broken Boy Soldiers (2006), Consolers of the Lonely (2008) y Help Us Stranger (2019).
En 2009 White formó The Dead Weather, retomando su primer rol de baterista. El grupo se completó con Alison Mosshart, cantante de The Kills, Dean Fertita, miembro de Queens of The Stone Age, y Jack Lawrence, de The Greenhornes y The Raconteurs, mostrando otra cara de sus mismas influencias. Los álbumes Horehound (2009), Sea of Cowards (2010) y Dodge and Burn (2015) son una atractiva colección de hard rock y blues, con influencias en partes iguales de Led Zeppelin y del blues eléctrico más furioso, con un sonido sucio y agresivo. Una vez más, Jack White y los suyos se las arreglaron para que el disco no sonara solamente como una buena copia de música ya hecha, sino como algo personal, utilizando muy pocos elementos originales que uno no termina de darse cuenta cuáles son, pero son ese plus que hace la diferencia.
En 2012 White sintió la necesidad de editar un álbum, bajo su nombre. Blunderbluss, su primer disco solista –luego de seis discos con White Stripes, dos con The Raconteurs y dos con The Dead Weather–, continúa en parte las búsquedas e influencias musicales de sus experiencias grupales, pero ampliando un poco los distintos marcos que el artista se había impuesto para desarrollar su propuesta. Es también en lo letrístico una obra –al menos en apariencia– más personal y confesional. White siguió ese camino en Lazaretto, su segundo álbum editado en 2015. Rock, blues, folk, country –música estadounidense, en definitiva– que, como sus obras anteriores grupales y solistas, siguen tradiciones establecidas, pero a la vez las renuevan, dando una nueva visión sobre lo ya transitado.
Los discos que siguieron fueron mostrando otros caminos, dinamitando, en parte, la imagen que el propio White había ayudado a crear.
Cambios
El universo musical en el que Jack White se movió desde su adolescencia está muy ligado a cierta romantización del mundo analógico. En plena era del auge del CD y de la revolución digital de las técnicas de grabación, los grupos que White seguía o llegó a integrar distribuían su música en simples y LP de vinilo, grababan en cinta y con equipamiento totalmente analógico y usaban instrumentos, amplificadores y efectos concebidos en las décadas de 1950 y 1960. Esa postura, que mezclaba la búsqueda de cierto sonido que se creía inconseguible con las técnicas contemporáneas, el gusto por lo retro y una buena dosis de fetichismo, fue una parte muy importante de la estética de los White Stripes.
El grupo jugó su papel en la revalorización del disco de vinilo que comenzó a gestarse en los años 2000, editando la mayor parte de sus lanzamientos (simples incluidos) en ese formato. Jack White llevó su militancia más allá al fundar en 2008 un sello discográfico, Third Man Records, en principio dedicado completamente al formato vinilo, expandiendo muchísimo su rango de acción en todos estos años. De ser un sello dedicado mayormente a editar o reeditar la obra de White con sus diversas agrupaciones pasó a ser una de las principales compañías del mundo especializadas en vinilo. Third Man ha reeditado clásicos del blues, el folk y el country, bandas de rock, grupos de hip hop, discos de comediantes de stand up y un larguísimo etcétera, con artistas que van de Billie Eilish a Caetano Veloso, pasando por Neil Young, Jay-Z, Metallica, Beck.
En 2009 se inauguró la tienda del sello en Nashville, incluyendo una sala de conciertos donde se graban en vivo shows que se editan directamente en vinilo. El sello publica una revista, libros y tiene su línea de ropa. La tienda tiene a la venta mobiliario diseñado por el propio White y cuenta con atracciones como una cabina de grabación donde uno puede grabar en forma instantánea su propia música en vinilo. En 2015, Third Man abrió una tienda en Detroit, y en 2021 hizo lo propio en Londres. El paso más trascendente fue la inauguración de una planta de fabricación de discos de vinilo en 2017, lo que convirtió el emprendimiento en una de las empresas más grandes del mundo en su rubro y a White en un mecenas de su ciudad (por los puestos de trabajo creados y por mejorar sustancialmente una zona deprimida de Detroit) y en héroe de la comunidad vinilera.
En 2008 se estrenó el documental It Might Get Loud, que reunía a Jimmy Page (Led Zeppelin), The Edge (U2) y Jack White para hablar de sus carreras, sus posturas estéticas y, sobre todo, su visión de la guitarra eléctrica.
El film, dirigido por Davis Guggenheim, comienza con White en un entorno rural, construyendo y luego tocando una muy rudimentaria “guitarra” eléctrica de una sola cuerda con un par de maderas, una botella de vidrio y unos pocos clavos. La imagen que el propio White había ayudado a construir de personaje un tanto excéntrico y con ciertos toques de ludismo –por su combate a la tecnología digital– se ve bastante reforzada en la película. Esa caricatura se trasladaba también en parte a lo que era hasta ese momento su propuesta musical, aunque siempre fue muy claro que por más apasionado que fuera por la música del pasado, él era un artista de su era. Ya desde las épocas de White Stripes, las colaboraciones musicales en las que se había embarcado daban muestra de un espíritu bastante más abierto del que se podía pensar si uno se quedaba con la mitología que el propio White había creado. A lo largo de todo este tiempo el músico trabajó en proyectos muy variados junto a Beck, hizo una canción para un film de James Bond con Alicia Keys, compuso con Beyonce y Jay-Z, produjo un disco de la cantante country Loretta Lynn, trabajó con Danger Mouse, Norah Jones y Daniele Luppi en un interesantísimo álbum y produjo a los raperos Insane Clown Posse, entre muchísimas otras cosas.
Su tercer disco solista, Boarding House Reach, editado en 2018, incluyó muchos de esos mundos en su música, con elementos de hip hop, funk, soul y experimentaciones que hacían un uso extensivo de las técnicas digitales de grabación y edición del sonido, deshaciendo su principismo analógico anterior.
Lo mismo sucede en Fear of the Dawn, uno de los dos (sí, dos) discos que Jack White editó este año. Es un álbum tal vez un poco excesivo en su sobreproducción pero lleno de momentos interesantes que lo revelan desarmando los marcos que había creado y probando cosas nuevas sin dejar de ser él mismo.
El segundo disco, Entering Heaven Alive, muestra el lado más acústico del artista. Es un costado que ya estaba en los White Stripes, en sus otras bandas y en su carrera solista, pero el encanto del disco –además de las muy buenas canciones y los excelentes arreglos– está en el resultado que da el conjunto. Hay una belleza especial en la unión de estos temas que hace de este álbum una de sus mejores obras.
Este año White volvió a salir de gira presentando estos dos álbumes, que son en gran parte resultado del encierro motivado por la pandemia. La muy buena noticia es que esa gira incluye Uruguay. Jack White se presentará en el Teatro de Verano el martes 18 de octubre en el marco del festival Primavera 0, con Cat Power como artista invitada (ver recuadro). Una excelente oportunidad para ver de cerca a uno de los músicos de rock más importantes de los últimos 20 años.
Cat Power
La presentación de Jack White ha opacado un poco a la artista que abre el festival del 18 de octubre. La estadounidense Chan Marshall, más conocida como Cat Power, es una figura muy importante de la escena independiente, que tuvo momentos muy grandes de popularidad entre fines de la década del 90 y mediados de la de 2000.
Su primer disco como Cat Power, Dear Sir, se editó en 1995, pero fue su cuarto álbum, Moon Pix, de 1998, el que marcó el inicio del estilo introspectivo e intimista que la haría más famosa, ayudado por un nuevo uso de su voz, con una mezcla de sensualidad susurrada y energía soul, sin dejar de lado la omnipresente influencia de Bob Dylan.
En 2006 se editó The Greatest, el disco que terminaría de convertir a Cat Power en una artista popular, trascendiendo los límites del rock independiente. En él se acompañó de un grupo de veteranos sesionistas de Memphis, ahondando en sus raíces sureñas sin hacer para nada un álbum de género. El álbum manejó muy bien la tensión positiva entre el universo de Cat Power y el de los músicos y arregladores, y llevó su música a ser banda sonora de series de televisión y películas, expandiendo aún más su público.
Problemas de depresión y adicciones hicieron que Marshall se apartara cada tanto de su carrera musical, pero siguió produciendo muy buena música en años subsiguientes, como el muy interesante álbum The Sun, de 2012.
Una de las “especialidades” de Cat Power ha sido la reinvención de canciones ajenas en versiones personalísimas que se apartan mucho de las originales, dando nuevas lecturas a temas extremadamente conocidos. Su primer disco de versiones fue The Covers Records, de 2000, en el que deconstruye completamente nada menos que “(I Can’t Get No) Satisfaction”. La segunda obra con temas ajenos fue Jukebox, de 2008. En 2022 lanzó Covers, que, como su nombre lo indica, también está basado en canciones de otros autores, desde Frank Ocean a Bob Seger, pasando por Iggy Pop y Nick Cave.