En la cuadra sólo dos familias teníamos video en los 80: la mía y la de mi amigo José. Pero el video de mi casa no estaba conectado todo el tiempo a la televisión, y además estaba en el cuarto de mis padres, que no me dejaban hacer esa conexión todo el tiempo. El de José sí, estaba en el living, su familia no estaba casi nunca, y estaba conectado a la tele siempre. En su casa grabamos Volver al futuro, El regreso de los muertos vivos, Karate Kid y Cazafantasmas. Las veíamos todo el tiempo sin cansarnos. Incluso años después, cuando abrió el primer videoclub del barrio y podíamos sacar lo que quisiéramos, seguíamos viendo esas películas grabadas de Festival, Gran Lunes, Cine Espectacular o Sábados de Cine.
Ivan Reitman, muerto hace unos días, no fue sólo Los cazafantasmas, y me daría cuenta mucho más adelante. Cuando éramos chicos poco nos importaba quiénes eran los que hacían las películas. Por suerte no éramos cinéfilos en ese sentido, no queríamos acumular conocimiento sino placer. Así que mucho tiempo después, ahí sí, viendo quiénes habían dirigido y producido las películas que nos gustaban, descubrí que había visto todas las de Reitman, y que todas me habían hecho feliz.
Reitman era un fanático del cine y además había encontrado a un grupo que le seguía el tren. Entre el fin de los 70 y mediados de los 90 dirigió o produjo películas en las que estuvieron casi siempre las mismas personas: Bill Murray, Harold Ramis, John Candy, John Landis, Dan Aykroyd, básicamente la barra que andaba en la vuelta de esa usina desmesurada que fue Saturday Night Live. No es extraño que en las películas de Reitman, Landis, Martin Brest o Ramis aparecieran otros de SNL, como James Belushi, Eddie Murphy, Chevy Chase, Steve Martin. Época fermental de la comedia, el humor y lo romántico, pero siempre en búsquedas que, sin desconocer la tradición, plantearan cosas nuevas, y a la que se podrían sumar otros nombres, como Nora Ephron, Rob Reiner, Penny Marshall, aunque una lista exhaustiva sería interminable.
Herederos directos de la generación de los 70, continuaron su legado del cine como obra sensible y descomunal, pero también recuperaron la precisión, y por qué no, las fórmulas narrativas del cine clásico. El cine volvió a ser un mecanismo de relojería, una maquinaria perfectamente aceitada, pero con toques incomprensibles, con irrupciones ilógicas, con desmesura, con alma, con ritmo vertiginoso, arrollador, con puro entretenimiento. Y todo eso aplicado a un drama, una comedia, un policial, una película de terror o una de acción. Tan sólo los cinco minutos iniciales de una película considerada industrial y casi un enlatado por la cinefilia tradicional, como Arma mortal, demuestran la conjunción perfecta entre el nuevo cine de vértigo y entretenimiento y las fórmulas clásicas de cuando el cine las elaboraba y las seguía a rajatabla.
En el caso de Reitman, su punto fuerte quizás fueron los antihéroes. En gran parte de su obra los personajes son depresivos sin futuro (Stripes), jóvenes de una clase media en crisis (Meatballs), personas que por distintos motivos quedaron fuera de los populares o hegemónicos (Cazafantasmas), otros con pasado glorioso pero presente decadente (Seis días y siete noches), o directamente seres despreciables, como el personaje de Danny DeVito en Gemelos. Siempre en lados recónditos de la ciudad, la noche, los barrios periféricos, el bajo. Esa primera etapa, quizás la más importante, era cómica, pero también un poco melancólica; los buenos eran incapaces y a la vez no tan buenos, y hasta los malos hacían lo que podían y terminaban siendo entrañables. Por eso nos gustaban sus películas, porque nos entretenían, con un timing de comedia perfecto (incluso en películas que no son comedia, como Peligrosamente juntos, en la que el clima lo ponen Robert Redford y Debra Winger en clave de comedia), pero siempre sentíamos que lo que veíamos en la pantalla tenía carne, sangre, alma. Era entretenimiento, del más mainstream e industrial, pero sus películas no nos parecían artificiales.
En su última etapa se volcó a otro tipo de películas, algunas sin mucho éxito, otras injustamente castigadas, como la excelente Amigos con derechos, una de las mejores películas románticas de los últimos 15 años, pero ya no tuvo esa carne que veíamos en sus primeros años, quizás porque el cine cambió, y no todos logran (o buscan) adaptarse a lo que pide el nuevo público.
Para escribir estas líneas y no quedar como un trasnochado nostalgioso que defiende lo indefendible, volví a ver las películas de Reitman. Vi a Bill Murray comandando un campamento de verano impresentable, y años después metiéndose en el Ejército para encauzar su vida decadente; vi a los Cazafantasmas luchando con un gigante de malvavisco y a Sigourney Weaver poseída; a Schwarzenegger llegando de una isla del Pacífico en busca de su hermano perdido, luego metiéndose en un jardín de infantes para averiguar un crimen, y hasta embarazado; a Kevin Kline fingiendo ser el presidente de Estados Unidos, y me volví a sentir un niño en lo del José, con el video pronto para grabar y perpetuar, a pesar de todo lo que pasaba a nuestro alrededor, esas historias que nos hacían felices.