Nunca vi una bruja juega con la ironía y con la interrogante como método. Lejos de cancelar el asunto que anuncia, la negación que aparece en el enunciado del título, que da inicio a la narración en modo pregunta, se convierte en el leit motiv que oficia de hilo conductor y va planteando a lo largo de la trama un contrapunto con lo que ocurre a lo largo de las páginas –o lo que quizá ocurra, o lo que los lectores podríamos interpretar que ocurre–, que encuentra en la ilustración el vehículo ideal.
La ilustración de la portada condensa esa ambigüedad en los puntos de vista al mostrar a una anciana que ve a través de sus lentes a una niña y un perro. En el cuento serán los ojos de la niña los que guíen al lector en una visita a su amorosa abuela, que vive “donde se acaba la ciudad y empieza el campo”. Hay en el texto de Luciana de Luca tanto un homenaje a ese vínculo entrañable de la niñez con los abuelos como un detenimiento –tan de niño que pasea y no está pendiente del tiempo– en las descripciones, los sonidos, los colores, las texturas, los olores; en la lectura vamos con ella en ese viaje.
Todo el cuento es un ir y venir entre lo bucólico y algunos tópicos de los cuentos de hadas –los relacionados con las brujas–, que son resignificados. La niña protagonista tiene una inquietud: nunca vio una bruja. La curiosidad y la pulsión de búsqueda son las que determinan su mirada y la de los lectores, que avanzamos junto a ella intentando descubrir lo brujeril, y en el diálogo entre el texto y las ilustraciones de Francisco Cunha aparecen huecos, pistas, cuestionamientos, como si un titiritero mostrara todo el tiempo lo que ocurre detrás del retablo. Ese estado de guiño al lector, que maneja más información que la protagonista, mantiene la tensión narrativa y, al mismo tiempo, el misterio.
Siempre jugando con la dicotomía (¿continuo?) abuela-bruja, el texto juega en las lindes entre realidad y fantasía, resignifica lo tenebroso en una experiencia de disfrute, y va hilvanando las palabras exactas. Nunca vi una bruja es, claro que sí, un cuento sobre la mirada y, en general, sobre los sentidos y sus posibilidades: sobre lo que se ve y lo que no se ve, sobre “acostumbrar los ojos a tanto horizonte” y, especialmente, sobre cómo se ve el mundo con ojos de niña y en estado de interrogación.
Si la claridad de los espacios abiertos del campo era la tónica de Nunca vi una bruja, la tonalidad tenue de la luz artificial del salón de clases es la iluminación de El alumno nuevo, el nuevo libro de Pablo de Santis, ilustrado por Cristian Turdera, que acaba de ser galardonado por la Asociación de Literatura Infantil y Juvenil de Argentina como uno de los dos mejores libros ilustrados del año. Publicado por Calibroscopio, la edición es cuidada al extremo. La potencia del libro se funda, por partes iguales, en un texto que va desgranando la historia con maestría en distanciarse y acercarse, en decir en el momento justo, y unas ilustraciones excelentes, de fría geometría, algo inquietantes, jugada a la simetría, a las luces y sombras, a los pequeñísimos detalles.
Con una referencia en Frankenstein, de Mary Shelley –también, quizá, en el ballet Coppélia–, pone en juego una reflexión sobre el ser, sobre la humanidad, sobre las máquinas. La historia transcurre en dos tiempos que condensan y reflejan lo que permanece y lo que ha cambiado de los dos protagonistas, y el vínculo entre ellos, lleno de misterio y de curiosidad.
La llegada de un alumno nuevo a una clase de sexto grado plantea, como suele ocurrir, un misterio: quién es ese niño, cómo es, qué le gusta, en qué se destaca y en qué no. Pero ese misterio se ahonda para la niña que lo observa, una atención que es inversamente proporcional a la del resto de los compañeros, que lo olvidan al poco tiempo. Es también este, de alguna manera, un libro sobre la mirada: la del interés, la de la niña que quiere saber, que quiere descubrir el secreto de ese niño demasiado perfecto, de ojos azules “hechos para el asombro”. Es, entonces, una historia sobre el alumno nuevo pero también sobre cómo lo ve la narradora.
Hay un momento inquietante, el del descubrimiento, que De Santis presenta en cámara lenta, deteniéndose en el estupor y el horror, y que Turdera ilustra también con maestría permitiéndonos ver a través de los ojos de la niña y experimentando su misma sorpresa en esa doble página reveladora.
El alumno nuevo desmonta el concepto de perfección y la desvela como lo monstruoso. En la doble temporalidad que plantea nos permite ver el cambio en los personajes, felizmente hecho de crecimiento e imperfección, al tiempo que aparece en una vaga intemporalidad la escuela con su pizarrón de madera negra y las tizas, con las fórmulas matemáticas y el alfabeto. Es un cuento sobre la amistad, sobre la comprensión y la posibilidad de vernos si prestamos atención, y sobre la humanidad, eterna imperfecta.
Más allá de las posibilidades de lectura que abre –es de esos libros que dejan picando al lector–, invita a volver sobre él para internarse en el detalle tanto del texto como de la ilustración. Una celebración de la emoción y de la importancia de aprender a equivocarse.
El alumno nuevo, de Pablo de Santis y Cristian Turdera. Calibroscopio, 2021. 40 páginas. Nunca vi una bruja, de Luciana de Luca y Francisco Cunha. Periplo, 2021. 40 páginas.
Inventario de dioses
El libro de Manuel Soriano y Dani Scharf, publicado el año pasado por Topito Ediciones, se presentará hoy, de 15.00 a 17.00, en el Centro Cultural de España (CCE, Rincón 629), con entrada libre hasta agotar aforo. Será una oportunidad para charlar con los autores, además de participar en la actividad interactiva “Inventá tu propio dios”, que se llevará a cabo en conjunto con el Club de Lectura Juvenil del CCE. Se ahondará en la narración visual y en el proceso creativo tanto de la investigación como de la selección de los dioses que componen el libro, y se invitará a los participantes a imaginar su propio dios y proponer cómo llevarlo a la página.
De los cuentos al teatro
Así se llama el taller que comenzará hoy y que se dictará los sábados, de 14.00 a 15.30, en el Castillito del Parque Rodó. Está a cargo de la docente Cecilia Placeres, tiene un costo de 800 pesos por mes y está dirigido a niños de siete a 11 años. La propuesta consiste en un acercamiento a las técnicas teatrales y en brindar herramientas plásticas para la escena. Hay cupos libres y por inscripciones hay que llamar al 2711 6061, de lunes a viernes de 10.00 a 15.00, o escribir a biblioteca.mariastagnerodemunar@imm.gub.uy.
¡Que viva la curiosidad!
Con ese lema vuelve a abrir sus puertas hoy, renovado, Espacio Ciencia en el LATU. Anuncian nuevos desafíos para toda la familia, al tiempo que, para ir haciendo boca dejan picando algunas preguntas: “¿Quién ganaría una carrera de 100 metros si los competidores fueran Usain Bolt y un ñandú? ¿Cuántos litros de agua podemos gastar si dejamos corriendo el agua mientras nos lavamos los dientes? ¿De qué se trata el efecto de la Habitación de Ames tan usado en la industria cinematográfica?”. Las entradas salen $ 320 y se adquieren en la boletería. Los niños de hasta cinco años inclusive no pagan. Más información: espaciociencia.uy.