El año pasado se cruzó con Ruben Rada y le contó que venía a pasar música a Punta del Este. El músico le dijo: “Poné OPA” y él le hizo caso durante su debut en Pueblo Narakan, que lo tiene como DJ residente todas las noches hasta el martes. Trabajó durante otras temporadas en la península esteña, incluso pasó música junto al reconocido DJ estadounidense Rosko y a fines de los 90 llevó adelante la FM Funky Soul, que transmitía desde la parada 6 de la playa Brava. Aquel enero, el plantel de esa radio estaba integrado por reconocidos DJ como Hernán Cattáneo, Javier Zuker, Carlos Alfonsín, el actor Jean-Pierre Noher (selector del soundtrack de la serie Okupas) y su hermano Nillo Flores, programador musical de Rock & Pop y FM Kabul, entre otras emisoras.
Flores comenzó su formación de disc jockey en clubes y boites de los 70 en Argentina, luego llegó a las discotecas grandes en los 80. Casi siempre compartió esa actividad con la musicalización en radios. “Pegando música soy de lo mejor que vi, junto a Rosko, con quien trabajé varias veces. Hacer una secuencia musical tiene algo de orfebrería, de encadenar piezas. No soy periodista, siempre me olvido de uno de los cuatro de Queen, pero los discos los escucho de punta a punta. Me preguntás qué poner atrás de “Another one bites the dust” y lo resuelvo enseguida; capaz que entra fenómeno un tema de [Daniel] Melero porque tiene los primeros compases parecidos a los últimos de la canción anterior. No es una cuestión de estilo, sino de ganchito”.
Acerca de los cambios en la popularidad y visibilidad del DJ, que ahora puede incluir una puesta en escena que lo exhibe sobre una tarima frente al público, Flores rememora: “Cuando empecé a pasar música estaban el portero, la piba del guardarropa, el barman y el DJ. La cabina era algo mínimo, la gente ni sabía que había un tipo poniendo discos: podían pensar que era una máquina. Después empezaron a seguir a algunos DJ, pero tenían que ir a verlos temprano, cuando entraban al boliche, porque después desaparecían en la cabina. Cualquiera es disc jockey una o dos noches, cuatro meses, pero hay que ver qué hace dentro de un par de años”.
De aquella época destaca la influencia de la música que sonaba en los boliches ante la ausencia de otras fuentes de información como las FM. Asimismo, se remonta a los orígenes de esa actividad, que define como heroicos: “Hay una película que se llama Swing Kids [Thomas Carter, 1993] que trata sobre eso. En la Berlín de preguerra, los pibes más avanzados escuchaban jazz, bebop, que era música de negros, judíos. Imaginate cómo les caía eso a los nazis. Cuando tomaron Berlín, veían llegar esos discos y los tiraban al agua. Estos pibitos corrompían a los estibadores, les pagaban para que les separaran cajones de vinilos antes que los lanzaran al agua. Pasaban música en terrazas y sótanos, se avisaban secretamente: ‘Esta noche, lo nuevo de Louis Armstrong en tal lado’. Los nazis empezaron a perseguirlos y cagaron a tiros a los DJ, a los que bailaban y a los que entregaban los discos. Fueron parte de la resistencia cultural al nazismo, no era que les gustaba la música nomás”.
1973: Homero y Artaud
Cree que la mejor época del rock sucedió en los primeros cinco años de los 70: “El 72 es el mejor año de la música según Homero Simpson; para mí es el 73, y lo que hace la diferencia es que él no escuchó Artaud. Pappo me decía que la ventaja que tenemos con los gringos es que nosotros conocemos a [Bob] Dylan pero ellos no saben de [Luis Alberto] Spinetta”.
Acerca de este momento del rock argentino, Flores lamenta la pérdida de varios referentes, entre los que enumera a “Luca Prodan, Miguel Abuelo, Federico Moura, Gustavo Cerati, Spinetta. No se murió cualquier otro de esas bandas, perdimos generales”.
En ese sentido, reflexiona sobre las innovaciones tecnológicas en recitales que proyectan la imagen del artista en procura paliar su ausencia: “A mí me pega mal el show con holograma. El primero que vi fue un recital en Las Vegas con imágenes de Frank Sinatra. No sé si bancaría el show completo, pero es un artilugio válido. Es un adicional que puede sumar, pero no creo que se fundamente todo en eso. A mí no me gusta, si pienso que el día de mañana hacen un holograma de un amigo como Willy Crook, siento que eso no te va a representar ninguna faceta de su personalidad y talento”.
A esas pérdidas le agrega otro fenómeno que afectó al rock de la vecina orilla: “La bailantización de la cultura musical tuvo un punto de inflexión en la llegada de Ricky Maravilla a una fiesta que hicieron por La Barra o José Ignacio en los 90. Lo vivíamos como un chiste para gente cansada de escuchar a Charly García o Soda Stereo, que hasta ese momento tocaban ahí, pero a la semana ya venían Gladys la Bomba Tucumana y otros así. Eran shows más baratos, que atraían a mucha gente. Atrás de la guita y en el nombre de Dios, se han hecho las peores cagadas”.
Flores Power
Más allá de su trabajo como DJ, dirigió varias radios y canales de televisión dedicados a la música, seleccionó temas para compilados, entre los que sobresale uno hecho a solicitud del reconocido sello de jazz Blue Note. Además, participó en películas, escribió libros, obras teatrales y notas en distintos medios de prensa, desde la recordada revista humorística Satiricón hasta el portal Infobae. También condujo programas de televisión y radio, ahora realiza Tao en Rock & Pop, al que agregó un podcast donde desmenuza el set de cada capítulo. También está al frente de Aduana de palabras, un magazine en el que lo acompaña la periodista Mariana Mactas en CNN Radio. Es autor de nombres de programas radiales que hacen replantearse la nomenclatura de esta nota, desde Guardias a mí, pasando por Querido Sordo y 120 años sin ti, hasta No es extraño que estés loca por mí.
Resalta los saberes adquiridos en conversaciones con legendarios comunicadores radiales, de quienes recuerda alguna enseñanza. Como aquella vez que Hugo Guerrero Marthineitz le dijo: “Si hacés un programa que puede escuchar cualquier estúpido, sólo van a escucharte los estúpidos”. O cuando Antonio Carrizo le recomendó leer para salir al aire porque “con lo que vos hablás, en la radio no alcanza”. De sus comienzos como asistente de producción en un programa radial del carmelense Juan Carlos Mareco, recuerda cuando le aconsejó que al momento de estar frente al micrófono le hable a alguien, aun cuando se encuentre solo porque “la humanidad no te necesita”. Flores comenta que aquella recomendación la aplica hasta hoy en su programa musical solista en Rock & Pop: “Le hablo muchas veces a Mariana [Armento], mi esposa; ella es productora, hacía la producción general de la FM Metro y estaba en la organización de Creamfields. Musicalmente es de otro palo, más electrónica: la vida de ella es de Radiohead para acá, mientras que la mía es de los Beatles para acá. La tengo siempre presente porque me ama y sé que es crítica desde ese lugar”.
Tao es el programa por el que quisiera que lo recuerden, y desde su llegada a la radio pensaba que una propuesta musical de este tipo funcionaría. “Aunque no sea un éxito masivo, nunca será popular, pero es un programa hecho para gente con algún problema resuelto, que tiene un espacio para dedicarlo a elevarse a través de la música, descansar y relajarse”, dice.
Acerca de la transmisión audiovisual de los contenidos radiales, comenta: “Es totalmente diferente el hecho de ver o escuchar un medio. La tele es la tele, el auto es un auto y un camión de 16 ejes es otra cosa. Podés ser un buen taxista pero un mal colectivero; capaz que vos lo usás para lo mismo, pero para el tipo no es igual. El concepto es diferente; la televisación es un evento que te obliga a una actitud muy pasiva, la radio no. Podés ponerla en un walkman y salir a correr por la playa. Ahora en la radio tenés el espécimen televisivo, el espécimen influencer, el pendejo plataformero, que está en 70 plataformas distintas y te explica todo”.
Contacto en Tailandia
Durante los 80 integró el legendario Aquí, Radio Bangkok por la emisora argentina Rock & Pop, que cambió la FM rioplatense al plantear un modelo radial que priorizaba el humor y la comunicación por encima de lo musical. Asimismo, manejaba un lenguaje callejero en contraste con el modo engolado que caracterizaba a las locuciones de frecuencia modulada.
De inmediato, la influencia del programa cruzó fronteras. Aquella intervención artística que mudaba la dinámica de la AM a la FM se tornó un lugar común hasta estos años. “Duró poco, pero fue muy intenso todo lo que pasó con el programa. Hicimos en dos años lo que otros tipos hacen en 20: conquistar a la audiencia. Era la impronta de Lalo [Mir], los demás llegamos después”, recuerda. Recibieron ofertas para volver con el programa, incluso les plantearon producir un show desde algún teatro, pero hasta el momento no parece cercana la concreción de alguna de esas propuestas.
En octubre, Aquí, Radio Bangkok fue homenajeado por la legislatura porteña: “Tardaron 35 años en reconocer al programa. El diploma dice que somos ciudadanos destacados de la cultura de Buenos Aires. Estuvieron dos años tratando de prohibirnos y ahora nos premian. Es un país donde todo es tan dudoso, hay marginalidad en todos los estratos. Había lugares en los que nos pasaban a la noche porque de día no lo podían poner. Que en este momento reconozcan un programa que era marginal… Hay una tendencia a que el margen sea la hoja. Siempre nos manejamos en el margen sabiendo que para eso debía existir la hoja y que esta debía ser más importante que el margen. Cuando el margen y la hoja son iguales estás en problemas, y ni hablar cuando el margen es más grande que la hoja. Era un programa muy border, ahora nos fusilarían. En nuestro Bangkok imaginario el deporte nacional era el lanzamiento de enanos, porque nos habían mostrado un video que mostraba que en Rusia se había hecho un concurso de tipos muy grandotes y cada uno venía con su enano, cuanto más chiquito, mejor. El chiste era, como estaba el piso congelado, tomar carrera y agarrar al enano de la nuca y los huevos, tenían como un corsé y el enano iba unos metros hasta que se frenaba, chocaba con algo. El que llegaba más lejos ganaba. Cada día agarrábamos supuestamente a un conductor petiso y relatábamos el lanzamiento por parte de alguien como Pappo”. Piensa que hoy el humor es de burbuja: “Hay chistes que hago en un grupo de amigos y en otros no. Ni pensar en juntarlos, porque donde uno se ponga en pedo terminan a las trompadas. Que el atentado a una persona de la máxima investidura lo hagan tres vendedores ambulantes que hacían inteligencia con un palo con copitos en la punta es de Mel Brooks, pero pasó”.
El blues del musicalizador
Semanas atrás le pidieron una nota sobre soul y jazz para una revista musical hecha por centennials, y cuando vio la edición final notó que le habían sacado las partes donde decía “negro” y “negra”. “Llegamos a un punto de intolerancia, de sensibilidad extrema, que nos está haciendo la piel de cristal. Mi límite es que censuren lo que pienso; todo lo que tenemos es pensamiento, expresarlo es un quilombo. En las personas hay humor, dolor, tristeza, felicidad; son inherentes a la condición humana. Eso lo tenemos todos. Hay gente que me llamó el año pasado porque pasé ‘Little Queenie’, de Chuck Berry, donde la piba tiene 16 años y él 20, pero la canción es así, la cantaron los Stones y los Faces. Por escuchar ‘I shot the sheriff’ no se me ocurrió matar a un político, no por ese motivo. Hace veintipico de años, en un canal de aire en el que no querían nada políticamente incorrecto tenían un documental sobre una tribu que matemáticamente era bastante avanzada y no usaba el cero. Te mostraban cómo hacer cuentas sin cero, partían de la base de que si hay cero no hay plata, entonces arrancaban del 1. ¿El 10 cómo lo hacés? Nueve más uno. Aun así, no sabían si pasar el documental porque aparecían mujeres semidesnudas, sólo usaban taparrabos de la cintura para abajo”. Finalmente, fue exhibido. Flores recuerda que cuando volvió a conversar con un alto ejecutivo del canal, este concluyó: “En la televisión argentina, después del caso Grassi, entra todo”. “Era terrible, porque recuerdo conductores impolutos, casi virginales, que decían en el noticiero del mediodía: ‘Vamos con el caso Grassi: hubo penetración’. Si tenemos que poner un mojón, creo que ese fue el momento en que se rompieron los límites”.
Entre los planes inmediatos, Flores menciona la continuidad de sus propuestas radiales y anuncia que en febrero participará en un proyecto que procura la revalorización del downtown porteño. “Después de la pandemia quedó devastado, muchos lugares vacíos. La propuesta es poner en valor el microcentro. Cuando me mudé a esa zona bajaba del tren y caminaba hacia la Galería del Este; un día vi sentados en una mesa a Spinetta y Guillermo Vilas, que era todo lo que quería ver en el mundo”. Recuerda que ese lugar funcionaba como un punto de encuentro para quienes pasaban música: “Íbamos a comprar a El Agujerito, una disquería que tenía vinilos importados. Así conocí a mucha gente: Jorge Luis Borges, Federico Manuel Peralta Ramos, Sergio Renán, Martha Minujín, porque el [Instituto] Di Tella quedaba atrás. Ahora pasa algo muy curioso porque se juntan en el espacio del Café de las Artes, que queda en la galería, aunque esté cerrado. Entonces van los parroquianos sobrevivientes con su termo de café, pocillos y se juntan para revivir ese ritual porteño”.