Antonella Moltini es artista plástica y fotógrafa. Dice no acordarse de nada. Risueña, desmitifica cualquier apreciación sobre su obra con detalles anecdóticos y de comprensión llana, y espanta las sombras de posibles misticismos como bichos inofensivos. Algunas de sus fotos más nuevas de Montevideo son fragmentos de cuerpos en fiestas y costuras vivas bañadas en brillantina.
Martín Canova también es fotógrafo, periodista, y practica una fe cinematográfica que lleva encima como valija de herramientas. Invadido de libros ciencia ficción desde temprana edad, se hizo fanático del escritor estadounidense Philip K Dick.
Algunas de las mejores fotos en su Flickr son contemplaciones de la vida de Antonella: cerca del mar, de vacaciones, en su intimidad menos sexual, caminando por la mitad de una calle y con la ciudad vacía.
Ya pasaron diez años desde la edición de Camposanto I, el primer disco del grupo con el que actualmente se presentan juntos como dúo (en sus orígenes también participaba el DJ Lechuga Zafiro), tanto en locales bailables de la ultra noche montevideana, en sofisticados eventos culturales vespertinos, o en conciertos de punk rock de acceso libre.
Como integrantes de la escena de músicos independientes de Uruguay, gozan de un sereno prestigio entre sus colegas. Una mezcla de excentricidad y sincretismo define su identidad de apariencia altanera y selecta; su música desprendida de imágenes, como la de las canciones de III, su nuevo disco, puede ser climática y atemporal y también salvaje y orgánicamente bailable.
Con apariencia de recién despiertos, los dos músicos y artistas invitan y arrancan su jornada con delicados tazones de café, mientras cae luz por un vitral sobre una cantidad indeterminada de plantas que curvan la antigua arquitectura de una casa de Palermo construida en el 1900. En una habitación cercana y sin ventanas reposan teclados, sintetizadores y cajas de ritmos. Tal vez podrían salir de compras, o esperar hasta más tarde para ir juntos al cine, o quedarse allí todo el día hasta la próxima noche. Comienzan la charla con un capítulo previo a Camposanto.
¿Qué era Fiesta Animal?
Martín: Eso empezó como una cosa de improvisación medio abstracta.
Antonella: En esa época [2005] yo viajaba pila a China y me había comprado un teclado de plástico. Hacíamos cualquier cosa, me acuerdo de que llegué a tocar la batería con un martillo.
Martín: En mi caso, hasta bastante entrada la banda tocaba el bajo con una moneda.
Antonella: La idea era juntarse a jugar con algunos amigos. Ninguno sabía tocar nada muy bien.
Martín: Coincidió con la época de Myspace. Grababas algo, lo subías y era muy fácil que la gente lo escuchara. Hubo una especie de período corto de tiempo en el que aparecieron un montón de sellos que editaban en CD-R y casete, y a nosotros nos editaron en Estados Unidos, Bélgica, Grecia y Canadá.
Antonella: Nos juntábamos, tomábamos una tripa y estábamos ocho horas improvisando, y te juro que llegamos a unos estados que yo sentía que éramos como médiums. Podíamos pasar todo el día así, pero al final era como que todo lo que tocábamos se sincronizaba.
Martín: Había un tipo en Buenos Aires, que todavía tiene un disco nuestro que quedó como perdido, que quería convertirnos en estrellas.
¿Qué recuerdan de ese Montevideo?
Antonella: No había muchas bandas de mujeres todavía. Fiesta Animal se destacaba por eso.
Martín: Estaba Gabriela Escobar, que hoy es dramaturga. Tocábamos con Uoh!, Juan Branaa, Psiconautas y 3Pecados.
Antonella: Los primeros toques eran una demencia. Una vez en el Living le repartimos maracas a la gente y parecía que estaba como poseída.
Martín, vos ya te dedicabas a la fotografía.
Martín: Sí. En realidad siempre quise hacer música pero no encontraba con quién. Me puse a estudiar comunicación y a la vez me gustaba mucho el cine. De hecho, cuando empecé con Fiesta Animal estaba escribiendo un guion, pero me di cuenta de que la música era algo que podía hacer de forma mucho más rápida que una película.
Y al principio, cuando se conocieron, ¿qué los unió?
Martín: Estudiábamos comunicación y creo que el gusto por el cine.
Antonella: Yo qué sé, hace mil años. Puede ser sí, íbamos mucho a Cinemateca.
Martín: Ella no se acuerda de casi nada.
Antonella: Sí, el cine, ponele.
Martín: Al principio estuvimos pila de novios sin tener mucho en común.
Antonella: Veníamos de diferentes mundos. Yo era súper raver, de ir a fiestas de música electrónica, y vos era más punk.
Martín: Sí, y la música electrónica me parecía medio aburrida.
Antonella: A mí el punk me parecía súper ruidoso y pensaba: “¡qué le pasa a esta gente!”. Igual me re gustaba la Velvet Underground. Yo soy de La Paz, Canelones, y mis amigos de la infancia y la adolescencia con los que me crie ahora tienen una banda que se llama Imao; uno de ellos, Digregorius, es DJ y medio chamán. Así que me crie escuchando buena música. Creo que lo primero fue rock progresivo o cosas como Massive Attack.
¿Cómo arranca Camposanto?
Martín: Al principio íbamos donde nos invitaran. Nuestra música no encajaba con ningún lugar en particular. Podía ser un baile queer, gótico o raver. Y la mentalidad era de cada lugar ganarnos dos o tres seguidores. Siempre les dimos una onda medio ceremonial a nuestros conciertos. Si bien es una idea de los Ramones, no hay pausas entre el principio y el final, no decimos ni hola, chau, o gracias; tratamos de que sea un continuo de nuestra música, paramos y nos vamos. Como una cosa religiosa. Y tampoco tocamos mucho: 40 minutos, ponele. Para que sea como un viaje sonoro.
Antonella: El año pasado tocamos mucho en fiestas de techno más oscurito. Ahora que hay una onda de invitar a músicos para que toquen en vivo, nos incluyen mucho entre sets de DJ.
¿Hay muchas fiestas electrónicas en Montevideo?
Antonella: Sí, en la escena de techno más mainstream se hacen fiestas re grandes, y dentro del under se consolidó una que se llama Formato y que se hace todos los viernes en el Living. Es parecida a Phonotheque, que siempre fue medio machista; Formato es más diversa. Ahora Phonotheque empezó a invitar a mujeres DJ.
Martín: Igual, el disco nuevo que sacamos no es todo techno bailable; yo lo veo más como rock psicodélico.
Antonella: Cuando tocamos temprano, por ejemplo, en un festival, lo que más nos gusta es generar climas; empezar medio tranca e ir probando diferentes cosas.
¿De dónde viene lo religioso de Camposanto?
Martín: Hay algo de poder llegar a un cierto estado a través de la música. A mí, por ejemplo, no me gusta tocar arriba de un escenario. Quiero que lo que hagamos sea una experiencia muy compartida. Por eso no nos gustan las pausas. Tenemos una regla: si se nos rompe un aparato o una cuerda, no paramos, y nos arreglamos con lo que nos queda. La idea es que no se corte el clima.
Antonella: No creemos en nada en particular, pero sí nos inspiramos en muchas cosas diferentes; autores de ocultismo, por nombrarte algo. Nos gusta más ese plan de inventar tu propio universo.
Martín: Ahora la música está muy asociada a la industria del entretenimiento y se perdió su origen ceremonial. Era, y sigue siendo, algo que pasa en un momento determinado. La gente se olvida de que antes la música no se grababa. Y por eso también es muy diferente lo que hacemos en vivo, que es mucho más crudo; lo que grabamos es más experimental. También nos pasa que muchas veces inventamos un tema en vivo, y después cuando lo vamos a grabar le agregamos otras cosas, y cuando volvemos a hacerlo en vivo ya suena diferente. Es como un proceso de retroalimentación constante. De hecho, no es que tengamos tantos temas, pero les agregamos efectos o les cambiamos partes.
Antonella: Es como un collage.
Martín: De hecho, tampoco podríamos decir que hacemos un género en particular. Las bandas que siempre nos gustaron también se nutrieron de cosas muy variadas.
Antonella: Como Suicide, que era como una electrónica punk.
Martín: O Roxy Music, los Rolling Stones, los Ramones. Son gente que absorbió muchas influencias y con eso hizo algo muy original y propio de su lugar. Yo estoy muy interesado en que lo que hacemos suene a Montevideo, que tenga que ver con el espacio en el que habitamos.
Antonella: También hay una cosa muy latina tercermundista. Los instrumentos que tenemos con el tiempo se volvieron valiosos, pero también fuimos recauchutando cosas que fuimos encontrando por ahí en todos estos años.
Martín: Para ser músicos electrónicos, somos los menos nerds del mundo. Tocamos con lo mismo de siempre. Hay gente que se pasa actualizando sus equipos y no graba nada.
Antonella: Y no usamos computadora. Hacemos música con cajas de ritmo, sintetizadores y samplers. Y sobre lo que decías del componente religioso, el nombre de la banda salió de que nos gusta ir a acampar a Santa Teresa, y disfrutamos del bosque y la psicodelia. Un día de luna llena nos enteramos de que estaba el cementerio antiguo Camposanto y re flasheamos con ese nombre.
Pero vos usás cruces.
Antonella: Tengo una que uso de caravana, pero no es una cruz cristiana. Es más antigua, es una runa.
Martín: En un viaje que hicimos a Europa nos dimos cuenta de que estaba buenísimo entrar a las iglesias.
Antonella: Más por góticos que otra cosa.
Martín: Entrás a una iglesia en Polonia, donde son recontra católicos, y es muy impresionante lo que podés sentir. Es una cosa gigante toda llena de arte. La humanidad siempre estuvo muy ligada a la religión y a ciertas creencias. En un momento eso cambió bastante, pero la gente sigue necesitando vivir una experiencia más espiritual, digamos.
¿Dirían que lo que hacen es marginal?
Antonella: No tenemos un circuito específico de pertenencia.
Martín: Si pienso en esto que pasó con Spotify, por ejemplo, me sale decir que yo hago música porque no quiero ser contador, ni tener que meterme en otras cosas legales que no me interesan. El tema de vender la música me da un poco de pereza. De hecho, si bien podríamos hacer más prensa, soy de los que piensan que lo que hacemos habla por sí solo.
¿Piensan en términos de obra las diferentes cosas que hacen?
Martín: Siento que la música que hago es un poco más oscura y las fotos son más luminosas. Pero creo que se influencian mutuamente. Yo estudié bastante cine, y hay pila de cosas de narrativa que las aplico a la música. Por ejemplo, a mí me gusta mucho Alfred Hitchcock. Él tenía una idea muy clara de cómo hacer para que el público se mantuviera en la sala atento a lo que pasaba en sus películas. Cuando arrancamos a tocar con Camposanto la gente se iba de nuestros conciertos, pero la idea siempre fue que se quedara, incluso si la estábamos incomodando un poco, o no estaba escuchando exactamente lo que fue a buscar. Algo así como: “No sé si me está gustando o no, pero quiero ver cómo sigue”. Jean-Claude Carrière, guionista de Luis Buñuel de películas como Belle de jour, decía que cuando ellos escribían películas con Buñuel las imaginaban para una pareja de espectadores cincuentones, franceses y de clase media. Y lo que buscaban era tensionar la trama de tal forma que esa pareja, a pesar de sus ganas de irse, finalmente se quedara en el cine. Todavía nos pasa que cuando vamos a tocar a un lugar por primera vez la mitad de la gente se va, pero a los que logramos enganchar después nos quieren ver de nuevo.
Antonella: A mí de chica siempre me gustaron Edgar Allan Poe y Lovecraft, y miraba muchas películas de terror. Mi imaginario tiene algo de una sensación medio onírica, así como de Twin Peaks, y también me gusta mucho la música de Angelo Badalamenti. Con Ezequiel Fanego, un amigo nuestro que es DJ y tiene una editorial que se llama Caja Negra, siempre hablamos pila de que existe una estética gótica latinoamericana. En otros países piensan que acá somos todos re coloridos, y en Uruguay y en Argentina somos re góticos. En el concierto de The Cure había tres generaciones de darks. Nosotros intentamos valorizar toda esa onda. Somos latinos, podemos ir a una fiesta de reguetón, cantamos en español, pero somos oscuros. Y también tiene que ver con lo que sentimos. No me siento tan feliz.
III, de Camposanto. Disponible en plataformas. 2023.
.