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Eduardo Darnauchans, el 25 de noviembre de 2006, en la sala Zitarrosa.

Foto: Federico Gutiérrez

Los caminos de una canción

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Preguntas sin respuesta, a 16 años de la muerte de Eduardo Darnauchans.

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“Soy de una generación/ hambrienta, desprovista”. Con estos versos se abre de manera contundente El ángel azul, un disco que terminó funcionando como despedida para Eduardo Darnauchans, de cuya desaparición este martes se cumplen 16 años. Siempre se ha dicho que ese trabajo fue un acto de amor de su productor, Alejandro Ferradás, y nunca está de más repetirlo.

Me cuenta Ernesto Tabárez, casi un niño cuando conoció al Darno, que en aquella época crepuscular ya no quería grabar, lo que quería era beber. Así es como se terminó yendo, vaya uno a saber si prematuramente o no, pero con apenas 53 años, dos años después de la aparición de aquel trabajo. Así que Ferradás hizo realmente milagros con un disco que nadie se hubiese asombrado si sólo terminaba siendo un pálido retrato de su intérprete, en el que los fanáticos buscaríamos algún retazo del artista que fue y con eso nos consideraríamos satisfechos, e incluso agradecidos. En cambio, lo que descubrimos fue un álbum entero y apasionante, a la altura de toda su discografía, y que culmina un arco perfecto de tres décadas con Canción de muchacho, aquel debut.

Gran parte de esa impresión la transmite el tema con el que comienza esta columna, “A mis hermanos”, con letra del poeta Eduardo Milán, el único que compusieron juntos. Ante mi consulta, su viejo compinche Víctor Cunha apunta que en realidad Milán y el Darno nunca compusieron juntos, sino que cantaban juntos, como parte de la misma barra de amigos. Ese poema, dice, Milán nunca se lo dio sino que el Darno debe haberlo visto mecanografiado, mucho antes de que fuese editado en un libro, y se lo quedó. Algo que seguramente sucedió en la primera mitad de los años 70, apunta, antes de que Milán se exiliase en México. Buscando en las redes, el poema sólo asoma en el libro Poetas de Tacuarembó, que Cunha antologó para la editorial Monte Sexto en 1987. Pero el propio Cunha calcula que debe haber sido parte del primer libro de Milán, Cal para primeras pinturas, del año 1973.

Como en las redes no aparece mucho más del tema o el poema, sigo preguntando y Ferradás recuerda que fue uno de los primeros temas que asomaron cuando se empezaron a juntar en su casa con el Darno con la idea de rescatar canciones olvidadas o inéditas, y se incorporó enseguida al repertorio, junto con “Estudio sobre caballos”, “Lqqd” (o “Lo que queda demostrado”) y “Sonatina”. Si terminó abriendo un disco que fue casi la natural conclusión de aquel pequeño proceso arqueológico fue porque a Ferradás le gustó la intro de guitarra del tema, una idea de Guzmán Peralta. Arengado por mi propia arqueología, le pregunto entonces a Carlos da Silveira –el guitarrista que acompañó durante mucho tiempo al Darno, antes de que Ferradás llegase a tomar la posta–, que asegura recordar perfectamente ese tema. Era una canción que tenía años de compuesta, explica, pero que no había sido incorporada a sus recitales.

La versión que hacían era muy simple, sólo Da Silveira en guitarra eléctrica y el Darno cantando. “Recuerdo que usaba acordes de novena agregada en algunas partes”, precisa el guitarrista, que calcula que el tema fue estrenado en un recital en el teatro Solís, y cree que nunca más lo volvieron a tocar. Y confirma que la versión con la que se encontró al escuchar años después El ángel azul, un disco en el que no participa, es mucho más instrumentada que la original. El dato de cuál fue el Solís en que se estrenó “A mis hermanos” –ni Cunha ni Da Silveira pudieron precisarlo– se encuentra en Entre el cuervo y el ángel, la biografía del Darno que escribió Marcelo Rodríguez, cuya excesiva meticulosidad me molestó a la hora de leerla pero que me descubro celebrando para estos menesteres: fue en noviembre de 1992, en un espectáculo llamado Canciones de amor.

A esta altura, el único testimonio que me falta es el de Milán, y aunque no lo conozco me atrevo a escribirle un mail a México, preguntándole si es que recuerda cómo fue que su poema llegó a ser canción. Todavía no me respondió, y no sé si alguna vez lo hará. Pero la cronología está completa: transcurrieron 20 años hasta que se cantó sobre un escenario, y diez más hasta llegar al disco. Siempre supimos que al Darno no le gustaba apurar sus canciones, pero esto ya parece el colmo. Sin embargo, “A mis hermanos” está bien ahí donde está, abriendo ese último acto discográfico. Es como si siempre hubiese tenido ese destino. Esa generación hambrienta, desprovista, apunta Cunha, es la generación beatnik.

Milán lo tomó 20 años después para su poema, y el arco de influencias y homenajes continúa abriéndose y multiplicando en cada una de sus encarnaciones. Víctor Cunha confiesa lamentar que el tema se haya añejado durante tanto tiempo, porque podría haber sido un himno, dice, una canción insignia. Llegado el año en que Eduardo Darnauchans hubiese cumplido 70 años –nació el 15 de noviembre de 1953–, supongo que es hora de resignarse a que no importa lo que queramos, hay que contentarse con lo que tenemos. Aunque también creo que himnos hay muchos, pero faltan canciones que sirvan como señales, y “A mis hermanos” en esa voz crepuscular termina siendo eso, una señal de que hasta acá llegamos, de que cargamos con todas esas cosas y llegamos hasta ahí, donde plantamos esa bandera. Somos de una generación hambrienta, desprovista. Acá nos quedamos, quien quiera tomar el testigo y seguir adelante, que venga nomás. El Darno ya hizo lo suyo. No es poco. Brindemos por eso. Y por todos los que vengan a buscar esas banderas para continuar ese camino.

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