“Hola, buen día; no, acá no vive Alberto, no sé quién es Alberto... ¿Quién le dio este número a usted? ¿Base comercial? ¿Qué me va a regalar? Ya le cuelgo”. Quien llamó para vender vaya a saber qué a un teléfono fijo del barrio La Comercial seguramente no supo que le acababa de cortar Hugo Fattoruso, que pide perdón porque interrumpió la entrevista para contestar. Dentro de pocos días -29 de junio- el legendario músico uruguayo cumple nada menos que 80 años, y le sigue escapando al celular, que ve como una gran herramienta, pero que “vuelve loco a todo el mundo”.
Fattoruso vive en esta casa desde que tiene siete años, es decir, casi toda su vida. Al frente tiene una salita de ensayo, y con la misma naturalidad que despliega para dialogar con un desconocido por teléfono o ponerse a barrer las hojas de la vereda que trajo la lluvia, se cuelga un acordeón Excelsior y pasa de un tango a una chamarrita, salpicando genialidad mientras fluye por el río de la melodía. Siempre con un toque, un timbre y una textura vibrante e hipnótica, que sólo se puede sentir a pleno estando ahí, en vivo, y cualquier adjetivo que se le quiera pegar, por más pomposo que sea, no le hace justicia a eso que llamamos música.
Este martes y miércoles Fattoruso hará de las suyas para festejar su cumpleaños, presentándose con varios músicos invitados -diferentes en ambos días-, como Laura Canoura, el ex Opa Hugo Ringo Thielmann -que vive en Estados Unidos desde hace medio siglo-, Leo Maslíah, Edú Pitufo Lombardo y el Coro Nacional de Niños del Sodre, entre muchos otros. Las entradas para las dos noches se agotaron hace un tiempo y serán especiales, no sólo porque 80 años no se cumplen todos los días, sino porque Fattoruso nunca fue de esos que festejan la fecha en la que vinieron al mundo, según comenta en esta conversación.
Te escuché decir que la última vez que festejaste tu cumpleaños fue a los 15 años. ¿Qué tema tenés con la fecha en la que naciste?
No es importante, es el día de mi madre. Soy el primer hijo, cinco años después tuvo a Osvaldo. Entonces, lo considero el día de mi madre porque ella era muy joven, gente muy humilde... Siempre imagino qué estaría pensando ella sobre el niño que estaba por nacer: “¿Tendrá diez dedos, será ciego, sordo, será saludable? ¿Qué le vamos a dar de comer?”. Era plena Segunda Guerra Mundial, con estos locos que rompen todo con las bombas. Por eso es el día de mi madre y no festejé más. Ese día no hago asados, no hago frankfurters; nada.
Pero imagino que tus amigos siempre te insisten con festejar...
No, y a mis hijos nunca les dije cuándo era mi cumpleaños. Después, lógicamente, fueron creciendo y se enteraron. Por curiosidad o algo, pero nunca les dije “mañana es mi cumpleaños”. Le disparo al centro de atención.
¿Y cómo te cae cumplir un número tan redondo como 80?
No me doy mucha cuenta, pero mi cuerpo sí. Con la cabeza no me doy cuenta porque estoy inmiscuido en las tareas, en los proyectos y en los sueños. Estoy esperando realizar unas cuantas cosas que están planeadas para dentro de un mes, dos meses: la gira 16 en Japón, por ejemplo, y vamos a tocar con Albana [Barrocas, su compañera de música y de vida], con la Orquesta Juan de Dios Filiberto, en el Centro Cultural Kirchner en agosto. Estamos preparando los arreglos con la gran ayuda de Roberto Giordano, son 40 músicos. Yo no puedo arreglar ortodoxamente; preparo los arreglos en un secuenciador, con un clarinete virtual, las cuerdas, etcétera, y Giordano lo lleva a la realidad, al papel.
Pero vos sabés leer partitura.
Leo, deletreo, pero no puedo arreglar para 40 músicos, soy medio intuitivo, de caradura, porque no estudié. De mucho escuchar, me imagino qué tocarían el contrabajo, el trombón, la trompeta y así.
Siempre fuiste autodidacta.
En este aspecto sí. Necesito estudiar la parte de técnica, porque necesito tener mis manos en forma para ciertas composiciones. Por ejemplo, si tocara boleros o blues no tengo que estudiar nada porque es algo que no requiere estado deportivo de los dedos, pero tenemos unos grupos para los que sí, los dedos tienen que estar en forma, como un atleta. En eso hay maestros, no soy autodidacta.
Cuando cantás tu voz desprende como una atmósfera etérea que la hace parecer siempre joven. ¿Lo notás al escucharte?
Me sale así, lo que noto es que cada vez afino menos. Años atrás grababa y de una quedaba afinado. Hoy en día no, tengo que dar vuelta y vuelta hasta conseguir que quede afinado. Pero el timbre de la voz sale así, como sale. Soy cantante casero. Es más, no soy cantor, canto porque alguien tiene que cantar. En el Trío Fattoruso, Francisco no canta y Osvaldo estaba en la batería, entonces yo tenía que cantar; en Quinteto Barrio Sur me ayuda Albana para cantar. No soy cantor, por eso no estudio, no practico, nada; es desde el cordón de la vereda, bien casero.
¿Desde que tenés uso de razón te colgaste con la música?
Sí, pero hay una diferencia en mi trayectoria y es que empezamos a proponer recién a partir de Opa. Antes, lo que hicimos con Los Shakers fue un intento de copia de algo que no es de la región, completamente foráneo: el idioma, el estilo, copiábamos la ropita, el pelito, la botita, el comportamiento frente a una cámara. Pero a partir de Opa empezamos a componer y a proponer algo que puedo llamar familiar o de esta zona.
¿Pensás que si con Los Shakers hubieran cantado en español sería otra cosa? Por ejemplo, en el disco La conferencia secreta del Toto’s bar [1968] hay unas canciones que musicalmente son muy buenas, como “Más largo que el Ciruela”, una balada que capaz que con una letra en español sería más interesante todavía.
Puede ser, porque la palabra llega. Pero nunca me pude explicar cómo un grupo que cantaba así, foráneamente, tuvo efervescencia, el público lo acompañó, esto y lo otro. Porque ¿qué cantaban? Con mi pronunciación... Pero cantando en español podés comunicar la idea.
¿Qué te dejó vivir muchos años fuera de Uruguay?
De todo, la pasamos difícil y conocimos una cantidad de cosas. Una gran diferencia fue vivir en Brasil. Porque viviendo en Estados Unidos nunca conseguimos algo que sí conseguí en Brasil: tocar en ligas altas. Viajar y sobrevivir -sobre todo- enseña mucho, es duro, hay que tener un poco de suerte y mucho empuje, que cuando sos joven se tiene.
Siempre volviste a Uruguay.
Sí, porque afuera sos gringo siempre. Por ejemplo, la calle Justicia no es mía, pero me ve hace una punta de años; 18 de Julio tampoco es mía, pero me vio pasar; el liceo Rodó también, la feria Tristán Narvaja: íbamos con mi padre a vender discos 78, con un carrito empujado a mano. La feria me conoce, entonces estoy en casa. Río es mucho más cerca que Nueva York o Los Ángeles, donde yo viví, pero igual sos gringo. Acá nada es mío pero soy de acá. En Estados Unidos viví en dos períodos, el primero fue de 11 años, y el segundo de cuatro años y medio, por cómo se fueron dando las cosas. Hoy en día no lo haría, aunque puedo sobrevivir en cualquier lado, porque yo trabajo de cualquier cosa, no tengo problema.
¿De cualquier cosa dentro de la música o fuera de ella?
Fuera de la música también. Trabajé como mecánico, fotógrafo, mensajero con la moto, limpiador. En un boliche éramos limpiadores y de día recibíamos la lechuga, la carne, las papas, las cosas con las que iban a cocinar, y limpiábamos los baños. O sea, hay que salirle al bicho, yo estoy.
¿Mecánico? ¿Te gustan los autos?
Claro, podía revolverme en motores de moto, por ejemplo, hasta 250 [cc], los otros son lo mismo pero nunca le entré a un motor más grande. Podía con 50 centímetros, 125, 175, dos tiempos, cuatro tiempos... Y mecánico de autos: estaba en la sección que le llaman aprendiz, era ayudante, me mandaban a hacer ciertas tareas, pero no tenía nada de responsabilidad, no podía hacer un trabajo grande, que sí podía hacer con un motor de 50 o 125. Me encantaba, me encanta.
En tu último disco, Maquetas y borradores [2022], hay piezas instrumentales que tienen cuestiones electrónicas y otras que son una milonga a puro piano, que si uno las escucha separadas podría pensar que pertenecen a dos compositores distintos.
Compongo piezas simples y trabajo de esa manera, tanto sea una ranchera, un bolero o una milonga, igual es lo mismo para mí, me encanta la milonga. Ese disco es un trabajo que surgió con este asunto de que con la pandemia quedamos sin tocar en vivo un tiempo largo: comencé a revisar los secuenciadores, y son maquetas y borradores, tal cual el nombre. Es todo de un período de 16 años, empecé a buscar y dije “esto no está tan mal, le voy a dar una terminación, a dejarlo más prolijo”, y junté un puñado de temas para hacer ese disco.
¿Cuándo viajaste por primera vez a Japón?
Fue gracias a unos acontecimientos increíbles, cuando estaba en la banda de Djavan, él viajó a Japón y fui con él. La primera vez fue en 1985, regresó al año siguiente y también fui con él. Conocí a Tomohiro [Yahiro] y a raíz de eso pasó todo lo que pasó, una cantidad de cosas; entre ellas, esto de hacer 14 giras en ese país increíble. 13 fueron consecutivas, se cortó por la pandemia. Ahora estamos esperando que llegue la segunda mitad de setiembre porque vamos a la gira 16.
Culturalmente Japón es otro mundo. ¿Qué fue lo que más te hizo notar la diferencia?
Lo más notorio es el comportamiento de la sociedad. En un porcentaje muy alto, el comportamiento de la sociedad japonesa te seduce y te deja tranquilo, porque son muy confiables y atentos, no hay doble cara ni doble lengua. Sudamérica no es así. Estamos también en una época, con la seguridad... Japón no es así, es mucho más seguro. Hay cosas. Yo leo todos los días un diario –obviamente, en inglés- y veo noticias estrafalarias, pero acá el porcentaje de noticias estrafalarias es mucho más alto...
¿No leés japonés?
Nada. Albana picotea un poco, deduce algo. Es difícil. Por ejemplo, los padres de Tomohiro se mudaron a Palmas de Gran Canaria cuando él tenía dos años y regresaron cuando tenía 14, y ahora está estudiando japonés. Lo vi escribiendo caracteres y le pregunté qué estaba haciendo... Los padres son japoneses y hace 50 años que están en Japón de vuelta, y me dijo: “Sí, pero yo soy prácticamente analfabeto, porque los chicos de 12 años, cuando salen de la primaria, ya saben 8.000 caracteres, y yo sé 2.000”. Es infinito. Ellos tienen tres lecturas: katakana, hiragana y kanji. Siempre que me explican no lo entiendo, es impresionante.
Ahí tenés la prueba máxima de que la música es el verdadero lenguaje universal, más que cualquier otro arte.
Sí, tiene esa particularidad, y tampoco se puede agarrar. ¿Dónde está?
¿Creés en algo más allá de lo terrenal, sos religioso?
Yo estudio, leo y practico un budismo que en realidad es una filosofía de vida o algo así. Pero es terrenal. Hay 8.000 u 80.000 sutras escritos, significa que no se pueden definir, no hay siete ni ocho. Yo leo acerca del sutra del loto y lo practico hace 47 años, pero es terrenal, no hay nada estrafalario.
¿Qué encontraste ahí?
La nobleza de la enseñanza. El motivo de esta enseñanza es la pacificación de la tierra a través del verdadero budismo. Porque hay un desmadre, matan en cualquier idioma, en cualquier territorio y bajo cualquier bandera. Eso no es humano. El planeta está lleno de gente pero hay pocos seres humanos; si estuviera lleno de seres humanos, todo eso no pasaba. Es un desastre, desde tiempos inmemoriales. Entonces, este sutra apunta a esta utopía o esta posibilidad, la pacificación de la tierra a través del verdadero budismo. Es noble, si vos seguís esto, entonces, eso no puede pasar. ¿Tenés un misil? Ah, pero ¿vos qué sos? No sos un ser humano. ¿Usted fabrica armas, ametralladoras, coso? Pero usted es una porquería; no va, viejo, tomátela.
Siempre fuiste pacífico. ¿No te agarraste a las piñas alguna vez?
No, soy horrible. ¿Y fútbol? Horrible, me das una pelota y me rompo la pierna, espantoso.
¿Nunca se te dio el deporte?
Corrí en motos una temporada sola. Tenía ese berretín.
¿Cómo te llevás con los que te tienen como un músico de culto?
El cariño me da confianza de que lo que hago no está tan mal, entonces, en vez de pensar qué voy a hacer, lo sigo haciendo como lo venía haciendo, sin romperme la cabeza, sin fórmula. Pero también escucho grabaciones viejas y digo “esto es un desastre, dejate de joder”, y trato de mejorar.
Con 80 años ¿qué te queda por hacer musicalmente?
Es infinito, así que el próximo disco, el próximo recital, la próxima gira, hasta el cajón. Mientras den los dedos y el cuerpo... Ahora estamos mezclando tres trabajos. Cuando en 2005 hicimos un intento de reflotar Los Shakers, cantando en español, compusimos unos temas, vinieron a Montevideo Pelín -que vivía en Río- y Caio -que estaba en Venezuela-, grabamos unos temas y los demos quedaron ahí. Hace unas semanas me pregunté “¿y aquellos demos?”. Hablé con la familia de Pelín, con quien tengo contacto, de Caio no, no tiene familia, el hermano no sé dónde encontrarlo, para escuchar esto que hicimos en el estudio de Luis Restuccia. Los temas están buenísimos para lo que es el estilo, son canciones de tres minutos. Eso lo están aprontando para salir, y estamos mezclando el nuevo trabajo de Barrio Sur, donde hay temas que pertenecieron a diferentes años de las presentaciones de C1080 en el Teatro de Verano. Así que estamos mezclando el segundo trabajo de Barrio Sur, que se llama Tradición. Y también estamos mezclando algo que grabé de piano solo en el Café Berlín en Buenos Aires. Y estamos mezclando... que lo parió, hay algo más que no me doy cuenta... Imaginate...
¿Nunca pensaste en jubilarte?
No, un bodrio, me vuelvo loco.
Igual, tocarías acá en tu casa.
Sí, le rompo los quinotos a todo el mundo. Cuando me quede sin trabajo iré a la feria con el acordeón, a la gorra.