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Las chicas de Ipanema

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La historia de Astrud Gilberto, Helô Pinheiro y el tema que impuso la bossa nova.

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Apenas 120 dólares. Eso fue lo que le pagaron a Astrud Gilberto por poner su voz en la versión de “Garota de Ipanema” que su entonces marido João grabó con Stan Getz hace casi 60 años. Lo que hizo Astrud en aquella grabación histórica, realizada en Nueva York en 1964 para lo que sería el disco Getz/Gilberto, fue cantar en inglés el estribillo luego de que João hiciese lo propio durante las estrofas en el idioma original de la canción.

La idea de agregar la parte traducida fue de Creed Taylor, el productor del disco, el tipo que había creado el sello Impulse, firmado a John Coltrane y luego pasado a comandar los destinos de Verve, la plataforma desde la cual la bossa nova terminaría conquistando el mundo. Pero la invitación a que fuese Astrud la que se acercase al micrófono en medio de la grabación fue del propio João, que sabía que, además de cantar, su mujer hablaba el suficiente inglés como para hacerlo. Fue así, de una manera casual, que Astrud pasó a ser para el mundo la voz de la chica de Ipanema, y así fue como se la despidió la semana pasada, cuando se conoció la noticia de su muerte, con 83 años.

Pero volviendo a aquella grabación, fue tan casual todo lo que sucedió entonces que por su participación en la grabación Astrud cobró apenas la tarifa oficial de cualquier sesionista -esos 120 dólares- e incluso su nombre quedó fuera del disco. No sucedió lo mismo en el simple ya que, como no podía durar los cinco minutos y 15 segundos que cronometraba originalmente, se decidió editar los versos en portugués y sólo quedó ella cantando. Con una duración, ahora sí, de tres minutos y 55 segundos, “Girl from Ipanema” llegó hasta el puesto cinco en el ranking de Billboard, terminó ganando el Grammy como la canción del año y vendiendo más de cinco millones de copias en todo el mundo.

Astrud nunca repetiría semejante suceso como solista, al punto de que en su disco de 1969, titulado No tengo nada mejor que hacer, su rostro aparece con una lágrima corriendo por su mejilla en la portada. Para entonces había abandonado Brasil para no volver, ya estaba separada del marido que le dejó su apellido, y sufría el acoso de la prensa porque se rumoreaba que estaba saliendo con Stan Getz, de cuya banda pasó a formar parte.

Es de suponer que en aquellos shows con la banda de Getz durante los años 60 el momento estelar de Astrud -que conservó la magia y el predicamento global durante toda su carrera, llegando a grabar con Étienne Daho, George Michael y Chet Baker, entre tantos otros- llegaba cuando le tocaba cantar el tema al que le debía su fama, ese “Garota de Ipanema” cuyo estreno mundial en una boîte en Copacabana al comenzar la década marcó el punto más alto de la bossa nova en Brasil y también el fin de la colaboración entre sus autores, Tom Jobim y Vinícius de Moraes. En su indispensable historia del género, el libro Chega de saudade, Ruy Castro le pone semejante etiqueta cumbre a aquel show porque significó la unión sobre un escenario de Jobim y Vinícius con João Gilberto, presentando temas que serían inmortales, fruto de una colaboración que ya no se repetiría (Jobim se mudaría a Nueva York y Vinícius a París para volver a trabajar en la embajada brasileña).

El último de los estrenos en la velada de aquel debut fue, precisamente, “Garota de Ipanema”, y se convirtió rápidamente en el comentario de la ciudad. Pese a que aún se repite que sus autores lo escribieron en un bar llamado Veloso -que hoy se llama Garota de Ipanema-, lo cierto es que cada uno escribió su parte por su lado: Jobim en el piano de su nuevo hogar carioca, Vinícius en Petrópolis. Compuesta originalmente por Tom para un musical que el poeta decía tener en su cabeza pero nunca llevó al papel, sus versos tardaron en completarse, bajo el bautismo de trabajo de “Menina que passa”, siempre según la biblia de Castro. El Veloso, sí, fue el lugar donde ambos, durante el invierno de 1962, veían pasear por el barrio a la garota de Ipanema original, una joven que ya era famosa en el bar, al que entraba para comprar cigarillos para su madre y se llevaba una lluvia de chiflidos admirativos a la salida.

Heloísa Eneida Menezes Paes Pinto tenía entonces 19 años -en la versión original de su libro Ruy Castro le calculó 14, y lo corrigió en las ediciones posteriores- y cumplió los 20 escuchando la canción en sus idas y vueltas a la playa, sin saber que había sido su musa. Recién dos años más tarde sus autores revelaron públicamente su identidad, pero ella no respondió a ningún pedido de reportaje: se lo prohibieron tanto su prometido como su padre militar. Castro señala que dos años más tarde, cuando el Cinema Novo brasileño filmó una película con ese nombre, intentaron convencerla para que participase y la respuesta también fue negativa.

Recién 25 años después de aquel invierno en el Veloso fue que Helô se mostró ante el mundo, desde la portada de Playboy, nada menos, reclamando su lugar en la historia. Había comenzado una carrera como modelo y conductora televisiva; ahora, con su nombre de casada Helô Pinheiro, tiene una cadena de ropa de playa llamada Garota de Ipanema.

Cuando fueron los Juegos Olímpicos en Río, en 2016, se le cursó una invitación a Astrud Gilberto para que cantase su canción más famosa y, al negarse, la que desfiló entonces fue Helô, que poco después se confesaría bolsonarista, demostrando ser, al fin y al cabo, una garota más digna hija de su padre que de la bossa nova.

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