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Gonzalo Halty.

Foto: Mara Quintero

Gonzalo Halty: “Primero ponemos los ladrillos y las butacas y después vemos cómo resolvemos la gestión del teatro, pero no debería ser así”

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El miércoles comienza el Congreso de gestión cultural en la sala Camacuá.

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¿De qué hablamos cuando hablamos de gestión cultural? Siembra cultura, el Congreso Uruguayo de Gestión Cultural, parte de esa pregunta y para responderla dispondrá de cuatro mesas con diversidad de participantes que debatirán sobre los mundos de aplicación de la gestión cultural, la generación de empleo y la precarización, la democratización del acceso a la cultura, y el efecto derrame.

Quienes buscarán respuestas son referentes del ámbito nacional e internacional, del interior, de la capital, de las instituciones y de los proyectos autogestivos. Entre ellos, estarán José Luis Rivero (director del Auditorio de Tenerife), Beatriz Araujo (secretaria de Cultura del Estado de Rio Grande do Sul), Luisa Rodríguez del Festival del Río Olimar, Virginia Dalto del Florencio Sánchez de Paysandú, Gonzalo Baz (de la editorial Pez en el Hielo), la comediante Laura Falero, Mónica Santino de La Nuestra FC (club feminista de la Villa 31 de Buenos Aires) y el colectivo musical Feel de Agua.

En la previa, el 30 de agosto se realizó en el Salón Azul de la Intendencia de Montevideo un Pre Congreso de Gestión Cultural y Discapacidad, coordinado junto a la Secretaría de Discapacidad de la comuna, y las conclusiones serán expuestas en el congreso por Florencia Spinosa, comunicadora, locutora, gestora cultural de vocación y responsable de La Cena de los Sentidos.

Siembra cultura surge por una inquietud personal vinculada a la generación de conocimientos y a la reflexión vinculada a la gestión cultural. Procuramos crear un espacio de diálogo, reflexión, intercambio de conocimiento, producción intelectual, pero sobre todo de crecimiento ligado a la profesión de la gestión cultural y sus diversos mundos y espacios”, dice Gonzalo Halty, organizador del Congreso.

Halty es profesor de Educación Física recibido en el ISEF y formó parte de la llamada Generación 83, en el ocaso de la dictadura. En noviembre de 2022, después de siete años, dejó su cargo como gerente general del SODRE y director ejecutivo del Auditorio Nacional. Su sensibilidad política fue fundada en la amistad de su padre con el general Liber Seregni, dice, por el carácter de su madre, Nora, y por su tío Armando Halty, actor de fuste que le mostró las tristezas y las alegrías de los artistas antes de subirse a las tablas. Él mismo formó parte de la escena popular criolla con el coro Upsala, el grupo Tapara y el grupo Década.

¿Había antecedentes de un evento como este congreso?

Hubo una experiencia que se hizo en el CLAEH en 2013, pero se discontinuó. Nosotros tomamos ese guante de generar un espacio independiente, equidistante de las instituciones, autónomo, con libertad de pensamiento. En esa lógica promover la visibilidad de cosas que ya se hacen y que son invisibles, de gente que está trabajando en el anonimato y está bueno que intercambie con otras personas que están en el rubro. Y de capacitación y formación, a eso apunta el congreso. Un lugar de encuentro donde las instituciones públicas o privadas, como el mundo autogestionado, tengan un punto de relacionamiento y de vinculación para intercambiar conocimiento.

¿Cómo llegás a tu presente como gestor cultural?

Hay tres grandes vertientes. Una es la veta familiar, una veta histórica vinculada a las artes escénicas y plásticas. Hay un anclaje desde el teatro, desde la pintura, desde la escenografía, desde la música. Se ha sostenido a lo largo del tiempo y hasta la actualidad con nuestras hijas. Hay una vertiente desde siempre hacia la sensibilidad por las artes escénicas, que incluso yo mismo transité con la música coral y la música popular. Viví lo que es estar arriba de un escenario, en plena euforia del canto popular con el grupo Tapara, con el coro Upsala y con el grupo Década, con quienes incluso grabamos un disco en 1984. Hay una segunda veta que es la política, que también en mi familia ha tenido una historia. Soy de la generación 83 del Instituto Superior de Educación Física y participé en la construcción del gremio de estudiantes en la salida de la dictadura, estuve en la transición de la ASCEEP-FEUU, vinculado con la regeneración que implicaba la movida democrática. Los estudiantes del ISEF éramos los revoltosos, fue el primer instituto ocupado. De alguna forma siempre estuve activo políticamente desde la izquierda y desde la vertiente más cultural relacionada a la política, hasta en la política deportiva en ese momento. Ahí se construye una tercera línea que es la experiencia de vida de la gestión dura y pura que me fue llevando a conformar una acumulación de experiencias entre lo técnico y lo político, una síntesis que se terminó de unir cuando salí de la Secretaría de Deportes.

¿Cómo evaluarías tu gestión como director del Auditorio Nacional?

Hay una mirada hacia lo tangible y hacia lo intangible. Dentro de lo intangible, el resultado más importante es haber instalado una lógica de gestión a escala humana, donde quienes estaban en la primera línea de la batalla eran los jefes, los gerentes y el director, siempre, permanentemente. Sabíamos los nombres de toda la gente, sabíamos si habían estado enfermos sus hijos, si habían tenido alguna urgencia, o si se habían ido de vacaciones. Esa potencialidad a escala humana te legitima a la hora de mirarse a los ojos y decir, “mirá que yo me rompo el alma igual que vos, así que vamo arriba”. Lo que creo que construimos, que es el gran diferencial, es la actitud. Esto está impreso en el personal del Auditorio que tiene una actitud proactiva que hace sentir que nunca te van a dejar a pie. Me lo dijo Pablo Milanés, que no había visto en ningún teatro de la región la proactividad de los funcionarios que teníamos acá. Un día, Milanés llegó a la prueba de sonido y en el rider faltaba un cajón de madera para apoyar los pies. Cuando se sentó en la prueba de sonido no estaba, el personal le pidió cinco minutos y el funcionario del escenario se fue al taller y junto con el carpintero hicieron el cajoncito en el momento. Ese tipo de sensibilidad se trabaja, no es casualidad, es parte del proceso de creación de un estilo que yo llamo liderazgo ético, que consolida el vínculo maravilloso entre el compromiso y la pasión. El equipo del Auditorio me enseñó eso, construimos un estilo que grafico con una frase de Eduardo Galeano que ilustra el 1° de mayo como el vuelo de las aves migratorias y que yo lo aplico como concepto en la gestión. No siempre el director es la primera figura para que las cosas funcionen, es como las aves; si una sola ave hace de cabeza para migrar por kilómetros se muere, no aguanta, por eso van rotando. Y no por eso un ave es menos o es más, es un trabajo de equipo donde todas saben para dónde van y todas saben que si no hacen esa rotación, se pierden. No descubrí la pólvora ni me siento iluminado, pero creo que construimos un estilo que dio resultado, no porque lo diga yo sino que hay números descollantes: más de 350.000 espectadores en 2019, más de 800 actividades y hechos culturales, declarado monumento histórico y cultural, generamos planes de eficiencia energética, planificación estratégica, diversificamos los ingresos, generamos un proceso de organización funcionarial interno previsible en acuerdo con el gremio. Eso es lo tangible.

¿Cuál sería tu rol en el presente de la gestión cultural?

Los hechos artísticos y culturales están desde el inicio de las cosas, pero la profesión de gestión cultural es relativamente nueva. Por lo tanto, en el sistema político o en el sistema comercial, todavía no está instalado el profesionalismo del gestor cultural. Desde el punto de vista personal empecé un camino autónomo de consultorías, asesorías, y producción de proyectos y eventos para trabajar en esa línea de promover la profesionalización de la gestión cultural, y espero poder hacerlo no sólo a nivel metropolitano y montevideano sino también poder incidir a nivel regional y obviamente de todo el país. Desde la perspectiva de la formación, la capacitación y la producción de conocimiento, quiero dar mi visión de lo que ha sido la gestión y cómo se pueden mejorar esos caminos. Hay mucho potencial en Uruguay para generar desde el punto de vista cultural y artístico, pero hay veces que es en lo último que se piensa. Primero ponemos los ladrillos y las butacas, y después vemos cómo resolvemos la gestión del teatro, y no: primero hay que pensar qué tipo de teatro vamos a hacer y a qué público se apunta. Hay mucho para hacer desde el punto de vista político, a veces no se piensa en el día después. Mi intención es disparar esas discusiones a través de seminarios, de publicaciones, y generar conocimiento en esa línea. Hay que hacer sinergias, incluso la Udelar está trabajando en la formación de gestores culturales, pero falta una pata que es dónde está el desarrollo de los procesos de economía creativa y de gestión de recursos laborales que apliquen a quienes son formados en esa área. Esa pata está verde, la del valor de la gestión cultural, y mi intención es trabajar en ese sentido, y en los caminos de producción intelectual.

Siembra Cultura. Miércoles 6 desde las 9.00. Sala Camacuá. Entrada $ 800 en RedTickets.

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