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Gerardo Minutti.

Foto: Gianni Schiaffarino

“Lo que más me atrae son los personajes imperfectos”: Gerardo Minutti y el estreno de su película Perros

7 minutos de lectura
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El director y guionista desgrana la esencia de su primer largometraje, que será el envío uruguayo a los Premios Goya de España.

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¿Quién tiene ganas de mirarse a un espejo que sólo devuelve decepción y la extrañeza de un déjà vu? Luego de su primera semana en cartel, Perros, la ópera prima del director y guionista uruguayo Gerardo Minutti, suena en la calle y en el chusmerío de Whatsapp, confirmando así una compulsión nacional algo vergonzante pero plenamente vigente, la de verse la mugre del ombligo hasta en la pantalla grande.

En la película, el realizador uruguayo acierta con una fantasía ideada acá a la vuelta, hecha con la sangre en el ojo y salpicada de guiños para el seguidor del cine local. “Una historia sobre el vínculo entre dos familias vecinas, cuya convivencia, en apariencia correcta, deja entrever pequeñas miserias que forman parte de lo cotidiano. Esas miserias, tan comunes como inevitables, muchas veces nos definen”, cuenta la sinopsis, y adelanta: “Los Saldaña (Néstor Guzzini y María Elena Pérez) tienen nuevas tareas para el verano: cuidar el perro y la casa de los Pernas (Marcelo Subiotto y Noelia Campo), sus vecinos”.

Minutti sólo se hace cargo de un asunto: siempre estuvo pensando en esta película. En cambio, nunca experimentó los percances y dilemas en los que envolvió a los protagonistas de su propio film.

Después de una jornada de rodaje como técnico de locaciones de una de las series más populares de habla hispana, su talante amable esconde algo de cansancio. “Ese es mi día a día, digamos. La película es una excepcionalidad de esa rutina”, se resigna.

Durante una década, Minutti se desempeñó como periodista cultural y, más tarde, usó su oficio de licenciado para trabajos de comunicación institucional. Dirigió el documental Vivir al límite (2014) y filmó el cortometraje Hogar (2018), concebido casi como un ensayo –o una muestra en miniatura– de lo que luego se transformaría en su primer largometraje.

El café al paso que se va a servir, su parsimonia discursiva y su nada notorio entusiasmo diluyen cualquier signo de ilusión o expectativa personal sobre la suerte de su obra, concretada luego de mucho tiempo y recientemente seleccionada para participar en la 40ª edición de los Premios Goya en la categoría Mejor película iberoamericana.

“No fue ni fácil ni difícil”, dice sobre su inserción en la industria audiovisual. “Lo sentí como natural y es lo que siempre quise hacer. Fue un momento de mi vida en el que tenía que encauzar también mi vida laboral y aparecieron algunas oportunidades por ahí, hace unos cinco años y medio”, sigue, en esta charla con la diaria. “Siempre estuve pensando en hacer una película”, aclara.

¿Desde cuándo?

Desde que tengo unos 10, 11 años. A mí me gustaba mucho ver cine, desde siempre, pero ahí sentí por primera vez una curiosidad: “¿Cómo se hace esto?”. Como de ver el otro lado de la película. Es decir: “¿Cómo hace esta gente para realizar una película?”.

Lo primero fue un cuento que escribiste.

Tenía esa costumbre. Y ahí hay un cuento que se llama “Serial can”, que tiene el espíritu de esta película, esa cuestión de vida barrial. Empezaban a desaparecer algunos perros. Nadie sabía qué era lo que estaba pasando, pero la gente señalaba posibles responsables de esas desapariciones. Eso después lo adapté a un largo.

Has comentado que algo de la película viene de tu barrio de crianza. ¿Qué recuerdo tenés de tu niñez?

Creo que el germen más general de la película está en mi propia infancia. Yo me crie en un barrio bastante similar al que aparece en la película. De hecho, mis viejos siguen viviendo ahí, en Millán y Coronel Raíz, por donde está el Centro de Protección de Choferes. Es un barrio que nunca supimos cómo se llama. Se le dice La Floresta, pero es un barrio intermedio: no llega a ser Sayago, tampoco es el Prado, está ahí en el medio.

Yo vivía en unas casas pegadas, incluso gemelas arquitectónicamente, son casas que, por lo que tengo entendido por lo que he hablado alguna vez con algún arquitecto, muchas veces eran construidas por familias de hermanos o algo de eso. Entonces, por ejemplo, la dinámica que se presenta en la película, que hay un portoncito en el fondo, yo también la tenía. Ese portón formaba parte de mi vida, digamos, y viví todo lo que implica salir a traer la ropa, ver al vecino, tener mucho contacto con tu vecino en el día a día. Eso formó parte de mi infancia. También el clima de barrio, la dinámica de barrio.

¿Por qué creés que te marcó tanto ese momento, al punto de inspirarte para hacer una película con algo de eso?

Me siento cómodo ahí. Por otro lado, me parece un universo cinematográficamente interesante. La película tiene una intención de mirar la condición humana, la cotidianidad, las pequeñas miserias, y el barrio es un lugar en el que todo eso tiene un lugar privilegiado. También tuvo que ver con una cuestión de seguridad. O sea: “Yo conozco esto”. Creo que tiene mucho que ver con los que hacemos una primera obra: muchas veces traemos lugares de nuestra vida, los lugares que conocemos más. A la vez, me gusta cuando un barrio se transforma a través de una película.

Da la sensación de que pensaste mucho en cada plano y en la fotografía.

Sí, fue así. Me da la sensación de que muchas veces las historias que me gustan son muy construidas en el detalle; ya sea en las películas que veo, en los libros que leo, en lo que sea, siento que el detalle siempre me termina conquistando. Cuando veo algo, muchas veces me detengo en el detalle, y ese detalle muchas veces define cosas mucho más grandes. Me encanta eso cuando me pasa como espectador.

Perros.

Entonces, sí. Puse mucho trabajo, junto con todo el equipo que me rodea, desde la dirección de arte, vestuario, fotografía, los locacionistas. Fue mucho trabajo para encontrar los detalles que hacían a la historia. Y creo que lo mismo pasa con los personajes; todos ellos también tienen gestos muy sutiles que son microconstrucciones y hacen al clima de la película.

¿Cómo imaginaste que eran estas dos parejas de vecinos?

Son dos familias que se creen muy diferentes y en realidad son muy parecidas. Al principio la película las ubica en momentos de la vida diferentes, pero el transcurrir del tiempo hace que se encuentren mucho más. Esa era una cosa con la que me interesaba jugar. Son familias trabajadoras de clase media, con sus aspiraciones y sus pequeños sueños.

Cómo espectador, ¿cómo definirías tu vínculo con el cine nacional?

Siento que hay dos películas del cine uruguayo que fueron absolutamente fundacionales para mí y que tuvieron un impacto enorme en mi vida como futuro realizador. La primera es 25 watts. De hecho, yo soy extra en esa película. Cuando estaba estudiando Comunicación, Manolo Nieto, que trabajó en ese rodaje, me invitó a participar y aparezco en una escena.

¿Cuál?

La de Menchaca y la campera, en el bar. Fue la primera vez que fui a un rodaje uruguayo, y quedé totalmente fascinado con esas 12 horas. 25 watts me mostró que era posible hacer cine uruguayo, contar historias que estaban al lado mío, de mi barrio, y que podían estar buenísimas, hechas por gente que conocía y estudiaba en la misma facultad que yo. Esa película me hizo creer que se podía.

Por otro lado está El baño del papa, una película en la que trabajé en la difusión, en la distribución y que también me marcó mucho porque también nos mostró que era posible hacer un cine que podía llegar internacionalmente, con actores uruguayos, y que también se podía conquistar un público a nivel nacional masivo con una historia súper linda.

Ya adelantaste un poco, pero ¿cuál dirías que es el cine que te gusta?

Por un lado, el cine que explora la condición humana. Y siento que en Uruguay no siempre aparece lo más luminoso de esa condición, sino más bien las imperfecciones. Yo me identifico mucho con los personajes imperfectos. Mi empatía con ellos pasa por lo humanizados que están en el error. Eso es lo que más me atrae.

Después, en cuanto a autores, me gusta muchísimo el cine de Lucrecia Martel, el del brasileño Gabriel Mascaro. También me gustan mucho Alfonso Cuarón y Carlos Reygadas en México. Me encanta Paul Thomas Anderson; me impresiona, es un director del que siempre estoy esperando la próxima película. De hecho, estoy buscando tiempo para poder ir a ver la última, _One Battle after Another.

¿Te gustó su película The Master?

Capaz que es la que tengo menos arriba, aunque igual me gusta. En cambio, Boogie Nights me parece una obra maestra, Magnolia, también, y Petróleo sangriento, ni hablar. Para mí Anderson hace todo bien: la fotografía está bien, los actores están bien, los planos son increíbles, la paleta de colores me encanta, el arte me encanta. Todo lo que construye está perfecto, y además tiene esa cosa de ser un cine autoral que, al mismo tiempo, puede conectar con muchísima gente.

¿Cuál es tu escena preferida de Perros?

Una escena que me gusta mucho es una de la familia Saldaña en la cocina. La hija vuelve de las vacaciones, se le planta al padre y lo quiebra. Me gusta mucho el encuadre, la luz que generamos ahí es muy particular, y va muy en línea con el momento de la película. También me gusta mucho lo que sucede con los personajes en ese momento, porque venís de Jorge [Néstor Guzzini], que viene cascoteado, quebrándose muy internamente, y básicamente su hija y su esposa lo ponen contra la pared, le hacen evidenciar sus limitaciones y le piden que tome decisiones coherentes en el conflicto que tiene delante.

Una de las escenas más comentadas de la película es la primera recorrida de los Saldaña por la casa de sus vecinos, a oscuras, en un plano secuencia. ¿Cuál fue tu intención?

Es un plano secuencia de seis minutos y 40 segundos. Yo sentía que ese momento era muy especial en la película, porque antes de eso hay una serie de pasos que dan los personajes para empezar a jugar con la idea de meterse en la casa de los vecinos. Me interesaba que no fuera una intención deliberada desde el inicio, sino algo más fortuito: suena la alarma, tienen que entrar y, a partir de ahí, es como ufff, todos sus sentidos se conectan con esa otra casa. Pero en realidad, cuando los vecinos les dan la llave, ellos no tienen la intención de hacerlo.

Había una construcción previa hasta llegar a ese punto. Y cuando por fin llegamos al momento en que deliberadamente deciden entrar, yo quería que entráramos todos juntos, que todo el cine se metiera en esa casa.

Eso es lo que me gusta mucho de ese plano: la sensación de que estamos entrando todos. La cámara, para mí, tenía que flotar en ese ambiente, ser un personaje más. Ir con ellos, pero también, por momentos, perderse, desviarse hacia un sonido, como si estuviera viva, sin responder estrictamente al seguimiento de la acción de un personaje. A veces sí, a veces no. Y justamente por eso sentía que no lo podíamos cortar: había que vivirlo en el mismo tiempo que lo vivían los personajes.

Perros. 102 minutos. En Cinemateca, Life Cultural Alfabeta, Life Cinemas 21 y Movie Montevideo.

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