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Foto: Juan Recuero

Nuevas generaciones piensan y comparten cine en Uruguay

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El cineclub Pervanche y la revista Estado de Vigilia

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Entre plataformas de streaming, resúmenes de segundos en Tiktok y comentarios irónicos en Letterboxd, hay jóvenes que apuestan por recuperar otras formas de acercarse al cine. Conversamos con integrantes del cineclub Pervanche y de la revista de crítica Estado de Vigilia sobre sus obsesiones, sus referentes, las críticas negativas de estrenos uruguayos y el suplicio de ver las películas de los Oscar.

Esta noche se proyectan Les Sièges de l’Alcazar, de Luc Moullet, y el cortometraje Il museo dei sogni, de Luigi Comencini. El local es angosto, pero se estira hacia el fondo y está inundado por una luz cálida. Ofician de butacas un mobiliario variado: sillas blancas de madera, sofás amplios y almohadones en el piso que se ocupan de a poco. Una chica con botas hasta la rodilla se sienta en primera fila, otra mira opciones en la barra.

Sobre una mesa están dispuestos ejemplares de la revista francesa Cahiers du Cinéma y de las locales Film y Cinemateca. La película que se exhibirá es una comedia que transcurre en el microcosmos de una sala de cine, y se centra en un crítico de Cahiers y el vínculo que entabla con una crítica de la revista rival, Positif. La entrada es al sobre. Hay cuerpos que se estiran sobre los almohadones, carcajadas que resuenan. Es un ambiente relajado, casi doméstico.

En cada función de Pervanche regalan una estampilla coleccionable. Hoy suena de fondo una playlist elaborada para el ciclo de este mes: cuatro horas y 15 minutos de música, desde “Celluloid Heroes”, de The Kinks, hasta “Una mujer va al cine”, de Amigovio. El esmero se ve en cada detalle.

Después de los créditos, sentadas en el piso de un escenario bajo decorado con guirnaldas de luces, las tres impulsoras de Pervanche charlan con algunos invitados de Estado de Vigilia y con el público de revistas que funcionaban como espacios de formación y resistencia, de la nouvelle vague, del director como autor, del rol de la crítica frente a una industria que busca domesticar la mirada, y de la tensión entre el entusiasmo juvenil por hacer cine y la necesidad de tomar distancia para pensarlo.

Frente a la carencia

“Creemos que la película es más que la proyección en sí; se construye en el relato conjunto y la seguimos expandiendo después”, dice Carolina Vázquez (25) a la diaria algunas semanas después, en una mesa del bar Montevideo al Sur. En la charla también participan Clara Vázquez (26) y Iara López (40), fundadoras de Pervanche, y dos integrantes del equipo de coordinación de Estado de Vigilia: Pietro Calace (23) y Martina Castro (23).

Me cuentan que Estado de Vigilia nació en 2022 como una propuesta de ciclos de cine temáticos, para luego transformarse en una revista de crítica digital. “Veíamos que en el ecosistema no había un terreno fértil”, explica Calace. “Había algunos medios especializados, pero que no hacían la crítica que queremos hacer”, agrega. El objetivo era generar un espacio donde las voces fueran más diversas y jóvenes.

Pervanche también surgió desde la falta. Las fundadoras coincidieron trabajando en un festival de cine en el que no encontraron una forma de satisfacer sus inquietudes. Les ofrecía un panorama de lo que sucedía en el audiovisual uruguayo, “pero a la vez veíamos una comunidad fragmentada, con realizadores poco enterados de lo que estaban haciendo los demás”, dice Iara. Notaban que hacía falta lugares de intercambio donde se pudiera charlar con libertad, sin una autoridad institucional apuntando a su reloj, así que lo inventaron.

Ante la amplificación constante de voces sin nada para decir y esa abundancia de películas disponibles, accesibles y portátiles que se volvió su propio laberinto, ambos colectivos apuestan por recuperar al cine no sólo como espacio de entretenimiento o para reafirmar un discurso propio, sino como un lugar donde pensar, emocionarse, cuestionarse, descubrirse y redescubrirse. Como algo que puede ser importante.

A favor de la obsesión

En Estado de Vigilia hay ensayos que parten de intereses muy específicos. Algunos abordan las características del posvampirismo, otros hacen una lectura político-histórica del wéstern, otros profundizan en la dinamitación de la moralidad en el cine de Lars von Trier. También hay entrevistas a realizadores y críticas de estrenos, pero allí los textos no se detienen sólo en lo técnico o el elogio a las interpretaciones: las películas analizadas son un puntapié para reflexionar sobre el cine y su vínculo con la tradición, el lenguaje, la memoria, el archivo, la democracia o la literatura.

Pietro Calace dice que la revista, ante todo, es una forma de compartir obsesiones: un espacio donde no se ve cine por la necesidad de sumarse a una tendencia, sino por deseo. Pone el ejemplo de los premios Oscar, argumentando que nadie en realidad está interesado en las nominadas: “Vos no querés ver las películas de los Oscar, yo tampoco, y nos obligamos a pasar por ese suplicio. Nadie quiere tener esa conversación. Tenemos ganas de ver películas que nos hagan sentir cosas”.

Aunque son una revista digital, no se sienten cómodos con las críticas relámpago que dominan hoy las redes: los reels, los tiktoks, los videos que resumen una película en 15 segundos. “Mirá qué bien actúa Brad Pitt en la película F1”, imita Calace, pero enseguida se pone serio: “Es una forma de adquirir conocimiento muy engañosa”. Para él, estos videos presentan una mirada digerida, que luego se repite hasta el cansancio, tanto por otros creadores como por el público. Ruido sin que exista un diálogo. Opina que ya el acto de leer cambia la forma en que la información llega. “Elegimos hacer de cuenta de que no vivimos en un mundo de contenido”, dice.

Contra el antiintelectualismo

Una mesa larga iluminada por velas. Fuentes con carne braseada, quesos, pan francés, conservas de estación. Otra repleta de postres y con pétalos sobre el mantel. En el centro, una enorme torta blanca decorada con frutas. Varias de las asistentes llevan vestidos blancos con volados, varios de los asistentes llevan traje. Es una exhibición especial de Marie Antoinette (Sofia Coppola, 2006) con un banquete inspirado en la película y la gastronomía francesa.

En Pervanche les llaman cápsulas. Al considerarse, en primer lugar, un “espacio de reflexión cinematográfica”, realizan cada dos meses eventos en donde también se exhiben películas y se charla, pero acompañados por una cena, ambientación y vestuario acorde a cada proyección. Suceden cada dos meses en la galería Hungry Art, ubicada en la Ciudad Vieja, mientras que su centro de actividades es Tatú 314, a pocas cuadras.

Así como dan espacio a lo lúdico y realizan proyecciones más accesibles –también hubo una cápsula para la icónica Party Girl (Daisy von Scherler Mayer, 1995)–, sus elecciones incluyen películas como El dirigible (Pablo Dotta, 1994) o Le Rayon Vert (Éric Rohmer, 1986), en una apuesta por diferenciarse y generar su propio canon. Se acerca gente joven y no tan joven, cinéfila y no tanto. Otras características definen al cineclub: muchos de los asistentes van sin saber mucho de la película, con confianza en el criterio de las programadoras; las charlas posteriores, en varios casos, duran lo mismo que la proyección.

Según Carolina Vázquez, la intención en Pervanche, que observa también en Estado de Vigilia, es dar un lugar para que el espectador construya su mirada. “Las películas son textos y los textos son interpretables y también discutibles”, dice. Por eso, opina que se debe tomar conciencia de que uno también es quien le pone el significado, y es algo que buscan hacer con el público en las funciones: orientar preguntas, conversar entre ellas para ver qué despierta esa charla en el espectador.

Pietro Calace, Lara López, Martina Castro, Carolina Vázquez y Clara Vázquez.

Foto: Rodrigo Viera Amaral

Con su programación, también se oponen a la falsa separación entre las películas taquilleras y las películas “de intelectual”, dice Clara. Y agrega: “Combatimos ese antiintelectualismo. Eso de no quiero ver esa película porque es en blanco y negro, porque es muy vieja, porque es uruguaya. A veces escucho a alguien decir con orgullo que nunca vio una película uruguaya y pensás: ¿por qué?”.

Desde la indignación

Las redes sociales más de nicho tampoco se salvan de la mirada escéptica de Estado de Vigilia. Acerca del rol que cumple su revista frente a plataformas que han ganado peso como Letterboxd, en las que los usuarios pueden puntuar y reseñar películas, Calace es contundente: “Porque existe Letterboxd es más necesario que nunca”.

Agrega que, en un principio, en la plataforma había quienes escribían análisis largos, mientras que ahora es difícil encontrar una crítica genuina en un océano de textos irónicos. “Un comentario gracioso, un chiste, está de más. Nos reímos y nos gusta también hacer eso, pero está bueno que haya un espacio donde podamos encontrar otras cosas”, dice, aunque aclara que sí utilizan Letterboxd para buscar películas y referencias.

En un país que durante el siglo XX dio a críticos de la talla de Homero Alsina Thevenet y Manuel Martínez Carril, ven su iniciativa como un “grito de guerra”, no contra las nuevas formas, pero sí frente a lo descriptivo, en una apuesta por volver a darle espacio a la reflexión. “Nos parece que está bueno retomar esta tradición y resignificarla con una mirada del hoy. Intentamos estar en sintonía con las cosas que pasan”, explica Calace.

La escritura importa tanto como las películas para Estado de Vigilia. Definen su tarea como “hacer cosas con palabras”, y por eso cada texto pasa por tres manos: quien escribe, quien edita, quien corrige. Luego, entre los tres se arma una conversación que busca precisión sin borrar la voz, explica Martina. Frente a la exigencia de velocidad, eligen la demora, el proceso, la duda, la posibilidad de disentir.

Para armar su proyecto se inspiraron en varias revistas de crítica especializada latinoamericanas: Taipéi, La Fuga, La Vida Útil. Calace dice que generar y circular conocimiento crítico con el cine como medio es clave frente a la inercia actual: “Nuestro proyecto también nace desde la indignación, de decir ‘no puede ser que esto no esté pasando’”.

En defensa del diálogo

En Estado de Vigilia hay textos duros sobre películas nacionales recientes. La crítica negativa, y en especial la de cine local, es un tema que también los ocupa. Frente a los cuestionamientos, se afirman en que una película está para que se hable en torno a ella, especialmente en un ambiente tan pequeño como el del audiovisual uruguayo.

“Obvio que es incómodo, que nos conocemos todos, nos tenemos que cruzar en lugares y yo dije algo malo de tu película y vos dijiste cosas de mí, pero para que esto siga vivo, para que haya ideas nuevas y frescas, para que se genere pensamiento y sea entretenido, tienen que existir conversaciones, voces dispares”, asegura Vázquez como lectora y temprana colaboradora de la revista.

Según Calace, ayuda a que no se estrene siempre lo mismo, los realizadores filmen de cierta manera y la devolución que obtengan sea sólo de amigos que los felicitan: “Ese es el problema que vemos con el cine uruguayo, y lo intentamos poner sobre la mesa”.

Aunque dice que acá “es todo una aldea”, Vázquez opina que se debe entender que en este tipo de dinámicas siempre de fondo está el amor por el cine. “Hay que salir de la dicotomía de si es bueno o malo, me gusta o no me gusta. Creo que ahí los dos proyectos tienen un punto en común de querer abrir el diálogo. Nosotras hemos pasado películas que, si nos preguntás, no nos encantan o directamente no nos gustan, pero no por eso vamos a dejar de programarlas, porque se va a generar una discusión interesante, y hay gente a la que sí le va a gustar”.

Para Vázquez, estas situaciones también habilitan intercambios con el público que hacen que los directores piensen en lo que están haciendo y por qué: “Que miren sus películas desde otro ángulo que no sea el de sus conocidos o el circuito de festivales, que siempre va a querer incentivar la producción”.

Por la incomodidad

Pervanche no es el único cineclub de su tipo en Montevideo. Para ver producciones nacionales y charlar con sus autores se puede asistir a las funciones del Cine Club Uruguayo. Más recientes son Kino Cineclub, en donde se exhiben películas con un perfil más de culto, y Parpadeo Cineclub, organizado por tres mujeres –al igual que Pervanche–, que ofrece exhibiciones mensuales de cortos y largos en una casa lynchiana en Parque Rodó. Todos apuntan a una conversación posterior con el público.

Vázquez cuenta que los asistentes de Pervanche no se van cuando la pantalla ya está en negro. Se entusiasman con la charla, preguntan, comentan. Habla de un deseo de comunidad y de cercanía física que se vincula con el fenómeno del streaming, la falta de conexión y el aislamiento que genera.

Está claro que es más cómodo ver una película desde la cama, poder pausar para recargar tu vaso o responder un mensaje que salir al frío de la calle para rodearte con desconocidos en una sala, pero esa incomodidad también abre posibilidades, habilita la incertidumbre. Para ella, el acto de dejar tu casa genera algo que excede la película, que habla de cada uno.

Además, como joven, se toma el “atrevimiento” de hablar de su generación, y explica que allí encuentra un objetivo de volver a viejos hábitos y a formatos analógicos, a enriquecerse colectivamente, frente a la imposición de la inmediatez: “Hay una intención de quedarse 40 minutos, una hora, en una charla sobre cine”.

Su apuesta va por el poder transformador de ese tiempo y espacio compartidos: “Nos interesa hablar de películas que por alguna razón te sacuden, te vuelan la cabeza, te hacen enojar mucho o te despiertan un sentimiento, te conmueven”, dice. “Esas películas que dan ganas de salir a vivir, a filmar, a escribir. Las que se quedan contigo, de las que te vas a acordar dentro de un montón de años y pensar ‘la primera vez que la vi fue en Pervanche’”.

Ese entusiasmo genuino atraviesa las dos propuestas: el cuestionamiento como postura ética, el impulso por crear una brújula frente al ruido digital, la fe en que mirar juntos todavía importa. Son jóvenes que no quieren ser sólo espectadores, para los que la cinefilia es un espacio vital y de resistencia, para quienes las películas nunca se terminan.

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