“No voy a volver por mi edad y porque ese Montevideo en el que muchas veces fui feliz no existe más”, dice Juan Carlos Onetti, y agrega, “por simpatía me resigno”. Era julio de 1991 y Pablo Dotta y Mariela Besuievsky entrevistaban al escritor en su casa madrileña, con motivo de la película de ambos El dirigible, proyecto que Onetti consideró un experimento “absolutamente loco” y por eso mismo le interesó, aunque en verdad no alcanzó a verlo.

20 años después de haber sido estrenado en Montevideo, este largometraje en 35 milímetros producido en el país -el primero desde Mataron a Venancio Flores, de 1982-, continúa dividiendo aguas. Evidencia de esto es la actualidad de aquel célebre grafiti callejero que ironizaba “Yo entendí El dirigible”, firmado por un tal José Feliciano (aunque muchos años después, Pablo Stoll reconocería su autoría en una entrevista). En la película, una joven periodista francesa (Laura Schneider) asegura haber entrevistado a Onetti antes de su supuesto regreso al país, tras 15 años de exilio en Madrid. Está interesada en encontrar la foto ausente del suicidio de Baltasar Brum en presencia de la prensa, y la de un Zeppelin sobrevolando la ciudad por los años 30. Al buscar un traductor conoce al personaje de Marcelo Buquet, quien intentará ayudarla a encontrar el grabador con la entrevista, que supuestamente le habrían robado. Pero así como la foto del suicidio de Brum, éste es un audio y una imagen que nadie ha registrado.

La película comienza con un disparo, la foto de Brum antes del suicidio, el dirigible recortando el cielo mientras lo acompasa la musicalidad titilante de Fernando Cabrera y el ojo perturbador de Onetti en primer plano. La bellísima ambientación sonora compuesta por Cabrera, reunida en el disco de Ayuí Música para El dirigible, aporta a las poéticas escenas una textura sonora palpitante, a veces austera y minimalista.

Circularidad

“Nunca en ningún país el cine nació tantas veces”, dicen Manuel Martínez Carril y Guillermo Zapiola en La historia no oficial del cine uruguayo, al referirse a las diferentes producciones que desde 1923 se anunciaron como “la primera película uruguaya”. Y así también fue anunciado El dirigible en el Festival de Cannes de 1994. Su estreno generó confusión en algunos críticos y en el público que se acercó a verla, que la consideró excesivamente críptica y culturosa.

En El dirigible hay varias referencias literarias (a la mítica ciudad de Santa María y El pozo, de Onetti, y a un poema de Delmira Agustini), a acontecimientos históricos y distintas personalidades de la cultura uruguaya que, junto con el ritmo y la estética de la película, tal vez contribuyeron a que el largometraje quedara restringido a un pequeño círculo. A estas referencias pertenece el paso del Zeppelin por Montevideo (1934), el suicidio de Baltasar Brum en resistencia al golpe de Estado de Gabriel Terra, o la entrevista a Onetti en su cama, entre otras. Por medio de diversas locaciones y fotografías se cuestiona la identidad uruguaya de los 90, recreando un pasado y poniendo en evidencia la falta de una memoria visual del país.

En el mundo

El dirigible fue reconocida -y premiada- en distintos festivales internacionales, algo inédito en el cine uruguayo hasta ese año.

En el Festival de Cannes de 1994 fue nominada en la Semana Internacional de la Crítica y la crítica especializada le otorgó el tercer puesto. Ese mismo año participó en el Festival Internacional del Nuevo Cine Latinoamericano, en la categoría Ópera Prima, y recibió el premio Coral (compartido con Hasta morir, del mexicano Fernando Sariñana). Además, participó en los festivales de Sitges, San Sebastián, Chicago, Ciudad Juárez, Trieste, Gramado, Río de Janeiro, Cuba, Mar del Plata, Valencia, Róterdam (donde fue la segunda película más votada por el público, algo inusitado para el film) y Suiza, entre otros. En marzo de 1995 se presentó en el Festival de Cartagena de Indias, en el que ganó el premio a la mejor música original.

La joven periodista francesa es el hilo conductor de la trama. La acción no avanza ni retrocede, tan sólo ocurre, en un instante, como un relato fílmico en el que no se adivina el principio ni lo que sucede después. Es el recorte de una Montevideo precisa: el Parque Rodó, la rambla, el Palacio Salvo y la Plaza Independencia, vista a través de una neblina que parece cubrirlo todo, mientras hay gente que llega y otros que luchan por su supervivencia.

Por la ventana del taxi en el que pasea la francesa, Montevideo se ve borrosa y gris. Las imágenes que faltan son las que pone en cuestionamiento la extranjera, y de hecho la película plantea muchas preguntas por medio de fotogramas que no se perdieron: en verdad nunca existieron. La ausencia de imágenes se corresponde con los mitos evocados a partir de un pasado lejano, tan ajeno que casi deja de ser nuestro: la sentencia de Onetti no sólo parecería continuar vigente -“Detrás de nosotros no hay nada, un gaucho, dos gauchos, treinta y tres gauchos”-, sino que también, en las muchas reformulaciones del pasado, parece haber imperado la nostalgia de una Europa que no éramos, de un padre fundador ausente y de héroes nacionales inventados, frente a la necesidad de articular un discurso legitimador de nuestra “nación” y de solidificar una identidad nacional. En El dirigible el tiempo parece haberse detenido y el paisaje haberse dilatado. Los personajes son cómplices de esa soledad gris que avanza atemporal, confundida entre luces, sepias y el Río de la Plata.

Tal vez el fin sólo sea buscar respuestas exponiendo preguntas. Los travellings continuos y las escenas fuertes (como la de El Moco siendo atendido por un veterinario) conducen a varios interrogantes. ¿Cómo es esta Montevideo posdictadura? ¿Se desconoce tanto el pasado de la joven francesa como el propio? ¿Qué se puede hacer en este país? ¿Nada? ¿Ni siquiera volver?

Centro afuera

Un número importante de las obras posdictadura (más que nada en narrativa) que coinciden con el estreno de esta película dialogan de manera constante con los clásicos modelos de nación, como el de la orientalidad y la uruguayidad. En la película de Dotta se expone la ausencia, aquello que no está y que hace falta. Como lo definió él mismo tiempo después, “El dirigible es una especie de puzle. Fue hecho con la necesidad de aproximarme de la manera más honesta posible a mis preguntas sobre mi país y sobre mi relación con él. Es una película ensayo, una película indagación, una película que no quiere hacerse concesiones a sí misma”.

Así como en Tahití (cortometraje de Dotta de 1989) la imagen es la de un país devastado, donde los veteranos miran sus fotos mientras a su alrededor todo ha sido destruido, en El dirigible la propia ausencia es la protagonista. La realidad parece alterarse mediante los sobresaltos, los primerísimos planos, los personajes que se recortan, ingresan y salen de cuadro, el inquietante fotograma en blanco y la ausencia total de respuestas.

La esperanza del regreso es, precisamente, lo que nunca se concreta. Al final de la historia, la joven francesa se convierte en una uruguaya que camina despacio por la rambla, mientras deja su cámara de fotos en manos de un taxista desconcertado. Pareciera interpelar de manera constante a la memoria de los exiliados, del ser uruguayo y de la resignación, con un tono que alterna la poesía y la nostalgia de algo que no se sabe bien a qué responde. Así, la joven uruguaya que viaja en taxi por la rambla busca con marcada angustia ese pasado. Y su aparición se da, precisamente, cuando la francesa y su cámara de fotos naufragan en el Río de la Plata.