“Me gusta cómo la heladera ilumina de rosado los primeros ladrillos de la pared, el almanaque con una raíz de jengibre, las sillas”, escribe sin saber que se trata de lo que será su primera novela, Pogo, aparecida en 1996. Los Ramones, Nirvana y Atahualpa Yupanqui suenan en los auriculares de su walkman. Deambula dentro de su casa y la ciudad vacía y entretiene al lector con los descansos de una tristeza pesada: “Uno está donde uno quiere muchas veces sin pensar”, y lo seguís leyendo, manso, confiado en que nada malo puede pasar.
Casi 30 años después –luego de aniquilar al escritor de su trilogía dolorosa, un viaje a Nueva York más largo de lo previsto, el éxito de su novela El hermano mayor (2016), inspirada en la muerte de su hermano Sebastián (Alejandro en el libro), otros libros, el hábito adquirido de una Usina Literaria a su mando, hijos, mudanzas y separaciones–, el que baja por la calle Ansina es otro.
“Soy una teta posando”, se ataja, hasta que recuerda: “Ojo… ahora tranquilamente me podría sacar una foto en ese tobogán: con la música soy como un nene con un chiche nuevo”, admite Daniel Mella, rodeado de una placita al sol del Cordón, a la vuelta de su casa, cuyo paisaje natural, en el medio de la urbe, esconde un barcito vintage de burbujas naranjas. “Fue ahí”, me explica, señalando la ventana del boliche hacia adentro, donde se ven varios ejemplares de la revista Oro –de la que es editor– y donde, en la noche del viernes 27 de junio, por fin, liberó su nueva criatura.
“Era la primera vez que tocaba canciones mías y nadie sabía que estaba componiendo”, dice. “Alejandro Ferreiro quería hacer algo distinto para la presentación de mi libro de poesías La lengua de sus hijos y me preguntó: ‘¿Qué se te ocurre?’”. Daniel cree que el responsable de la editorial Secreta, que no conocía ese perfil suyo, “se la re jugó” cuando acordó disponer las condiciones de un breve concierto de guitarra y voz, sin micrófono y con un público cautivo al que no le iba ser tan fácil escaparse.
“Fue muy loco lo que pasó. Una cosa es estar en tu casa, y otra que, de golpe, tengas 40 personas enfrente”, relata. “Voy a arrancar el primer tema y siento que la mano derecha no se mueve. No quiere, no se acuerda, queda congelada, ¿viste? Nunca había experimentado esa sensación. Entonces, dije: ‘La concha de la lora, ¿Qué hago?. La cantamos de principio a fin y no me importa nada’. Aplausos. Segundo tema, también medio congelado. El siguiente, un poco mejor, y en el último invité a cantar a mi viejo y a mi hermana”.
Esa noche el artista se volvió a sorprender: “La noción de éxito-fracaso en mi mente explotó”, confiesa. “Sabía que había tocado como el orto, comparado con lo que hacía en mi casa, y la gente lo amó”. Entre la audiencia había alumnos suyos y amigos y amigas como Patricia Turnes, que le dijo: “Esto fue el evento del año. Quiero escuchar más”.
Hace pocos días salió el primer disco solista de Daniel Mella. Se llama Notas de voz y trae tres de esas canciones anticipadas en el bar vintage y otras ocho que completan un álbum compuesto entre febrero y setiembre de 2025, grabado en su totalidad con un teléfono celular y la guitarra de su hermano Sebastián en la cocina de su casa. “Te querés contagiar / acercate...”. “Yo soy fan de mi fan / Pedime lo que quieras / Tomá lo que puedas”, susurra en su carta de presentación y podría recordar a un Nick Drake especialmente oscuro o a una Sylvia Meyer especialmente demente.
Vida cruel
“Todo se dio vuelta, en parte, porque empecé a escribir y me puse en contacto con cierta gente, como Ricardo Henry”, dice cuando volvemos a los inicios de su formación musical. Si bien primero escuchó a Guns N’ Roses, Nirvana, Alice in Chains, Pink Floyd y los Smashing Pumpkins, descubrió a Pixies, Nick Cave, Violent Femmes y otros menos radiables gracias a Henry, que tenía la disquería Atlantis en Bulevar España y el ombú y que en algún momento fue indicado como el líder de un grupo de escritores “crueles” junto con Mella (que entonces firmaba Daniel Gorjuh, como homenaje a una bisabuela yugoslava) y Gabriel Peveroni, según una nota de la revista Paula de fines de los 90.
“Si no hubiera sido por Henry, no me habría enterado de un montón de cosas. A los 19 vivía con mis padres y tenía un buen trabajo como docente de inglés. Me gastaba toda la plata en Atlantis. Iba a buscar un disco y me llevaba tres porque Henry te decía: ‘Fijate esto que llegó hoy’ y lo escuchabas porque el tipo sabía”.
Así conoció a Radiohead, “la mejor banda de rock de los últimos 25 años”: “Ya había escuchado Pablo Honey y The Bends, que me habían partido la cabeza. Después llegó OK Computer y subieron la apuesta a unos lugares increíbles, imposibles. Era clavado que iba a ir a comprarme el próximo disco, porque eran mi banda indiscutiblemente favorita”, dice.
“El día que sale Kid A fui a buscarlo a Rarities, otra disquería donde por ese entonces trabajaba Ricardo. ‘¿Vos estás seguro de que lo querés llevar?’, me pregunta. Le digo: ‘Sí, obvio’”. “Empezamos a escuchar el disco ahí, pone 10, 20 segundos de cada tema y yo piro del disgusto, de la decepción, de lo feo que me parecía todo eso. No entendía nada. Entonces Henry me dice: ‘También llegó esto’, y me pone Figure 8, de Elliott Smith. Flasheé y me hice fan absoluto”.
En ese 2000 Mella sufrió otra decepción total cuando “no pasó nada, pero nada” con su novela Noviembre y, como antes había hecho con la religión, se enojó ferozmente con los libros, la literatura, los escritores, las librerías y la editorial Alfaguara, que no hizo nada para que cumpliera su sueño de ser un escritor de fama internacional. Con unos ahorros de su trabajo como mozo de temporada se tomó un avión para Nueva York y se los gastó viendo a David Bowie, Bob Dylan, Iggy y The Stooges y Sonic Youth.
En 2003 todavía vivía allá y el diario gratuito le avisaba de un evento de música y visuales láser en el planetario de la Gran Manzana: “El show arrancó con ‘Everything in Its Right Place’, el primer tema del Kid A, y me partió la cabeza”, dice. Ahí recién entendí que, claro, se habían adelantado, como cuatro años”. Ahora ese es su disco preferido de Radiohead.
De mano en mano
“Mariela ya habrá terminado sus clases de piano en el conservatorio. Sentada en una silla de plástico blanca, con la guitarra que toma de las manos de Marcos, comienza a rasguear ‘Come As You Are’, la canción acústica de Nirvana que le enseñará a Ale cuando quiera aprender a tocar la guitarra a los 14 años”, narra el escritor en una escena de El hermano mayor.
“Yo sabía cuatro acordes. Estamos hablando de empezar de cero”, aclara sobre el contexto en el que empezó a componer su disco solista. Algunas dudas sobre su capacidad de músico las resolvió cambiándole a su vecino Pancho Coelho (Pompas, Buenos Muchachos, DanteInferno, Filo) clases de sus talleres de escritura por clases de guitarra. Pancho lo comparó con un trovador medieval y guio sus composiciones. Martín Recto, su socio en el proyecto Chino, le ofreció herramientas y otras condiciones sonoras, pero decidió que la mejor manera de expresar lo que le había inspirado una ruptura amorosa era quedarse en su casa.
“En algún momento, cuando mi hermano vivió conmigo, había practicado unos movimientos de dedos para arriba y para abajo para acompañarlo a él en las cosas que hacía”, relata. El disco Dieciséis canciones (2022) reúne una compilación del músico y salvavidas Sebastián González, fallecido en 2014. “Y después, nunca más”.
Y este disco lo grabaste con la guitarra de Sebastián.
Claro. La heredé porque mi hija Pachi toca la guitarra muy bien. De vez en cuando yo la agarraba y hacía un arpegio que me encantaba cómo sonaba y eso me conectaba con mi hermano, porque era un arpegio medio parecido al que hubiera hecho el Seba. Bobeaba. Hasta que mi hija se dejó las uñas largas porque estudia estética y belleza, y dejó de tocar la guitarra todo el año. Y ahí en febrero arranqué yo, de caradura.
Antes de empezar la entrevista me contabas que hay demasiados ruidos de la calle en el apartamento en el que vivís ahora. ¿Cómo hiciste?
En una canción suena un ching ching del café que hay abajo. Me levantaba en la mañana, me traía la guitarra para el cuarto y me ponía a tocar. Y si tenía una canción medio terminada intentaba grabarla en mi cuarto, a ver qué pasaba con el tránsito de enfrente de mi casa y con todos los pajaritos de las cinco de la mañana. Ninguna quedó buena. Así que me rendí con mi cuarto y me fui a la cocina, que da a un pozo de aire. Terminaba en una onda medio chamánica en la que todo era guiado por la hora del día. A la hora en que mis hijos están yendo y viniendo no les podía decir que se quedaran en sus cuartos. Tenía que fijarme en los horarios más tranquilos del café de abajo, y además yo trabajo en mi casa. Así que quedaban algunos ratos en la noche y los fines de semana. Pero encima, como hasta ahora, el barrio va de construcción en construcción y en ese momento me complicaban, igual que el ascensor del edificio, que debe tener como 80 años. Nunca sabés cuándo va a sonar. Estás grabando un tema, está quedando divino y un hijo de puta te llama el ascensor.
¿Cómo aguantaste? Es para reventar los nervios.
Tenía ganas de que sucediera. O sea, la estaba gozando mucho, explorando lo que podía hacer con la guitarra y con la voz. Yo siento que es un viaje de ida.
Durante un buen tiempo estuve bastante apartado de la música porque te afecta inmediatamente, y ahora de vuelta: no puedo salir a la calle si no me pongo auriculares. La música es como una falopa. Si estás escuchando música todo el día, te estás drogando: “Bueno, ahora un poco de Rolling Stones, ahora Elliott Smith”. Estás induciendo una sensación, pero ¿qué es lo que realmente estás sintiendo?
Yo gozo y he dedicado mi vida artística a la escritura de literatura, pero me gozo mucho más con la música. Te causa placeres físicos y químicos. Cuando tocás la guitarra la sentís en tu panza.
¿Cómo surgió la tapa del disco?
Estábamos con mi hijo, que viene haciendo las tapas de mis libros, y le cuento que con este primer disco no puedo parar de pensar en mi primer libro. Como que me siento igual.
En ese momento tenía 19, de repente había escrito una novela y no sabía lo que tenía. Entonces le muestro la tapa del libro para ver si nos inspirábamos. Él la da vuelta y me dice: “Tenés que usar esta foto. ¿No era la época en la que vos soñabas ser una estrella de rock?”.
Notas de voz, de Daniel Mella. 2025. En plataformas.