Dirigido por sus exalumnos, Vital Menéndez y Florencia González Dávila, este fin de semana Iván Solarich se despide de Potestad, el unipersonal de Eduardo Tato Pavlovsky que está haciendo en el museo Taranco. El proyecto condensa las características de sus espectáculos de las últimas temporadas: junto a equipos jóvenes, en espacios alternativos, tratando directa o lateralmente las huellas de los totalitarismos.
Casi con el mismo esquema dio a conocer La tierra baldía, El huésped vacío y Camino a Kafka en casas privadas o en sitios como Fábrica, un estudio de arquitectos en Goes, o la Biblioteca Nacional.
En su sexta década de edad, por más que dialogue con todo el medio teatral, a veces Solarich siente que algunos de su generación andan “más empantuflados, más tradicionales”, y se identifica con los colegas treintañeros, como su hijo Mariano, que es parte de la producción. Hay un colectivo que lo orbita. “Te siguen la cabeza, te enseñan, te ayudan, te tiran para adelante, te plantean nuevos retos y, bueno, me entiendo. Es una estrategia para mantenerse joven”, asegura, pero también habla de confianza.
Solarich cuenta que Potestad es una idea postergada. La quiso hacer hace 12 años, pero en ese momento le tocó conducir el Festival Internacional de Artes Escénicas, y cuando tuvo que viajar a Corea, en un rapto de inspiración, cambió de plan y escribió El vuelo. María Dodera, que lo terminó dirigiendo entonces, no tenía la agenda libre ahora para retomar más de una década más tarde el montaje del drama de Pavlovsky. Así que la dupla Menéndez-González, que está haciendo sus primeras armas, asumió la tarea.
Pavlovsky era un referente para Solarich: “Uno la verdad que tiene -en eso sigo un poco en la tradición barbiana de los que son como hermanos en el tiempo contigo, aunque no los conociste- comunicación con Miller, con Artaud, con Stanislavski. Ni hablar de Grotowski, Brecht, Mnouchkine, Atahualpa Del Cioppo, no porque hagas nada similar ni quieras parecerte, pero son los referentes del siglo, unos con su ética, otros más con sus metodologías, otros con su concepción de la sociedad y la vida. Pero todos te iluminan”.
En esa lógica, el artista define una tríada de colegas argentinos en la que, junto con Ricardo Bartis y César Brie, está Pavlovsky. “Tato, con Norman Briski, con Griselda Gambaro, y otra gente, pero especialmente él, era un actor inconmensurable, de los más grandes que he visto, y un dramaturgo tremendo. Además, con esa cabezota del psicoanálisis y del psicodrama, con una indagatoria sobre las almas tortuosas, represoras”.
Lo conoció personalmente cuando montaron El señor Galíndez, con la dirección de Walter Silva, en junio de 1984, en el viejo local de Teatro de la Candela (en 21 de Setiembre y Coronel Mora). Pavlovsky vino al estreno.
Dice Solarich que con los años ha ido encarnando su metodología. “Creo mucho en el teatro de estados, en el teatro del texto disruptivo, que él llama ‘del balbuceo’, sobre el que ha escrito Jorge Dubatti, y creo mucho en la temperatura en la actuación; no creo en la psicología”, explica. “El texto se me va anudando, lo voy cosiendo en torno a los estados, a la emoción”.
Nuevamente, el contexto histórico es fundamental. En Potestad “el tipo es un médico involucrado en un aparato represor. Su función es la de estos médicos que trabajaron al servicio de la tortura, de la dictadura, que certificaron al difunto que se les quedó en el tacho. Un horror. Eso ya lo sabemos, está claro, hay que insistir. Pero en otro plano que Pavlovsky deja entrever y en el que hicimos un fuerte acento es en el territorio humano. En un acontecimiento represivo, frente a la muerte de los padres, el personaje se encuentra con una nena de un año y medio. Y entiende que se la ganó, que le pertenece, que es suya, y tiene el gesto de no dejarla en ese apartamento sola y de llevársela y criarla y amarla junto con su mujer. Entonces es complejo, porque en ese contexto seguís hablando del amor. Y un día a esa niña la vienen a buscar, supuestamente porque reconocen su identidad, para buscar a su familia, en el marco de los derechos humanos y de la búsqueda de la identidad. Se la llevan. Y el tipo queda absolutamente desolado, destruido sin la hija que crio, sin la hija que ama”.
Solarich recalca que se trata de un drama humano más que político. En una versión anterior, en 2019, el citado Walter Silva dirigió a Julio Calcagno en Potestad, en ese caso, en el Teatro Circular.
Visitas y aperturas
Una vez culminada esta tanda de funciones, el actor viajará diez días a Estambul, invitado por el Instituto Cervantes, a un tercer encuentro de escritores y dramaturgos iberoamericanos hispanoparlantes, mientras prepara su quinto texto para el año próximo.
En enero, en el teatro del Museo Atchugarry, en Manantiales, recibirá al elenco del Teatro Experimental de Cascais, con el que durante tres meses de residencia en Lisboa estuvo trabajando en Esperando a Godot. Solarich interpreta a Vladimir y Manuel Coelho a Estragón en la famosa obra de Samuel Beckett. Hará dos presentaciones en Maldonado y después están comprometidos con cuatro más en la sala Zavala Muniz. El personaje más joven de la puesta será elegido mediante un casting con egresados del IAM.
Para mayo, si todo avanza rápido, con siete integrantes de su barra de treintañeros cómplices estará abriendo una sala teatral en Pocitos, en Avenida Brasil casi Santiago Vázquez, donde actualmente hay una bicicletería. En febrero el arquitecto Carlos Pascual empieza las obras para transformarla en una sala frontal con una platea de 70 lugares. Todavía no definieron qué nombre tendrá, pero apuestan a hacer una semana de apertura en la que rotarán tres espectáculos. Es probable que Potestad sea uno de ellos.
“Tiene una escala muy humana”, dice Solarich sobre el espacio, un emprendimiento cooperativo que reformarán invirtiendo unos 30.000 dólares. “Va a ser una sala off, como las que uno ama, pero con baños hermosos y limpios, con temperatura adecuada, para que el público esté cómodo. Hemos aprendido mucho de las experiencias; uno quiere ser independiente, pero con todas las calidades que se puedan”, agrega.
Funcionará de jueves a domingo, aprovechando quizás los mediodías los fines de semana. “No vamos a inventar nada, pero queremos afianzar algunas variantes, pasar por la música de pequeño formato, también, el acústico, traer elencos del exterior, hacer muestras plásticas, una pequeña cafetería, pero amena, en un lugar cómodo, independiente”.
Potestad. En el Palacio Taranco, este sábado a las 19.30. Entradas $ 650 en RedTickets. 2x1 para la diaria.