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Alejandra Wolff y Enzo Vogrincic, durante el ensayo de Dulce pájaro de juventud.

Foto: Guillermina Otero, difusión

“Enzo Vogrincic funciona con un aura de misterio y estrellato”: Alejandro Tantanian sobre el protagonista de Dulce pájaro de juventud

8 minutos de lectura
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Comienzan las funciones de la obra de Tennessee Williams que montó la Comedia Nacional.

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En Hollywood, la protagonizó Paul Newman; aquí, lo hará Enzo Vogrincic, el actor consagrado en la película La sociedad de la nieve. Con entradas agotadas durante las primeras semanas, la Comedia Nacional estrena Dulce pájaro de juventud.

Para dirigir esta obra de Tennessee Williams, el elenco oficial convocó al director argentino Alejandro Tantanian, que conversó con la diaria.

Enfrentar un Tennessee Williams será una alegría en sí misma.

Sí. Como miembro de la colectividad LGBTQ+ y para mi educación sentimental, él fue muy importante. Ha sido un compañero de ruta. Si bien sus obras no tienen esa temática, alrededor hay algo de la imaginación queer, de la posibilidad de pensar determinadas alternativas al realismo que fueron siempre muy pregnantes para mí. Y nunca tuve la posibilidad de hacerlo.

¿Nunca?

No, en general en Buenos Aires es difícil que se haga repertorio de este tipo. En un momento quise hacerlo, pero en Argentina hubo problemas graves con respecto a sus derechos por una situación que pasó con una producción y nos estaba vedado a los artistas porteños. En cierta forma lo desestimé, pero en la pandemia volví. Porque es de esos autores que te acompañan cuando sos adolescente y después entrás en esa fase de desprecio que es común para con esos primeros amores... En la pandemia empecé a armarme unos cursos para sobrevivir mental y económicamente, que se pudieran dar de manera virtual. Entonces empecé a pensar en autores que pudieran ser de interés general y dije: “Voy a volver a leer a Williams”. Y armé un curso que tomaba la figura de él claramente: El zoo de cristal, Un tranvía llamado deseo y el Dulce pájaro... Y ahí lo volví a descubrir y fue un reencuentro extraordinario. Paralelamente, yo estaba en conversaciones con Gabriel Calderón porque desde que él asumió en la Comedia me contactó muy rápidamente, pero yo estaba con complicaciones de agenda, y ya cuando su mandato terminaba me dijo que quería que yo estuviera sí o sí, y aunque estaba con otro proyecto le dije: “Vamos con Dulce pájaro de juventud”.

¿Elegiste tú el elenco?

Me apoyé bastante en Gabriel y en José Miguel Onaindia, en quien confío, a quien ya conozco hace muchos años por ser porteño él también y por haber compartido trabajos juntos. Vi algunos videos, vine a ver a los actores. Con Enzo la idea fue un poco de José Miguel, y también decir: hoy es un actor que tiene una proyección importante, un actor que se formó en el teatro uruguayo y además es un rol que le va como zapato a su horma, porque es un rol… Es que a veces los personajes te eligen. No es Chance Wayne, porque no lo es, pero hay algo en su forma de entender que él entiende y hay algo de su expresión que es perfecta para eso. Claramente, el Enzo de hoy es un Enzo que funciona con un fandom grande, con un aura de misterio y de estrellato, ¿no? Eso es muy importante porque Williams trabajaba mucho con la iconografía de lo real: esa aura de misterio que tenían las grandes divas que a él le fascinaba como buen marica, esos hombres misteriosos como Brando, Newman… Así que estoy muy contento.

Tengo la impresión de que todavía no sabemos qué tipo de actor es Enzo. Tiene un potencial inmenso que no sé si él mismo hoy sabe que tiene. Creo que a su edad el actor está muy ensimismado con sus propios procesos, observando cómo funciona el mundo teatral, y creo que Enzo puede llegar a ser casi todo. Y no lo digo por el estrellato actual.

Yo tampoco. Lo del estrellato en un punto genera algo alrededor del espectáculo que lo transforma en un evento.

Va a promover la venta de forma exponencial.

Exactamente. Y eso le viene muy bien al espectáculo. Y tiene algo “a la Williams” también. Porque sus obras siempre se estrenaron de esta forma, con este grado de estelaridad. Pero sacando eso, hay algo en la calidad actoral de Enzo que es... tiene una ductilidad y una disciplina... Es alguien que trabaja mucho.

Tiene una escuela muy importante atrás...

Sí, lo sé, Levón, la EMAD, lo sé. Pero viste que eso a veces depende de cada uno: hay una cuestión idiosincrática y del grado de compromiso que él tiene con su profesión.

“Born to be”, diríamos en inglés.

Exacto. Y además también entendió lo que pasó con La sociedad de la nieve y no va a ser tan tonto de que se le pase el tren. Seguramente, sin eso, este rol habría recaído en alguien de la Comedia.

¿Cómo funciona él con la Comedia?

Increíblemente bien. El clima de trabajo es buenísimo y los actores tienen una versatilidad, un grado de profesionalismo del primero al último. Hablamos de Enzo porque es el invitado y porque claramente es el protagonista de la pieza, si bien se habla de dos protagonistas: el de Enzo y el que hace Alejandra Wolff, que funcionan súper bien entre ellos. Pero si leés la historia, es la de un hombre que vuelve a su pueblo a recuperar a su amada.

¿Quiénes están trabajando con los actores en los ensayos además de ti? ¿Existe asistencia coreográfica o en expresión corporal, por ejemplo?

Sí, está trabajando en eso Carolina Besuievsky. Y hay algunos números coreográficos que decidí incluir. Además, yo trabajo hace más de 30 años con Oria Puppo, trabajamos en tándem, y es quien está a cargo de toda el área visual: de la escenografía, del vestuario y el video [con la participación de Miguel Grompone]. De la luz se encarga Ivana Domínguez.

¿Cómo te parece que dialoga esta obra con nuestro presente?

En función del estudio que hice para el seminario que di en pandemia, que se transformó en un libro que salió hace poco y se llama Tres clases, para mí esta obra tiene una cuestión metafísica relacionada con la voracidad del tiempo, su implacabilidad. De hecho, el título que tenía la pieza era El tiempo, nuestro enemigo.

Y lo es.

Lo es. Hay un foco puesto en ese gobierno casi omnímodo del jefe Finley, en ese “pueblo chico, infierno grande”, que se supone casi nepótico en términos de poder, de fuerza y de avasallamiento sobre los cuerpos jóvenes o los cuerpos deseantes, que es para mí una radiografía del presente. Para mí el gobierno de Finley es el gobierno de Milei, de Trump, de Bolsonaro, anclado en cuestiones religiosas, porque conlleva una idea mesiánica. Finley dice tener revelaciones desde niño y ejerce su poder de una forma horrorosa. Incluso hay una sugerencia de haber cometido incesto con su hija y de que esa tragedia que carga su hija a partir de su histerectomía tiene que ver con un aborto para retirar el bebé de su padre.

¿Y ustedes lo van a abordar de esa manera?

Y... está sugerido. Nosotros no vamos a hacer evidente lo que Williams decidió no hacer evidente, porque me parece que no está bien, pero está ahí. Y por eso Chance tiene algo de chivo expiatorio, alguien a quien culpar de eso.

Qué horror que cuando te pregunto por las conexiones de la obra con el presente mencionemos este tipo de situaciones. Podríamos hablar de ellas como patrimonio del pasado.

Pero son cada vez peores. Yo creo que, como decía Williams, sus obras eran aceptadas y aplaudidas y él no dejaba de sorprenderse de que la gente aplaudiera tanta violencia. Y esta obra es de las más violentas. No en términos de lo que se ve físicamente, porque no hay violencia física en la obra.

¿Hay violencia contenida, implícita?

Violencia. La violencia política, institucional, la violencia del poder. Y eso está muy presente en la pieza, y nosotros pusimos como una lupa en ese costado. Porque la pieza también es una crítica al star system. Porque esa estrella del cine, Alexandra del Lago [Wolff], decadente, que ha filmado una película que no sabe si ha ido bien o mal y huye; ese actor incipiente que quiere probar suerte y le va mal y termina siendo un taxiboy, lo que le permite sobrevivir a su no estrellato, es Chance Wayne, y eso es también una crítica feroz a la violencia y a la fuerza destructora del sistema de Hollywood. Pero eso, aunque lo podemos entender, está lejos de nosotros. Y a mí me importa mucho, cuando monto un texto, que ese texto nos interpele hoy. Busco eso que es más metafísico, como cuestiones del tiempo, la juventud que se va, y eso está muy presente en los dos personajes: Chance empieza a darse cuenta de que se está terminando, y la princesa cree que ya se terminó. Y es muy hermoso lo que pasa entre ellos, ese encuentro. Yo les digo siempre: ustedes son Godzilla y King Kong: son dos monstruos peleándose por sobrevivir y cada uno de acuerdo a una especie de voluntad darwinista de la supervivencia del más apto. Entonces se trata del que tenga las mejores herramientas para eso, y si en la pelea es matar al otro, bueno, habrá que matarlo.

En la sociedad estadounidense llama la atención la desesperación de muchos por ser winners y no losers, una lucha casi existencial por desmarcarse del pelotón. Acá, en el siglo pasado, estábamos a años luz de eso; ahora ya no tanto.

Es que el sistema capitalista acelera mucho ese proceso, sobre todo las redes sociales... Chance es un personaje roto porque ama, ama demasiado. Esos valores, esas formas de vivir la vida, el arte, el amor, están siendo completamente atacadas hoy, menospreciadas; y si pueden ser destruidas, destruidas. Eso es lo que estamos viviendo hoy.

¿Cuán conscientes del tiempo son los personajes?

Chance Wayne es el más consciente. La princesa está en una etapa de negación y vive en ese mundo donde articula el alcohol, las drogas y el sexo. Y, como ella dice, lo que le permite olvidar lo que quiere olvidar es tener sexo, lo que en 1959 significó una declaración de una valentía espectacular en boca de una mujer. Lo que hace Williams con las mujeres… el grado de excitación sexual que les confiere, como Blanche Dubois...

Las mujeres debemos a Williams esa intensidad, esa valentía, esa libertad que nos dio a través de sus personajes, tal vez gracias a su homosexualidad, que le permitió vernos desde otro lugar.

Él no miraba desde otro lugar, él era una. Esa es la diferencia. Por eso lo entendemos nosotros también. Nuestra vida homosexual está signada por el menosprecio, por la marginalidad, por la no aceptación, muy similar a lo que las mujeres vivieron hasta estos ascensos maravillosos del feminismo hoy.

¿Cuánto de Williams hay en sus personajes?

Mucho. Es un poco chejoviano y shakespeariano también en sus procedimientos, eso de que en sus protagónicos esté él. Entonces no hay ni buenos ni malos, ni el equivocado ni el que lo sabe todo. Son seres humanos muy complejos y él está derramado en esos personajes.

¿Williams era un trágico?

Sí. El personaje de Chance tiene de Sísifo, de Prometeo. Williams entra en una dimensión trágica. Esta obra es una tragedia. Él quería ser el autor que quería ser, y cuando él comienza entiende que hay que entrar en el sistema, y entonces lo que escribe es realismo. Se da cuenta de quiénes son [Arthur] Miller, deudor de [Eugene] O’Neill, que es el padre de todos ellos. Entonces toma el realismo como caballo de Troya y adentro mete todo eso que no es realista. El Zoo de Cristal no es realista: es la proyección de la cabeza de un personaje que vuelve a un lugar de infancia que está abandonado y cuyo recuerdo pone en funcionamiento la obra. Por lo cual lo que estamos viendo nosotros no es a los personajes en tiempo real sino en el recuerdo de él: por eso está totalmente mediado por lo onírico, por lo asociativo, por la libre interpretación, por la subjetividad.

Un tranvía llamado deseo tampoco es realista.

Por supuesto que no. Allí lo dice Blanche: “Yo no quiero realismo, quiero magia”.

Dulce pájaro de juventud. De jueves a sábado a las 20.00 y domingos a las 19.00. Teatro Solís. Entradas $ 500, jueves populares $ 300, en Tickantel y boletería de la sala. 2x1 para la diaria.

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