La llamada tragedia de los Andes, acaecida en 1972, es de esas historias reales que parecen guionadas. Ocurrió de verdad pero parece una construcción ficcional, como las de Robinson Crusoe, de Moby Dick o de Odiseo. Tiene valor de mito y, en tanto tal, se presta a ser contada varias veces, y no importa que conozcamos los detalles anecdóticos.

Aunque haya habido otras películas documentales y de ficción, cada vez que aparece una nueva versión, que les brinda a los espectadores más jóvenes un primer contacto con la historia, los más veteranos quedamos absorbidos en la especificidad de los detalles: cómo se va a mostrar el desastre aéreo, cómo se van a desempeñar los actores que hacen los roles más notables –sobre todo los de Nando Parrado y Roberto Canessa–, cómo se va a abordar el asunto del canibalismo, y aguardamos cada uno de los mojones (la desalentadora noticia de la suspensión de las búsquedas, la avalancha, el encuentro de la cola del avión, el periplo sensacional de Parrado y Canessa, el rescate) mientras sufrimos empáticamente, una vez más, con las muertes, el frío y el hambre. Nos maravillamos con la resistencia, la solidaridad y el heroísmo, y nos espantamos con la indiferencia de una naturaleza particularmente hostil a la vida. Vibramos con el desenlace y se nos despierta alguna reflexión o alguna sensación inédita.

A todo eso, los uruguayos pueden sumar el hecho de que la historia les sucedió a sus compatriotas; es un poco de acá, como Artigas y el Maracanazo. Todo eso corre en forma independiente de que la película nos parezca mejor o peor.

De los relatos cinematográficos con actores sobre esta historia, este es el tercero. No vi la mexicana Supervivientes de los Andes, de René Cardona (1976). Con respecto a la estadounidense ¡Viven! (1993, de Frank Marshall), esta película tiene unas cuantas ventajas. Está hablada en español con acentos rioplatenses (los actores son todos argentinos o uruguayos), y no en inglés. Si bien el director español J.A. Bayona está asimilado a Hollywood, la decisión de hacerla en español le costó unos diez años de espera para conseguir financiación.

En ¡Viven!, por algún motivo, Uruguay no se nombraba (se decía algo así como “un pequeño país de Sudamérica”); acá, por suerte, sí. La escena de la partida está filmada en locación en la terminal vieja del aeropuerto de Carrasco, debidamente maquillada como para dar la impresión de que está activa y relativamente nueva. La mayor duración permite explicaciones mucho más satisfactorias sobre algunos detalles (las implicaciones de la segunda avalancha; por qué la caminata hacia Chile no hubiera podido empezar antes del hallazgo de la cola del avión).

Además, esa misma extensión da margen a transmitir un poco mejor el paso del tiempo de diversas instancias, como las noches heladas, el soterramiento, los diez días de caminata de Canessa y Parrado. Carlitos Páez (uno de los sobrevivientes) hace él mismo el rol de su padre Carlos Páez Vilaró, que aparece brevemente pero en un momento decisivo.

La sociedad de la nieve es mucho más lisa y franca que su antecesora yanqui con respecto al asunto de comer carne humana: si bien consta que varios de los pasajeros del vuelo eran cristianos y tuvieron serios problemas morales en dar ese paso para sobrevivir, la película no parece guardar ninguna ambigüedad al respecto: lo importante es seguir vivos.

Es más: en forma discreta, bordea el humor negro al mostrar cómo eso se convirtió en algo cada vez más prosaico con el correr de las semanas, y cómo pasaron de la etapa en que un puñado de jóvenes con mayor sangre fría cortaban los cuerpos lejos de la vista de los demás, hacia otra en que los restos mortales de los compañeros empezaron a quedar desperdigados en medio de los sobrevivientes. En forma bastante respetuosa de las personas reales y de sus allegados, aparece el nombre completo y edad de cada uno de los fallecidos y supervivientes.

Partido al medio

También hay aspectos negativos. El estilo de la película es curioso: buena parte del metraje va en imágenes muy cercanas de los actores, tomadas con un gran angular que los deforma de manera un poco grotesca, y que además suelen estar enchastradas con desenfoques o filtros difusores en los bordes de los encuadres, nieve que salpica hacia el lente y flares. Es como el visual de una película underground, y algo de ese carácter errático conduce a ciertas confusiones espaciales y narrativas.

La mayoría del relato transcurre en el interior del fuselaje de un avión chico y partido al medio, y aun así casi nunca nos queda claro en qué parte del avión está cada personaje. Es muy difícil entender quién es quién, un problema que es tanto de guion como de un découpage poco hábil.

La idea interesante de que la voz subnarradora sea la de un personaje que se muere en la mitad de la historia (Numa Turcatti) queda medio devaluada por la falta de claridad expositiva (¿será realmente la misma voz?, ¿murió realmente o entendí mal?). El propio accidente -mostrado en forma pedagógicamente cristalina en ¡Viven!- está mostrado en forma más fragmentaria.

Hay buenos parlamentos (el de Arturo sobre la fe religiosa), pero están perdidos entre una mayoría de diálogos bastante pobres. El tratamiento agrega un sentimentalismo desparramado que recuerda cierto cine asiático: cuando alguien muere, enseguida tenemos un flashback de esa persona viva en el pasado cercano, manifestando alegría y confianza.

La música es del gran Michael Giacchino, quien ya había brillado en otra historia en la que un avión se partía al medio (la serie Lost). Aquí, en forma poco característica, su música tiende a ser medio melosa, con una buena excepción durante el periplo de Nando y Roberto, en la que el compositor parece haber tomado cierta referencia de candombe, con un resultado bonito y curioso. Para ambientarnos en época (con una imprecisión de algunos años) y lugar, escuchamos un fragmento de “Break It All”, de Los Shakers, en la lograda escena del aeropuerto.

Por otra parte, la película brinda una nueva oportunidad de protagonismo y proyección internacional al excelente Enzo Vogrincic (de 9, 2021).

La sociedad de la nieve, dirigida por J. A. Bayona. Basado en el libro de no-ficción de Pablo Vierci. Con Enzo Vogrincic, Agustín Pardella, Matías Recalt. España / Estados Unidos, 2023. En salas de cine.