El siempre inquieto Fabricio Panki Breventano lleva más de dos décadas detrás de las seis cuerdas. Oriundo de Salto, desembarcó en Montevideo a comienzos de siglo como parte de la murga joven Bien Debute, que llegó a alzar el trofeo del tradicional concurso de primavera. Ya en la capital se mezcló en las milongas, mientras tocaba en los ómnibus y con las monedas tomaba alguna clase con Eduardo Toto Méndez. Formó parte de los primeros acordes de la banda –también con patente salteña– Dónde Está el Catering y del Cuarteto Ricacosa, proyectos que abandonó cuando se fue a Buenos Aires, detrás del toque arrabalero esencial; allí se fue quedando entre ambientes, estudios y amores.
Volvió a Montevideo a mediados de la década pasada con la guitarra atrás y algunos yeitos nuevos adelante. Grabó su primer álbum solista, el inspirado Popular, editado en 2018 y cuyo nombre resume el meollo de sus búsquedas artísticas.
Otra vez en rutas argentinas conoció a la violinista rosarina Analía Camiletti. Pegaron onda musical y corporal. El resultado casi inmediato de aquella yunta fue una gira por gran parte del continente: Panamá, Colombia, Ecuador, Perú, además de Uruguay y Argentina. La convivencia rodante consolidó un dúo que tiene como punto de partida el tango, pero que abreva también de otros caudales como el vals o el bolero, en definitiva, músicas populares de estas comarcas y un poco más allá, músicas orilleras y mestizas, apareadas en las fondas portuarias. Linya, el disco de 2021, reúne composiciones de ambos artistas y sirve como corolario de esa etapa pandémica y febril.
Muchos kilómetros y un nacimiento después estrenan en las bateas digitales Siga el baile, donde reúnen obras clásicas del tango, la milonga y el vals interpretadas con una instrumentación minimalista, intentando conectar con las raíces, “tal como el dúo estaba transitando en el momento de la grabación, vivenciando las primeras experiencias de crianza de un hijo en común”.
A diferencia de Linya, este disco es mayoritariamente instrumental y se sostiene en las cuerdas de las guitarras y el violín, más allá de un tambor piano que subraya el latido afro en algunos surcos. Según el texto promoción: “La interpretación, rítmica y predecible, convoca al antiguo ritual de la danza parida en estas urbes australes, el tango”; y algo de eso hay. Como un déjà vu sonoro, ni bien suena “Inspiración”, de Peregrino Paulos, una obra estrenada en 1918, nos parece que en alguna pista ya la bailamos, aunque nunca hayamos tirado un paso.
Más allá de lo lejos que estemos de la escena y de estas piezas centenarias, es difícil no reconocer melodías como la del vals “Palomita blanca”, de Anselmo Aieta –quien se dice que fue uno de los compositores predilectos de Carlos Gardel–, o la del tango “La guitarrita”, de Eduardo Arolas, “el tigre del bandoneón”, interpretado aquí a pura guitarra.
De alguna manera, el larga duración es también un panorama de los compositores de los inicios y la edad de oro del tango, cuyo punto de ebullición aconteció en los años 40 del siglo pasado; en ese sentido aparecen “Gallo ciego” de Agustín Bardi –otro fiel representante del movimiento conocido como “la guarda vieja”– o “Milonguero viejo” de Carlos Di Sarli, el señor del tango. Es también parte de esta perspectiva “La puñalada”, de Horacio Pintín Castellanos, único autor oriental del compilado. La milonga del nacido en la esquina montevideana de Canelones y Andes fue grabada por la orquesta del maestro Juan D’Arienzo en 1937, en un simple que incluía en la otra cara “La cumparsita” y que se estima que vendió casi 20 millones de copias.
En el séptimo y antepenúltimo track inauguran el canto en “Nido gaucho”, otra pieza de Di Sarli, esta vez con la lírica de Héctor Marcó. La postal idealista del rancho anhelado puede resumir parte del contexto de gestación del proyecto. Para reforzar esta idea, Camiletti y Breventano cantan al unísono la bucólica letra: “Luciendo su color de esperanza/ viste el campo/ su plumaje/ y el viento hace vibrar sus cordajes/ en los pastos/ y en la flor./ Yo tengo mi ranchito en la loma/ donde cantan/ los zorzales/ margaritas/ y rosales/ han brotado para ti/ porque un día será ese nido gaucho/ de los dos./ Florecerán/ mis ilusiones/ y se unirán los corazones”.
Mariano Mores es considerado uno de los compositores del 2x4 más destacados de la historia y “Taquito militar” fue elegida por votación popular como la mejor milonga del siglo XX. Por lo tanto, no sorprende que integre esta selección a puro cuero y madera. Otro de esos fraseos que vienen incorporados en el ADN rioplatense y que el dueto desentraña con soltura, entre Roberto Grela y las guitarras de Zitarrosa.
“Uno busca lleno de esperanzas/ el camino que los sueños/ prometieron a sus ansias./ Sabe que la lucha es cruel/ y es mucha, pero lucha y se desangra/ por la fe que lo empecina”, canta el salteño en el final, bajo la llovizna nostálgica del violín. “Uno”, música de Mores y letra de Enrique Santos Discépolo, es otra pieza mayor del cancionero porteño que interpretan sin sonrojarse, con elegancia, mucha carpeta y, en gran medida, poniéndole piel a cada una de las reflexiones planteadas en la obra. Además, vale destacar: qué cantor es el Panki Breventano; ha macerado un estilo con mucho sabor, que partió de la imitación paródica, pero que con el pasar de los años se convirtió en una marca registrada.
Como en la portada del álbum, en la que la pareja danza entre las góndolas de un supermercado, Siga el baile desacraliza y acerca un repertorio patrimonial, le afloja el moño y le sacude el peluquín, lo vuelve contemporáneo, en la línea de todo un movimiento que tal vez, por mal que nos pese, late con mayor ímpetu en la otra orilla del charco, donde el tango se respira en cada ochava y el pasado llegó hace rato.
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Siga el baile, de Camiletti y Breventano. 2025. Disponible en plataformas.