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Garo Arakelian.

Foto: Gianni Schiaffarino

Garo Arakelian: “Oscuridad es usar a la gente para tu beneficio”

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El músico presenta su nuevo disco, Milonga de Quirón, este sábado en la sala Zitarrosa y habla de los personajes que habitan sus flamantes canciones y de cómo se libró “de la complacencia que te exigen los géneros”

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Desde el primer disco solista de Garo Arakelian, Un mundo sin gloria (2012), hasta su segundo álbum, Milonga de Quirón, que lanzó hace pocas semanas, pasaron 13 años. Es un montón de tiempo, pero no fue por capricho ni mucho menos, ya que el músico estuvo ocupado con otros proyectos. A principios de 2017 volvió con la banda de rock que fundó en los albores de los 90, La Trampa, para la que componía y tocaba la guitarra. Ese regreso vino a caballo de dos canciones nuevas y de cinco rebosantes presentaciones en el Teatro de Verano. Pero la vuelta duró un gemido y al año la banda se despedazó en el aire como el transbordador Challenger.

Mientras, Arakelian también se embarcó en un proyecto con Gonzalo Deniz (Franny Glass) y Diego Presa (Buceo Invisible), que dieron en llamar El Astillero. El trío editó dos discos, uno de versiones –varias de canciones de ellos mismos–, Sesiones (2016), y otro de material original, Cruzar la noche (2018). Tocaron por un tiempo más hasta que también se disolvieron –pero en forma más humilde que La Trampa, que avisó con un comunicado y todo eso–. Luego, el mundo quedó con menos gloria que antes, gracias a la pandemia, otra crisis que, para el cantautor, fue el caldo de cultivo de personajes que pueden inspirar algunas de sus canciones.

Este sábado, Arakelian presentará su flamante disco en la sala Zitarrosa junto con su banda: Irvin Carballo (batería), Santiago Peralta (guitarra eléctrica y coros), Laura Gutman (coros, guitarra electroacústica y teclados) y Sebastián Codoni (bajo y coros). Pero antes, en un bar del Cordón que es como su –segunda– casa, Arakelian conversó con la diaria sobre el nuevo disco, los personajes que lo habitan y cuáles son los límites entre el músico, el narrador y lo que cuenta.

¿Por qué elegiste a Quirón, el centauro de la mitología griega, para titular el disco?

Porque tiene implícita la contradicción en su propio ser, que va acompañada de un dolor del que no puede liberarse, con la paradoja de que puede curar a todos: es el sanador herido. Es una canción del disco ,pero también es una referencia a las contradicciones de la sociedad en la que estamos. Me parecía que hablar de mis propios dolores y centrarme como una víctima es una posición menor, de golpe bajo, no era en el lugar en el que quería estar. Pero hay dolores y contradicciones que son colectivos, y que un personaje hable en primera persona puede reflejar un sentir colectivo.

Pasaste como 20 años componiendo canciones para que las interprete otro, Alejandro Spuntone, el cantante de La Trampa. Con tu primer disco, empezaste a componer para ponerle tu voz. ¿Qué implicó ese cambio a la hora de hacer canciones?

Por primera vez me encontré con mi propio cuerpo para cantar. Tenía el conocimiento del registro de un cantante y de la sensibilidad de una banda de rock, pero hubo un cambio drástico: empezar a componer para mi registro y, a su vez, que yo tuviera sentido de pertenencia y estuviera seguro de pararme arriba de lo escrito. También cambiaron una cantidad de cosas discursivas de lo que es una banda de rock y la relación con el público. Durante muchísimos años yo estaba convencido de que se había sembrado una semilla de poesía en la música, a la que pertenecía el ambiente de La Trampa, por ejemplo, pero básicamente me doy cuenta de que a la gente le chupa un huevo todo eso: la sutileza y la poesía. Entonces, me pude centrar en poder componer para mi voz, pero con una visión bien por fuera de la complacencia que te exigen los géneros.

En estos 13 años que pasaron entre tus dos discos solistas, ¿descartaste material?

Hubo material descartado y también afiné la mira para ver qué tipo de canciones eran las que iba a incluir en un disco. Dentro de toda la infinidad de cosas que te puede brindar el presente, como imágenes para detenerte a componer, ser más específico, certero y quirúrgico en la elección. Cómo podés hablar de tu presente, de tu realidad, de la crisis social que hay sin ser un embole, o sea, con poesía. Acá hay una lectura muy ortogonal histórica del rock, en sus enemistades con el pop, la música disco y con esto y lo otro. Pero hay un momento en el que se termina el “prefiero el dulce de membrillo antes que el dulce de leche”; eso es un berrinche de niño, después hay que tener argumentos. Por ejemplo, pensá en la canción “Stayin Alive” [1977], de Bee Gees, que habla de una cosa tan obvia como la supervivencia en una megaciudad, pero también del “efecto New York Times”.

¿Cuál era el “efecto New York Times”?

Poner en un titular una cosa que llenaba de ansiedad y de expectativa a la gente, como “cura contra el cáncer”, pero adentro de la nota decía “en Siberia dos ratones murieron antes de que se pudiera, pero siguen avanzando en la cura”, por ejemplo. Entonces, venía una gran angustia. Eso es propio de fines de los 70, es algo social y cultural, y está en el medio de una de las canciones más pop, más disco y más bailables de la historia. Por lo tanto, tu actitud no es mejor cuanto más grites o cuantos más instrumentos distorsionados tengas. La actitud de crítica, de análisis o de reflejo de la realidad ya no va por ahí, pero hace 50 años que lo sabemos.

Vos viviste tu primera juventud en la época del rock posdictadura, que tenía todo eso que señalás que no hace a la actitud.

Pero tenía muchísimo sentido, era una respuesta violenta, puntual y acotadísima en el tiempo. Por más que ahora escriban libros y le quieran dar un color tremendo a Juntacadáveres [boliche que funcionó en Juan Paullier y Rivera, a principios de la década de 1990], los que estuvimos ahí sabemos que duró nada. En Montevideo, los comienzos de los 90 fueron el efecto Doppler de fines de los 80. El tema es que ahora no tengo 18 años; he escuchado una cantidad de música y he leído una cantidad de libros, y básicamente no respondo a géneros.

Por eso en “Expreso”, que fue el primer corte de difusión del nuevo disco, hay una sección de vientos, instrumentos que para cierta ortodoxia rockera están muy mal vistos.

Claro, para la ortodoxia rockera, si metés vientos parece que estuvieras votando a Manini [Ríos], pero el problema no es mío, sino de ellos. Hay una cosa expresiva que tiene que ver con lo tímbrico, pero también está la conformación del personaje. Es como la dramaturgia: cómo está vestido el personaje y qué fondo tiene hacen al relato, a la historia y al personaje. Si ese riff lo tocaba como lo compuse, en la guitarra, era un lugar re cómodo para mí, donde siempre estuve haciendo las cosas tranquilo. Yo quería que el personaje fuera inestable, que su propia vida fuera inasible para él, y eso también me lo da el ensamble de instrumentos.

“Expreso” transmite urgencia, sobre todo en la coda, por la forma en la que cantás, y ahí está ese juego entre la persona y el narrador, de “soy yo y no soy yo”.

Tenemos una cultura predominante que viene del folclore y del tango. En general, en los tangos de la vieja guardia, del 40, siempre es el propio intérprete el que encarna al personaje. Pero en la cultura rock, pasando por cernidores como el de [Bob] Dylan o [Bruce] Springsteen, sabemos que la primera persona no tiene que coincidir con el narrador, con el intérprete. Son libertades que me tomo. Es verdad: el personaje está en un limbo entre yo y otro, pero también está conformado por retazos de muchos otros varones adultos. Se cae una ficha y se genera el efecto dominó: perdés el laburo, tu rol en la familia se revierte, empezás a tener cantidad de cosas que no soy yo el que las va describir porque por algo hice una canción, pero son historias conocidas. No es la historia de un uruguayo de la Cruz Roja en Namibia, sino de decenas de miles de acá, y pasó en la pandemia y en las crisis económicas. Cuando ahora ves “empresa tal con sede en Uruguay se va, 260 desempleados”, esa gente es la carne de este tipo de canciones.

Foto: Gianni Schiaffarino

Pienso en el disco Caída libre, de La Trampa, de 2002, que tuvo una gran influencia de la crisis que estalló ese año. ¿La crisis es lo que te motiva más para componer?

No, son los personajes que generan las crisis, las historias de vida. Las crisis no son pozos petroleros.

“No es humo de escenarios / lo que te hace llorar / no son balas de goma / es muerte de verdad”, decís en “Canción abierta”, y tiene que ver con todo lo que venís comentando.

Esa canción está basada en la foto de José Plá del acto del Obelisco [1983], la de “un río de libertad”. Obviamente, las causas que generaron ese encuentro popular, ninguna persona centrada quiere que se repitan, pero, por otro lado, tenemos un recuerdo de que por primera vez todos estuvimos enfocados en un objetivo común, más allá de las diferencias políticas. Rememorar eso en sí es idílico y un poco infantil, pero sí la alegoría del río: si el devenir y el propósito popular son un río de libertad, tal cual lo afirmaba el título de la foto, entonces, tiene que ser el mismo de un río, avanzar. Uno no puede arremolinarse o echarse para atrás por temores. Es una alegoría bastante sencilla.

La única versión del disco es la de “Ky chororo”, de Aníbal Sampayo, que es una canción muy versionada. ¿Por qué la elegiste?

Está más versionada dentro del folclore y del canto popular, hay muy pocos ejemplos de saltos por fuera de esos géneros. Mientras se la respete, la canción sobrevive en cualquier género porque es una belleza, tiene un misterio increíble. Yo quería salir de esos terrenos y hacerla transitar por lo que puedo aportar. No iba a hacer una versión punk, ese terreno ya está terminado, no se pueden hacer más versiones así y pensar que son originales, pero sí en el mundo de las bandas sonoras de películas.

El silbido me dio un aire a spaghetti western.

Sí. Sin embargo, el silbido está en la versión del disco debut de Los Olimareños [1963], que fue por el que conocí la canción; era uno de los discos que escuchábamos en casa. Siempre me maravilló, y después entendí, leyendo unos manuscritos de Sampayo, que él quería hacer una canción que hablara del río, pero diferente al mundo criollo. Quería que quedara claro que el río es muy anterior a las pequeñeces de nuestras angustias como humanos. La canción original tiene una cosa antigua que precede musicalmente al mundo de lo criollo. El fraseo lo tomé más de la versión de [Jorge] Cafrune, y algunas cosas arreglísticas de Los Olimareños, pero pasada por ese filtro que es un poco spaghetti, sí.

Los versos “los amores que ilumino con mis pensamientos / saben que este no es el final”, de “Llevo el vientos del sur”, me llamaron la atención porque son bastante optimistas.

Sí, entiendo a lo que remitís, pero la palabra “optimismo” es demasiado amplia: un optimista puede ser un boludo. En este caso, el personaje que dice eso sabe que tiene dos opciones. Hay una parte de la población a la que le revienta la cabeza la realidad que vive a diario y se convierte en un hierro al rojo vivo, que es el metal más fácil de moldear; entonces, ¿qué hace? No quiere evitar la realidad, pero necesita llegar a la casa, porque ahí están sus amores y todo lo que le promete poder tener al otro día un quehacer virtuoso en su condición humana, ser útil para los demás, y no estar frustrado y en contra de todo y tomar decisiones por su condición de niño malcriado. Entonces, se pone los auriculares con ese disco de Dino, escrito en el peor momento de la dictadura, para sobrevolar, pero sigue mirando para abajo.

Te planteo lo del optimismo porque hay parte de tu obra o incluso una idea sobre vos como un ser oscuro. ¿Cómo te llevás con eso?

Yo sé que no es así. Hay una estética de la oscuridad, de poeta maldito, que tampoco recorrí, nunca me interesó. Ahora, si te dicen que sos oscuro porque te vestís de negro, háganse ver. A veces la gente encuentra maneras de atacarte que cree muy sutiles, pero las razones por las que lo hacen las desconozco; me da la sensación de que puede ser una reacción a sentirse tocados por algo que decís, gente a la que le gustaría no tener ningún recuerdo de partes sensibles de sí misma. Puede ser que yo no sea el que ha creado música más divertida y más bailable, pero eso no es oscuridad. Oscuridad capaz que es tener todas la herramientas a tu favor, muchas oportunidades y mucho público, pero para tu beneficio generás una cota superior bajísima de sutileza, de poesía, de lenguaje y de musicalidad. La oscuridad es usar a la gente para tu beneficio.

Sacar un disco en la actualidad es optimista en sí, porque hoy es muy poca la gente que escucha álbumes enteros.

Sí, pero no importa. Hay que hacer, sin grandilocuencia, las cosas que a uno le permiten ser. Por ejemplo, tus amigos no tienen por qué ser todos exitosos, ser personas que está bueno nombrar en Instagram... Tus amigos tienen que ser tus verdaderos amigos, gente que nadie conoce, que iba a la escuela como vos y que no tenía plata para la merienda. Uno no puede sacarse cartel con esas cosas, no son grandilocuencias.

Este año se cumplen dos décadas del disco Laberinto, de La Trampa, que consagró el éxito del grupo. ¿El aniversario redondo te hace ponerte a escuchar el álbum o no te interesa?

Ni una cosa ni la otra. De repente, puedo estar buscando algo en Youtube, me salta una cosa y digo “a ver esto, que hace años que no lo escucho”, y termino escuchando todo el disco. Pero no tengo animosidad ni desencuentro con mi propia obra, ni con mis recuerdos; todo lo contrario, tengo un agradecimiento bastante importante, esa fue la matriz del músico que soy, me ha generado muchísimas oportunidades. La cantidad de gente que pagó entradas con un esfuerzo tremendo durante años... ¿Cuál es mi forma de ser agradecido? No puedo tener un vínculo personal con todos, entonces, trato de hacer las mejores canciones que puedo hoy en día. “Pero La Trampa no está más”, y no, pero el que está soy yo. No tengo un público cautivo, que al que le dé la mierda que le dé va a ser cautivo. Me tengo que romper el orto canción tras canción y tratar de tener una obra de la que me sienta orgulloso. Esa es mi forma de ser agradecido y también de estar en sintonía con mi propio parecer. Después de 20 años de estar en la música, todos sabemos hacer cosas de taquito, y sacar canciones y canciones, siendo conscientes de que son una mierda, pero la mierda hoy pasa desapercibida, mucho más que antes.

Porque hay mucha mierda.

Sí, y porque las cosas están hechas para perecer, es el impulso de un pomo de verano. Entonces, cada uno sabe en dónde resuenan sus propias responsabilidades o cómo quiere escuchar su nombre. Yo sé cómo quiero escuchar mi nombre: asociado al respeto; primero, tengo que respetar la oreja de los demás.

El año que viene cumplís 60. ¿Te hace reflexionar o es un número más?

Llegar a los 60 con dignidad tiene que ver con todas estas cosas que te digo: ¿qué estoy compartiendo con la gente? Es el mejor disco de mi vida y estoy convencido.

Todos los músicos piensan lo mismo del último disco que sacaron.

Pero a la mayor parte de ellos les alcanza un semestre para darse cuenta de que estaban equivocados, lamentablemente.

Garo Arakelian presenta Milonga de Quirón. Sábado a las 21.00 en la sala Zitarrosa. Entradas en Tickantel a $ 800 y $ 900.

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